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miércoles, septiembre 19, 2018

Ciudades (T. Heads) 


CIUDADES


X las Cabezas Parlantes (Byrne, Wymouth, Harrison, Frantz) , con Eno en los “tratamientos” (el tema aparece en el álbum: Miedo a la música, grabado en 1979 en la casa de Chris F. y Tina W., y editado por Sire el mismo año).

En vivo en Roma. El camarógrafo parece obsesionarse con mostrar a Tina Weymouth desde la posterioridad. 1980. ¿Aun un año de alegría colectiva? Aún faltan 4 para 1984.

Adrián Belew en la guitarra con tratamientos varios. Venía de trabajar con Zappa y King Crimson.
Acá vamos. Siguiendo con la serie canciones sobre ciudades (antes de eso vimos a The Ex con “soon all cities”, ¿se acuerdan?).

Piensen en Londres, una ciudad pequeña
Es oscura, oscura de día
La gente duerme, duerme de día
Si es que ellos quieren, si es que quieren
Estoy revisándolas
Me las estoy figurando
Hay cosas buenas y cosas malas
Encuentra una ciudad
Encuentra una ciudad para vivir
Hay un montón de ricachones en Birmingham
Un montón de fantasmas en un montón de casas
Mira ahí!...Una fábrica de hielo seco
Un buen lugar para pensar
Bajando El Paso las cosas se expanden un buen poco
La gente no tiene idea de en qué mundo está
Suben al Norte y bajan de regreso al Sur
Y todavía no tienen idea del mundo en que viven
Me olvidé de mencionar Memphis, olvidé mencionar a
Memphis
Hogar de Elvis y los antiguos griegos
Huelo algo? Huelo comida casera
Sólo es el río, sólo es el río.

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martes, septiembre 18, 2018

Las Rajitas contra Sally Oldfield 


Qué enorme placer se deben haber dado las Slits (o "Las Rajitas" como tradujo la TV española cuando "entrevistó" a Palmolive, su baterista de origen español que luego migró a las Raincoats) al poder decirle en su cara a Sally Oldfield (la hermana del aclamado pelotudo de las "Campanas Tubulares".....qué plasta, dios mio) lo que pensaban de ella y su lamentable papel en el espectáculo.

En verdad, como dijo Greil Marcus, el libro de la ex-guitarrista Viv Albertine, es no sólo uno de los mejores libros sobre el punk, sino que uno de los mejores libros en general con que uno se pueda topar en estos tiempos.

“Una de las muchas cosas en que estamos de acuerdo es en que odiamos los dobles raseros y a la gente falsa. Todas somos muy claras y contundentes a la hora de expresar nuestro rechazo frente a cualquier desdichado que se cruce en nuestro camino que no se tome la vida en serio.

Recuerdo una ocasión en que nos invitó la televisión holandesa y en el mismo programa participaba la hermana de Mike Oldfield, Sally. Acababa de sacar un sencillo (“Mirrors”). Sally llevaba un vestido de aire campesino o gitano y cantaba haciendo gorgoritos con voz entrecortada, como de niña pequeña. Cuando acabó nos acercamos a ella y le dijimos que nos parecía una mierda, que lo único que lograba era agravar los estereotipos y ser un ejemplo perjudicial para las mujeres, que tendría que meditar muy bien lo que estaba haciendo, la imagen que estaba proyectando y ser honesta consigo misma. Se echó a llorar. Nosotras hacemos ese tipo de cosas constantemente”

(Viv Albertine, Ropa, música, chicos. Capítulo 45, Ari Up). 

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miércoles, septiembre 12, 2018

Postales/Esperma 



-Dos postales del 11.

Villa Olímpica. Un sector de la comunidad recuerda el 11. Hay conversatorios, viejos compañeros que hablan de la experiencia de los cordones industriales, teatro, niños/as jugando en la cancha de fútbol. Se exhibe un documental sobre la Villa y las maneras en que sus vecinos/as apoyaron a personas perseguidas por el Terror estatal, y cómo algunas de ellas desaparecieron posteriormente en manos de la represión. En una pequeña feria de publicaciones están los Cuadernos de Negación, varios títulos de Pukayana, Anarquía & Comunismo. El acto termina hacia las 21, momento en que se asoman dos pacos en moto para provocar. Nadie los pesca mucho ni les invita un café.

