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martes, junio 19, 2007

KAFKA Y LA ALIENACIÓN 




Por el Doctor Joseph Gabel. Tomado de Etcétera. Foto cóndores, por el verdadero JC.

KAFKA, NOVELISTA DE LA ALIENACIÓN



«He asumido poderosamente la negatividad de mi tiempo que, por lo demás, me es muy próxima. No poseo el derecho de combatirla, pero sí, en cierta medida, tengo el derecho de representarla».
Diario íntimo.


“Vivo más extranjero que un extranjero”, escribe Kafka en su Diario. Parece, en efecto, que el hecho de ser extranjero haya sido la experiencia fundamental de la vida de Kafka. América es la novela -y la tragedia- del inmigrante; El Castillo, la del obrero extranjero. Ahora bien, volvemos a encontrar curiosamente el concepto de extranjero en la ciudad en una interpretación alemana de la tercera de las grandes “novelas de la soledad”: El Proceso. ¿Por qué es detenido una mañana el apoderado José K.?, se pregunta K. H. Volkmann-Schluck (1). Porque tuvo la negligencia de no poner en regla su permiso de residencia. Y no su permiso de residencia en tal o cual lugar; con seguridad que por parte de este empleado modelo los papeles están perfectamente en regla. No, se trata de otra cosa, mucho más grave: del permiso de residencia en el ser (Legitimation seines Auf enthaltes im Dasein). Todos hemos conocido, no hace mucho tiempo, situaciones donde el permiso de residencia -tan difícil de obtener- significaba para los interesados un verdadero permiso de residencia en la existencia. Por su parte, Kafka, muerto en 1924, no conoció jamás esas situaciones. Fue ciudadano con plenos derechos de esa monarquía austrohúngara donde el antisemitismo era en suma soportable; terminó su corta vida en la República del presidente Masaryk, donde no se conocía esa plaga. Sucede, sin embargo, que su obsesión por la condición de extranjero era de hecho la expresión de su experiencia de la alienación judía, del “Galuth” (2). Kafka es el existencialista del Galuth en la literatura.

Desde este punto de vista, el análisis de La Metamorfosis es rico en enseñanzas. En una obra de Kafka encontramos siempre muchos significados yuxtapuestos o sobrepuestos; como “una cajonera”, dice Max Brod. La Metamorfosis aparece ante todo como un símbolo de desvalorización e incluso de reificación; el animal es más “cosa” que el ser humano. Igualmente tenernos aquí una expresión de esta obsesión por el secreto de la existencia animal, una de las constantes de la obra de Kafka, cuya interpretación incumbe a la psiquiatría, o quizá al psicoanálisis (3). Pero hay también en ello un símbolo judío muy evidente, que es curioso que no viera Németh, sin embargo tan sensible respecto de ese género de simbolismo (4). Grégor Samsa, que sabe que es hombre, y a quien sus semejantes rechazan como a una mala bestia, es el símbolo transparente del judío en busca de asimilación. Problema bastante poco agudo en Francia (salvo para los inmigrados), donde una emancipación más que centenaria ha dado sus frutas; inexistente en el Este y en Oriente, puesto que las judíos viven allí en masas compactas sin perseguir una asimilación, por lo demás imposible; pero que ha sido siempre una de las preocupaciones esenciales de los judíos ciudadanos de la Europa central, que es propiamente el medio de origen de los Kafka. Esta perspectiva es la única que permite comprender el extraño “happy end” que corona este relato y sin la cual permanecería inexplicable. En efecto, el antisemitismo lo vemos a menudo como una técnica de desalienación primitiva. Cuando los psicoanalistas nos proponen explicarlo como una proyección de la angustia de la castración sobre el sujeto castrado (circunciso), proceden en virtud de la misma hipótesis. Las pequeñas pacientes neuróticas de F. Dolto que proyectan sus complejos sobre las muñecas-flores actúan, también ellas, según una técnica de desalienación del tipo del antisemitismo; pero por lo menos ellas tienen la excusa de ser pequeñas y de estar enfermas. El antisemita tipo, e1 «antisemita que no es más que antisemita», es sin duda alguna e1 antisemita judío (que son más numerosos de lo que se piensa). Lejos de nosotros la idea de pretender clasificar al autor de La Metamorfosis en una categoría humana tan poco brillante. Es cierto, sin embargo, que su judaísmo fue un judaísmo atormentado. Sus biógrafos han referido ciertas manifestaciones verbales asombrosas y pocos antisemitas han escrito algo tan cruel sobre Israel como Kafka en su relato Chacales y Árabes (5). Esta hipótesis explica -y es sin duda la única que pueda explicarlo de manera satisfactoria- el renacimiento de la familia Samsa después de la muerte de Grégor; la desalienación tuvo éxito y la familia pudo empezar de nuevo.

