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martes, junio 04, 2013

Agustín RIP. La lengua insurrecta. 

En realidad murió a fines del año pasado. Yo lo leí recién a mediados del año pasado:
"Contra la paz contra la democracia"
Dos transcripciones de conferencias pronunciadas en Barcelona entre 1991 y 1992, publicadas por VIRUS y Ediciones Orates en 1993.
a 4 lucas rebajadas a 3 en el hoy lamentablemente víctima del urbanismo capitalista posmoderno sector de Parque Almagro con San Diego, en la ya totalmente destruída Plaza Almagro, cuyos puestos de libros fueron trasladados provisionalmente a unos horribles galpones entre San Diego y Paseo Bulnes, mientras realizan las labores de destrucción urbanística planificada.

La siguiente nota y texto están tomados de la revista Etcétera, número 51, de marzo del 2013.




1 noviembre 2012. Murió por fin ¿Agustín García Calvo? El interro- gante formaba parte de su firma, pues él nunca creyó que su ser formara parte de la verdad, era tan sólo parte de una realidad imperfecta:
 «gracias a que no somos del todo lo que somos», en sus propias palabras. Él formuló la idea de la vida como administración de la muerte que el Sistema (Estado y Capital) nos depara. Mucho es lo que Agustín aportó en ideas y actos en lucha contra este sistema: Poesía, Teatro, Rítmica y Métrica, Lengua, Filología, Versiones, Enseñanza, Política, Verdad/Realidad. Estas fueron, según su propio testimonio, escrituradas en un librito que lleva por título «Cosas que hace uno», las materias a las que dedicó parte de su vida. Sus reflexiones, siempre críticas, han sido de gran ayuda para la rebeldía individual y colectiva.
De su prolongada vida él destaca, en su actividad política, los hechos acaecidos al calor de las rebeliones estudiantiles que, desde Berkeley hasta París recorrieron los principales países del mundo desarrollado en la segunda mitad de los 60. Recién llegado a Madrid para incorporarse a su cátedra de Griego en la Complutense sintió el rebullir de la rebelión que floreció en las grandes asambleas estudiantiles, a las que se incorporó activamente con graves consecuencias para su carrera académica. Fue desposeído de su cátedra, detenido en varias ocasiones hasta que optó por el exilio en Paris. De esta época dice en el citado librito: «…De aquello sigo viviendo y quede aquí el recuerdo y agradecimiento a los que en ello me acompañaron, mi agradecimiento a los que entonces eran, sean los que sean los destinos a que la trivial historia los ha llevado luego»
También a él agradecemos, los que allí estuvimos, sus enseñanzas y su valor.

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Del hablar insurrecto y la rebelión de las lenguas1 

