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jueves, mayo 26, 2022

Revoluciones y contrarrevoluciones / Registros del 19 y 21 de octubre de 2019 

 


“Revuelta, insurrección, levantamiento, huelga general, rebelión, protesta, y muchas otras nociones por el estilo, constituyen un marco conceptual amplio, y no necesariamente ajeno a contradicciones, en el que es posible atisbar una relación no convencional con el tiempo histórico. Es como si cada una de estas nociones quisiera nombrar un momento de alteración de la concepción lineal y espacializada del tiempo, favoreciendo una experiencia no convencional de la historia y del ser en común” (Sergio Villalobos-Ruminott, Mito, destrucción y revuelta: Notas sobre Furio Jesi).

Excede los límites de este texto referirse en detalle al origen, usos y pertinencia actual de conceptos tales como Reforma, Revolución, Reacción, Contrarrevolución…lo cual es absolutamente indispensable y por eso mismo no lo enseñan en ninguna escuela. Por de pronto sólo diré que según la Real Academia de la lengua Española (RAE), el concepto de revolución es bastante más amplio y dinámico que los modelos francés y ruso que han impactado profundamente nuestra época: su primera acepción casi lo hace sinónimo de “revuelta”, al señalar que es la “acción y efecto de revolver o revolverse”. Luego, la define como “sublevación o levantamiento popular”, y en otra acepción como un “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”.

Aristóteles dedicó el libro V de su Politeia a las revoluciones, tratando en detalle “de donde proceden, su naturaleza y número, qué elementos son corruptores de las politeias, cuál es el paso natural de un régimen a otro” (1). Para él, en todas partes las revoluciones tienen por causa una desigualdad, y “siempre la búsqueda de la igualdad despierta rebelión”. A pesar de los rasgos comunes de revoluciones, rebeliones y revueltas (que el menos en la traducción que tengo a mano aparecen usadas indistintamente, como sinónimos), Aristóteles se concentra en las diferencias que se presentan según se produzcan en una democracia, una oligarquía, una monarquía o una tiranía, suministrando una abundancia de ejemplos concretos y criticando a Sócrates por concebir un solo tipo de revolución (2).


La tradición comunista y anarquista de los siglos XIX y XX planteaba la necesidad de una revolución proletaria que, a diferencia de la revolución burguesa, no era solamente política (conquista del poder político a través del aparato de Estado) sino que social (“expropiación de los expropiadores”, disolución del Estado y las clases sociales, abolición del sistema del trabajo asalariado y de la producción de mercancías o valores de cambio).

La enciclopedia libre de internet señala que “los expertos aún debaten qué puede constituir una revolución y qué no”. Lo cual no sólo es correcto, sino que puede hacerse más complejo aún si tenemos en cuenta que existen muchos tipos de revolución y no uno sólo.  Veamos algunos ejemplos:

La revolución rusa de 1905 implicó la creación de “consejos obreros” (soviets), pero no hizo caer al Zar. La guerra civil española de 1936/9 fue para algunos sólo una guerra, y para otros la más avanzada revolución social que ha existido hasta ahora.

El Acta de proclamación de la independencia de Chile de 12 de febrero de 1818, custodiada y exhibida en el Museo Histórico Nacional de Santiago, alude a la “revolución del 18 de septiembre de 1810” (3), aunque lo que en realidad ocurrió fue que la oligarquía criolla tomó el poder en sus riendas ante la noticia de la detención del rey Fernando VII de España por Napoléon Bonaparte en 1808. Revolución aparece acá como sinónimo de un cambio de gobierno o régimen político, sin estar asociada a una sublevación popular (4). Estas luchas fueron apoyadas sobre todo por un tipo de “patriotas” que, como dice Perlman, “ardían en deseos de liberarse de la indignidad y del yugo, de liberarse del señor parásito para seguir explotando a sus paisanos y saqueando a los colonizados en nombre y beneficio propios” (5).

Los golpes de Estado del socialista Marmaduke Grove y sus amigos y camaradas de armas en 1932 y el intento fallido de los “nacistas” en 1938 son también definidos en la literatura como “revoluciones”, junto con “revoluciones militares” como las de 1924 y 1973, ambas un 11 de septiembre (6). Al proceso de 1970-73, a pesar de ser un intento de “vía pacífica al socialismo” también se le designó como la “revolución chilena”, así como Frei Montalva con su “tercera vía” Demócrata Cristiana proclamaba en los sesenta una “revolución en libertad”.

Arrighi en el libro “Movimientos antisistémicos” (1999) subraya que ha habido sólo dos revoluciones mundiales: en 1848 y en 1968, y que ambas constituyeron un fracaso histórico, pero a la vez transformaron el mundo.