Es cierto, pues, que el hecho de ser judío era en Kafka un verdadero “primum movens” de su obra; el elemento de su existencia que lo forzó a escribir (6). Crear era también para él una técnica de desalienación y de exorcismo, y en su obra fue su propio psicoanalista; no sabemos si sin ella el autor de Terrier no hubiera sucumbido a la esquizofrenia, a la que tantos rasgos de su carácter parecían condenarle. Como escritor, quería su condición de judío, fuente de su inspiración; nostálgica de normalidad y de integración (7), sólo podía detestarla. Ambivalencia que se manifestó también en la orden de destrucción de sus manuscritos, orden que felizmente Max Brod infringió. Pero esta ambivalencia respecto de sus orígenes y de su obra -de la enfermedad y del tratamiento-, le permitió realizar una síntesis vertiginosa y lograr una profundidad metafísica y existencial que ninguno de sus correligionarios -y quizá ningún otro escritor- pudo alcanzar. Frente a sus orígenes, los escritores judíos reaccionan, grosso modo, de dos maneras. Algunos fingen ignorarlos, acosados por la voluntad de «ser como los demás»; otros, por el contrario, sienten la obsesión de sus oríg;enes, al punto que a fuerza de meditar sobre lo trágico de la condición judía, terminan por no ver lo trágico de la condición humana. (La novela, por otra parte tan simpática, de L. Lewinsohn Israel, ¿dónde vas? es bastante característica de esta segunda actitud). También en esto Kafka es una síntesis: el judío está proscrito de su obra y está en ella presente dondequiera. Su originalidad -y su grandeza- consiste en haber sabido expresar en los términos del problema humano su experiencia específica de la alienación judía. “Soy extranjero”, constata el judío Kafka, y el hombre Kafka le responde: “Pero todo el mundo es extranjer”. La actitud kafkiana se parece así curiosamente a la de otro gran judío “desalienador”, K. Marx, en su folleto de juventud, bastante poco conocido, consagrado a la cuestión judía (8).

Desde entonces la categoría de la alienación y su corolario en filosofía marxista, la reificación, aparecen como conceptos verdaderamente privilegiados para la comprensión de la obra de Kafka. No se trata, por cierto, de reducir a una fórmula única una obra tan rica, y menos aún de querer encontrar a la fuerza un marxista en Kafka. Es una obra «con cajones», dice Brod. Muy bien, pero permítasenos llevar hasta e1 fin esta comparación: algunos muebles tienen un cajón privilegiado, de cuya apertura depende la de los otros cajones. Los temas kafkianos son, por cierto, variados, pero el del hombre extranjero vuelve constantemente como un leitmotiv.

En este cuadro se puede intentar dilucidar el misterio de El Castillo, “Epopeya del desocupado”, dice Carrouges, Es verdad, pero como significación inmediata, presimbólica: K. es efectivamente el desocupado como Karl, en América, es efectivamente el emigrante. “Símbolo del judío”, dice Németh. El agrimensor no tiene, por lo que a él respecta, nada de judío, pero el recibimiento que se le reservó en la aldea tiene, fuerza es confesarlo, un sabor bastante típicamente antisemita: un entendido no podría equivocarse en esto. Discutiremos más adelante la explicación teológica de Max Brod. Pero vemos en ello una imagen perfectamente realista de una sociedad fundada en la desigualdad y en 1a explotación del hombre por el hombre.

Los ejemplos son numerosos y siempre concretos. “Era la suerte del obrero la que aguardaba a K.” A Klamm se lo conoce como grosero. “Entre un funcionario del Castillo y una hija de zapatero media una distancia muy grande”. El mejor albergue de 1a aldea está reservado para los “Señores del Castillo”, quienes además parecen gozar, respecto de la población femenina, de ciertos privilegios que indignan. Más adelante se trata de «la disciplina que reina en 1a aldea». Huelga multiplicar estos ejemplos. El conjunto “Castillo-aldea” nos ofrece una imagen muy concreta v apenas caricaturesca de una sociedad antidemocrática, de estructura más bien feudal que fascista, algunos de cuyos aspectos recuerdan la Hungría feudal de antaño.

