lunes, mayo 02, 2016
Sobre la actual conflictividad social. Carta de Hans Niemeyer para el Día del Joven Combatiente h.n
Lunes 18 de abril de 2016
enviado al mal
Quisiera dar un saludo fraterno y
combativo, lleno de energía a todos y todas quienes, más allá de las distintas
visiones y diferencias ideológicas, reivindican la práctica y la memoria de la
resistencia en una conmemoración más del Día del Joven Combatiente.
Este día, que nació para
homenajear la vida y recordar el asesinato de los hermanos Vergara Toledo en
1985, fue tomando en el camino otras significaciones y enriqueciéndose con
nuevos contenidos. Fue expandiéndose como una jornada de lucha propia de la
juventud militante del rodriguismo, el mirismo, de lautarinos, cristianos de
base y de todos los jóvenes que enfrentaron con las armas y las piedras en la
mano a la dictadura de civiles y militares que refundaron el capitalismo
chileno, sirviéndose del terrorismo de Estado y luego de una transición pactada
con el objetivo de otorgarle legitimidad a los cambios estructurales que
perduran hasta el día de hoy.
La falsificación histórica más
burda ha venido de parte del discurso oficial de la clase política que pactó
con Pinochet, diciendo que «a la dictadura se le derrotó con un lápiz» en el
Plebiscito de 1988. La verdad sobre las fuerzas que estuvieron detrás esa
salida política, operada por la poderosa alianza entre clase política, el
Vaticano y Estados Unidos, es que fue para frustrar una salida insurreccional.
Ciertamente, esa salida política pactada jamás fue una derrota de los
militares.
Hace unos meses, durante una
velada, el propio ex senador del Partido Socialista, Carlos Ominami Pascual,
amenazó con dar a conocer las verdades de la transición y los entretelones
sucios del Poder. En una entrevista, reconoció que la famosa y sacrosanta
campaña del «No» fue financiada por Estados Unidos, quienes tenían clarísimo
que la parafernalia plebiscitaria y electolera, en un ejercicio de
gatopardismo, debía sacrificar al régimen para fortalecer el sistema. Y fue
exactamente lo que sucedió, convirtiendo a Chile en el mejor alumno del
continente y en el ejemplo de las políticas económico-sociales a seguir.
Fue contra este sistema y contra
esa salida pactada que entregaron lo mejor de sí, incluso hasta sus vidas, los
jóvenes que combatimos en las calles la dictadura de Pinochet en general, y los
jóvenes de las organizaciones político-militares en particular y de la que son
un buen ejemplo Eduardo y Rafael Vergara Toledo, Cecilia Magni Camino, Raúl
Pellegrín Friedman, Claudio Paredes Tapia, Ronald Wood y tantos más,
convirtiendo al Día del Joven Combatiente en una fecha propia de la juventud
rebelde y de la subversión que intentaba atravesarse en el itinerario de
poderosos y politicastros.
Hoy, sectores de la clase
política creen que la gobernabilidad a largo plazo depende de la introducción
de reformas que operen como válvula reguladora para evitar explosiones sociales
y una conflictividad más generalizada. Otros, sin embargo, apuestan por la
dureza y se aprestan a defender con uñas y dientes la obra de la transición,
despreciando a los movimientos sociales y caracterizándolos como expresión de
simples demandas por integrarse al sistema.
La vieja clase política de la
transición pactada pretende retomar las riendas y la conducción. Un buen
ejemplo son las palabras de Ricardo Lagos, espíritu y cuerpo del autoritarismo
socialdemócrata, quien intenta una beatificación en vida por lo obrado y que se
ofrece como garantía de gobernabilidad y orden, como expertos en el manejo del
aparato del Estado al servicio de la clase dirigente a la que pretenden seguir
rindiendo pleitesía y asegurando a Chile como uno de los países más injustos
del mundo, donde el 10% más rico se adueña de la tercera parte del producto,
donde la apatía, la amnesia, y la desmovilización les permitan seguir
administrando el sistema pese a la gravísima crisis de legitimidad y la
monumental imbricación del Estado-Capital, tal vez como en ninguna otra parte
del mundo, donde el gerente de una empresa se permite dictarle las leyes a un
senador. Con todo, la legitimidad del sistema de representación
política y la distribución del ingreso siguen siendo las dos fisuras estructurales
en el edificio de la dominación capitalista chilena.