Caminamos hacia el Estadio Nacional. El ambiente es totalmente distinto. Hay al menos dos escenarios con esa fea música sub-Illapu/Sol y Lluvia que tanto gusta a los izquierdistas culturales y que parece manifiestamente empobrecida comparada con los estándares de la Nueva Canción de los 60 y 70. Lo mismo su discurso, ¿no?

Uno de los nuestros dice: “no me gusta esto”. Otra señala: “me recuerda a Jesús y  los mercaderes del templo”. En efecto: hay puestos de venta de todo tipo de simbología izquierdista, banderas rojas e iconografía allendista junto al pesado olor de los sánguches de potito, pizzas, bebidas y hasta cerveza en lata.

Dado que vamos con un infante, queremos mostrarle la parte del Estadio que es un sitio de memoria, pero se hace casi imposible ingresar en medio de una marea humana que provoca un enorme calor ídem. Al final el infante se interesa más por los murciélagos que revolotean capturando polillas en los focos del Estadio.

Nos vamos.

En las paredes de afuera, miembros de un grupúsculo uniformados con pañuelos rojo y negro están rayando: “Por un 11 anti-imperialista”. Ayayay. O sea, luchando contra el imperialismo siempre se han apoyado distintos capitalismos nacionales y alianzas inter-clasistas. ¿Para qué? ¿No bastaría con una posición claramente anticapitalista (y por añadidura anti-imperialista, antifascista, etc.)?

La noche ya cayó, la gente se va bajo tierra, entrando al Metro nuevo.

Sensación  amarga.

El 11 como resistencia vs. el 11 como espectáculo.



-Bebiendo mi propia esperma. Alvaro Peña, 1977. 


Pálido sol...

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martes, septiembre 11, 2018

1973/2018: Heridas Abiertas 




Una década horrible, o el año 89 como un 68 al revés

(fragmento de un texto sobre Disturbio Menor)

Los 90 fueron una década horrible. No es que los 80 hayan sido hermosos en ningún caso, pero por lo menos a partir de 1983 había una fuerte resistencia en contra de la dictadura, y una generación completa de quinceañeros y veinteañeros se entregaba a la lucha como mejor podía. En medio de esa oscura y larga noche, a pesar de los efectos del Terror, lo menos se podría decir que nadie se sentía solo (como rezaba esa consigna radial, creo que desde radio Moscú, y que Esplendor Geométrico usa en su impresionantemente alienante e industrial tema “Chile al día”: ‘chileno, no estás solo’).

Quienes teníamos 2 años para el golpe militar, 12 años para su décimo aniversario -con Constitución del 80 “aprobada” y crisis económica, que es cuando empezaron las protestas-, y 19 cuando Pinochet le entregó la cinta tricolor a Aylwin, cumplimos la mayoría de edad de una vida vivida casi completamente en dictadura, en medio de una contradicción fundamental: por un lado teníamos el recuerdo directo y hasta eufórico de los años combativos, pero vivíamos un presente en que el grueso de los ciudadanos, casi el 100% de los antiguos opositores cacerola en mano pocos años antes, se habían ido para la casa, a seguir trabajando y pagando las deudas, dejando la añorada “Democracia” -o lo que de ella se había alcanzado a “recuperar”- en manos de los profesionales.

