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lunes, marzo 10, 2008

Más sobre el 77 italiano. Radio ALICE: a desalambrar el éter y la posterior ofensiva neoliberal en las comunicaciones. 



(también tomado del texto de Bifo "1977: El año en que el futuro se acabó..."):

Information to the people
Information to the peoplees uno de los eslóganes que nacen del
movimiento de la contracultura en la California de los años
sesenta. En el caldo de cultivo de la costa occidental de los
Estados Unidos crecieron Steve Wozniak y Steve Jobs, fundadores
de Apple Computer, y creadores de la filosofía y la
práctica que está en la base de la difusión de la informática,
el interfaz amistoso, el espíritu de red y el open source. El año
en el que se registra la marca Apple es, qué casualidad, 1977.
En ese año se produce en Italia el estallido de una forma
innovadora de comunicación, la de las radios libres y la del
uso del directo en las transmisiones radiofónicas. El nacimiento
de las radios libres es consecuencia de un acontecimiento
jurídico de diciembre de 1974. En ese mes el Tribunal
Constitucional italiano estableció la inconstitucionalidad del
monopolio estatal del éter, y estableció de forma indirecta el
derecho de transmisión para cualquier ciudadano o asociación.
El propio Tribunal, en esa misma sentencia, reclamaba
la necesidad de una regulación del uso del éter.

En ese vacío legal algunos empezaron a entrever la posibilidad
de construir estructuras de información completamente
libres, desligadas de cualquier institución estatal o
política, y de cualquier interés comercial, económico o especulativo.
Y era posible. El coste de instalación de una emisora
radiofónica era en esa época irrisorio. Incluso para los
estudiantes o los jóvenes obreros era posible conseguir los
pocos cientos de miles de liras que hacían falta para comprar
un transmisor, un equipo de alta fidelidad y una mezcladora.
Fue así como nació Radio Alice, la primera radio libre
capaz de poner en marcha un proceso de autoorganización
creativa y poner a disposición del movimiento un instrumento
simple y eficaz de información. Radio Alice nació el 9
de febrero de 1976. Desde los primeros días de emisión suscitó
una oleada de indignación en la opinión pública bienpensante.
Il Resto del Carlino, el diario boloñés ultraconformista
denunció que «Radio Alice emite mensajes obscenos», mientras
el PCI insinuaba que detrás de la radio debía haber intereses
ocultos. No había ningún financiador. La radio se finan-
ciaba con las aportaciones voluntarias de los redactores, que
al principio eran una decena y en pocas semanas alcanzaron
un número incalculable. No había una programación fija
para cada día, salvo un boletín político emitido a horas más
o menos regulares y algunas emisiones un tanto peculiares,
como las lecciones de yoga por las mañanas y las largas
sesiones de música en directo y de poesía que se prolongaban
hasta altas horas de la noche.

Radio Alice, como A/traverso, la revista maodadaísta que
empezó a publicarse en mayo de 1975, fue el signo explícito
y declarado de una voluntad del movimiento de salir de los
esquemas lingüísticos del movimiento obrero tradicional y
de experimentar lenguajes provocadores y directos que se
inspiraban en el surrealismo y el dadaísmo, y que proponían
técnicas de agitación propias de la cultura hippy: la burla,
la ironía, la difusión de noticias falsas, la mezcla de tonos
líricos y tonos histéricos en la comunicación política, la mezcla
del horizonte histórico con los acontecimientos menores
de la vida diaria. Sexualidad y drogas se convirtieron por primera
vez en asunto de discusión y activismo. No debemos
olvidar que esos son también los años en los que aparecen en
la escena cultural, primero en Estados Unidos, después en
Europa, el movimiento feminista y el movimiento gay. Son los
años en los que el consumo de drogas, hasta entonces un fenómeno
absolutamente marginal, se convierte en un elemento
característico de las vivencias estudiantiles y juveniles.

Al mismo tiempo, el pensamiento filosófico, en especial
en Francia, repiensa en términos de microfísica el horizonte
del poder y de la liberación. La subjetividad ya no es identificada
en los modos monolíticos propios de la ideología, de
la política, de la pertenencia social, sino mediante toda una
microfísica de las necesidades, del imaginario, del deseo. La
noción de microfísica social fue introducida en la discusión
por Michel Foucault y posteriormente desarrollada por
Deleuze y Guattari en el Anti-Edipo. La noción de sujeto es
sustituida por la de subjetivación, para indicar que el sujeto
no es algo dado, socialmente determinado e ideológicamente
consistente. En su lugar, debemos ver procesos de
atracción y de imaginación que modelan los cuerpos sociales,
haciendo que actúen como sujetos dinámicos, mutables,
proliferantes. La Historia de la locura de Michel
Foucault, el Anti-Edipo de Deleuze y Guattari y Fragmentos
de un discurso amoroso de Roland Barthes son libros en torno
a los cuales se generó un enorme interés en aquellos años.
Estos libros acabaron por convertirse en puntos de referencia
del discurso político, a pesar de no tener carácter de programa
político. Estos libros proponían un estilo, el estilo
nómada, no identitario, flexible pero no integrable, creativo
pero no competitivo. El movimiento boloñés alimentó su
lenguaje y sus comportamientos con las palabras que salían
de aquellos libros y por ello desarrolló con anticipación una
idea del movimiento como agente simbólico, como colectivo
de producción mediática, como sujeto colectivo de enunciación,
por utilizar la expresión de Guattari.