Habla Agustín García Calvo

En cuestiones de lenguaje no voy a hacer aquí más que salir al paso de dos o tres errores de los que me parecen más divulgados. El primero se refiere a la relación del lenguaje con eso a lo que se llama Cultura: veo una tendencia a incluir de alguna manera la lengua como una parte del aparato cultural; es por tanto preciso insistir en que la relación no puede entenderse así.
La Cultura (en el sentido más amplio que incluiría cosas como las modas del vestido y hasta la agricultura) es algo, por decirlo primero cuantitativamente y con algo de metáfora, enormemente más superficial que la lengua; esta superficialidad implica que los hechos culturales son hasta cierto punto asequibles a la conciencia y a la voluntad de los pueblos y a sus dirigentes. Se puede, por disposiciones de lo alto o por renovación de convenio, alterar el estilo de las instituciones culturales, suprimirlas, sustituirlas, pero la lengua es, en lo esencial, inasequible a la conciencia y voluntad de sus usuarios. Ninguna disposición de arriba, ningún esfuerzo individual o colectivo, ninguna revolución puede hacer prácticamente nada en punto a cambiar el aparato gramatical de una lengua. Sólo las áreas más superficiales del lenguaje y especialmente la más superficial, la del vocabulario, puede padecer una cierta fuerza por obra del ingenio de un poeta, de la pedantería de un dictado académico o de la imposición de un Gobierno o de una Empresa comercial.
Hay otros modos de insistir en la diferencia de la situación de lengua y Cultura, por ejemplo, bien vemos hoy día que una Cultura prácticamente la misma, la que se llama occidental, puede imponerse y extenderse por una multitud de países sin que ello comprometa para nada la estructura de cada lengua diferente, salvo en cuanto a la participación en un cierto vocabulario y especialmente en una trama de nombres propios que son cosas que apenas atañen a la entraña del aparato de la lengua. Ésta no es ni siquiera objeto de consciencia por parte de los hablantes (está sumida en una zona que podemos llamar subconsciencia técnica) y por tanto no se presta a las manipulaciones ni a los actos de importación que a cada paso sufren las instituciones culturales.
Podrá objetarse a esto que hemos sido testigos de cómo una cierta voluntad colectiva y hasta políticamente organizada ha sido capaz de, por ejemplo, extender el latín por el Imperio o, en nuestros días, convertir en lengua hablada nacional una lengua escrita o muerta, el hebreo, o volver a imponer en áreas considerables de la población una lengua en vías de desaparición, el vasco.
Esto toca a otro de los puntos o errores de que quería hablar, a saber: que esa lengua recluida en la subconsciencia, inasequible a la voluntad, de la que hablaba, se refiere propiamente a las lenguas «naturales», es decir, no escritas y máximamente alejadas de una organización estatal. De las lenguas puede bien decirse que son del pueblo o de la gente, que es una manera de decir que no son de nadie y, consecuentemente, no aparecen nunca ni unificadas sino mudando según se pasa de uno a otro valle, ni limitadas a un territorio de fronteras definidas.
Pero luego están las lenguas oficiales, cuyo ejemplo más perfecto son las lenguas de los Estados nacionales; éstas, fundadas siempre sobre una lengua escrita (lo cual implica ya consciente de sí misma), pueden llegar hasta cierto punto a manipularse por obra de dirigentes académicos u organizaciones políticas y, por lo tanto, a unificarse en territorios más o menos vastos y de fronteras definidas, a fijarse, es decir, pretenderse eternas y de hecho retardar su evolución y, sobre todo y para ello, a imponerse desde arriba sobre la gente, ya convertida en Población, por medio de la Escuela, de la Academia y de una Cultura literaria establecida como clásica o modelo de lenguaje. Así que si antes las lenguas no eran de nadie, en cambio, estas lenguas oficiales, pueden con justicia decirse que pertenecen a la Institución Política, al Estado del que ellas vienen a ser el principal fundamento de unidad y permanencia; y es a este propósito revelador ver cómo la empresa de fundación de nuevos Estados no puede por menos de reproducir los procedimientos de los más viejos en cuanto a convertir una maraña de lenguas populares y mudables en una Lengua oficial única para todo el territorio, fija y sujeta a un modelo escolar y literario y sometida a los actos voluntarios, morales y políticos como siendo ya no la lengua que se habla, sino la que se debe hablar. Ya sé que todo esto requeriría más explicaciones, pero no hay sitio hoy para tanto y voy a terminar más bien refiriéndome a otro punto que me parece también un punto de confusión frecuente, que es que hasta aquí he venido hablando de lengua y de las lenguas sin distinguir, como ya desde Saussure está mandado, entre el sistema o aparato de la lengua y el acto de producción en el discurso o la conversación de cada instante; hay que hacer notar ahora que no sólo hay una diferencia entre lo uno y lo otro (la diferencia entre lo estático y lo temporal), sino que puede hablarse de una contradicción entre ambas cosas.
De un lado, por ejemplo, el sistema de la lengua, lo depositado en la subconsciencia de los hablantes, es la instancia fundamental para el establecimiento y consolidación de los conceptos, de las ideas recibidas, de las ideas fijas, pero del otro, la práctica del lenguaje, aunque muchas veces se presente como destinada a confirmar ese establecimiento cuando se habla para demostrar la razón de ser de una idea previa o cuando se habla para llegar a una conclusión, sin embargo nos encontramos cada día con que esa producción lingüística de la conversación o del discurso también está haciendo la obra contraria de poner en tela de juicio, volver menos preciso y más dudoso, lo que antes parecía claro y fijo y así, hablando, muchas veces se desmoronan las ideas.
De aquí se desprende si queréis una cierta advertencia táctica y es que generalmente los militantes (al igual en esto que los hombres de Empresa y de Estado) se muestran angustiados por la separación entre la teoría (meras palabras que dicen ellos) y aquello a lo que llaman hasta praxis los teóricos de la praxis y, en consecuencia, exigen y se exigen que si se habla sea para llegar a conclusiones determinadas que, a su vez, se conviertan en acción. Pero si este proceso es bueno para las Empresas y los Estados no puede ser bueno para los que están en contra. A ellos desearía recordarles que las conclusiones, los conceptos, las ideas fijas son la muerte de la acción de las palabras, y que las palabras cuando se están produciendo temporalmente son también acción.
Puede que sea muy desconsolador no poder estar cierto de antemano de cuál es el destino al que esa práctica lingüística vaya a conducir, pero esa incertidumbre es probablemente aquella a la que están condenados los rebeldes, las gentes que no son nadie, y al mismo tiempo es la fuente de alguna confianza en que lo que produzca la acción de la lengua y las demás acciones no sea lo que ya estaba escrito.

