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domingo, agosto 31, 2008

Marcelo Barrios. jesus christ superstar/31 de agosto en el cementerio 



En marzo de 1984 ensayaba un número espectacular en que participaban todos los liceos salesianos de Punta Arenas: la preparación de la puesta en escena de “Jesucristo Superestrella”, para la semana santa. Era entretenido. La cosa era masiva: banda de rock, coro masculino y femenino, actores/cantantes y no se qué hueá más. Tito Beltrán, vecino mío, ex-enemigo y alumno del Don Bosco, hacía de Judas con su vozarrón tenor. No era mal tipo ese Tito Beltrán, aunque nuestro primer contacto en el barrio había sido hostil y terminó mal, con él aforrándome un bien puesto combo en el hocico una vez en un peladero donde íbamos a andar en bicicleta (Yo le había arrojado previamente una bolsa de agua a los rayos de su bicicleta mientras pasaba fuera de mi casa, y días después me interceptó y aforró el combo, tras decir "a los choritos me los como con limón". No pude hacer mucho, pero en defensa de mi honor debo decir que el es 5 años más viejo que yo). Recuerdo que se ensayaba mucho. Yo tocaba flauta traversa en unas partes, y en ciertos momentos para dar más variedad me cambiaba a un pito de banda de liceo que yo veía más bien como una especie de piccolo o “flautín” (había probado uno en una tienda, de vacaciones en Valparaíso y a falta de uno de verdad, me había comprado por cuatrocientos pesos esta otra opción bastante más económica, con un sonido mucho más feo pero bueno...es lo que había). Pero me estoy dispersando. Un día uno de los que cantaba, que iba en el tercero "Borgatello" de mi liceo (los cursos tenían nombres de curas muertos...de 6º a 8º yo era del "Benove", y no me acuerdo ahora del nombre de mi primero medio), me dijo a la salida: “Supe que estás interesado en entrar a la juventud socialista, Marcelo, de mi curso, te va a esperar a la salida para conversar”. En esas escaleras que daban a calle Fagnano estaba este cabro totalmente normal para los estándares de esa época pingüinos australes (nótese la redundancia). Expresión muy inteligente, determinada, y bastante amable sin ser meloso. En resumen me cayó muy bien y me contagió de inmediato una energía subterránea que era precisamente aquello con lo que yo quería contactar. Antes, en el verano, había intentado con mi primo Ernesto, del Cerro Cordillera (medio remolcado a lo militante pero entusiasta en su oposición verbal y práctica a la dictadura ) contactar a las juventudes comunistas en Valparaíso, supuestamente se juntaban en una iglesia, pero finalmente no se dio la ocasión, y mi abuelo nos dijo que esperáramos un poco, pues teníamos recién 12 años y las cosas estaban duras en ese momento. De vuelta a clases allá abajo, y en mis actividades musicales que me mostraban un mundo exterior a mi familia y vecinos empecé a conocer algunos cabros más grandes con simpatías socialistas, que se estaban organizando, y eran en general huevones muy talentosos y carismáticos, con los que se daba una amistad natural. Marcelo era el líder natural de todo ese lote. Caminamos, fuimos a la plaza de armas, seguimos hacia el María Auxiliadora -que hacía la dupla “científico humanista” con el San José, mientras el Sagrada Familia y el Don Bosco eran los “técnicos”, pues no olvidemos que la división social del trabajo se empieza a ensayar/imponer ya desde que somos chiquititos, y los curas también la replicaban-, dimos unas vueltas alrededor de ese centro de internación escolar diurna de niñas lindas , conversando dimos varias vueltas (como en el chiste el gatito ¿lo conocen?), y lo que mejor recuerdo de la conversación es que yo le confesaba no tener muy claro la diferencia entre comunismo y socialismo. Cuando mi abuelo me lo había tratado de explicar, me dijo algo de unas carretillas. Mineros que acarreaban no se cuantas caretillas de carbón por día. Según la “Crítica del Programa de Gotha”, en el socialismo sería todavía necesario que les pagaran según el número de carretillas acarreadas, y sólo en la fase comunista se podría practicar el “de cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”. O algo así. Pero esa tarde al lado de Marcelo ya no recordaba muy bien el ejemplo, y ante la evidencia de la necesidad de hacer algo y ya, acepté ingresar al FES. Frente de Estudiantes Socialistas. La primera reunión fue en su casa, en el bastante visible y famoso Edificio Don Bosco (única construcción de gran altura en esa época. Muy distinto a los Paz Froimovich que impiden que mire hacia la cordillera esta tarde tan triste, a un día de cumplirse 19 años de la ejecución asesinato de Marcelo). Aún recuerdo los banderines rojos con letras bancas del FES en las pare desde su pieza.