La cruel ironía de que el “Pato” Aylwin, uno de los golpistas más destacados del 73 haya sido el primer presidente democráticamente elegido después de una larga pausa de 17 años era para llorar. Por lo demás, Pinochet nunca se fue del todo, siguió al mando del Ejército, para posteriormente y antes de su malogrado viaje a Londres en 1998, transformarse en Senador vitalicio. Los demócratas más entusiastas canturreaban alegremente el 6 de octubre en 1988, cuando el peligro parecía conjurado: “Lo cagamos con un lápiz”. Millones celebraban y abrazaban pacos, pero unos cuantos miles no teníamos nada que celebrar. Varios de nuestros compañeros estaban presos. Mientras la continuidad de la dominación capitalista recobraba su fachada institucional democrática, la sangre aún no paraba de correr. (Quienes celebran ahora los 30 años del “No” diciendo que el “triunfo” fue de quienes creían en los métodos democráticos y no de los que apostaban a la rebelión, pisotean la memoria de toda una generación que se sacrificó en esa lucha, y practican el peor de los negacionismos. Además ocultan algo que a estas alturas es claro: a la dictadura no se le “derrotó” en el plebiscito, sino que sus opositores se unieron a ella transformándola en la democracia policial que tenemos hoy).

En los 90 ya no teníamos a Reagan, Thatcher y Pinochet a la cabeza de la dominación, pero acá abajo en el continente teníamos a Frei II, Fujimori y Menem. Sólo en Chiapas parecía haber una rebelión, prontamente recuperada y neutralizada en una simpática “moda zapatista”.

En el país, los socialistas (aka “socios-listos”) se unificaron…algo impensable pocos años antes, cuando había una veintena de facciones de PS para todos los gustos incluyendo pro-rusos, pro-cubanos, “comanches”, “unitarios”, “allendistas”, y hasta el indisimuladamente pinochetista “PS chileno”, crearon un aparato instrumental (el Partido Por la Democracia, supuestamente provisorio pero como todo buen negocio sigue ahí vivito y coleando en el charco de la política profesional), se aliaron con los Demócrata-Cristianos, y junto con RN y la UDI (¿alguien se acuerda de Avanzada Nacional? Era la derecha más fascista y sanguinolenta, y llevaron a Alvaro Corbalán de candidato en las primeras elecciones que hubo. Es la tendencia que hoy en día reflota con KKKast y sectas social-patriotas) se dedicaron a adoptar todo tipo de acuerdos para seguir transitando juntos de ahí adelante los senderos del progreso, acuerdos que como la reforma constitucional de 1989 salvaron en lo esencial el modelo neoliberal, con leves ajustes, con su Constitución y Ley Antiterrorista incluida, y para qué hablar de la legislación laboral. 

Los “comunistas” de partido, adaptándose a duras penas al fracaso de su “rebelión popular” y la caída del Capitalismo oriental de Estado, llamaban a su vez a no hacer olitas, y en contra todos los “ultrones” descontentos con la salida electoral -que aún abundaban pero iban en caída libre-, se invocaba el cuco del posible retorno de los milicos, para justificar no hacer una oposición de izquierda a un Gobierno concertacionista aún con pánico escénico frente a maniobras tales como los “ejercicios de enlace”, la versión chilensis de los “carapintadas”, que amenazaban con vulnerar a la joven y miedosa democracia.

Al FPMR (Autónomo), MIR y MAPU Lautaro se les persiguió, encarceló y asesinó. El aparato represivo seguía siendo el mismo (tal como no hubo que cambiar ninguna ley ni muchos mandos medios para maximizar la represión en 1973, que ya había ensayado en 1971 con la masacre de la Vanguardia Organizada del Pueblo, operación de exterminio encargada a Pinochet en coordinación con destacados cuadros de la UP), y cuando la joven y temerosa mierdocracia acudió de nuevo al crimen de Estado… todo el Estado se cuadró con ella y hasta la felicitó.

