miércoles, abril 29, 2009
1949/2009: socialismo o barbarie
Hay que interpretar la célebre máxima: “sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”, del modo más amplio posible, y darle su verdadero significado. Lo que distingue al movimiento proletario de todos los movimientos políticos anteriores, por importantes que éstos hayan sido, es que es el primero claramente consciente de sus objetivos y de sus medios. En ese sentido, no sólo es para él la elaboración teórica uno de los aspectos de la actividad revolucionaria: es inseparable de esa actividad. La elaboración teórica ni precede ni sigue a la acción revolucionaria práctica: las dos son simultáneas, y se condicionan mutuamente. Separada de la práctica, de sus exigencias y de su control, la elaboración teórica se condena a ser algo vano, estéril, y cada vez más desprovisto de significado. A la inversa, una actividad práctica que no se apoya en una investigación constante desemboca forzosamente en un empirismo embrutecido y embrutecedor. Los curanderos y charlatanes “revolucionarios” son tan peligrosos como los demás miembros de esas cofradías.
¿Pero qué es esa teoría revolucionaria en la que debe apoyarse constantemente la acción? ¿Un dogma surgido en estado de absoluta perfección de la cabeza de Marx o de cualquier otro profeta moderno, y constituye acaso nuestra única misión mantener inmaculado su esplendor original? Basta con plantear la cuestión para ver cuál es la respuesta. Decir: “Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”, entendiendo por teoría un simple conocimiento del marxismo y a lo más una exégesis escolástica de los textos clásicos, es una broma de mal gusto que refleja simplemente la impotencia de los que involuntariamente la hacen. La teoría revolucionaria sólo puede conservar su validez si se desarrolla constantemente, si se enriquece incorporándose todas las conquistas del pensamiento científico y del pensamiento humano en general, y en particular sabe asimilar la experiencia del movimiento revolucionario, si se somete, cuantas veces sea necesario, a todas las modificaciones y revoluciones internas que la realidad le imponga. La máxima clásica sólo tiene por lo tanto sentido si se interpreta así: “sin desarrollo de la teoría revolucionaria, no hay desarrollo de la acción revolucionaria”.
Basta con lo dicho para que quede claro que, si nos consideramos marxistas, no creemos ni mucho menos que ser marxista signifique tener con Marx las relaciones que los teólogos católicos tienen con las Escrituras. Para nosotros, ser marxista significa situarse en el terreno de una tradición, plantear los problemas partiendo del trabajo efectuado por Marx y por los que han sabido después ser fieles a su intento, defender las posiciones marxistas tradicionales mientras un nuevo examen no nos haya convencido de que hay que abandonarlas, corregirlas o sustituirlas por otras que correspondan mejor a la experiencia ulterior y a las exigencias del movimiento revolucionario.
No significa esto únicamente que son el desarrollo y la difusión de la teoría revolucionaria, en sí mismas, actividades prácticas extremadamente importantes -afirmación desde luego correcta, pero insuficiente-; significa sobre todo que sin una renovación de las concepciones fundamentales no habrá renovación práctica. La reconstrucción del movimiento revolucionario deberá pasar forzosamente por una fase durante la cual las nuevas concepciones se convertirán en bien común de la mayoría de la clase. Y esto depende de dos procesos que sólo en apariencia son independientes: las masas deben llegar, ante la presión de las condiciones objetivas y de las exigencias de su lucha, a una conciencia clara, por sencilla y elemental que sea, de los auténticos problemas actuales; y los núcleos de la organización revolucionaria como nuestro grupo tendrán que difundir, partiendo de una base teórica sólida, la nueva concepción de los problemas y darle un contenido cada vez más concreto. El punto en el que coinciden esos dos procesos, el momento en el que la mayoría de la clase llega a una concepción clara de la situación histórica y en el que la concepción teórica general del movimiento puede traducirse íntegramente en directivas de acción práctica, en el momento de la Revolución.