La idea central tras el concepto de revolución remitiría entonces a la de transformación social o política. Las revoluciones son los recordatorios evidentes de que el orden social y político no es estático, pues puede ser modificado o completamente trastocado. En este sentido es que resulta valiosa la reflexión de Guattari y Rolnik cuando tras señalar una especie de agotamiento del concepto nos recuerdan que éste proviene de la denominación del movimiento de un astro alrededor de otro, y que, a partir de ahí, paradójicamente pasa a designar “una transformación que hace que no exista retorno al mismo punto”. Por eso la definen como “un proceso que produce historia, que acaba con la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones”, siempre imprevisible e imposible de programar, y concluyen que “la revolución es procesual o no es revolución” (7).

¿Y que podríamos decir del octubre chileno de 2019, que a pesar de que se extendió por varias semanas a todo el territorio nacional y sólo puedo ser contenido en el cauce de una profunda reforma institucional, la mayoría en la izquierda insiste en decir que “no alcanzó” a ser una revolución, sino que fue una mera revuelta callejera (8)?

Al respecto, y por citar ejemplos desde el campo anticapitalista, se ha dicho que empezó como revuelta y se transformó en rebelión, pero que en ningún caso llegó a ser una revolución (Igor Goicovic (9)), o que una verdadera revolución implicaría la abolición de las relaciones sociales capitalistas (Jorge Budrovich y Hernán Cuevas (10)).


El mismo Goicovic señala que el modelo de revolución que tuvo a la vista es el francés y el ruso (11). Por otra parte, la revolución anticapitalista radical que refieren Budrovich y Cuevas (12) no es la única forma de revolución posible y, de hecho, el que no se haya producido hasta ahora no significa que no hayan existido antes y sigan existiendo hoy otras muy diversas formas de revoluciones.  En fin: discutir qué fue el octubre chileno sería materia de otra investigación, pero me conformo con señalar aquí que el enorme peso de las imágenes espectaculares de las grandes revoluciones francesa de 1789 y rusa de 1917 funcionan como un lastre que impide reconocer y reconceptualizar nuevos procesos revolucionarios, pues la revolución se concibe como una especie de megaevento y no como un proceso.

Otro aporte importante en relación al estudio de las revoluciones es el de Jacques Camatte cuando al analizar la revolución rusa dice que “toda revolución tiene un triple carácter que depende del espacio de tiempo con relación al cual nos situamos”. Mirada desde una larga línea de tiempo, la revolución aparece como “un fenómeno de la naturaleza”, desarrollado espontáneamente con una violencia irresistible. Pero si se la observa en su momento de paroxismo, parece la obra de seres humanos excepcionales “sin cuya acción la revolución nos parece imposible” (he aquí el mito Lenin, Mao, Fidel, etc.). Y finalmente, analizada a posteriori, se llega a dudar de su necesidad pues “todo lo que ella ha hecho tendían a hacerlo los hombres de la clase dominante”, lo que “agiganta la convicción de su inutilidad” y la necesidad de “saber plantear a tiempo las reformas necesarias”. Esto es así porque la revolución “no resuelve ningún problema de los que ella misma crea, pero sí soluciona los que había engendrado el modo de producción anterior y él mismo era incapaz de solucionar” (13).


En cuanto al concepto opuesto de contra-revolución, que en 1940 Karl Korsch señalaba como muy poco desarrollado en la teoría marxista ortodoxa (14), hemos usado al analizar en “¿Patria o Caos?” la “teoría” de la “revolución molecular disipada” de don Alexis López Tapia, una cita aparentemente falsa que con su curioso sentido el humor Louis Althusser atribuye a Maquiavelo y/o Mao: “no se ha insistido lo suficiente en que una contra-revolución también es una revolución” (15). Hannah Arendt en “Sobre la revolución” nos permite entender mejor el chiste del profesor Althusser cuando cuenta que la palabra “contrarrevolución” fue acuñada por Condorcet durante el curso de la Revolución Francesa, y que “siempre ha estado ligada a la revolución, del mismo modo que la reacción está ligada a la acción”. De Maistre, en cambio, espetó en 1796 que la contra-revolución “no será una revolución a la inversa, sino lo contrario a la revolución”. Arendt dice que, a pesar de sus intenciones, su negación no pasó de ser “un rasgo de ingenio sin sentido”.

En una serie de escritos entre 1932 y 1941 (16), el referido Korsch analizó la contrarrevolución que se estaba produciendo en ese momento a nivel mundial, en la que incluía tanto los fascismos como el estalinismo y el desarrollo monopolista del capitalismo corporativo, y lamentaba “la falta de un concepto marxista adecuado de contrarrevolución”. Tanto Marx como Proudhon, Lasalle y todos los socialdemócratas “saludaron todas las diversas manifestaciones de contrarrevolución como si crearan de alguna manera condiciones para una posterior victoria del socialismo”. Este legado tuvo un efecto desastroso en Alemania, donde el Partido Comunista llegó a lanzar la frase “¡Después de Hitler, nosotros!”. Según Korsch, la mayoría de los marxistas “consideran la contrarrevolución como una interrupción ‘anormal’ de un desarrollo normalmente progresivo”, pues están “atrapados en los conceptos burgueses del siglo XIX sobre el progreso”, y en la visión evolutiva de la historia (17).  

