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viernes, diciembre 24, 2010

Las Once Mil Vergas 



En este mismo momento se abrió la puerta y la poca luz que llegaba desde la nocturna calle permitió vislumbrar dos sombras humanas envueltas en abrigos con el cuello alzado y cubiertos con sombreros hongo.
Bruscamente, el primero de ellos hizo centellear una linterna que llevaba en la mano. El resplandor iluminó la habitación, pero en el primer momento los asaltantes no advirtieron el grupo tendido en el suelo.
–¡Esto huele muy mal! –dijo el primero.
–Entremos de todos modos, ¡debe haber guita en los cajones! –replicó el segundo.
Entonces, Culculine, que se había arrastrado hasta el interruptor de la luz, iluminó bruscamente la habitación.
Los asaltantes quedaron boquiabiertos ante las desnudeces:
–¡Mierda! –dijo el primero–, a fe de Cornaboeux, tenéis buen gusto.
Era un coloso moreno cuyas manos eran extraordinariamente velludas. Su barba enmarañada le hacía aún más feo de lo que era.
–Qué coña –dijo el segundo–, a mí me va la mierda, trae buena suerte.
Era un bribón macilento y tuerto que mascaba una apagada colilla.
–Tienes razón, Chalupa –dijo Comaboeux–, ahora mismo acabo de pisarla y para primera felicidad creo que voy a ensartar a la señorita. Pero primero pensemos en el joven.
Y abalanzándose sobre el aterrorizado Mony, los asaltantes le amordazaron y le ataron brazos y piernas. Luego volviéndose hacia las dos trémulas mujeres, algo divertidas no obstante, Chalupa dijo:
–Y vosotras, muñecas, intentad ser amables; si no se lo diré a Prosper.
Llevaba un bastoncillo en la mano y se lo dio a Culculine ordenándole golpear a Mony con todas sus fuerzas. Luego colocándose a su espalda, sacó un pene delgado como un meñique, pero muy largo. Chalupa comenzó palmeándole las nalgas al tiempo que decía:
–¡Bien!, mi grueso carigordo, vas a tocar la flauta, me gusta la tierra amarilla.
Sobaba y palpaba ese culazo suave y, pasando una mano por delante, manoseaba el clítoris, luego bruscamente introdujo el delgado y largo pene. Culculine empezó a menear el culo mientras golpeaba a Mony que, al no poder gritar ni defenderse, se convulsionaba como un gusano a cada bastonazo, que le dejaba una marca roja que pronto se volvía violácea. Luego, a medida que la enculada avanzaba, Culculine, excitada, golpeaba más fuerte gritando:
–Puerco, toma, por tu sucia basura... Chalupa, éntrame tu palillo hasta el fondo.
El cuerpo de Mony quedó ensangrentado en un momento.
Mientras tanto, Cornaboeux había agarrado a Alexine y la había tirado encima de la cama. Comenzó por mordisquearle los pechos que empezaron a endurecerse. Luego descendió hasta el coño y lo cubrió completamente con su boca, mientras tironeaba los preciosos pelos rubios y rizados de la mota. Se incorporó y sacó su miembro enorme, pero corto, con la cabeza violeta. Volteando a Alexine, empezó a golpear su culazo rosado; de vez en cuando pasaba la mano por el surco del culo. Luego se puso a la joven debajo del brazo izquierdo de manera que el coño quedara al alcance de su mano derecha. Con la izquierda la agarraba por la barba del coño... lo que le hacía daño. Ella se echó a llorar y sus gemidos aumentaron cuando Cornaboeux empezó a pegarle en las posaderas con todas sus fuerzas. Sus gruesos muslos rosados se estremecían y el culo temblaba cada vez que se abatía sobre él la enorme manaza del salteador. Con sus manecitas libres empezó a arañar la cara barbuda. Le estiraba los pelos del rostro igual que él le estiraba los mechones del coño:
–¡Esto funciona! –dijo Cornaboeux, y le dio la vuelta.