Es evidente que la situación actual está muy lejos aún de ese punto. El proletariado, tanto en Francia como en los demás países, se encuentra enajenado y mistificado por su burocracia. Mistificado ideológicamente cuando acepta, ya sea como representando presuntamente sus intereses, ya sea como un “mal menor”, la política de la burocracia, “reformista” o estalinista; enajenado en su acción misma puesto que las luchas que emprende para defender sus intereses inmediatos son en la mayor parte de los casos, y en cuanto cobran una cierta importancia, utilizadas por la burocracia estalinista como instrumentos de su política nacional e internacional. No hay que olvidar por último que los elementos de vanguardia que son conscientes de esa mistificación y de esa enajenación, al no tener perspectivas generales -que pudieran orientar una acción eventual, sólo sacan por el momento conclusiones negativas, dirigidas contra las organizaciones burocráticas -conclusiones fundadas pero evidentemente insuficientes-. En esas condiciones, es evidente que una concepción general justa no puede en el período actual manifestarse en cualquier momento con consignas de acción inmediata conduciendo a la revolución. Decir que apoyamos incondicionalmente toda lucha proletaria, que estamos del lado de los obreros cuando luchan por defender sus intereses aunque no estemos de acuerdo con la definición de los objetivos o con los medios de lucha, es algo elemental y que va de sí. Pero a lo que no estamos ni mucho menos dispuestos es a lanzarnos, como hacen otros, a una agitación superficial y estéril para intentar transformar, negando los hechos mismos y hasta la evidencia, cualquier lucha parcial en huelga general o en revolución.
Por justas que sean, esas observaciones ni agotan ni resuelven, sin embargo, el problema de la relación necesaria entre una concepción general de los problemas de la revolución y las luchas actuales. No sólo son esas luchas un material de análisis y de verificación extremadamente importante; son además, ante todo, el medio en el que puede formarse y educarse una vanguardia proletaria real, por limitada que sea numéricamente. Añádase a eso que una concepción general sólo tiene valor en la medida en que es capaz de ser comprendida por una fracción de la vanguardia y de proporcionar un marco, por muy general que sea, de soluciones prácticas -o sea criterios válidos para la acción-. En función de todos esos factores, puede decirse que el objetivo inmediato de esta revista es favorecer la difusión, lo más amplia posible, de nuestras concepciones teóricas y políticas, así como la discusión y la clarificación de los problemas prácticos que plantea constantemente la lucha de clases, aun en las formas truncadas que tiene actualmente.
Trataremos por lo tanto de ocupamos en cada ocasión de cuestiones prácticas actuales, aun cuando afecten a un sector dé la clase; siempre evitaremos, en la medida de lo posible, el plantear problemas teóricos de modo abstracto. Nuestro objetivo es proporcionar instrumentos de trabajo a la fracción políticamente más avanzada de la clase obrera, en una época en que la complejidad de los problemas, la confusión que reina en todas partes y el esfuerzo constante de los capitalistas y sobre todo de los estalinistas para engañar a todos a propósito de todo, exigen un esfuerzo sin precedentes en ese sentido. Intentaremos no sólo exponer esos problemas con el lenguaje más claro posible, sino además poner de relieve, ante todo, su importancia práctica y las conclusiones concretas que puedan deducirse.
Esta revista no es en modo alguno un órgano de intercambio de opinión entre gente que “se plantea problemas”; es un instrumento que debe permitir expresar una concepción general que nos parece ser sistemática y coherente. Esa concepción queda expuesta sucintamente en el editorial “Socialismo o barbarie” de este primer número (publicado a continuación). Pero no somos, claro está, partidarios del monopolitismo, ni en la organización, ni por lo que respecta a las concepciones teóricas. Creemos que sólo puede haber desarrollo de la teoría revolucionaria si hay confrontación de opiniones y de posiciones discrepantes; creemos también que hay que llevar esas discusiones abiertamente, ante la clase obrera en su conjunto; es más: creemos precisamente que la concepción que afirma que un partido puede poseer de modo exclusivo la verdad, toda la verdad, y llevarla a la clase obrera, ocultando las divergencias que haya en su seno, es, en el plano ideológico, una de las más importantes raíces, y manifestaciones, del burocratismo en el movimiento obrero. Las divergencias que puedan surgir sobre puntos particulares entre compañeros de nuestro grupo podrán por lo tanto manifestarse en la revista, indicándose eventualmente que tal o cual artículo refleja la posición de su autor pero no la del grupo en cuanto tal. La discusión será pues libre dentro del marco de nuestras concepciones generales, aunque haya que evitar desde luego que la discusión llegue a convertirse en diálogo interminable entre unos cuantos individuos.
Estamos seguros de que los obreros y los intelectuales que son conscientes en Francia de la importancia de los problemas que planteamos, que comprenden que es urgente darles una respuesta adecuada y conforme a los intereses de las masas, nos apoyarán en el largo y difícil esfuerzo que representará la preparación y la difusión de nuestra revista.
(Presentación de la revista Socialisme ou Barbarie, 1949, http://www.fundanin.org/castoriadis9.htm).
Discusión coleciva sobre S ou B en el Foro luxemburguista internacional.
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