Evidentemente, lo esencial no está allí. Nadie puede pensar seriamente en reducir 1a importancia de la obra de Kafka a la de una simple critica social. Pero en El Castillo las relaciones de clase se proyectan a lo eterno, y esto es precisamente uno de los elementos esenciales de la reificación. «Una potencia inhumana reina sobre todo». El reino de El Castillo es, efectivamente, impersonal, inhumano. El elemento impersonal -típico del universo deificado- domina en la obra de Kafka; nada puede caracterizar mejor la incomprensión admirativa (es la palabra justa) de Brod que el hecho de haber creído que correspondía completar las iniciales en El Proceso. Porque toda la obra de Kafka está bañada por la atmósfera de lo impersonal, del «se». Los dos ayudantes del agrimensor son intercambiables como las ruedecillas de una máquina. Nunca Klamm hablará a K.; ni siquiera dirige la palabra a sus amantes. No hay comunicación telefónica real entre la aldea y el Castillo. El pasaje concerniente a esas supuestas comunicaciones telefónicas es, por otra parte, de una ironía feroz. Los habitantes de la aldea creen poder telefonear al Castillo; tienen incluso la ilusión de recibir una respuesta. En realidad, “no existe ninguna conexión telefónica definida entre la aldea y el Castillo, ninguna central que dé curso a nuestras llamadas”. Ningún ateo ridiculizó más cruelmente que el piadoso Kafka la oración que el hombre de 1a alienación religiosa dirige en vano a su propia esencia hipostasiada. ¿Existe e1 Castillo? ¿O es solamente la imposibilidad objetivada, ese cielo que es sólo “imposibilidad de corneja” (9)? ¿Existe Klamm? Tal pregunta se planteó de hecho. El Castillo v sus habitantes llevan la marca de la falsa objetividad del mundo reificado, una objetividad de tipo alucinatorio. Klamm es quizá uno de nosotros; e1 Castillo es nuestra impotencia o nuestra ignorancia. Comprenderlo significa entrever de lejos la frontera del país de la libertad.

Existe también, ciertamente, la explicación religiosa (la Gracia), y la autoridad de Max Brod, esa autoridad que dejó su sello en numerosas exégesis, no solamente en aquellas que pretenden hacer de Kafka un “testigo del espíritu” (10) (siendo en realidad un testigo del fracaso del espíritu, de la reificación), sino también en las lúcidas obras de Carrouges y de Németh. Puede parecer presuntuoso combatir la opinión del amigo de Kafka. Sin embargo, hay que desconfiar de Brod, gran escritor, amigo admirable -si los hay-, pero mediano pensador, del que no podemos estar seguros que haya comprendido cabalmente a su genial y misterioso amigo. De hecho, la teoría de la Gracia (y, más generalmente, la interpretación religiosa que es su corolario) ) nos envuelve en una serie de contradicciones, de las que no se sale después sino al precio de concesiones, cuando no de acrobacias. El Castillo es la Gracia. Sea; ¿pero por qué la burocracia reina en el Castillo? No se comprenden sus relaciones con el concepto de la gracia. La burocracia ocupa, en cambio, un lugar preponderante en la descripción lukacsiana del universo reificado. La imagen de Klamm-Providencia es igualmente misteriosa. No es así como un alma religiosa se imagina un ser de esencia divina. Visto desde nuestra perspectiva, el misterio se aclara: de lejos, Klamm posee toda la majestad del sistema; de cerca, es un hombre como los demás, hasta un poco grotesco. Brod reconoce -no sin candor-- que la historia de Sortini le parece incomprensible; a la luz de la hipótesis de la reificación es, por el contrario, diáfana. La familia Barnabé está, en principio, excluida de la gracia; ¿por qué razón entonces Kafka nos da de ella una pintura tan simpática? En este circo de tristes monigotes, la familia Bernabé constituye la única nota humana; nada tiene de asombroso que sea también la única que reciba con humanidad a K., el extranjero. E1 viejo padre, tan preocupado por devolver el honor a su hija, resulta realmente conmovedor. De hecho, ¿por qué el agrimensor --otro excluido de la gracia- atrae al pequeño Juan? Es porque a pesar de sus yerros y de sus torpezas -¿o merced a ellas?- K. representa un elemento de espontaneidad y de libertad en ese mundo rígido; atrae naturalmente al niño que no está aún «arrojado al mundo». K. es el hombre del rechazo (quizá provisional), los habitantes de la aldea son los de una aceptación definitiva. El mundo reificado ignora el acontecimiento: Kafka personalmente -como buen esquizoide- tenía dificultades en concebir el cambio. Por su parte, el niño es cambio y esperanza; se reconoce a si mismo en ese extranjero que trae al mundo resignado de sus padres el escándalo de sus ambiciones.