Basta con considerar entre esos eventos de la guerra sucia conducida por la Concertación y su siniestra “Oficina” la Masacre del Faro de Apoquindo, cuando persiguiendo a lautaristas la policía uniformada acribilló una micro entera, suceso al que según entiendo se refieren los Fiskales Ad Hok (un nombre bastante ochentero) en su canción “Eugenia”; el asesinato de Ariel Antonioletti, impulsado por un importante cuadro del PS; la ejecución televisada de los frentistas Alex Muñoz y Fabián López, en las cercanías de Diagonal Oriente, a la que se refieren los Políticos Muertos (excelente concepto pues no distingue si se trata de políticos de derecha o de izquierda) en “Tarde de perros”. Esos crímenes de Estado no eran muy diferentes a ejecuciones como la de Marcelo Barrios -el más carismático de los líderes juveniles socialistas de mi Liceo en Punta Arenas, acribillado con a lo menos 140 balazos en los cerros de Valparaíso poco después de cumplir 21 años-, y la de Jécar Neghme con 21 tiros en la cabeza en pleno centro de Santiago, ambas ocurridas en los últimos meses de la dictadura el año 89: el 68 al revés. A diferencia de los 70 y 80, en que los crímenes de estado generaban al menos la indignación pasiva de la izquierda y gran parte de la población, ahora la reacción oficial era una sola, uniendo a las antiguas derecha e izquierda en su aprobación y en medio de la indiferencia social general.

Esas canciones que acabo de referir son referentes importantes, pues revelan que en esos años los trovadores del Canto Nuevo ya eran una mera curiosidad, un mero folclorismo de una era previa, y fueron bandas de rock/punk quienes empezaron a plasmar la nueva realidad en canciones. La policía también se dio cuenta del cambio, y a partir de las protestas masivas con alta presencia punk rocker con motivo del Quinto Centenario, en 1992, ya se concentraban en golpear y detener a quienes expresaban esta nueva estética, dejando en paz a los chascones con morrales e indumentaria propia de los artesas de la década anterior. En 1993 fue aún más simple para la policía: siguiendo a un contundente grupo de alrededor de 50 jóvenes con estética punk, que frente al Círculo español practicó el vandalismo comparado con gran energía y poder de destrucción, logró rápidamente detener a más de la mitad de ello, incluyendo a la mitad de lo que luego pasaría a ser Disturbio Menor.

Una pequeña aldea poblada por irreductibles adolescentes no se sumó jamás a esa comparsa democrática, y siguió reivindicando lo mejor de la generación de los 80, pero ya sin ninguna ilusión en los partidos de izquierda, en ninguna “toma del poder”, y tampoco en el modelo de los llamados “socialismos reales” (en realidad, capitalismos estatales con bandera roja) que por esos años se fueron a la mierda junto con el Muro de Berlín (¿alguien se acuerda? Roger Waters celebró el hecho junto a Scorpions, Cindy Lauper, Bryan Adams y varios millonarios más).

Y cuando esa franja juvenil creía que no tenía nada, de repente se dio cuenta de que tenía lo que en verdad importaba: su independencia mental, su resistencia consciente a un cada vez más amplio y complejo sistema de dominación, y que  entre la actividad de todos se iba armando un ingrediente social y cultural nuevo que pasaba a definir y unificar ese estado mental. A ese algo lo conocimos a partir de cierto momento como PUNK. (Y creo que en tanto ideario práctico está muy bien representado en el texto de la canción “No soy cómplice”, que era toda una declaración de principios en la línea de que lo personal es político y viceversa).


(DM 2018).

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viernes, septiembre 07, 2018

Servando Huanca y la rebelión (otro fragmento de "El Tungsteno" de César Vallejo)/Colectivo No, "Mar de Jeruzalem" 

-Nuevo artefacto del Colectivo No. Creo recordar que esto se grabó para el lanzamiento de un libro del Moro Maxwell, durante un caluroso viernes del verano pasado. Abundaban las latas de cerveza. Y el ruido.



-Otro fragmento de El Tungsteno (C. Vallejo):


¿Quién era, pues, ese hombre?

Era Servando Huanca, el herrero. Nacido en las montañas del Norte, a las orillas del Marañón, vivía en Colca desde hacía unos dos años solamente. Una  singular existencia llevaba. Ni mujer ni parientes. Ni diversiones ni muchos amigos. Solitario más bien, se encerraba todo el tiempo en torno a su forja, cocinándose él mismo. Era un tipo de indio puro: salientes pómulos, cobrizo, ojos pequeños, hundidos y brillantes, pelo lacio y negro, talla mediana y una expresión recogida y casi taciturna. Tenía unos treinta años. Fue uno de los primeros entre los curiosos que habían rodeado a los gendarmes y los yanacones. Fue el primero asimismo que gritó a favor de estos últimos ante la Subprefectura. Los demás habían tenido miedo de intervenir contra ese abuso. Servando Huanca los alentó, haciéndose él guía y animador del movimiento.

