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jueves, junio 14, 2007

Ambivalencia del desencanto 



Estos autonomistas postobreristas italianos...tan lúcidos, tan elegantes, tan fluidos....pero no me refiero a Negri, hay mucho mejores, por ejemplo, Agamben y Virno. Paolo Virno en "ambivalencia del desencanto" señala que las tres tonalidades emotivas que dominan el paisaje hoy son el oportunismo, el cinismo y el miedo. y los explica en relación directa con las formas actuales de trabajo asalariado que impone el capital, pero además trata de ir hasta un "punto cero" a partir del cual la ambivalencia podría llevarnos a un "mas acá" que tiende a lo que sin verguenza alguna debemos denominar COMUNISMO. va ese fragmento. el texto entero está incluido en "Virtuosismo y revolución", una colección de escritos noventeros, editado por...adivienen quien....Traficantes de sueños.


En el grado cero

Llegados a este punto, es preciso preguntarse: ¿hay algo, en la constelación sentimental del presente,que emita signos de rechazo y de conflicto? En definitiva, ¿hay algo bueno en el oportunismo y en el cinismo? Por supuesto que no —no debe persistir ningún equívoco al respecto. Sin embargo, estas figuras enojosas y a veces horribles ofrecen un testimonio indirecto sobre la situación emotiva fundamental de la que derivan, pero de la que no constituyen la única declinación posible. Como hemos dicho al principio, es necesario remontarse a los modos de ser y de sentir que subyacen al oportunismo y al cinismo como un núcleo neutro, sujeto a expresiones completamente distintas.

Para que no subsistan equívocos, arrebatando cualquier pretexto a los malentendidos maliciosos, es mejor aclarar detenidamente qué se entiende por «núcleo neutro» (o por «grado cero») de un comportamiento ético negativo. No estamos ante una astuta transvaloración del estilo: lo que parece mal a la mayoría es el verdadero bien. Tampoco ante un guiño cómplice al «curso del mundo». La apuesta teórica consiste,
por el contrario, en identificar una modalidad de experiencia nueva e importante, aprehendiéndola en las formas en las que se manifiesta por el momento, pero sin reducirla a éstas últimas.

Un ejemplo. La «verdad» del oportunismo, lo que se ha llamado su núcleo neutro, reside en el hecho de que nuestra relación con el mundo tiende a articularse preponderantemente a través de posibilidades, ocasiones y chances, y no con arreglo a direcciones lineales y unívocas. Por más que lo alimente, esta modalidad de
experiencia, no se resuelve en el oportunismo: constituye más bien la ineludible condición de fondo de las acciones y de las conductas en general. Eventuales comportamientos que fueran diametralmente opuestos al oportunismo, se inscribirían a su vez en el interior de una experiencia ritmada sobre todo por posibilidades y
por chances cambiantes. Por otra parte, sólo nos llegan rumores de estos comportamientos radicales y transformadores porque entre tanto podemos encontrar, en el oportunismo a cuya proliferación asistimos, la modalidad de experiencia específica a la que, así y todo, aquellos habrían de corresponder, ofreciendo sin embargo una versión completamente diferente de los mismos.

En resumen. En los sentimientos del desencanto y en los comportamientos de adaptación del presente hay que identificar la situación emotiva, o modalidad de experiencia, que representa su grado cero —es lo que hemos intentado hacer, caso por caso, en las páginas precedentes. A continuación, es preciso subrayar tanto la irreversibilidad como la ambivalencia de esta situación emotiva. La irreversibilidad: no nos las vemos con una condición pasajera, con una simple coyuntura social o espiritual, respecto a la cual pueda invocarse el restablecimiento de un contexto anterior y distinto. Habida cuenta de que no se trata de un largo y plomizo paréntesis, sino un cambio profundo del ethos, de la cultura y de los modos de producción, está fuera de lugar que nos preguntemos «a qué altura de la noche estamos», como si esperáramos una mañana: toda luz útil
está ya en la presunta noche, no hay más que acostumbrar los ojos. La ambivalencia: la modalidad de experiencia que se da a pensar no forma una unidad con sus manifestaciones actuales, sino que está abierta a desarrollos duramente conflictivos. Irreversibilidad y ambivalencia, al mismo tiempo. Todo lo contrario de lo que sucede en la discusión teórica corriente, donde aquél que critica lo existente considera que tiene que exorcizar esta irreversibilidad, mientras que aquél que la reconoce se apresura a eliminar todo rastro de ambivalencia.
Así, pues, ¿cuáles son los modos de ser y de sentir que caracterizan la situación emotiva común tanto a aquél que se adapta como a aquél que dice «no»? En primer lugar, como es obvio, los modos de ser y de sentir inherentes a la salida de la sociedad del trabajo.