¿Es necesario rechazar, por consiguiente, la explicación religiosa? Ésta contiene un elemento de verdad, pero en una perspectiva distinta: la de una experiencia arcaico-primitiva del hecho social. Las relaciones entre alienación y hecho religioso fueron estudiadas por numerosos pensadores desde Feuerbach hasta Durkheim, pasando por Marx. Según Durkheim, e1 hombre primitivo integrado en la comunidad tribal siente que hay en ella algo que lo supera, y esta experiencia confusa de la energía social -primera escuela de trascendencia para el primitivo- sería el origen del dualismo de lo sagrado y de lo no sagrado, base de todo fenómeno religioso. En un texto notable, Kafka -que era lo menos sociólogo posible- formula casi exactamente la misma idea. «Creer significa liberar en uno mismo lo indestructible; o, más exactamente, liberarse, o, más exactamente, ser indestructible, o, más exactamente, ser» (Diario). Ante el hecho de la reificación -el “hecho social”- de los sociólogos franceses (11)- la actitud de Kafka parece haber sido ambivalente: por un lado, siente una emoción religiosa o más bien numinosa ante el poder que abruma al hombre y, al mismo tiempo, una actitud de rebeldía muy concreta y casi política. (Piénsese en el relato Lus nuevas lámparas, sin contar innumerables pasajes de El Castillo). Las dos actitudes son inconciliables, es verdad, pero nadie pensó jamás aplicar a Kafka los criterios del hombre de ciencia. La coexistencia en é1 de dos mundos contradictorios -el universo de la rebelión y el universo religioso- constituye sin duda una de las numerosas manifestaciones del núcleo esencialmente esquizoide de su carácter.

Con El Proceso, entramos en otro dominio: el del universo reificado, en cuanto universo de la culpabilidad. Volvemos a encontrar en él el tema de la reificación: el reino de una potencia lejana, inhumana, impersonal. (El Proceso es la novela donde dominan las iniciales). Pero esta potencia inhumana posee aquí un carácter judicial. En efecto, en el universo reificado el hombre se convierte en cosa y este hombre-cosa, desprovisto de valor propio, debe justificar su existencia, sin lo cual es considerado culpable. Tal es, en sus grandes líneas, la explicación de Volkmann-Schluck, en la cual volvemos a encontrar la noción de permiso de residencia. Desde la mañana de su misterioso arresto, el apoderado José K. vive en un universo doble. Por una parte, sigue siendo el funcionario respetado, cuya posición es perfectamente firme, «un buen partido» deben decirse las madres que tienen una hija casadera. Es cierto que conoce los tribunales: majestuosos edificios públicos, donde no tiene nada que buscar, sino cuando va a defender, corno empleado honesto y respetado, los más legítimos intereses de su empresa. Y en otro mundo, superpuesto al primero, no es más que el Acusado obligado a efectuar gestiones extrañas ante magistrados que no lo son menos. Los psiquiatras conocen perfectamente este fenómeno del «doble universo»: es un aspecto de la disociación. Pero lo hemos conocido también en otra parte. Entre 1940 y 1942, el ciudadano percibía ciertamente la derrota que tenía, por 1o demás, razón para considerar provisional, pero esa derrota no modificó inmediatamente la estructura fenomenológica de su universo; este último se volvió más sombrío, pero conservó su organización. La temporalidad del Israelita, en cambio, se vio inmediatamente amputada en cuanto a la dimensión del futuro; se convirtió en la de un universo cerrado, cuya única terrible salida se abría hacia una perspectiva concentracionaria. A la limitación temporal correspondía la limitación espacial: los salvoconductos necesarios para cualquier traslado ¡y qué difíciles de conseguir! Desde entonces este universo espaciotemporal parecía singularmente cercano a la temporalidad de Kafka. En las facultades se veían jóvenes de ambos sexos que palidecían ante los mismos temas, pero que, más allá de esos temas, preparaban 1a agregación y su futuro, palabra desprovista de significado preciso para el ciudadano del Universo de la Culpabilidad Difusa. Por último, una simple decisión administrativa podía condenar a prisión a un residente, aunque la conciencia de este estuviera tranquila y no tuviese antecedentes penales. En este proceso jamás se vio absolución alguna -el pintor Titorelli lo dijo perfectamente-, pero se podía dar largas al asunto. Nadie podrá comprender plenamente a Kafka si alguna vez no hizo la cola frente a una ventanilla, donde un empleado de apariencia a menudo miserable decidía sobre la vida o la muerte, sin saber siquiera que, de hecho, era miembro de un tribunal sin apelación para toda una categoría de seres humanos. El Proceso es el de un hombre-cosa que cesó de ser una fuente autónoma de valores y que debe justificar su estadía en un mundo donde es en adelante extranjero.

