lunes, mayo 19, 2008
1968 y el resurgimiento de la perspectiva comunista (SERIE "LO QUE EN REALIDAD FUE EL 68", PARTE 2)
Si 1968 marcó en todo el mundo el retorno de la lucha de clases en las nuevas condiciones del capitalismo "maduro", una de las novedades más relevantes de esa época fue el declive del falso comunismo de raíz estalinista (es decir, leninista, y en definitiva, socialdemócrata: todas las variedades de leninismo tienen una raíz común en el "marxismo" de la II Internacional), y la visibilización de la verdadera tendencia comunista proletaria y anti-estatal que había quedado oculta luego del primer asalto proletario a la sociedad de clases (concluido por ahí por 1936/37).
Para recambio del falso "comunismo" que aspira al capitalismo estatal "de izquierda", la mitología sesentayochista trató de resucitar el engendro aprovechando las repentinas modas "trotskista" y "maoísta", a las que se promocionó como herederas del espíritu de la revuelta, pese al rol marginal y evidente falta de lucidez que caracterizaron su actuación en mayo.
Por el contrario, lo que animó tanto teórica como prácticamente el aspecto más radical de la nueva lucha de clases fueron las corrientes que sumían la continuidad con el viejo programa revolucionario proletario, principalmente las tendencias consejistas, autonomistas y situacionistas que estuvieron desde el inicio en el centro del conflicto, con sentido histórico y no mera nostalgia "bolchevique" o "libertaria".
A continuación, un extracto del capítulo 4 del libro "Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista", de Gilles Dauvé y Francois Martin, que puede ser descargado íntegramente desde Ediciones espartaco y su colección de textos comunistas Emancipación Proletaria Internacional.
A) Mayo de 1968 en Francia
La huelga general de Mayo de 1968 fue una de las huelgas más grandes de la historia capitalista. Sin embargo, probablemente sea la primera vez que, en la sociedad moderna, semejante poderoso movimiento de la clase trabajadora no creó por sí mismo órganos capaces de expresarlo. Más de cuatro años de luchas de los trabajadores lo prueban. En ninguna parte podemos ver organizaciones que vayan más allá de un contacto local y temporal. Sindicatos y partidos han sido capaces de intervenir en este vacío y negociar con los patronos y el Estado. En 1968, algunos Comités de Acción de corta duración fueron la única forma de organización de los trabajadores que actuaron fuera de los sindicatos y de los partidos; el Comité de Acción se opuso a lo que ellos sintieron como una traición por parte de los sindicatos.
Ya sea al comienzo de la huelga, o en el proceso de asentamiento, como más tarde, en la lucha contra la reanudación del trabajo muchos miles de trabajadores se organizaron por sí mismos de un modo u otro fuera y contra la voluntad de los sindicatos. Pero en todos los casos las organizaciones de los trabajadores se extinguieron al final del movimiento y no se encaminaron a un nuevo tipo de organización.
La única excepción fue el “Comité inter-empresas”, que había existido desde el comienzo de la huelga en el edificio Censier de la “Facultad de Letras” de París. Reunió a trabajadores, individuos y grupos, de varias docenas de fábricas del área de París. Su función fue coordinar acciones contra el trabajo de zapa de la huelga por parte del sindicato controlado por el P.C.F., la C.G.T. De hecho fue el único órgano de los trabajadores que fue prácticamente más allá de los estrechos límites de la fábrica, poniendo en práctica la solidaridad entre trabajadores de diferentes empresas. Como ocurre con todas las actividades revolucionarias del proletariado, este Comité no dio publicidad a su acción.1
El Comité continuó organizando encuentros tras la huelga y desapareció después de que sus miembros constataran su inutilidad. Por supuesto, los cientos de trabajadores que habían tomado parte en su actividad pronto dejaron de acudir a sus reuniones. Muchos de ellos continuaron viéndose entre sí. Pero mientras que el objetivo del Comité durante la huelga había sido fortalecer la lucha contra las maniobras de sindicato y partido, más tarde se convirtió en un grupo de discusión que estudiaba los resultados de la huelga y que intentaba sacar de ello lecciones para el futuro. Las discusiones giraban con frecuencia en torno al comunismo y su importancia.
El Comité reunió a una minoría. Sin embargo, sus “asambleas generales” diarias en el Censier, así como sus reuniones más restringidas, permitieron a varios miles de trabajadores encontrarse. Quedó limitado al área de París. No hemos tenido noticias de otros experimentos semejantes en otras regiones, organizados fuera de los sindicatos (incluyendo a los sindicatos “de izquierda”: la ciudad de Nantes, en el oeste de Francia, estuvo más o menos en manos de los sindicatos durante la huelga).