Una crítica similar de la responsabilidad de la socialdemocracia en el advenimiento del fascismo es la que formula en esos mismos años Benjamin cuando en la tesis XI de “Sobre el concepto de historia” dice que el conformismo expresado en su adopción de la moral del trabajo y la fe en el progreso técnico prefiguraba “los rasgos tecnocráticos que más tarde serán encontrados en el fascismo” (18).


Otro elemento relacionado que destaca Korsch es que, a diferencia de quienes ven como principal contenido de la contrarrevolución fascista el ataque contra los sectores revolucionarios, lo cierto es que el intento fascista de transformar la sociedad y el Estado “no ofrece una alternativa a la solución radical perseguida por los revolucionarios comunistas” sino que más bien “trata de reemplazar a los partidos socialistas reformistas y los sindicatos, y en eso tiene un éxito considerable” (19). A partir de ahí Korsch resume del siguiente modo la ley del completo desarrollo de la contrarrevolución fascista de nuestro tiempo:

“Después del completo desgaste y derrota de las fuerzas revolucionarias, la contrarrevolución fascista intenta realizar, por nuevos medios revolucionarios y en una amplia diversidad de formas, aquellos objetivos sociales y políticos que los partidos autodenominados reformistas y los sindicatos han prometido obtener pero no logran conseguir bajo las condiciones históricas dadas” (20).


Si en la era de Korsch los marxistas estaban “incapacitados para concebir la contrarrevolución como una fase normal del desarrollo social”, la concepción contraria parece haberse abierto paso luego de los procesos desatados como respuesta del mando capitalista a la oleada de agitación revolucionaria mundial de 1968, y que desembocaron en lo que la izquierda en general denomina como “neoliberalismo”.

Así, podemos tener a la vista la definición que dio Paolo Virno en “Do you remember counter-revolution?”, texto en que el autonomista italiano trata de evaluar lo que pasó en ese país desde fines de los 70, al culminar el segundo asalto proletario contra la sociedad clases. Para Virno, la contra-revolución “no debe entenderse solamente una represión violenta —aunque, ciertamente, la represión nunca falte. No se trata de una simple restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden social resquebrajado por conflictos y revueltas. La ‘contrarrevolución’ es, literalmente, una revolución a la inversa”, que “al igual que su opuesto simétrico, no deja nada intacto” (21).


Cada revolución produce su propia contrarrevolución, y en los momentos álgidos de la lucha de clases la revolución y la contrarrevolución se desarrollan contradictoria y simultáneamente, interactuando y modificándose una a otra. De este modo no es de extrañar que tal como a fines de los sesenta se desarrolló una Nueva Izquierda de naturaleza radical y antiautoritaria, el mismo escenario y las respuestas que provocó incluyeron la reconfiguración de una Nueva Derecha, a su manera también bastante “sesentayochista”.

La contra-revolución, agrega Virno: “construye activamente su peculiar ‘nuevo orden’. Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las cosas y trabaja con método. Pero hay más: la ‘contrarrevolución’ se sirve de los mismos presupuestos y de las mismas tendencias —económicas, sociales y culturales— sobre las que podría acoplarse la ‘revolución’, ocupa y coloniza el territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas”.

Estos rasgos están presentes en la “nueva derecha” italiana que Virno detectaba a inicios de este siglo, la que “reconoce y hace temporalmente suyos los elementos que en última instancia serán merecedores de las más elevadas esperanzas: el antiestatalismo, las prácticas colectivas que eluden la representación política y el poder del trabajo de la intelectualidad de masas”, pero a los que “distorsiona, enmascarándolos bajo una perversa caricatura”. Cabe destacar que el “libertarianismo” (también llamado “anarcocapitalismo” o anarquismo de derechas) y el “antipoliticismo” (propio de todos los proyectos populistas y de “tercera posición”) son expresiones que han revitalizado a esta nueva derecha, no sólo muy visiblemente en Italia sino también en Chile y el resto del mundo.