Otras veces ya, cuando vivió en el valle azucarero de Chicama, trabajando como mecánico, fue testigo y actor de parecidas jornadas del pueblo contra los crímenes de los mandones. Estos antecedentes y una dura experiencia que, como obrero, había recogido en los diversos centros industriales por los que, para ganarse la vida, hubo pasado, encendieron en él un dolor y una cólera crecientes contra la injusticia de los hombres. Huanca sentía que en ese dolor y en esa cólera no entraban sus intereses personales sino en poca medida.

Personalmente, él, Huanca, había sufrido muy raras veces los abusos de los de arriba. En cambio, los que él vio cometerse diariamente contra otros trabajadores y otros indios miserables, fueron inauditos e innumerables. Servando Huanca se dolía, pues, y rabiaba, más por solidaridad o, si se quiere, por humanidad, contra los mandones -autoridades o patrones- que por causa propia y personal. También se dio cuenta de esta esencia solidaria y colectiva de su dolor contra la injusticia, por haberla descubierto también en los otros trabajadores cuando se trataba de abusos y delitos perpetrados en la persona de los demás. Por último, Servando Huanca llegó a unirse algunas veces con sus compañeros de trabajo y de dolor, en pequeñas asociaciones o sindicatos rudimentarios, y allí le dieron periódicos y folletos en que leyó tópicos y cuestiones relacionadas con esa injusticia que él conocía y con los modos que deben emplear los que la sufren, para luchar contra ella y hacerla desaparecer del mundo. 

Era un convencido de que había que protestar siempre y con energía contra la injusticia, dondequiera que esta se manifieste. Desde entonces, su espíritu, reconcentrado y herido, rumiaba día y noche estas ideas y esta voluntad de rebelión.

¿Poseía ya Servando Huanca una conciencia clasista? ¿Se daba cuenta de ello? Su sola táctica de lucha se reducía a dos cosas muy simples: unión de los que sufren las injusticias sociales y acción práctica de masas.

—¿Quién es usted? -le preguntó enfadado el subprefecto Luna a Huanca, al verle entrar a su despacho, introducido por el alcalde Parga.
—Es el herrero Huanca -respondió Parga, calmando al subprefecto-.
¡Déjelo! ¡Déjelo! ¡No importa! Quiere ver a los conscriptos, que dice que están muertos, y que es un abuso...

Luna le interrumpió, dirigiéndose, exasperado, a Huanca:
—¡Qué abuso ni abuso, miserable! ¡Cholo bruto! ¡Fuera de aquí!
—¡No importa, señor subprefecto! -volvió a interceder el alcalde-. ¡Déjelo! ¡Le ruego que le deje! ¡Quiere ver lo que tienen los conscriptos! ¡Que los vea! ¡Ahí están! ¡Que los vea!
—¡Sí, señor subprefecto! -añadió con serenidad el herrero-. ¡El pueblo lo pide! Yo vengo enviado por la gente que está afuera. El médico Riaño, tocado en su liberalismo, intervino:
—Muy bien -dijo a Huanca ceremoniosamente-. Está usted en su derecho, desde que el pueblo lo pide. ¡Señor subprefecto! -dijo, volviéndose a Luna en tono protocolar-. Yo creo que este hombre puede seguir aquí. No nos incomoda de ninguna manera. La sesión de la Junta Conscriptora puede, a mi juicio, continuar. Vamos a examinar el caso de estos "enrolados"...
—Así me parece -dijo el alcalde-. Vamos, señor subprefecto, ganando tiempo. Yo tengo que hacer...
El subprefecto meditó un instante y volvió a mirar al juez y al gamonal Iglesias, y, luego, asintió.
—Bueno -dijo-. La sesión de la Junta Conscriptora Militar continúa.