Decir que América es la novela del inmigrante es enunciar una perogrullada. Se pudo afirmar que la atmósfera de esta novela era más alegre que la de las otras; la verdad es que el estilo de Kafka no estaba quizá completamente a punto. Entre los Robinson y los Delamarche, el joven Karl apenas debe encontrarse menos solo que el agrimensor en la aldea o el apoderado frente a sus jueces. Pero en esta novela -como en toda la obra de Kafka- hay una jerarquía de significados superpuestos según una técnica que, dicho sea de paso, fue tomada de 1a mística judía (en especial de Filón de Alejandría). Karl es el emigrado, y un emigrado es doblemente extranjero. Pero América -una América que parece sacada de las estampas de Epinal- es también un mundo inhumano visto por un castrado. Karl es un castrado, expulsado por su padre a causa de un delito sexual -muy insignificante en apariencia-- perpetrado con una mujer de edad mucho mayor. Y en efecto, a lo largo de toda la novela. Karl se conduce como un impotente frente a las mujeres (véase el episodio con Clara y también con la joven dactilógrafa alemana). Desde entonces se siente la tentación de encontrar nuevamente en América -como en casi todo el resto de la obra- el elemento judío: un proscrito que es al mismo tiempo un castrado (circunciso) es un judío. Exégesis que parece desde luego cogida por los cabellos, y que lo sería en efecto, si Kafka no hubiese tenido cuidado de advertirnos, por el juego de las iniciales, que él mismo está presente en todas sus novelas. En cualquier caso esta hipótesis es la que mejor explica el episodio del circo de Oklahoma, episodio curioso que aparece claramente como un cuerpo extraño dentro de la novela, a la que sin embargo aparece unido por lazos misteriosos. El circo de Oklahoma es un sueño con compensación de contenido casi mesiánico. La frase “Todos son bienvenidos a esta casa”, es la traducción casi literal de una alusión mesiánica de la liturgia judía, y los ángeles con las trompetas son igualmente un motivo de la mística hebraica. Por último la reificación también está presente en esta novela, sin por tanto ocupar el lugar central que tiene en otras. Aquí está representada por el tío, la auténtica figura cibernética. El senador tiene reacciones de robot (12); es cómico en el pleno sentido bergsoniano del término. Es además un pobre tipo, a despecho de su “éxito” deslumbrante; se adivina toda la aridez de su vida afectiva. Sus amigos Pollunder y Green sin olvidar a la mujerzuela Clara- son dignos de él. América no es sólo la novela del inmigrado, sino también la del Hombre en un mundo inhumano, en un mundo de máquinas.

Tenemos finalmente el más misterioso relato de Kafka, el más cargado de significación: Odradek. He aquí la opinión de Schoeps: “Etimológicamente la formación de la palabra Odradek corresponde en efecto a una fantasía. Pero lo que en ella hay de eslavo podría traducirse más o menos por escapado a la Ley. Odradek es la expresión de la alienación, de la anominización del yo. Odradek, el escapado a la Ley, el que es objeto de las preocupaciones del divino padre de familia, ha tomado la forma absurda de una bobina, se ha convertido en un mecanismo automático. En la absurdidad del mundo actual, el testimonio del oscurecimiento de la conciencia individual, la prueba de la disociación del hombre que perdió a Dios” (13) . Deben tenerse en cuenta todos los elementos de este juicio, salvo quizá la nota religiosa basada aquí en las convicciones personales de Kafka más bien que en la significación objetiva de su obra. La reificación ha cumplido su misión, y el hombre, definitivamente alienado, no es más que una absurda bobina.