Pero donde hay Poder, hay
resistencia. Y por el lado de la oposición al dominio capitalista, se van
adquiriendo distintas formas y la subversión resurge a través de otras
expresiones, distintas a la subversión chilena existente entre los años
1978-1994. Así, en la post-dictadura el ecologismo, las reivindicaciones de los
pueblos originarios —especialmente el mapuche—, las distintas expresiones
anarquistas, los pobladores sin casa, deudores habitacionales, pescadores,
comunidades en lucha contra empresas contaminantes o depredadoras de la
naturaleza, minorías sexuales, estudiantes, trabajadores subcontratados,
movimientos regionales contra el centralismo de Santiago y, en el futuro, los
inmigrantes y sus hijos, son y serán expresión de un anticapitalismo difuso,
sin dirección central, que ha sido el telón de fondo para nuevas generaciones
rebeldes y para una nueva subversión que ha sido multiforme, pero también
multifocal, donde la expresión anarquista ha estado presente, pero no tiene por
qué ser la única. Esos son riesgos de la visión que reduce la nueva subversión
a una «ofensiva ácrata».
En vez de eso, la nueva
subversión tiene su mayor potencialidad en sudimensión autónoma,
autoconvocante, en la pérdida de las referencialidades de vanguardia o
dirección, en sus características dúctiles, móviles, ágiles. Más parecida a un
pulsar, a una latencia; no a un movimiento que logre “interpretar” las
distintas expresiones de la conflictividad social y del anticapitalismo difuso,
sino que desde cualquier nodo en resistencia y antagonista a la dominación
puedan y sean una materialización de una práctica subversiva dislocada,
inabarcable e inasible. Esos han sido los derroteros que se han
recorrido desde los noventa hasta ahora.
En este sentido, la dinámica y la
práctica antagonista de la post-dictadura tiene a jóvenes que cayeron y que han
ido ampliando la significación de la juventud combatiente. Claudia López
Benaige, equivocadamente etiquetada como anarquista, militante de la
Coordinadora Revolucionaria del Pedagógico (CRP) y activa solidaria con los
presos políticos, que en una barricada de Avenida Grecia, en los noventa,
sostiene un lienzo al viento con una consigna que luego se multiplicaría:
Juventud combatiente, insurrección permanente. Claudia murió de un balazo
disparado por carabineros el 11 de septiembre de 1998 en la Población La
Pincoya. Varios más engrosaron la lista de los caídos luego de la muerte de
Claudia, siendo una demostración en sí misma de las dinámicas de conflicto que
han tenido lugar: Matías Catrileo Quezada, Álex Lemún Saavedra, Jonny Cariqueo
Yáñez, Jaime Mendoza Collío, Rodrigo Cisternas Fernández, Daniel Menco Prieto
(estudiante ariqueño muerto en 1999, un año después de Claudia), Mauricio
Morales Duarte, Manuel Gutiérrez Reinoso, Sebastián Oversluij Seguel, Jorge
Saldivia Espinoza y tantos más.
Quienes nos encontramos en
prisión, varios más que hace unos años, también nos reconocemos y somos parte
de ese nuevo torrente que obstinadamente dice que los caminos de la rebelión no
están cerrados y que la dominación capitalista es un régimen nefasto contra el
cual es necesario luchar.
¡Un homenaje a todos y todas nuestras caídas!
¡Juventud combatiente, insurrección permanente!
Hans Niemeyer Salinas Cárcel de Alta Seguridad
27 de marzo de 2016
Etiquetas: Hans, memories of you
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