miércoles, agosto 27, 2025
“EL MUNDO SIN NOSOTROS”: APUNTES SOBRE TEORÍA BLACK METAL
Este texto pretende ser un comentario o más bien una
invitación a leer la antología “Teoría Black Metal”, recientemente publicada
por Holobionte ediciones, y de la cual han llegado varias copias a la Librería
Alma Negra en la comuna de Providencia, un lugar en que he presenciado que se
vende como pan caliente un libro editado recientemente sobre el trip-hop.
En primer lugar, debo agradecer al algoritmo de Bandcamp que
durante el otoño del 2023 me sugiriera escuchar un disco de la banda noruega
Darkthrone. Dos años antes, mientras trabajaba en mi libro “La religión de la
muerte” (Tempestades, 2023), había tratado de escuchar black metal en Youtube,
y de preferencia de la variedad nacional-socialista, para poder referirlo en la
parte en que hablaba de fascismo estético y estéticas fascistas. Lo que
encontré en ese momento no me llamó para nada la atención en lo musical, a
pesar de que secretamente tenía miedo de que una aberración así me gustara.
El disco de Darkthrone que escuché primero era el no tan
inspirado “Astral Fortress” (2022), que no me pareció mal, pero rápidamente
busqué en Google más información sobre la banda, y leí que eran responsables de
una “trilogía maldita” del black metal escandinavo, fechada entre 1992 y 1994,
cuando impactaron al mundo lanzando uno tras otro los LPs “A blaze in the
northern sky”, “Under a funeral moon”, y “Transilvanian Hunger”. En 1992 aún
eran la banda que inicialmente hacía un death metal bastante técnico
inmortalizado en su más que decente álbum debut “Soulside Journey” (1991), pero
en medio de la grabación de lo que iba a ser su segundo álbum, se sintieron
atraídos por la luz negra del antiguo metal oscuro de los ochenta, con los
ingleses Venom, Bathory (Suecia) y Celtic Frost (Suiza) como inspiración
directa, abandonando en el camino el proyecto inicial y transformándolo en el
legendario “A blaze in the northern sky”, de 1992.
Este destello en el cielo nortino impusló en gran medida la transformación
del heavy metal es una forma superior de arte, sónico, visual y lírico, y
resulta imposible exagerar su importancia en el desarrollo de la música actual.
La diferencia entre el death metal (técnico y virtuoso, con portadas mórbidas a
todo color, una especie de rock progresivo en lenguaje metal) y el black metal
(tosco, atmosférico, en blanco y negro y bastante influenciado por el punk)
puede ser detectada en esa transformación de estilo que sufrió Darkthrone a
inicios de los noventa. Y por cierto, el álbum abandonado no lo fue del todo:
años después lo completaron en el estudio bajo el nombre de “Goatlord” (2011) y
en el 2023 editaron “Goatlord (original)”: un excelente registro de los viejos ensayos
durante los cuales ocurrió la mutación del death al black, que es tal vez donde
mejor se aprecia la actividad creativa de una banda adolescente como esta en
esos momentos en que el heavy metal, una de las formas musicales y subculturas más
despreciadas por la crítica musical y los estudios culturales, se convirtiera
en “una forma vanguardista de ruido lo-fi anti-arte” (Andy R. Brown, A manifest
for metal studies: or putting the ´politics of metal’ in its place, 2018): una
de las últimas formas vivas de Avantgarde, que por su naturaleza totalmente
underground casi no necesita de la industria musical para existir.
El disco de Darkthrone que me llevó por primera vez a este
nuevo mundo que se abrió ante mis ojos y oídos fue el segundo: “Bajo una luna
fúnebre” (1993), que según ellos fue el primero totalmente black metal. A lo
largo de mi vida había escuchado muchas músicas intensas, raras, oscuras e
indescifrables, pero nada de lo absorbido en cuatro décadas de fanatismo
musical extremo me había preparado para escuchar la verdadera suspensión del
tiempo histórico que se produce apenas arranca la batería hipnóticamente
monótona de “Natassja in Eternal Sleep” y la guitarra teje una maraña de
sonidos etéreos que no se parece en nada a los típicos riffs que siempre habían
definido al rock pesado; sobre ese fondo ya de por sí bastante único asoma una
voz sufriente y agónica que no parece provenir de una criatura humana. El resto
del disco es una maravilla de la música moderna, tal como lo es gran parte de
la obra inicial de la banda que para la tercera parte de la trilogía,
“Transilvanian Hunger” (1994), ya había quedado reducida al dúo compuesto por
el baterista Fenriz grabando todos los instrumentos en Necrohell (su estudio
casero), y el guitarrista Nocturno Culto agregando las voces a posteriori. La
fidelidad al nuevo estilo y su arcaísmo se hace evidente si comparamos las
baterías de “Soulside Journey”, expresivas y virtuosas, con la monotonía
minimalista de las que toca en “Transilvanian Hunger”, que en palabras de
Hunt-Hendrix “significa un continuo rasgueo de acordes abiertos y blast beat.