Cada cual volvió a ocupar su puesto. A un extremo del despacho, estaban Isidoro Yépez y Braulio Conchucos, escoltados por dos gendarmes y sujetos siempre de la cintura por un lazo. Los dos gendarmes mostraban una lividez mortal. Miraban con ojos lejanos y con una indiferencia calofriante y vecina de la muerte, cuanto sucedía en torno de ellos. Braulio Conchucos estaba muyagotado. Respiraba con dificultad. Sus miembros le temblaban. La cabeza se le doblaba como la de un moribundo. Por momentos se desplomaba, y habría caído, de no estar sostenido casi en peso por el guardia.

Junto a los yanacones se pasó Servando Huanca, el sombrero en la mano, conmovido, pero firme y tranquilo.

Al sentarse todos los miembros de la Junta Conscriptora Militar, llegó de la plaza un vocerío ensordecedor. El cordón de gendarmes, apostado a la puerta, respondió a la multitud con una tempestad de insultos y amenazas. El sargento saltó a la vereda y esgrimió su espada con todas sus fuerzas sobre las primeras filas de la muchedumbre.

—¡Carajo! -aullaba de rabia-. ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Atrás!
El subprefecto Luna ordenó en un gruñido:
—¡Sargento! ¡Imponga usted el orden, cueste lo que cueste! ¡Yo se lo autorizo!...

Un largo sollozo estalló a la puerta. Eran las tres indias, abuela, madre y hermana de Isidoro Yépez, que pedían de rodillas, con las manos juntas, se les dejase entrar. Los gendarmes las rechazaban con los pies y las culatas de sus rifles.

El subprefecto Luna, que presidía la sesión, dijo:
—Y bien, señores. Como ustedes ven, la fuerza acaba de traer a dos "enrolados" de Guacapongo. Vamos, pues, a proceder, conforme a la ley, a examinar el caso de estos hombres, a fin de declararlos expeditos para marchar a la capital del departamento, en el próximo contingente de sangre de la provincia. En primer lugar, lea usted, señor secretario, lo que dice la Ley de Servicio Militar Obligatorio, acerca de los "enrolados'. El secretario Boado leyó en un folleto verde:

"Título Cuarto.- De los enrolados. -Artículo 46: Los peruanos comprendidos entre la edad de diecinueve y veintidós años, y que no cumpliesen el deber de inscribirse en el registro del Servicio Militar Obligatorio de la zona respectiva, serán considerados como "enrolados".
-Artículo 47: Los "enrolados" serán perseguidos y obligados por la fuerza a prestar su servicio militar, inmediatamente de ser capturados y sin que puedan interponer o hacer valer ninguno de los derechos, excepciones o circunstancias atenuantes acordadas a los conscriptos en general y contenidas en el artículo 29, título segundo de esta Ley. -Artículo 48:...".

—Basta -interrumpió con énfasis el juez Ortega-. Yo opino que es inútil la lectura del resto de la Ley, puesto que todos los señores miembros de la Junta la conocen perfectamente. Pido al señor secretario abra el registro militar, a fin de ver si allí figuran los nombres de estos hombres.
—Un momento, doctor Ortega -argumentó el alcalde Parga-. Convendrá saber antes la edad de los "enrolados".
—Sí -asintió el subprefecto-. A ver... -añadió, dirigiéndose paternalmente a Isidoro Yépez-. ¿Cuántos años tienes tú? ¿Cómo te llamas, en primer lugar?

Isidoro Yépez pareció volver de un sueño, y respondió con voz débil y amedrentada:
—Me llamo Isidoro Yépez, taita.
—¿Cuántos años tienes?
—Yo no sé, pues, taita. Veinte o veinticuatro, quién sabe, taita...
—¿Cómo "no sé"? ¿Qué es eso de "no sé"? ¡Vamos! ¿Di, cuántos años tienes? ¡Habla! ¡Di la verdad!
—No lo sabe ni él mismo -dijo con piedad y asqueado el doctor Riaño-. Son unos ignorantes. No insista usted, señor subprefecto.
—Bueno -continuó Luna, dirigiéndose a Yépez-. ¿Estás inscrito en el Registro Militar?