Debemos añadir que un puñado de personas con ideas comunistas (una docena, como máximo) estuvieron profundamente involucradas en su acción y funcionamiento. El resultado de ello fue limitar la influencia de la C.G.T., los trotskistas y los maoístas a un mínimo. El hecho de que el Comité estuviese fuera de todas las organizaciones tradicionales de sindicato y partido, incluyendo las extremistas, y de que intentase ir más allá del límite de la fábrica, prefiguró lo que ha estado sucediendo desde 1968. Su desaparición después de cumplir sus tareas también prefiguró la lenta desaparición de organizaciones que han aparecido desde entonces, en las luchas más características de los últimos años.
Esto muestra la gran diferencia entre la situación presente y lo que ocurrió en la década de los 30. En 1936, en Francia, la clase obrera luchó tras las organizaciones de trabajadores y por las reformas que declararon. Así, la semana de cuarenta horas y las dos semanas de vacaciones pagadas eran vistas como una victoria real de los trabajadores, cuya demanda esencial era conseguir las mismas condiciones y posición como grupos asalariados. Estas demandas fueron impuestas a la clase dirigente. Hoy, la clase obrera no pide la mejora de sus condiciones de vida. Los programas de reformas presentados por sindicatos y partidos se parecen mucho a los presentados por el Estado. Fue De Gaulle quien propuso la “participación” como remedio a lo que él llamaba la sociedad “mecánica”.
Parece que sólo una fracción de la clase dirigente se dio cuenta de la magnitud de la crisis, a la que llamó “crisis de civilización” (A. Malraux). Desde entonces, todas las organizaciones, todos los sindicatos y partidos, sin ninguna excepción, se unieron al gran programa de reformas de una manera u otra. El mismo P.C.F. incluye “participación real” en su programa de gobierno. El otro gran sindicato, la C.F.D.T., aboga por la autogestión, que también es apoyada por los grupos izquierdistas que están a favor de los “consejos obreros”. Los trotskistas proponen el “control obrero” como programa mínimo para un “gobierno obrero”.
Lo que hay en lo más profundo de este asunto es un intento de acabar con la separación entre el trabajador y el producto de su trabajo. Esto es la expresión del punto de vista “utópico” del capital, y no tiene nada que ver con el comunismo. La “utopía” capitalista intenta desembarazarse del lado malo de la explotación. El movimiento comunista no puede expresarse a sí mismo como una crítica formal del capital. No tiene como fin cambiar las condiciones del trabajo, sino la función del trabajo: quiere sustituir la producción de valores de cambio por la producción de valores de uso. Mientras que los sindicatos y partidos desarrollan sus debates en el contexto de uno y mismo programa, el programa del capital, el proletariado tiene una actitud no constructiva. Aparte de sus actividades políticas prácticas, no “participa” en el debate organizado sobre su caso. No intenta llevar a cabo investigaciones teóricas sobre sus propias tareas. Esta es la hora del gran silencio del proletariado. La paradoja es que la clase dirigente intenta expresar las aspiraciones de los trabajadores, a su manera. Una fracción de la clase dirigente comprende que las actuales condiciones de apropiación de plusvalía son un obstáculo para el funcionamiento total de la economía. Su perspectiva es compartir el pastel, con la esperanza de que una clase trabajadora que “se aprovecha” del capital y “participa” en él, producirá más plusvalía. Estamos alcanzando el estadio en que el capital sueña con su propia supervivencia.2 Para realizar esta supervivencia, se tendría que desembarazar de sus propios sectores parasitarios, es decir, las fracciones del capital que ya no producen suficiente plusvalía.
Mientras que en 1936 los trabajadores intentaban alcanzar el mismo nivel que otros sectores de la sociedad, hoy en día el capital mismo impone a los sectores asalariados privilegiados las mismas condiciones generales de vida que las de los trabajadores. El concepto de participación implica igualdad ante la explotación impuesta por las necesidades de formación de valor. De esta manera, la participación es un “socialismo” de la miseria. El capitalismo debe reducir los enormes costes de los sectores que son necesarios para su supervivencia pero que no producen directamente valor.