Este puro blast beat es la eternidad en sí misma, sin figuras
articuladas, sin principio ni final, sin pausas, sin rasgo dinámico. Es un
pájaro volando sin lugares donde posarse, ni siquiera por un momento. Y lo que
al principio parecía un gran clamor va reduciéndose a un zumbido atrofiado.
Después de haber subido a la cima, el montañero se tumba y muere congelado”.
Comentando la canción de Natassja, el australiano Bill Peel
-autor de “Tonight it´s a world we bury. Black metal, red politics”, Repeater
books, 2023, comentado en estas páginas hace dos años- destaca su fetichismo de
la muerte, que “oscurece cualquier vida potencial por su obsesión miope con un
evento pasado”. El narrador, con un inglés imperfecto, “se consuela a si mismo
con alcohol, recordando a su Natassja que ya lleva siglos muerta”. La letra
“está escrita en tiempo presente, pero describe un recuerdo del pasado lejano;
el narrador presente está completamente subordinado al pasado”, y mantiene a
Natassja como “un objeto de devoción perfecta”:
“El verdadero recuerdo con que me dejaste/Es una llave al
vino de la melancolía”.
“Nunca te olvidaré/Lo mejor de todo sigue acá”.
“Vives en mí, y te mueves con mi alma
Tu resurrección es tu espíritu instalado en mí
Así que ahora tus pensamientos y tus dolores son mi vino
Y Natassja, dejaré que estos benditos ángeles se
emborrachen”.
Podría seguir describiendo las maravillosas canciones y
relatando las intensas y polémicas aventuras de esta tropa de vikingos llamada
Darkthrone, pero lo dejaré para otra ocasión. En este momento lo que quiero es
contarles que en el aún pequeño pero siempre creciente mundo de fanáticos del
metal extremo, al parecer existe la fuerte inclinación de algunos a filosofar
en relación con su objeto del deseo, lo cual ha gatillado la organización de
simposios sobre “teoría black metal”, que ya se han plasmado en tres libros y
unas cuantas revistas dedicadas al “oscurecimiento” (blackening) de la
teoría, haciendo del black metal una actividad que va mucho más allá de lo
estrictamente musical, que se expresa en esta peculiar forma de trabajo
reflexivo y discursivo. Porque existen libros por montones sobre cada estilo
musical que se te ocurra, y dentro de eso hay algunos buenos libros como el de
Matías Gallardo “Nacidos para arder. La historia del black metal” (editado en
Argentina Jedbangers, 2022) e incluso libros como el de Ross Hagen en la
colección 33 1/3 que analiza partitura en mano las canciones del “Blaze” de
Darkthrone, pero la Teoría Black Metal es otra cosa: es una forma de oscurecer
el mundo y con eso tratar de transformarlo, convirtiendo este apocalipsis a
fuego lento en “pure fucking armageddon” (como tituló Mayhem a su desastroso
demo debut de 1986).
Que yo sepa, se han realizado tres simposios de Teoría Black
Metal hasta el momento. El primero, efectuado en un bar de Brooklyn, Nueva
York, en el 2009, dio lugar al libro “Hideous Gnosis”, autoeditado ese mismo
año. Después se realizó un segundo encuentro, del que da cuenta el libro “Mors
Mystica” (Schism Press, 2015). Y un tercer simposio efectuado en Irlanda se
centró en la relación entre black metal y ecología, siendo publicado por la
prestigiosa Zero Books en el 2014 bajo la coordinación de Scott Wilson y el título
de Melancology.
Lamentablemente estos tres interesantes libros hasta ahora no
han sido traducidos al idioma de Cervantes y Barón Rojo, aunque pueden ser
encargados en Buscalibre. Supliendo parcialmente esta carencia, la editorial
española Holobionte acaba de lanzar este año un libro colectivo sencillamente
titulado “Teoría Black Metal” (TBM de acá en adelante) que bajo la coordinación
de Oriol Rosell y Federico Fdez. Giordano reúne algunos textos anglosajones que
se han seleccionado de algunos de esos libros y revistas, más unos cuantos aportes
surgidos en el medio hispano.
