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lunes, noviembre 14, 2005

Come and Feel the Noise 


un mal disco que se disfruta bastante si es que opera el factor nostalgia




Hace muchos años, cuando solo poseía un par de cassettes que hablaban más del gusto de mis familiares que del mío propio (Los Jaivas, Congreso, ¡Focus!),ocurrió que, tras visitar a ex-vecinos en el norte del país, uno de ellos dejó olvidado en nuestro auto una cinta que compilaba bastantes temas aparentemente de moda, pero, lamentablemente, sin información alguna sobre temas e intérpretes. Era el verano que daba inicio a 1983. En nuestra ciudad, Punta Arenas, la gente se atrevía por ver primera a insultar masivamente a Pinochet en su cara, en la Plaza de Armas, y poco después iban a empezar las protestas nacionales que nos enseñaron que quienes deseábamos el fin de esa dictadura de mierda no éramos tan pocos, e íbamos perdiendo el miedo, para pasar a la acción. De a poco las canciones aquellas me empezaron a gustar, y muy lentamente empecé a identificar el contenido, gracias a la atenta observación de Magnetoscopio Musical. Parte del Blizzard of Ozz (Ozzy Osbourne), varios temas del British Steel (Judas Priest), Quiet Riot, y hasta una canción en vivo de Ted Nugent, empezaron a decorar mis tardes al regresar de la escuela. Era el glorioso Heavy Metal que llegó a las vidas de muchos adolescentes en esa época, haciéndonos partícipes de una emoción que no se conocía por estos lados antes de eso, y que nos dejaba a varios en una situación cultural muy extraña: izquierdistas escuchando música "imperialista", que era lo que se solía decir en algunos ambientes. Mis notas, que era muy buenas en general, bajaron un poco, y me desinteresé gradual pero definitivamente de la flauta traversa, instrumento que estudiaba atentamente con sesiones de dos veces por semana, impartidas por un profesor evangélico que luego estuvo preso acusado por abusos sexuales contra una alumna de piano. Recuerdo como si fuera ayer el fenómeno consistente en enamorarse de un disco antes de tener posibilidad de escucharlo, por la vía de contemplarlo en las vitrinas de las dos o tres disquerías que había en esa ciudad: Restless and Wild, de Accept, y Killers de Iron Maiden. Recuerdo también que en el programa musical mencionado había una buena cobertura del Heavy Metal contemporáneo (lo cual confirmaba, según los entusiastas del "llanto nuevo", que era música alienante). Rotaron algunos domingos videos tan clásicos como "The number of the beast" y "The trooper" de Iron Maiden, "Freewheel burning" de Judas Priest, "Balls to the Wall" de Accept, y muchas joyas más que causaban una emoción en todo el cuerpo, pues no era únicamente una cuestión auditiva, aunque entrara por el oído. Sin embargo, recuerdo la gran sabiduría de los consejos que me dio un tío comunista que después se cambió de sexo y pasó de llamarse Lorenzo a llamarse Bárbara: "puedes tomar el heavy metal como un dulce envenenado: la idea es que puedas disfrutar el sabor evitando el veneno"). Pero dicen que pequeñas dosis de veneno te pueden ir inmunizando de a poco, hasta el punto en que tu tolerancia crece y ya no te hace daño alguno. Eso necesité. Cada vez más ruido, cada vez sonidos más extraños. Abandoné de a poco el metal luego que de que el speed metal y el thrash ya me sonaban siempre igual. Además, no abundaba la inteligencia entre los pocos amantes del género que fui encontrando. Y muchos de ellos era apolíticos de aquellos que tienden a simpatizar con ideas nacionalistas, sexistas y hasta racistas. Pero eran gente divertida. En el fondo, el metal era el refugio de los pernos. Uno de ellos, tal vez el más fanático, apareció un día en el colegio con parches en los oídos: estando solo en su casa quiso escuchar el solo de bajo de Cliff Burton en "Kill´em All", "Anesthesia (pulling teeth)", ocupando los parlantes del equipo de su padre como personal stereo. Iba todo bien hasta que empezaron los otros instrumentos dando inicio a "Wiplash": el resultado, reventón de los tímpanos...."pero valió la pena", decía, con la cara transformada en una rememoranza del éxtasis sónico. De alguna forma, dábamos miedo, o por lo menos, éramos motivo de preocupación. Una vez