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Marcelo, que iba en 3° medio, tuvo la gentileza de dejar a los 3 militantes de 1° a cargo de un Renato, un excelente tipo, mateo de 4º, que mientras nos daba once en su casa nos explicaba algunos rudimentos de materialismo histórico y una noche en reunión clandestina en el observatorio meteorológico –donde era el chico estrella- nos informó de la primera misión: salir a rayar los muros de la ciudad. El día elegido nos encontramos todos en los flippers y partimos en grupos. Sentía miedo, cuando vigilaba que nadie nos viera mientras el compañero que me tocó acompañar rayaba las consignas, y luego satisfacción al presenciar los resultados. De repente, se sienten unos gritos: “¡qué están haciendo ahí mierda!”, y los dos arrancamos en distintas direcciones. No habíamos fijado puntos de reencuentro ni nada, así que tomé un colectivo y me fui urgidísimo a la casa. Al otro día en la mañana Marcelo estaba esperándome a la entrada del liceo: “¡Pollito!¡Putas que corrís rápido hueón! ¡Eramos nosotros! Te gritamos para que volvieras pero no nos escuchabas…¡Jajaja!”. Y yo reía también, tranquilo al fin de que no haya sido la represión, y contándole que mientras corría sentía las piernas de lana y, casi como en sueños, que no avanzaba nada.

Una vez lo pasé a ver a su departamento en el Edificio Don Bosco, ¿era el piso 15? Estaba afuera, paseando a su sobrinito. Empezamos a atacar los autos con bolas de nieve y al poco rato estábamos los 3 arrancando de un automovilista enojado que valoraba más su propiedad privada que nuestra entretención. En el mismo edificio tuvimos una reunión “ampliada” (teníamos hartos militantes, y a veces nos juntábamos con socialistas de variedades más amarillas) en el sótano. La medida de seguridad eran unos tarros que Marcelo dejó en la puerta de modo tal que si algún vecino la abría iban a caerse y sonar fuerte. Sonaron en un momento, causando harta agitación y torpeza, pero fue una falsa alarma. Recuerdo y oigo risas, siempre una gran cantidad de risas de una gran tropa de quinceañeros.

En ese mismo lugar, una vez hicimos un alto en los mítines y corridas callejeras en una jornada de protesta nacional, para ver desde el televisor de su casa las imágenes de la protesta en Santiago…Un amigo más pequeño, nuestro pre-militante de Octavo, a quien también llamaban "Pollo" ( a partir de esa coincidencia y de mis amores musicales, pasé a autodenominarme "Pollo Metal"), alucinaba mirando los sprays que había sobre la mesa y hacía una y otra vez la broma de “agítese antes de usar”…
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Me lo he topado varias veces después como fantasma. O sea, no creo que sea “él” en el sentido espiritista, sino que una proyección que viene desde mi psiquismo, y que lo presentifica de manera reforzada. Una vez lo ví en el espejo de un baño, estando yo ebrio, y justo un día antes del 11 de septiembre. Estaba con Ariel Antonioletti, a quien también pude ver una vez más, antes de su muerte, sin saber tampoco que me estaba despidiendo. La semana pasada lo ví en Asunción. Estaba abajo, en la calle, con mi abuelo Raúl. Se veían tranquilos. Conversaban...




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Cuando llegó la represión, se hizo sentir primero como disciplina escolar (y así aprendí que todo sistema escolar es, por definición, un sistema represivo en minuatura): luego de un retiro espiritual de los cursos “grandes” en Puerto Natales, donde todos los militantes antidictatoriales se dedicaron una noche a hacer rayados en los muros de esa ciudad y fueron detectados por los chanchos. Los curas los protegieron en el momento, con todos esos cenetas a las puertas del lugar donde se estaban quedando. Los cabros tuvieron que quemar panfletos y parkas con manchas de pintura. Pero luego de unas semanas, los curas los sancionaron, teniendo la sutileza de perdonar después a los democristianos, no así a los socialistas (pues lo que querían evitar era que presentáramos candidatos al centro de alumnos…a diferencia de los establecimientos más autoritarios, hacían elecciones allí: podíamos elegir de entre 3 chicos nominados por ellos, y afines a la Iglesia de Roma y la DC). A Marcelo y varios más los expulsaron a fin de año, y cuando un cura me dijo que debía optar “entre Marx y Jesucristo” pedí a mis padres que me sacaran de ahí. Marcelo se fue el Liceo de Hombres, y a mi me becaron de cierta forma por mis actividades musicales y buen promedio para irme al cuiquerío del Britsh School, donde no había células de ninguna organización de izquierda. No perdí el contacto con la JS, pero fue más esporádico en 1985.