Recordemos brevemente temas ya examinados en detalle, prestando ahora, no obstante, una atención exclusiva a lo que se ha tornado preeminente: el grado cero de los fenómenos y su connatural ambivalencia.

Cuando ya no es el epicentro real de las relaciones sociales, el trabajo no ofrece ninguna orientación duradera, deja de canalizar los comportamientos y las expectativas. No excava un lecho ni extiende una red de protección capaz de limar u ocultar el carácter infundado y contingente de toda acción. Dicho de otra manera:
a diferencia del pasado reciente, el trabajo ya no actúa como potente sucedáneo de un tejido ético objetivo, no hace las veces de las formas tradicionales de eticidad, vaciadas y disueltas desde hace tiempo. Los procesos de formación y de socialización de los individuos se despliegan fuera del ciclo productivo, en contacto directo
con la extrema labilidad de cualquier orden, como adiestramiento en el manejo con las posibilidades más distintas, como la costumbre de no tener costumbres, como reactividad al cambio continuo y sin telos.

En tales actitudes e inclinaciones cabe reconocer el grado cero de los sentimientos ligados a la salida de la sociedad del trabajo. Sin embargo, como hemos visto, esta «salida» se devana, con todo, bajo la égida y conforme a las reglas del trabajo asalariado y, por lo tanto, sobre un fondo de relaciones específicas de dominio.
Sucede así que la producción de mercancías subsume y valoriza la misma situación emotiva típica del no trabajo. Los caracteres principales de la socialización extralaboral —un marcado sentido de la contingencia, familiaridad con el desarraigo, relación inmediata con la urdimbre de lo posible— se ven transfigurados
en requisitos profesionales, en una «caja de herramientas». No sólo el trabajo no hace ya de sucedáneo de la eticidad, sino que engloba en la actualidadtodo lo procedente de la disolución de todo ethos sustancial, se aprovecha explícitamente de la pérdida de familiaridad con contextos particulares o modos de operar particulares. En la organización del trabajo contemporáneo entra en producción incluso la crisis irreversible de la «ética del trabajo». Devuelto a la lógica del trabajo abstracto, invadido por el tiempo homogéneo e infinito de la mercancía, el sentimiento radical de la contingencia se manifiesta como oportunismo y sentido de la oportunidad.

Sin embargo —y esto es lo único que importa—, la situación emotiva ínsita en la salida de la sociedad del trabajo puede recibir una inflexión muy distinta.
Que quede claro: la ambivalencia sobre la que aquí discurrimos no admite que se la investigue exhaustivamente por su lado «virtuoso». Si lo intentáramos, subestimaríamos su carácter práctico. No se trata tan sólo de un aferramiento intelectual distinto, que revela a sí mismo lo que ya es, sino de nuevos fenómenos, de distintas formas de vida, de otros procesos materiales y culturales. Lo que podemos hacer es afinar un léxico conceptual de mallas bastante amplias, circunscribir una ausencia, dar nombre a una chance, indicar el «lugar» de algo que puede llegar. Ni que decir tiene que, tratándose de deletrear un léxico intelectual, se acept el inconveniente de una cierta rarefacción del discurso, de un grado de abstracción más elevado.