En este preciso instante, ella se dio cuenta del espectáculo formado por Chalupa enculando a Culculine que golpeaba a Mony, completamente ensangrentado, y esto la excitó. La enorme verga de Cornaboeux chocaba contra su trasero, pero erraba el golpe, pegando a derecha y a izquierda o bien algo más arriba o algo más abajo, luego cuando encontró el agujero, colocó sus manos sobre las caderas tersas y redondeadas de Alexine y la atrajo hacia sí con todas sus fuerzas. El dolor que le causó ese enorme miembro que le desgarraba el culo la hubiera hecho aullar de dolor si no hubiera estado tan excitada por todo lo que acababa de pasar. Inmediatamente de haber entrado el miembro en el culo, Cornaboeux volvió a sacarlo, luego volteando a Alexine encima de la cama le hundió su instrumento en el vientre. El útil entró a duras penas a causa de su enormidad, pero desde que estuvo dentro, Alexine cruzó las piernas en torno a las caderas del asaltante y lo mantuvo tan apretado contra sí que si él hubiera querido escaparse no hubiera podido. Las culadas se encarnizaron. Cornaboeux le chupaba los pechos y su barba le raspaba, excitándola; ella introdujo una mano dentro de los pantalones e introdujo un dedo en el ojo del culo del asaltante. Enseguida empezaron a morderse como bestias salvajes, pegando culadas. Descargaron frenéticamente. Pero el miembro de Cornaboeux, constreñido en la vagina de Alexine, se endureció de nuevo. Alexine cerró los ojos para saborerar mejor este segundo abrazo. Descargó catorce veces mientras Cornaboeux lo hacía tres. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que su coño y su culo estaban ensangrentados. Habían sido heridos por la enorme verga de Cornaboeux. Vio a Mony convulsionándose en el suelo.
Su cuerpo no era más que una llaga.
Culculine, por mandato del tuerto Chalupa, le chupaba la cola, arrodillada ante él:
–¡Vamos, de pie, golfa!–gritó Cornaboeux.
Alexine obedeció y él le pegó una patada en el culo que la hizo caer sobre Mony. Cornaboeux la ató de brazos y piernas y la amordazó sin tener en cuenta sus súplicas y, tomando el bastoncillo, empezó a rayarle a golpes su bonito cuerpo falsamente enjuto. El culo se estremecía a cada bastonazo, luego fue la espalda, el vientre, los muslos, los senos, quienes recibieron la paliza. Pataleando y debatiéndose, Alexine dio con el miembro de Mony que se erguía como el de un cadáver. Se acopló por casualidad al coño de la joven y se metió en él.
Cornaboeux redobló sus golpes que cayeron indistintamente sobre Mony y sobre Alexine que gozaban de una manera atroz. Al poco rato la bonita piel rosada de la rubia joven ya no era visible bajo los latigazos y la sangre que chorreaba. Mony se había desmayado, ella lo hizo un instante después. Cornaboeux, cuyo brazo empezaba a cansarse, se volvió hacia Culculine que intentaba que Chalupa descargara en su boca. Pero el tuerto no podía hacerlo.
Cornaboeux ordenó a la bella morena que separara los muslos. Tuvo grandes dificultades para ensartarla a la manera de los perros. Ella sufría mucho pero estoicamente, sin soltar la verga de Chalupa que continuaba chupando. Cuando Cornaboeux tomó posesión del coño de Culculine, le hizo levantar el brazo derecho y le mordisqueó el pelo de los sobacos donde tenía unos mechones muy tupidos. Cuando llegó el goce, fue tan intenso que Culculine se desvaneció mordiendo violentamente la verga de Chalupa. El lanzó un terrible grito de dolor, pero el glande ya estaba separado del cuerpo. Cornaboeux, que acababa de descargar, sacó bruscamente su machete del coño de Culculine que, desvanecida, cayó al suelo. Chalupa, desmayado, perdía toda su sangre. –Pobre Chalupa –dijo Cornaboeux–, estás jodido, es mejor morir deprisa.
Y sacando un cuchillo, asestó un golpe mortal a Chalupa sacudiendo las últimas gotas de semen que colgaban de su miembro sobre el cuerpo de Culculine. Chalupa murió sin decir ni “uf”.
Cornaboeux se volvió a poner los pantalones con todo cuidado, vació todo el dinero de los cajones y de los vestidos; también se llevó los relojes, las joyas. Luego miró a Culculine que yacía, desvanecida, en tierra.
–He de vengar a Chalupa –pensó.
Y sacando de nuevo su cuchillo, asestó un terrible golpe entre las dos nalgas de Culculine que continuó desmayada. Cornaboeux dejó el cuchillo en el culo. En los relojes sonaron las tres de la madrugada. Entonces se marchó como había entrado, dejando cuatro cuerpos tendidos en el suelo de la habitación llena de sangre, de semen y de un desorden sin nombre.
Ya en la calle, se dirigió alegremente hacia Ménilmontant cantando: Un culo debe oler a culo. Y no como agua de Colonia... y también:
Luz de gas Luz de gas Alumbra, alumbra, a mi pimpollo.


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¡Eso es un culo!
 
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