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No lo ví con tanta frecuencia a Marcelo el 85. Ya no éramos del PS “almeyda” sino “comanches” (del PS Comandantes, o “Dirección Colectiva”). Las acciones se radicalizaron: barricadas sorpresivas en distintos puntos de la ciudad. Pololeó con una de las chicas más lindas del entorno, la Sole. Una vez alguien le dijo que se estaba acercando cada vez más a los comunistas, y él respondió que tal vez era cierto…Yo escuchaba esas conversaciones pero no entendía mucho y dentro de mi cabeza resonaban riffs de Iron Maiden y Judas Priest más que el Manifiesto Comunista.

A fin de año, la despedida fue una fiesta, aunque no sabíamos bien de qué nos estábamos despidiendo. Algunos, de la infancia (empezando a apreciar el alcohol, el sexo), otros de la ciudad (casi todos los que salían de la media se iban a estudiar “al norte”), y sonaba insistentemente una canción de Obús: “Te visitará la muerte”. Aún puedo ver a Marcelo cagado de la risa cuando yo recordaba un antiguo amor platónico echándome pisco en la cabeza y diciendo: “Yo brindo por la Mabel…”, y luego nos comimos hasta las naranjas que flotaban en el vino ya helado. Al otro día, sentí por primera vez los rigores de la resaca.



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Hoy fui con mi novia a verlo al cementerio. Supe por Ernesto Guajardo que hubo homenajes en Valparaíso los últimos días. Tarde para ir. Fuimos al Cementerio (por extraña coincidencia, la abuela de mi novia murió también un 31 de agosto). No sabía exactamente donde está la tumba, dentro del cementerio general, pero un par de veces antes la había encontrado, cerca de la tumba de Jécar Nehgme, para los 11 de septiembre. Buscamos una hora y media. En el libro de Ernesto (“El fulgor insomne. La vida de Marcelo Barrios”, Ediciones MemoriActiva, Valparaíso, 2000) dice la página 128 que su cuerpo está en el patio 104, galería 12, nicho 13. Pero no. Está entrando por Limay, en la galería 89. Había una mujer cerca, hablando con una de las cuidadoras/limpiadoras. Resultó ser la hermana mayor de Marcelo. Le dejamos un montón de claveles rojos. Luego Vero se sentó a rezar con un collar mala. Después, tomé la página 144 del libro de Guajardo y dije que quería leerle un poema que alguien había escrito para Marcelo (incluido en el libro “Canto a un hombre nuevo”, de un autor desconocido que apuntó lo siguiente: “no fuimos amigos entrañables/ no recorríamos juntos los bares/ jamás fuimos compañeros en la U”). La hermana, que había dejado de conversar con la viejita, nos miraba, y se nos acercó. Leí:

“Cuando pregunte mi hijo
por la dignidad
¿Puedo enseñarle tu foto?
Esa que los diarios
no entendieron
porque no te conocían
ni sabían
tu arte de la vida
Cuando mi hijo me pregunte
Y quiera conocer la certeza
de estos años
¿Me autorizas a mostrarle
la cicatriz que dejaste
en mi memoria,
Ese dolor de no haberte acompañado
y el no poder imaginarte lejos?”

Lloramos abrazados, hablamos un buen rato, los tres juntos.
Nos contó que no podían trasladarlo a Quilpué, donde su madre, porque la Fiscalía Naval (la misma que ordenó el operativo de ejecución y luego absolvió a todos los marinos asesinos) debía otorgar la autorización y no lo ha hecho porque dicen que no tienen todos los papeles y registros de esa época a mano, eso dicen ahora los mismos muy rechuchesumadres que lo mataron.

Me fui, tras poner unas pocas flores blancas en otra parte de la lápida. Levanté el puño y le dije: "Chao compañero. Gracias por todo".



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