En la presentación del libro los editores se encargan de
explicar la vinculación entre black metal y filosofía en tiempos de crisis del
humanismo y descomposición irreversible de la modernidad. Pues, “a su manera
asilvestrada y brutal, el black metal fue la primera manifestación musical
basada en (y reactiva a) la quiebra del antropocentrismo”, razón por la cual
“la mayor parte de las angustias contemporáneas pueden proyectarse en el black
metal sin requerir de excesivos malabarismos hermenéuticos”. La temporalidad
del black metal “sucede después del apocalipsis, una vez acontecida la
extinción”.
El black metal sería así la banda sonora de un “mundo sin
nosotros”, y por eso es que pocas músicas resultan más ad hoc para estos
tiempos apocalípticos. Apocalípticos agrego yo, porque como nos recuerda
Maurizio Lazzarato en “El capital odia a todo el mundo” (Eterna Cadencia, 2020),
“apocalipsis” significa etimológicamente “quitar el velo, descubrir o revelar”,
y los tiempos apocalípticos que vivimos “revelan que, bajo la fachada
democrática, detrás de las ‘innovaciones’ económicas, sociales e
institucionales, está siempre el odio de clase y la violencia de la confrontación
estratégica”.
El black metal (sobre todo en su variedad conocida como war
metal) sabe de odios recónditos y de la violencia del enfrentamiento bélico en el
peculiar estado de naturaleza en que se escenifican sus rituales sonoros. Toma
la señal de la cruz, una herramienta para torturar causando la muerte, y la
invierte, simbolizando con ello una espada (lo cual es bastante significativo
porque el Nuevo Testamento nos enseña que el mismísimo Jesús dijo que no había
venido a traer la paz sino la espada). Sus figuras mitológicas son la bruja y
el guerrero, además del culto a las distintas manifestaciones demoníacas, más
antiguas y subconscientemente arraigadas que el conjunto de las religiones monoteístas
organizadas. Su principal “problema político” es que suele pensar en términos
de raza o nación más que de clase social o del género humano-más allá de
esporádicos momentos como cuando Darkthrone canta “I am the working class”-, y
por eso es que suele sucumbir en los brazos de variadas formas de fascismo
esotérico y no tanto, pero ya me estoy dispersando…
La selección de textos incluye a algunos de los pioneros de
la Teoría Black Metal: Edia Conole con “La negrura soy yo”, Nicola Masciandaro y
Reza Negarestani con “El black metal y el comentario”. Masciandaro, considerado
el precursor de la TBM desde su comentario del 2009 a la canción “Black
Sabbath” -la primera del primer álbum de la banda del mismo nombre: el momento
fundacional del heavy metal, en febrero de 1970-, aparece además con “Reflexiones
desde el crisol intoxicológico” y “Metal studies y la escisión de la
palabra: una arqueología personal de la exégesis del Headbanging”. Negarestani
aparece además con “Subjetividad melanlógica”.
De Timothy Morton se incluye “En la orilla del estanque
brumoso de la muerte”, donde se dedica a analizar la obra de la interesante
banda norteamericana Wolves in the Throne Room, un interesante ejemplo de black
metal ecologista, completamente desfascistizado y vinculado al grupo Earth
First!, que sirve de demostración de cómo un género que suele ser asociado a
opciones políticas de ultraderecha ha sido objeto de una disputa interna por su
resignificación, la que ha sido especialmente notoria en Estados Unidos con el cascadian
black metal, además de varias muestras del llamado native black metal,
practicado por sujetos ligados a pueblos originarios. Para conocer este curioso
abordaje no fascista, ecologista y pro queer de un estilo definido básicamente
por su negatividad, recomiendo el libro “Black Metal Rainbows”, editado por
Daniel Lukes y Stanimir Panayotov -PM Press, 2023-, que de entrada destaca la
paradoja del black metal, en cuyo interior “se despliega nada menos que una
batalla cultural entre quienes lo reclaman para fines racistas y nacionalistas
y los que dicen Nazi Black Metal fuck off!”.
Scott Wilson, organizador del tercer simposio y editor del
libro Melancología aparece en esta antología con un texto del mismo nombre.
Juliet Forshaw aporta “El antagonismo en el metal: apuntes sobre Hideous
Gnosis”. Daniel Lukes analiza el black metal industrial, y desde España
Francisco Jota-Pérez dedica un texto a la banda de black metal experimental
Portal: una de las mejores, a mi juicio, dentro de un universo de miles de
bandas de las diversas variedades de metal negro que se practican en el planeta
Tierra.