Durante todo el siglo del movimiento obrero, el problema
de la producción cultural se había planteado en términos
puramente instrumentales, en términos de contrainformación,
de restablecimiento de la verdad proletaria contra la
mentira burguesa. La cultura era considerada (según las
tesis del materialismo histórico) como una superestructura,
un efecto determinado por las relaciones de producción. El
pensamiento postestructuralista francés puso en crisis esta
visión mecánica.

Tomando como referencia la ruptura que significó el postestructuralismo
francés, la revista A/traverso llevó adelante
una dura batalla contra el materialismo histórico y su mecanicismo.
Radio Alice rechazó siempre ser identificada como
un instrumento de contrainformación. Para empezar, Radio
Alice no era un instrumento. Era un agente comunicativo.
No estaba al servicio del proletariado o del movimiento,
sino que era una subjetividad del movimiento. Y, sobre
todo, no pretendía restablecer la verdad negada, oculta,
conculcada o reprimida. No existe una verdad objetiva, que
corresponda a una dinámica profunda de la historia. La
historia es precisamente el lugar en el que se manifiestan
verdades contradictorias, producciones simbólicas todas
ellas igualmente falsas e igualmente verdaderas.
La lección desencantada de la semiología de Umberto Eco,
del postestructuralismo de Foucault y de Deleuze–Guattari
se infiltró con fecundidad en las teorías y las prácticas de las
radios del movimiento, y poco a poco agrietó el edificio de la
ortodoxia. La cultura dejó de ser considerada una superestructura,
para entenderse como una producción simbólica que
forma el imaginario, es decir, el océano de imágenes, de sentimientos,
de expectativas, de deseos y de motivaciones sobre el
que se funda el proceso social, con sus cambios y sus virajes.

La batalla del mediascape

El movimiento boloñés intuyó con antelación la función
decisiva de los media en una sociedad postindustrial. Esta
sensibilidad fue mérito, entre otros, del DAMS boloñés, la
escuela nacida precisamente en aquellos años en la que enseñaban
personas lúcidas como Giuliano Scabia, Umberto Eco
o Paolo Fabbri. En cierto sentido podemos decir que el movimiento
del ‘77 fue también un laboratorio de formación para
millares de operadores de la comunicación que en los decenios
siguientes han participado en la gran batalla de la
comunicación desarrollada desde el ‘77 hasta hoy. Esa batalla
ha acabado por sobredeterminar la lucha política, de
modo que hoy el rey de la televisión es el rey de la república
que, de hecho, es una república monárquica.

Esa batalla ha acabado en desastre. Tras la sentencia
del Tribunal Constitucional italiano que hizo posible la libertad
de emisión, mientras nosotros hacíamos las primeras
radios libres, la izquierda nos advertía, desconfiada: «Ahora
vosotros abrís esas pequeñas radios democráticas, pero
mañana llegará el gran capital y se adueñará así del sistema
mediático». Así sonaba, más o menos, el reproche de la
izquierda y en especial del PCI. Se pensaba que acabaría por
ser Rizzoli, propietario entonces de varias cabeceras de diarios,
quien construyese un imperio mediático en el espacio
abierto en aquellos años, pero finalmente fue Berlusconi. La
brecha abierta por las pequeñas radios libres le permitió
crear Milano cinque que después se convirtió en Canale
Cinque. ¿Tenía entonces razón el PCI, que defendía el carácter
público de la información y nos ponía en guardia frente
a los peligros de la liberalización, que abría el camino al gran
capital? No, no tenía razón el PCI, la tenía el movimiento de
las radios libres. Porque la libertad de información, además
de ser un bien en sí mismo, es también un proceso
inevitable, porque no se puede contener el flujo de proliferación
de la información. El movimiento había intuido la
evolución de las relaciones entre comunicación y sociedad,
y habría podido transformarse en un gigantesco laboratorio
de producción comunicativa. Ese habría sido el antídoto
contra el peligro Berlusconi, el antídoto anticipado contra
la ciberdictadura. Pero no sucedió eso. En marzo se
produjo una insurrección dramática y al mismo tiempo
alegre, en septiembre se produjo el congreso contra las
represiones.

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