En el transcurso de sus luchas, los trabajadores comprueban que la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales es limitada, y en su conjunto, ya planificada por el capital. La clase obrera ya no puede intervenir sobre la base de un programa que realmente alterase sus condiciones de vida dentro del capitalismo. Las grandes luchas de los trabajadores en la primera mitad del siglo, luchas por la jornada de ocho horas, la semana de cuarenta, vacaciones pagadas, sindicalismo industrial, seguridad laboral, mostraron que las relaciones entre la clase obrera y el capital permitían a los trabajadores un cierto espacio de acción “capitalista”. Hoy en día el capital mismo impone las reformas y generaliza la igualdad de todos ante el trabajo asalariado. Por lo tanto, ningún sector importante de la clase obrera quiere luchar por objetivos intermedios como fue el caso a comienzos del siglo o en la década de los 30. Pero también debería ser obvio que mientras la perspectiva comunista no esté clara, no se pueden formar organizaciones de trabajadores sobre una base comunista. Esto no quiere decir que los objetivos comunistas se harán claros de repente para todos. El hecho de que la clase trabajadora sea la única clase que produce plusvalía es lo que la coloca en el centro de la crisis del valor, es decir, en el verdadero corazón de la crisis del capitalismo, y la obliga a destruir a las otras clases como tales, y formar los órganos de su propia destrucción como parte del capital, como una clase dentro del capitalismo. La organización comunista sólo aparecerá en el proceso práctico de destrucción de la economía burguesa y en la creación de la comunidad humana sin intercambio.
El movimiento comunista se ha afirmado a sí mismo continuamente desde el mismo comienzo del capitalismo. Por esta razón el capital se ve forzado a mantener una vigilancia constante y una violencia continua sobre cualquier cosa que sea peligrosa para su funcionamiento normal. Desde la conspiración secreta de Babeuf en 1795, el movimiento de los trabajadores ha experimentado luchas cada vez más violentas y prolongadas que han mostrado que el capitalismo no es la culminación de la humanidad, sino su negación.
Aunque la huelga de Mayo del 68 apenas tuvo resultados positivos inmediatos, su fuerza real fue que no dio origen a ilusiones duraderas. El “fracaso” de Mayo es el fracaso del reformismo, y el final del reformismo engendra una lucha a un nivel completamente diferente, una lucha contra el capital mismo, no contra sus efectos. En 1968 todo el mundo pensaba en alguna “otra” sociedad. Lo que la gente decía raramente iba más allá de la noción de una autogestión general. Aparte de la lucha comunista, que sólo se puede desarrollar si la lidera el centro, la clase que produce la plusvalía, las demás clases sólo pueden actuar y pensar dentro de la esfera capitalista, y su expresión sólo puede ser la del capital – incluso del capital que se reforma a sí mismo. Sin embargo, detrás de estas críticas parciales y expresiones alienadas, podemos ver el principio de la crisis del valor característica del período histórico en el que estamos entrando ahora.
Estas ideas no vienen de ninguna parte; aparecen siempre porque los síntomas de una comunidad humana real existen emocionalmente en cada uno de nosotros. En cualquier ocasión en que es cuestionada la falsa comunidad del trabajo asalariado, aparece una tendencia hacia una forma de vida social en la que las relaciones ya no están mediatizadas por las necesidades del capital.
Desde Mayo del 68, la actividad del movimiento comunista ha tenido tendencia a ser cada vez más concreta.
B) Huelgas y luchas de los trabajadores desde 1968
Mientras que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las huelgas, incluso las importantes, eran mantenidas bajo control y no iban seguidas por constantes crisis políticas y monetarias, los últimos años han visto un rebrote de los disturbios industriales e incluso insurrecciones en Francia, Italia, Gran Bretaña, Bélgica, Alemania Occidental, Suecia, Dinamarca, España, Portugal, Suiza. En Polonia, los trabajadores atacaron la sede central del P.C. mientras cantaban la Internacional. El proceso fue el mismo en casi todos los casos. Una minoría pone en marcha un movimiento con sus propios objetivos; pronto, el movimiento se extiende a otras categorías de trabajadores en la misma empresa; la gente se organiza (piquetes de huelga, comités de trabajadores en los establecimientos, en las cadenas de montaje); los sindicatos se las arreglan para ser los únicos capaces de negociar con la dirección; finalmente consiguen que los trabajadores reanuden el trabajo, después de proponer consignas unitarias que no gustan a nadie pero que aceptan todos a causa de la incapacidad para formular otra cosa. El único movimiento que fue más allá del estadio de la huelga tal como existe hoy fue el movimiento de disturbios y huelgas en Polonia en diciembre de 1970-enero de 1971.