El yanacón abrió más los ojos, tratando de comprender lo que le decía Luna, y respondió maquinalmente:
—Escriptu, pues, taita, en tus escritus.

El subprefecto renovó su pregunta, golpeando la voz:
—¡Animal! ¿No entiendes lo que te digo? Dime si estás inscrito en el Registro Militar.

Entonces Servando Huanca intervino:
—¡Señores! -dijo el herrero con calma y energía-. Este hombre (se refería a Yépez) es un pobre indígena ignorante. Ustedes están viéndolo. Es un analfabeto. Un inconsciente. Un desgraciado. Ignora cuántos años tiene. Ignora si está o no inscrito en el Registro Militar. Ignora todo, todo. ¿Cómo, pues, se le va a tomar como "enrolado", cuando nadie le ha dicho nunca que debía inscribirse, ni tiene noticia de nada, ni sabe lo que es registro ni servicio militar obligatorio, ni patria, ni Estado, ni Gobierno?...

—¡Silencio! -gritó colérico el juez Ortega, interrumpiendo a Huanca y poniéndose de pie violentamente-. ¡Basta de tolerancias!

En ese momento, Braulio Conchucos estiró el cuerpo y, tras de unas convulsiones y de un breve colapso, súbitamente se quedó inmóvil en los brazos del gendarme. El doctor Riaño acudió, le animó ligeramente y dijo con un gran desparpajo profesional:

—Está muerto. Está muerto.

Braulio Conchucos cayó lentamente al suelo.

Servando Huanca dio entonces un salto a la calle entre los gendarmes, lanzando gritos salvajes, roncos de ira, sobre la multitud:
—¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Lo han matado los soldados! ¡Abajo el subprefecto! ¡Abajo las autoridades! ¡Viva el pueblo! ¡Viva el pueblo!

Un espasmo de unánime ira atravesó de golpe a la muchedumbre.
—¡Abajo los asesinos! ¡Mueran los criminales! -aullaba el pueblo-. ¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Un muerto!
La confusión, el espanto y la refriega fueron instantáneos. Un choque inmenso se produjo entre el pueblo y la gendarmería. Se oyó claramente la voz del subprefecto, que ordenaba a los gendarmes:
—¡Fuego! ¡Sargento! ¡Fuego! ¡Fuego!...

La descarga de fusilería sobre el pueblo fue cerrada, larga, encarnizada. El pueblo, desarmado y sorprendido, contestó y se defendió a pedradas e invadió el despacho de la Subprefectura. La mayoría huyó, despavorida. Aquí y allí cayeron muchos muertos y heridos. Una gran polvareda se produjo. El cierre de las puertas fue instantáneo. Luego, la descarga se hizo rala, y luego, más espaciada.

Todo no duró sino unos cuantos segundos. Al fin de la borrasca, los gendarmes quedaron dueños de la ciudad. Recorrían enfurecidos la plaza, echando siempre bala al azar. Aparte de ellos, la plaza quedó abandonada y como un desierto. Solo la sembraban de trecho en trecho los heridos y los cadáveres. Bajo el radiante y alegre sol de mediodía, el aire de Colca, diáfano y azul, se saturó de sangre y de tragedia. Unos gallinazos revolotearon sobre el techo de la Iglesia.

El médico Riaño y el gamonal Iglesias salieron de una bodega de licores.