¿Cuál es pues el significado contemporáneo de la obra de Kafka? (No digamos mensaje porque esta palabra habría sido fatalmente recusada por un escritor que ordenó la destrucción póstuma de sus manuscritos). Existe un elemento de deshumanización en la civilización contemporánea: la reificación tal como la entienden los autores marxistas. Ese elemento aparece en la historia con la alienación del trabajo humano y llega a su desarrollo reciente en el horror de los campos de concentración. Es un fenómeno que ocasiona un desdoblamiento de tipo esquizofrénico de nuestra existencia social, desdoblamiento en el cual el fetichismo de la mercancía, denunciado por Marx, constituye uno de sus aspectos. Este dualismo se refleja en nuestro pensamiento filosófico a través del dualismo entre términos tales como reificación y realidad humana, verdadera y falsa conciencia, autenticidad y inautenticidad, y también, en cierta medida, a través del dualismo psiquiátrico de la normalidad y de la alienación. Gracias a su propia naturaleza esquizoide inclinada a la reificación y a la disociación (“Estoy hecho de piedra”, “Tengo un martillo en el lugar del corazón”, decía Kafka), y también gracias a su experiencia personal de la alienación judía (que supo expresar en términos de alienación humana), Kafka se ha puesto a tono con esta disociación esquizofrénica (14) de la conciencia política contemporánea. Lejos de nosotros querer hacer de Kafka un marxista. Tal cosa seria propia de ua hagiografía ingenua, tan indigna de u gran escritor como de una gran doctrina. Digamos simplemente que una experiencia de tipo arcaico le permitió remontarse hasta las fuentes de la alienación y de la religión, haciendo así posible esta obra ambivalente en la que la reificación contemporánea se efleja con una nitidez y un vigor quizá nunca alcanzados en parte alguna.

Kafka volverá a ser inactual. Sólo momentos históricos excepcionales pueden permitir a una colectividad soportar el peso de semejante lucidez. E1 momento de la liberación, en 1944, era uno de ellos. En el momento de descubrirse el horror de los campos de concentración, su obra fue la catarsis de una conciencia colectiva atormentada. Desde hace algún tiempo se habla mucho menos de Kafka. Ciertos capitalistas han vuelto a calcular sus ganancias; Alemania se pregunta si no ganó la guerra. Un libro de filosofía social firmado por Horia Sima (uno de los jefes de la Guardia de Hierro rumana) hizo una discreta aparición en las librerías junto a los libros de Brunschvicg y de Laveille. ¿Existió Auschwitz? ¿No habrá sido una gigantesca farsa montada por algún bromista lector de Kafka? ¿Pueden tales hecatombes haber sido la obra de un pueblo tan noblemente preocupado por la defensa de los valores occidentales? No, decididamente este judío desvaría y terminará por cansar a todo el mundo. Ya molesta bastante a los teóricos de la lucidez de sentido único; aquellos para quienes la desalíenación es ante todo una transalienacíón. ¿Habrá que quemar a Kafka?, preguntó un hebdomadario previsor ya en 1946. G. Bataille tiene razón en subrayar que el primero -y el más peligroso- de los partidarios de este auto de fe era el propio Kakfa (15). Sin embargo, es difícil seguirlo cuando atribuye el descrédito del que Kafka es objeto en ciertos medios, a la ausencia de perspectivas históricas en su obra. La sola existencia del circo de Oklahoma, aparte de los proyectos sociales de Kafka, bastaría para refutar esta tesis. Pero la alienación de derecha no es 1a única que amenaza al hombre moderno, y la obra de Karka -como lo señala con justa razón Carrouges (16)- denuncia todas las alienaciones. Encontramos en ella pasajes verdaderamente extraños. He aquí uno: “La bestia arranca al amo el látigo y se azota a sí misma para convertirse en amo, no sabe que se trata de una fantasía producida por un nuevo nudo en la lonja del amo” ( Diario). No sé qué ha querido decir conscientemente con eso, pero objetivamente es quizá la expresión más conmovedora de la tragedia del proletariado. Frases de este tipo no se perdonan. Hay que quemar a Kafka.