Zamora, julio de 1978

1. Publicado en J.A. González Sainz e I. de Llorens (eds.), Porque nunca se sabe, Laia, Barcelona, 1985, pp. 229-232.


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2 de junio/El río (O.Paz) 




Hoy a las 18 en Taller Sol.

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Detenerse un instante, detener a mi sangre que va y viene, va y
viene y no dice nada,
sentado sobre mí mismo como el yoguín a la sombra de la higuera,
como Buda a la orilla del río, detener al instante,
un solo instante, sentado a la orilla del tiempo, borrar mi imagen
del río que habla dormido y no dice nada y me lleva consigo,
sentado a la orilla detener al río, abrir el instante, penetrar por
sus salas atónitas hasta su centro de agua,
beber en la fuente inagotable, ser la cascada de sílabas azules que
cae de los labios de piedra,
sentado a la orilla de la noche como Buda a la orilla de sí mismo
ser el parpadeo del instante,
el incendio y la destrucción y el nacimiento del instante y la respiración
de la noche fluyendo enorme a la orilla del tiempo,
decir lo que dice el río, larga palabra semejante a labios, larga
palabra que no acaba nunca,
decir lo que dice el tiempo en duras frases de piedra, en vastos
ademanes de mar cubriendo mundos.
A mitad del poema me sobrecoge siempre un gran desamparo,
todo me abandona,
no hay nadie a mi lado, ni siquiera esos ojos que desde atrás
contemplan lo que escribo,
no hay atrás ni adelante, la pluma se rebela, no hay comienzo ni
fin, tampoco hay muro que saltar,
es una explanada desierta el poema, lo dicho no está dicho, lo no
d icho es indecible,
terrazas devastadas, babilonias, un mar de sal negra, un
reino ciego,
No,
detenerme, callar, cerrar los ojos hasta que brote de mis párpados
una espiga, un surtidor de soles,
y el alfabeto ondule largamente bajo el viento del sueño y la
marea crezca en una ola y la ola rompa el dique,
esperar hasta que el papel se cubra de astros y sea el poema un
bosque de palabras enlazadas,
No, no tengo nada que decir, nadie tiene nada que decir, nada ni
nadie excepto la sangre,
nada sino este ir y venir de la sangre, este escribir sobre lo escrito
y repetir la misma palabra en mitad del poema,
silabas de tiempo, letras rotas, gotas de tinta, sangre que va y
viene y no dice nada y me lleva consigo.
Y digo mi rostro inclinado sobre el papel y alguien a mi lado escribe
mientras la sangre va y viene,
y la ciudad va y viene por su sangre, quiere decir algo, el tiempo
quiere decir algo, la noche quiere decir,
toda la noche el hombre quiere decir una sola palabra, decir al
fin su discurso hecho de piedras desmoronadas,
y aguzo el oído, quiero oír lo que dice el hombre, repetir lo que
dice la ciudad a la deriva,
toda la noche las piedras rotas se buscan a tientas en mi frente,
toda la noche pelea el agua contra la piedra,
las palabras contra la noche, la noche contra la noche, nada
ilumina el opaco combate,
el choque de las armas no arranca un relámpago a la piedra, una
chispa a la noche, nadie da tregua,
es un combate a muerte entre inmortales,
No, dar marcha atrás, parar el río de sangre, el río de tinta,
remontar la corriente y que la noche, vuelta sobre sí misma,
muestre sus entrañas,
que el agua muestre su corazón, racimo de espejos ahogados,
que el tiempo se cierre y sea su herida una cicatriz invisible,
apenas una delgada línea sobre la piel del mundo,
que las palabras depongan armas y sea el poema una sola palabra
entretejida,
y sea el alma el llano después del incendio, el pecho lunar de un
mar petrificado que no refleja nada
sino la extensión extendida, el espacio acostado sobre sí mismo,
las alas inmensas desplegadas,
y sea todo como la llama que se esculpe y se hiela en la roca de
entrañas transparentes,
duro fulgor resuelto ya en cristal y claridad pacífica.
Y el río remonta su curso, repliega sus velas, recoge sus imágenes
y se interna en sí mismo.

(El río -FRAGMENTO-, Octavio Paz, Ginebra, 1953).

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