Poco a poco fue poblándose de nuevo la plaza de curiosos. José Marino buscaba a su hermano angustiosamente. Otros indagaban por la suerte de distintas personas. Se preguntó con ansiedad por el subprefecto, por el juez y por el alcalde. Un instante después, los tres, Luna, Ortega y Parga, surgían entre la multitud. Las puertas de las casas y las tiendas volvieron a abrirse. Un murmullo doloroso llenaba la plaza. En torno a cada herido y a cada cadáver se formó un tumulto. Aunque el choque había ya terminado, los gendarmes y, señaladamente, el sargento, seguían disparando sus rifles. Autoridades y soldados se mostraban poseídos de una ira desenfrenada y furiosa, dando voces y gritos vengativos. De entre la multitud, se destacaban algunos comerciantes, pequeños propietarios, artesanos, funcionarios y gamonales –el viejo Iglesias a la cabeza de estos-, y se dirigían al sub-prefecto y demás autoridades, protestando en voz alta contra el levantamiento del populacho y ofreciéndoles una adhesión y un apoyo decididos e incondicionales para restablecer el orden público.

—Han sido los indios, de puro brutos, de puro salvajes –exclamaba indignada la pequeña burguesía de Colca.
—Pero alguien los ha empujado -replicaban otros-. La plebe es estúpida, y no se mueve nunca por sí sola.

El subprefecto dispuso que se recogiese a los muertos y a los heridos y que se formase inmediatamente una guardia urbana nacional de todos los ciudadanos conscientes de sus deberes cívicos, a fin de recorrer la población en compañía de la fuerza armada y restablecer las garantías ciudadanas. Así fue. A la cabeza de este doble ejército iban el subprefecto Luna, el alcalde Parga, el juez Ortega, el médico Riaño, el hacendado Iglesias, los hermanos Marino, el secretario subprefectural Boado, el párroco Velarde, los jueces de paz, el preceptor, los concejales, el gobernador y el sargento de la gendarmería.

En esta incursión por todas las calles y arrabales de Colca, la gendarmería realizó numerosos prisioneros de hombres y mujeres del pueblo. El subprefecto y su comitiva penetraban en las viviendas populares, de grado o a la fuerza, y, según los casos, apresaban a quienes se suponía haber participado, en tal o cual forma, en el levantamiento. Las autoridades y la pequeña burguesía hacían responsable de lo sucedido al bajo pueblo, es decir, a los indios. Una represión feroz e implacable se inició contra las clases populares.

Además de los gendarmes, se armó de rifles y carabinas un considerable sector de ciudadanos y, en general, todos los acompañantes del subprefecto llevaban, con razón o sin ella, sus revólveres. De esta manera, ningún indio sindicado en el levantamiento pudo escapar al castigo. Se desfondaba de un culatazo una puerta, cuyos habitantes huían despavoridos. Los buscaban y perseguían entonces revólver en mano, por los techos, bajo las barbacoas y cuyeros, en los terrados, bajo los albañales. Los alcanzaban, al fin, muertos o vivos. Desde la una de la tarde, en que se produjo el tiroteo, hasta media noche, se siguió disparando sobre el pueblo sin cesar. Los más encarnizados en la represión fueron el juez Ortega y el cura Velarde.

—Aquí, señor subprefecto -rezongaba rencorosamente el párroco-; aquí no cabe sino mano de hierro. Si usted no lo hace así, la indiada puede volver a reunirse esta noche y apoderarse de Colca, saqueando, robando, matando...

A las doce de la noche, el Estado Mayor de la guardia urbana, y a la cabeza de él el subprefecto Luna, estaba concentrado en los salones del Concejo Municipal. Después de un cambio de ideas entre los principales personajes allí reunidos, se acordó comunicar por telégrafo lo sucedido a la Prefectura del Departamento. El comunicado fue así concebido y redactado: "Prefecto. Cusco.- Hoy una tarde, durante sesión Junta Conscriptora Militar provincia, fue asaltada bala y piedras Subprefectura por populacho amotinado y armado. Gendarmería restableció orden respetando vida intereses ciudadanos. Doce muertos y dieciocho heridos y dos gendarmes con lesiones graves. Investigo causas y fines asonada. Acompáñanme todas clases sociales, autoridades, pueblo entero. Tranquilidad completa. Comunicaré resultado investigaciones proceso judicial sanción y castigo responsables triste acontecimiento. Pormenores correo. (Firmado). Subprefecto Luna".

Después, el alcalde Parga ofreció una copa de coñac a los circunstantes, pronunciando un breve discurso.

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