Una decisión interesante fue la inclusión de dos textos de la
persona que lidera la banda neoyorkina Liturgy: “Black metal trascendental”,
ponencia originalmente presentada por Hunter Hunt-Hendrix en el Primer simposio
el año 2009. “Black metal trascendental: ideas para un humanismo apocalíptico”
-de donde tomé la descripción del “Transilvanian Hunger” referida más arriba- fue un texto bastante original y siempre al
borde de lo intelectualmente pretencioso, como cuando afirma que “El black
metal representa la superación de la Contracultura y el auge de lo Es(t)ético”.
Hunt-Hendrix en su famoso manifiesto hacía una distinción
entre el black metal trascendental y el black metal nórdico o “hiperbóreo”, y explicaba
la propuesta de su banda Liturgy como la necesidad de una “autosuperación” capaz
de crear un tipo de black metal que definía como “afirmativo”: solar, hipertrófico,
audaz, finito y anteúltimo, en oposición a lunar, atrófico, depravado, infinito
y puro. Su técnica sería el burst beat, “una variación mutante y
extasiada del blast beat” (técnica de batería ultrarrápida propia del
black metal), y su verdadero acontecimiento fundacional no sería el asesinato
de Euronymous (Mayhem) por Varg Vikernes (Burzum) en 1993, sino el suicidio de
Dead (el cantante sueco de Mayhem) en 1991.
En el otro texto, “La pericóresis de música black metal, arte
y filosofía”, presentado en el segundo simposio, Hunt-Hendrix relata el
bullying despiadado que obtuvo como resultado de haberse atrevido a plantear dichas
ideas, que fuera de ese círculo fueron muy mal recibidas por un medio tan
machista y reaccionario que no se demoró nada en clasificar lo suyo como una
forma falsa o posera de “hípster black metal”.
En esta ocasión los textos vienen atribuidos a Ravenna Hunter
Hunt-Hendrix, uno de los nombres adoptados por la guitarrista/vocalista tras su
transición de hombre a mujer a partir del 2020, quien nos dice sentirse “atada
de por vida a una personalidad imaginaria con la que no puedo identificarme, la
de un detestable instigador de polémicas que vive en la mente de muchos fans y
periodistas musicales, y cuya única misión es ser un grano en el culo para
ellos”.
La española Clara Ramas (ex Nacional-Socialista según me dijo
un amigo, cosa que no he podido comprobar, a diferencia del hecho de que se
define como “marxista heterodoxa, antiliberal ortodoxa” y es diputada por un
partido de izquierda) contribuye al cierre del libro con “Black metal: trauma y
signo”, un texto que repasa los aportes estilísticos del género, y especula
sobre su futuro, que consistiría en “encontrar formas musicales cada vez
mejores, metáforas más precisas, estéticas más convincentes”, refiriendo varias
de las formas más novedosas e incluso vanguardistas de black metal que se están
produciendo recientemente. Pues en este sentido, creo que el black metal más
que un género musical es una especie de agujero negro que puede alimentarse de
distintos géneros y subgéneros musicales, transformándolos profundamente desde
dentro.
Claudio Klesko escribe sobre la “Insurrección gótica”, un
texto extraído de la publicación italiana Demonologia Rivoluzionaria (2020),
Bogna M. Konior sobre “Deep-learning metal y la música de la máquina”, y
Zareen Price aporta con “Dilatación”, su introducción al primer número de la
revista Helvete. A journal of black metal theory (2013).
Se echan de menos algunos textos esenciales de los tres
simposios y revistas afines, por ejemplo “Remain True to the Earth!:
Remarks on the Politics of Black Metal” de Benjamin Noys, donde se atreve a enfocarse
en uno de los ejemplares más fascistas de este estilo, la banda francesa Peste
Noire, a través de entrevistas a su líder explícitamente neonazi.
Pero por algo hay que empezar, y este bello artefacto parece
ser el mejor punto de partida en español hasta el momento. Como dicen en el
prólogo los editores, el libro es “una invitación a pensar en el black metal.
‘En él’ en tanto que dentro de él y desde él. No propone un
acercamiento al black metal, sino habitarlo”.
Post-scriptum: Me informan que este libro se está vendiendo
bastante rápido, superando incluso al del trip hop (de RJ Wheaton en la
Colección 33 1/3, editado en Chile por Club de fans). Vaya por su copia y vea
si por mencionar este reseña le hacen el descuento especial de $ 666.
Etiquetas: black metal