En lugar de ser una mera determinación negativa, el creciente no trabajo está abarrotado de manifiestos y ostensivos criterios operativos, de otras formas de praxis, virtualmente contrapuestas a aquellas encabezadas por la mercancía. Es una franja de costa, revelada en su variedad y riqueza por la retirada del mar: es
un plano, una convexidad. Es, sobre todo, el lugar en el que puede asentarse una actividad que elida y suplante al trabajo asalariado. Esta actividad, que dista mucho de reconstituir una relación artesana entre una finalidad concreta y los medios adecuados para realizarla, da sin embargo una forma acabada y, por lo
tanto, un límite al número indefinido de las posibilidades con las que debe medirse cada vez.

¿Cómo caracterizar desde más cerca la antinomia entre actividad y trabajo, inscrita en los modos de ser y de sentir del presente? Mientras que el trabajo asalariado entiende lo posible como una lluvia de átomos, infinita e indiferente, carente de todo clinamen, la actividad a la que aquí aludimos lo configura siempre y
únicamente como un mundo posible. Un «mundo» es un sistema de correlaciones, del que no puede ser extrapolado ningún elemento individual sin que pierda su propio significado; es una unidad saturada y completa, a la que no parece tener que añadirse o sustraer nada; es un todo limitado, preliminar e indispensable para la representación de cualesquiera de sus partes. Un «mundo posible» es la correlación preventiva, la unidad saturada, el todo limitado que la actividad instituye cada vez en una trama de posibilidad.

De este modo, hacemos entrar en resonancia el eco de la concepción de Leibniz, conforme a la cual una posibilidad elemental es comprensible sólo si se introduce en un «mundo posible» completo en sí mismo. A continuación, parece provechoso aplicar a la noción leibniziana de «mundo posible» la oposición delineada por Heidegger entre «mundo» y «simple presencia». El «mundo», como ámbito vital de pertenencia, es frecuentado y recorrido antes incluso de que tenga lugar cualquier objetivación cognoscitiva. «Simples presencias» son, por el contrario, los entes o hechos en tanto que puestos «ante» el sujeto de la representación.

Sobre esta base se precisa mejor la diferencia entre trabajo y actividad en lo que respecta a su relación con oportunidades, ocasiones y chances (una relación, claro está, decisiva para ambos).

El trabajo abstracto dispone la cadena de los posibles como una serie infinita de simples-presenciaseventuales, todas equivalentes e intercambiables. En cambio, la actividad hace de lo posible un «mundo» acabado y finito. Sustrae al flujo ilimitado de chances elementales, escrutando en su lugar cada una de éstas a partir de una totalidad de conexiones, de un contexto.

Esta totalidad de conexiones es configurada por la actividad misma: no le viene asignada de antemano (a modo de una finalidad externa). Además, una totalidad de conexiones tal es, a su vez, sólo posible. Un «mundo posible», determinado por el no trabajo en cuanto actividad, no es algo que eventualmente pueda resolverse
en una realidad de hecho. Aun en el caso de que innumerables chances particulares se hubieran transformado en «hechos consumados», su conexión, esto es, el «mundo» al que son inherentes, no perdería en absoluto la prerrogativa de ser tan sólo posible. Los mismos hechos quedan comprendidos como radicales contingencias, aprehendidos sólo bajo el perfil de su labilidad, entendidos a partir de las alternativas que todavía albergan. Ni limbo, ni latencia, el «mundo posible» no está al acecho en la sombra, aspirando a una «realización»: por el contrario, se trata de una configuración efectiva de la experiencia, cuya realidad consiste, sin embargo, en mantener siempre expuesto a plena vista, como «la letra escarlata», el signo de la propia virtualidad y de la propia contingencia.

Comments:
Y ya, volviste a tener comentarios.

Bajé a Virno, pero hoy tengo una fiebre de 39 que no me deja leer ni las revistas de mi hija.

Me quedé pensando en eso de qué viene ahora...que historia tan desafortunada.
 
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