el profesor de flauta me manifestó su preocupación por el hecho de que el tipo de música que yo estaba escuchando era "satánica": me entregó un set de recortes de prensa donde se explicaba el problema, y se hablaba de ciertas bandas, álbums y canciones en particular. Dicho set fue intensamente fotocopiado por los amigotes, que procuraban por todos los medios posibles conseguir esas bandas, esos álbums, esas canciones. Y lo lográbamos, de a poco. Mi mesada en 1983/84 era de 500 pesos. Los cassettes costaban 600. Tras solicitar 100 pesos adicionales a mi madre pude comprar mi primer cassette, que hasta el día de hoy me sé de memoria: "Asesinos", de Iron Maiden (en esa época la industria discográfica nacional traducía títulos de álbums y de canciones)(un detalle interesante que acabo de recordar es que una de las coberturas de la CNI a la hora de aterrorizar gente era el ACHA ?acción chilena anticomunista- que en sus panfletos utilizó la imagen de esa carátula). Esa cinta sonaba a lo menos 4 o 5 veces por tarde, y con ella aprendí que tocar el bajo en las cuerdas graves de la guitarra acústica que había en casa (y que nunca me había atrevido a tocar) era bastante fácil. Después, recuerdo la despedida. Con los amigos de la Juventud Socialista, celebrando el fin de año en 1985. Muchos de ellos se irían a estudiar a Universidades del "Norte" (desde allá, hasta Chiloé es señalado como "el norte"), y yo, que estaba terminando 2º medio, me vendría a Santiago. No quería. Bebimos no poco alcohol, que incluía mucha piscola y navegado, en casa de no recuerdo quien, y se escuchaba insistentemente una canción de metal en español: "Te visitará la muerte", de Obus. Las protestas se habían incrementado. Cliff Burton murió, y Metallica ya nunca fue lo mismo.Durante el breve lapso de tiempo en que creí en Dios, rezaba para que no mataran tanta gente los milicos. Hubo protestas nacionales de dos días en que murieron casi 40 personas. Jarpa de ministro del interior, y milicos, no pacos, en las calles. La policía no era tan dura en esa ciudad porque tenía poca infraestructura antimotines. Pero había mucho milico, mucho fascista. Uno de ellos se mató por error poniendo una bomba en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, considerada de curas rojos, por estar instalada en el corazón de la Población 18 de septiembre, la más brava en las jornadas de protesta. "Te visitará la muerte", decía Obús. Y así fue en el "año decisivo" y años posteriores, para algunos. Marcelo Barrios estaba en esa fiesta. Se rió mucho de los brindis que yo hacía homenajeando a una chica que me había gustado en los 70, cuando yo vivía en La Serena. Después, alguien vomitó el auto en que nos trasladaban a nuestros respectivos domicilios dejándonos vomitados a todos los presentes. Al otro día sentí por primer vez en mi vida la caña. Volví a ver a Marcelo en 1989, en las calles de Valparaíso. Nos abrazamos, hablamos poco, pero con gran alegría y afecto, y quedé de juntarme con él cuando volviera a ir al puerto. Poco después, el día que mataron a Jécar Nehgme en la calle Bulnes, de varios balazos en la cabeza, mientras él salía del local del MIR hacia su casa, en medio de los fuertes combates rabiosos contra los pacos luego de conocerse la noticia, escuché que alguien había muerto en Valparaíso. Un frentista de Punta Arenas, llamado Marcelo. Me costó un par de horas comprobar que era él. En algún punto, no sé bien como explicar esto, pero...en algún punto, estoy todavía saludándolo en la calle, pero la historia cambia. No me voy con mis amigos trotskistas porteños, me quedo con él, hablamos mucho, bebemos unas cervezas. Y...después de eso, los acontecimientos cambian. Se afecta toda la cadena de eventos, y él no muere en ese cerro, en su casa, asesinado por una gran tropa de hijos de puta que luego de acribillarlo lo dinamitaron para que la prensa planteara que Marcelo se había suicidado para no entregarse. En todo caso, él no se ha ido. Creo que en las vidas de todos los que lo conocimos Marcelo permanece sonriendo, siempre, y todavía sigue sin miedo a nada. Bueno. Quería hablar del heavy metal. Y ahora ya no sé que mierda decir para poder cerrar esto.

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