Lo que sucedió de modo brutal en Polonia, existe sólo como tendencia en el resto del mundo industrial. En Polonia no hay un mecanismo de poder “de contrapeso” para contener las crisis sociales. La clase dirigente tenía que atacar directamente a la clase trabajadora con el fin de mantener el proceso de formación de valor en condiciones normales. Lo acontecido en Polonia prueba que la crisis del valor tiende a extenderse a todas las áreas industriales, y demuestra el comportamiento de la clase obrera como el centro de tal crisis.
El origen del movimiento fue la necesidad de defender el precio medio de venta de la fuerza de trabajo. Pero el movimiento se encontró inmediatamente en otro terreno: tuvo que enfrentarse a la sociedad capitalista misma. Enseguida los trabajadores se vieron obligados a atacar los órganos de opresión. El partido y el sindicato oficiales fueron atacados y el edificio del partido fue asaltado. En algunas ciudades, las estaciones de ferrocarril fueron puestas bajo guardia para el caso de que pudiesen ser utilizadas para llevar tropas. El movimiento fue lo suficientemente fuerte como para darse un órgano de negociación: un comité de trabajadores para la ciudad. El hecho real de que Gierek tuviese que ir a los astilleros navales en persona debe ser considerado como una victoria de la clase obrera en su conjunto. Un año más tarde, Fidel Castro tuvo que ir a Chile en persona para pedir a los mineros que cooperasen con el gobierno (“socialista”). En Polonia, los trabajadores no enviaron delegados al poder central para plantear sus peticiones: el gobierno tuvo que venir a los trabajadores para negociar... la inevitable rendición de los trabajadores. Para hacer frente a la violencia del Estado, la clase obrera formó sus propios órganos de violencia. Ningún líder había anticipado la organización de la revuelta: fue el producto de la naturaleza de la sociedad que la revuelta intentó destruir. Sin embargo, los líderes (el comité de trabajadores de la ciudad) sólo aparecieron después de que el movimiento hubiese alcanzado el punto más alto que la situación permitía. El órgano de negociación no es nada más que la expresión de la constatación por ambas partes de que sólo hay una solución. La característica de semejante órgano de negociación es que no implica delegación de poder. Más bien representa el límite externo de un movimiento que no puede ir más allá de la negociación en la situación presente. Una vez más, el capital propone reformas mientras que la clase obrera se manifiesta a sí misma a través del rechazo práctico; debe aceptar las propuestas del poder central hasta que su actividad práctica sea lo suficientemente fuerte para destruir la base de ese poder.
Las luchas de los trabajadores tienden a oponer directamente su propia dictadura a la del capital, a organizarse sobre una base diferente de la del capital y de este modo plantear la cuestión de la transformación de la sociedad por los hechos. Cuando las condiciones existentes son desfavorables para un ataque general, o cuando este ataque falla, las formas de la dictadura se desintegran, el capital triunfa de nuevo, reorganiza a la clase obrera de acuerdo a su lógica, desvía la violencia de su meta original, y separa el aspecto formal de la lucha de su contenido real. Debemos desembarazarnos de la vieja oposición entre “dictadura” y “democracia”. Para el proletariado, “democracia” no significa organizarse a sí mismo como un parlamento a la manera burguesa; para él, “democracia” es un acto de violencia por medio del cual destruye todas las fuerzas sociales que le impiden expresarse a sí mismo y lo mantienen como una clase dentro del capitalismo. “Democracia” no puede ser más que una dictadura. Esto se puede ver en cada huelga: la forma de su destrucción es precisamente “democracia”. Tan pronto como hay separación entre un órgano de decisión y un órgano de acción, el movimiento ya no está en su fase ofensiva. Está siendo desviado al terreno del capital. Oponer la “democracia” de los trabajadores a la “burocracia” de los sindicatos significa atacar un aspecto superficial y ocultar el contenido real de las luchas de los trabajadores, que tienen una base totalmente diferente. La democracia es hoy el eslogan del capital: éste propone la autogestión de la propia negación de uno. Todos aquellos que aceptan este programa propagan la ilusión de que la sociedad puede ser cambiada por una discusión general seguida de un voto (formal o informal) que decidiría lo que hay que hacer. Manteniendo la separación entre decisión y acción, el capital intenta mantener la existencia de las clases. Si uno critica semejante separación sólo desde un punto de vista formal, sin ir a sus raíces, uno simplemente perpetúa la división. Es difícil imaginar una revolución que empieza cuando los votantes levantan la mano. La revolución es un acto de violencia, un proceso a través del cual se transforman las relaciones sociales.3
No intentaremos dar una descripción de las huelgas que han tenido lugar desde 1968. Nos falta demasiada información, y se han escrito un gran número de libros y panfletos sobre ellas. Sólo quisiéramos ver lo que tienen en común, y de qué manera son la señal de un período en el que la perspectiva comunista aparecerá cada vez más concretamente.