“Yo soy fin o comienzo”. ¿Era Kafka un fin o un comienzo? No lo sabemos, y este es quizá el problema central del porvenir de la civilización. Hasta ahora solo parece válido el aspecto negativo de su obra. La reificación está presente en nuestra vida cotidiana, pero nadie nos muestra todavía el camino del circo de Oklahoma. La negatividad de la época es el fracaso de lo humano, fracaso cuyo símbolo conmovedor lo constituye la historia del médico rural. Kafka asumió con fuerza esta negatividad cercana a su naturaleza esquizoide; no podía combatirla porque habría sido combatirse a sí mismo, pero logró representarla de tal manera que ella le asegura un lugar entre los representantes eternos del hombre. Su experiencia de judío lo ayudó, por cierto, a entender la alienación del hombre; es difícil imaginar un Kafka que no sea judío. Pero sería desconocer singularmente su importancia si únicamente se viera en ella la expresión del «misterio judío»(17) ."' El misterio Kafka es el misterio de la Sociedad.

1 K. H. Volkmann-Schluck, «Bewusstsein und Dasein in Kafkas "Prozess", Neue Rundschau, 1950.

2 La palabra “Galuth” significa textualmente “proscripción”. Se trata de un concepto muy popular entre los judíos de la Europa Central y del Este.
3 M. Do1to trata a niñas neurópatas mediante muñecas-flores. “El comportamiento del sujeto frente a esta muñequita, que supone dotada de razón y de sentítníentos, le perrnitía, en una primera fase, tomar conciencia de sus propias emociones instintivas, manifestándolas. Podía entonces reaccionar con respecto a esta manifestaci6n, cuya responsabilidad les era sustraída artificialmente” (F.Dolto, Revue Française de Psycanalyse, (1950).
Se trata de saber si, de manera análoga, Kafka no proyectó sus complejos -y también su autismo- en sus relatos de animales. Véase el relato Le Terrier, una de las manifestaciones del autismo más asombrosas que posee la literatura.

4 A. Németh: Kafka ou le Mistère juif.
5 En el relato que acompaña a La Metamorfosis. La interpretación es la de Németh
6 Blanchot : Kafka et L'exigence de 1'OEuvre, Critique, marzo de 1952
7 Véanse muchísimos pasajes de su Diario y también la biografía de Brod.
8 Marx. Zur Judenfrage. Sgún Marx, el espíritu judío se encarnó en el capitalismo; la solución del problema judío consistiría, pues, en la supresión del capitalismo.

9 Diario.• Las cornejas pretenden que una sola corneja podría destruir el cielo. Esto está fuera de duda, pero no prueba nada contra el cielo, porque cielo significa imposibilidad de corneja» ¡La reflexión es de una profunda belleza.
10 Cf. el libro de R, Rochefort (prólogo de Daniel-Rops), que es la expresión más consecuente de la interpretación espiritualista.
11 El “hecho social” (Durkheim) y la reificación (Lukács) expresan la misma experiencia “objetiva” de la realidad social, con esta sola diferencia: en Lukács se trata de una ilusión histórica que será desenmascarada con el triunfo de la clase ascendente, mientras que en Durkheim es una constante de la existencia colectiva.
12 El tío-senador echa a su sobrino muy querido porque llegó pasada la medianoche. Si hubiera llegado cinco minutos antes de medianoche, lo habría retenido. Se trata de la reacción de una máquina.
13 Paraboles.
14 En la obra de Kafka se encuentran numerosos ejemplos de esta disociación esquizofrénica. En El Proceso, el apoderado José K. (Kafka) es detenido por dos policías, uno de los cuales se llama…Franz, igual que el autor. Kafka se detiene a sí mismo. Cf. También el relato Le Monde Citadin (Ten0tation au Village), y quizá también la historia de los cuatro amigos: Robert, Samuel, Max y Franz, según la interpretación de M. Robert.
15 G. Bataille: Franz Kafka devant la critique communiste, en Critique, oct. 1950. Según Bataille, hay en Kafka « una negación de la tierra prometida », lo que justificaría la hostilidad de los comunistas. ¿Y el circo de Oklahoma? El problema reside por tanto en otra cosa.
16 Michel Carrouges: Kafka, 1948.
17 Este reproche se dirige sobre todo al título del libro de Németh. El libro en sí es uno de los mejores que se hayan consagrado a Kafka.

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