 

Para terminar esta parte sólo agregaría que a las revoluciones moleculares se les enfrentan contrarrevoluciones moleculares, y que las revueltas globales generan contrarrevoluciones globales: al 68 le sucedió la reestructuración capitalista de los 70/80, que encontró en la guerra contra el VIH/SIDA la forma más eficaz y terrorista de borrar el legado sesentayochista de la liberación sexual; en el 2001 los atentados del 11-S y la guerra contra el terrorismo global fueron la reacción del mando capitalista contra las protestas que de Seattle 1999 a Génova 2001 reactivaron el anticapitalismo en todo el mundo; y tal cual señala el Manifiesto Conspiracionista, la llegada del COVID en el 2020 fue la contrarrevolución que apagó las revueltas del 2019 (22). A veces se reconoce un poco tarde que estábamos en medio de una revolución; cuando su contraria ya hizo su trabajo y nos dejó en un escenario muy distinto, que es lo que pasó también en Chile desde antes de la pandemia, con la contrarrevolución del 15 de noviembre de 2019, liderada por el actual presidente.



1.- Aristóteles de Estagira. La política (Politeia). Bogotá, Panamericana, 2000, pág. 210. Traducción de Manuel Briceño Jáuregui.

2.- Ibid., pág. 268.

3.- “La revolución del 18 de septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza; sus habitantes han probado desde entonces la energía y firmeza de su voluntad, arrostrando las vicisitudes de una guerra en que el Gobierno español ha querido hacer ver que su política con respecto a la América sobrevivirá al trastorno de todos los abusos” (https://www.archivonacional.gob.cl/sitio/Contenido/Temas-de-Colecciones-Digitales/8028:Transcripcion-Proclamacion-de-la-independencia-de-Chile) .

4.- El historiador marxista Luis Vitale decía que el 1810 chileno, que se caracterizó por una escasa participación del pueblo (sólo 350 personas acompañaron a la primera Junta de Gobierno el 18 de septiembre en el salón del Consulado), fue solamente una revolución política separatista, que no perseguía un cambio social estructural y no realizó ninguna de las tareas de las revoluciones burguesas en Europa, en las que supuestamente los dirigentes criollos se habrían inspirado. Sólo en la segunda etapa de esta revolución, luego de la Reconquista española, hubo mayor participación popular. Ver: https://elporteno.cl/luis-vitale-la-interpretacion-marxista-de-la-independencia-de-chile/

5.- Fredy Perlman. El persistente atractivo del nacionalismo (1984). En: La reproducción de la vida cotidiana (y otros textos), Buenos Aires, Lazo, 2019, pág. 99.

6.- Vean en la Biblioteca del Congreso el “Manifiesto de la Junta Militar (11 de septiembre de 1924)”: https://www.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/17656/1/Manifiesto%20de%20la%20Junta%20Militar%20(11%20de%20septiembre%20de%201924).pdf

7.- Félix Guattari y Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid, Traficantes de sueños 2006, pág. 211.

8.- Que según señalan Marx y Engels, es lo mismo que decía la burguesía en Alemania en 1848: no es una revolución sino una mera revuelta callejera. Ver Federico Engels, “El debate de Berlín sobre la revolución”, Nueva Gaceta Renana N° 14, 14 de junio de 1848.

11.- “Estoy utilizando el concepto de ‘revolución’ como lo han utilizado, entre otros, George Rudé, por ejemplo, para caracterizar la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII, o Eric Hobsbawm, al momento de caracterizar la Revolución Bolchevique de 1917”.

12.- Ellos señalan que “la única transformación revolucionaria que puede preciarse de ser tal es aquella en la cual se supera el modo de producción basado en el trabajo asalariado y la valorización del valor”.

13.- Jacques Camatte. Comunidad y comunismo en Rusia. Santiago, Pensamiento y Batalla, 2021, pág. 96.

16.- Se trata según señala Kellmer de: “Tesis para una crítica del concepto fascista de Estado” (1932); “Estado y contrarrevolución” (1939); “La contrarrevolución fascista” (1940); “La lucha de los trabajadores contra el fascismo” (1941). Entremedio de la abundante literatura sobre el fascismo que nos ofrece la industria editorial de hoy, ¡ninguno de ellos está traducido al español!

17.- Así resume su posición Douglas Kellmer en el capítulo “Korsch analiza la revolución” dentro de su libro El marxismo revolucionario de Karl Korsch. México, Premia, 1981.

18.- Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia. Hay al menos tres ediciones en español (traducciones de Pablo Oyarzún, Jesús Aguirre y Bolívar Echeverría). No las tengo a mano ahora  pero por ahí andan.

19.- Karl Korsch. “The fascist counter-revolution” (1940).

20.- Ibíd.

21.- Paolo Virno, “Do you remember counter-revolution?” Apéndice a Virtuosismo y revolución, Madrid, Traficantes de Sueños, 2003.

22.- Anónimo, “La contrarrevolución de 2020 responde a los levantamientos de 2019” (Capítulo del Manifiesto Conspiracionista), Artillería Inmanente, 24 de abril de 2022. En: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2606

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