No dividimos a la sociedad industrial en sectores diferentes: sectores “que se desarrollan” y “que se estancan”.Es cierto que se pueden observar algunas diferencias, pero estas ya no pueden seguir ocultándonos la naturaleza de las huelgas, en las que no podemos ver diferencias reales entre luchas “de vanguardia” y “de retaguardia”. El proceso de las huelgas está cada vez menos determinado por factores locales, y cada vez más por las condiciones internacionales del capitalismo. De esta manera, las huelgas y los disturbios en Polonia eran el producto del contexto internacional; las relaciones entre Este y Oeste estaban en la raíz de esos acontecimientos, cuando el pueblo cantaba la Internacional y no el himno nacional. El capital occidental y oriental tienen común interés en asegurar la explotación de sus respectivos trabajadores. Y los capitalismos “socialistas” relativamente subdesarrollados deben mantener una estricta eficiencia capitalista para ser capaces de competir con sus vecinos occidentales más modernos.
La lucha comunista empieza en un lugar dado, pero su existencia no depende de factores puramente locales. No actúa de acuerdo con los límites de su lugar original de nacimiento. Los factores locales se convierten en secundarios para los objetivos del movimiento. Tan pronto como una lucha se limita a las condiciones locales, inmediatamente es tragada por el capitalismo. El nivel alcanzado por las luchas de los trabajadores no está determinado por factores locales, sino por la situación global del capitalismo. Tan pronto como la clase que concentra en sí misma los intereses revolucionarios de la sociedad se levanta, inmediatamente encuentra, en su situación y sin mediación alguna, el contenido y el objeto de su actividad revolucionaria: aplastar a sus enemigos y tomar las decisiones impuestas por las necesidades de la lucha; las consecuencias de sus propias acciones la fuerzan a avanzar.
No trataremos aquí de todas las huelgas. Todavía hay una sociedad capitalista en la que la clase trabajadora es precisamente una clase del capitalismo, una parte del capital, cuando no es revolucionaria. La maquinaria de los partidos y sindicatos se las arreglan todavía para controlar y dirigir secciones importantes de la clase obrera por objetivos capitalistas (tales como el derecho a jubilarse a los 60 años en Francia). Elecciones generales y muchas huelgas son organizadas por los sindicatos por demandas limitadas. Sin embargo, cada vez es más obvio que en la mayoría de las grandes huelgas la iniciativa no viene de los sindicatos, y estas son las huelgas de las que estamos hablando aquí. La sociedad industrial no se ha dividido en sectores, como tampoco la clase obrera se ha dividido en jóvenes, en viejos, en nativos, en inmigrantes, en extranjeros, en cualificados y en no especializados. Nosotros no nos oponemos a todas las descripciones sociológicas; estas pueden ser útiles, pero no son nuestro objetivo aquí.
Vamos a intentar estudiar cómo el proletariado se aparta de la sociedad capitalista. Tal proceso tiene un centro definido. Nosotros no aceptamos el punto de vista sociológico de la clase obrera, porque no analizamos a la clase obrera desde un punto de vista estático, sino en términos de su oposición al
valor. La ruptura con el capital destruye el valor de cambio, esto es, la existencia del trabajo como mercancía. El centro de este movimiento y, por consiguiente, su liderazgo, debe ser la parte de la sociedad que produce valor. De otro modo, significaría que el valor de cambio ya no existe y que nos encontramos más allá del estadio capitalista. Realmente, el significado profundo del movimiento esencial es ocultado parcialmente por las luchas en la periferia, en las afueras de la producción de valor. Este fue el caso en Mayo de 1968, cuando los estudiantes enmascararon la lucha real, que tuvo lugar en otra parte.
En realidad, las luchas en las afueras (las nuevas clases medias) son sólo una señal de una crisis mucho más profunda que las apariencias todavía nos ocultan. La vuelta de la crisis del valor implica, para el capital, la necesidad de racionalizar y, por tanto, atacar a los sectores atrasados que son los menos capaces de protegerse a sí mismos; esto incrementa el desempleo y el número de los que no tienen reservas. Pero su intervención no debe hacernos olvidar el papel esencial jugado por los trabajadores productivos para destruir el valor de cambio.
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