martes, mayo 05, 2009
Gripe chancha y capitalismo
Circula por ahí un interesante texto sobre la famosa "gripe porcina" elaborado por COMUNIZACIÓN, del cual extracto dos partes:
“Todos llegaron a vivir la ley de la peste, más eficaz cuanto más mediocre”
- A. Camus, La Peste.
Algunos hechos
La gripe existe: todos lo sabemos por experiencia propia.
Diversos virus causantes de gripe afectan a humanos y animales, y en ocasiones mutan pasando de unos a otros.
Las condiciones de insalubridad facilitan la aparición y propagación de infecciones, así como la mutación de los virus que las provocan.
La insalubridad generalizada resultante de la primera guerra mundial propició la pandemia de "gripe española", que enfermó a la mitad de la población mundial y mató al 5% de ella.
Podemos mencionar al menos cuatro factores que han facilitado la aparición y diseminación de infecciones virales cada vez más peligrosas, en los últimos 50 años:
- El desarrollo de la industria pecuaria
- La fabricación de armas biológicas con fines militares
- La expansión de la industria farmacéutica y de biotecnologías
- El empeoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones explotadas, hacinadas y estresadas en enormes ciudades.
Estos son hechos reconocidos por todo el mundo, y se dan dentro de un marco general que podemos describir como el gran caos capitalista.
Este es un sistema al que es inútil tratar de atribuirle alguna coherencia, porque no la tiene, excepto por la coherencia con que busca perpetuarse a costa de la vida en este planeta.
Limitémonos por ahora a describir las fuerzas motrices que lo mantienen funcionando: la preservación de la propiedad privada, la extracción de valor del trabajo vivo, el incremento ilimitado del lucro mediante la producción y compraventa de mercancías. Todo lo demás en este mundo existe o deja de existir en función de estas realidades básicas, que dan forma a lo que llamamos "capitalismo".
Cuando el gobierno de EEUU empezó a bombardear en secreto a Cuba con bacterias y virus letales en 1961, lo hizo para asegurar el funcionamiento del capitalismo privado occidental. Cuando el gobierno cubano denunció en foros internacionales esos ataques biológicos, lo hizo para asegurar el funcionamiento del capitalismo de Estado en Cuba. Ambos capitalismos han funcionado, pese a todo, y los ataques biológicos sobre la isla han continuado por más de 40 años, favoreciendo toda clase de mutaciones virales y bacterianas.
La epidemia de gripe aviar que infectó a medio millón de personas en Hong Kong en 1968, se explica por el acelerado desarrollo de la industria avícola en China meridional en los años 60, o sea, por una rápida expansión capitalista controlada por el Estado. En 1970 la epidemia pasó a Estados Unidos, donde mató a 34 mil personas. El virus fue transportado por las tropas que regresaban de Vietnam, donde habían hecho una larga guerra a fin de incrementar las ganancias de la industria armamentística de occidente.
En 1965 en EEUU había 53 millones de cerdos repartidos en un millón de granjas. Hoy existen más de 65 millones de cerdos en apenas 65 mil instalaciones. Este infernal hacinamiento, con todas sus nocividades sanitarias, no responde a otra cosa que a la necesidad de concentrar los capitales para favorecer el incremento de las ganancias.
En 1998 en Carolina del Norte estalló una epidemia de gripe letal entre cerdos de criadero.
Entonces se descubrió que el virus causante había entrado en un proceso de mutaciones aceleradas, que podía tener derivaciones impredecibles y peligrosas. La ONU tomó nota de esta amenaza más de una vez, transmitiéndole su "preocupación" a los jefes de la OMS, sin que ello resultara en ninguna medida de prevención ni control. ¿Apelando a qué criterio iban a impedir o siquiera a limitar el derecho de la empresa privada a producir lo que sea y como sea para asegurar sus ganancias? ¿El criterio de la salud humana?
Justo un año antes del brote de gripe en México, un informe del Pew Research Center sobre la producción en granjas industriales, advertía: “la continua circulación de virus en las enormes concentraciones animales puede incrementar las oportunidades de aparición de nuevos virus, debido a mutaciones o recombinaciones que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos”. La comisión alertó también de que el uso indiscriminado de antibióticos en las factorías porcinas estaba propiciando el auge de infecciones estafílocóquicas resistentes, mientras que los vertidos residuales generaban brotes de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoo que mató a mil millones de peces en los estuarios de Carolina y contagió a docenas de pescadores).
También se hicieron numerosas advertencias de que la composición y dosificación del antiviral
oseltamivir, producido por la empresa austríaca Roche, estaba aumentando la resistencia del virus H5N1, aumentando sus posibilidades de mutar en una cepa más agresiva y resistente aún.
Todas las advertencias fueron inútiles.
¿Reaccionar a la emergencia o acabar con el sistema?
Da lo mismo que la gripe porcina sea o no sea una farsa. ¿Acaso es mucho más terrible morir de una pulmonía que morir de aburrimiento y de frustración, día tras día, vendiendo la vida a cambio de un salario, sea bueno o malo? ¿Acaso deberíamos espantarnos ante la posibilidad de sufrir una gripe mortal, cuando nos hemos acostumbrado a vivir respirando gases tóxicos, comiendo alimentos químicamente alterados, sin tiempo para descansar, conversar, hacer el amor, soportando el hacinamiento, el cansancio y la tensión constantes? Lo que define al capitalismo no son sus excesos, sino la aplastante normalidad de su funcionamiento cotidiano.
La enajenación del individuo bajo el capitalismo alcanza su punto culminante cuando éste reacciona atemorizado ante una pandemia de gripe, o indignado ante la posibilidad de que sea una farsa, después de haber tolerado tranquilamente las miserables condiciones de vida que en primer lugar hicieron posible la pandemia o su simulación engañosa.
El capitalismo no es peor hoy día de lo que era hace un mes, antes de que se hablara de la peste.
Es sólo que hoy día está más completo. Y lo estará más aún en el futuro, cuando la acumulación de absurdas catástrofes y confusiones nos haga sentir que realmente estamos en el infierno.
Pero si el capitalismo sólo se está aproximando a su realización más plena, ¿cómo es que seguimos siendo indiferentes a la guerra librada durante generaciones contra el capitalismo?
En 1918, cuando la pandemia de gripe mató a unas 60 millones de personas, en muchos poblados los únicos que se salvaron de la enfermedad fueron los que se negaron a ser vacunados.
Por la misma época, en todo el mundo: de Petrogrado a la Patagonia, de Canadá a la India, de China a Italia, de Argentina a Alemania, millones de explotados se movilizaron espontáneamente para acabar con este orden social que los humillaba y asesinaba, igual que a nosotros hoy día. La huelga general, la insurrección, el sabotaje, la propaganda escrita y verbal, la organización y la acción directa fueron algunas de sus armas, y siguen siendo las armas contra este sistema de muerte, hoy tanto como ayer.
Pero por sobre todo, lo que ha permitido a tantos hombres y mujeres levantarse contra la monstruosa opresión capitalista, desde hace siglos, ha sido la convicción de que merecían vivir una vida mejor, de que era posible recuperar la comunidad humana, y que valía la pena cualquier esfuerzo por alcanzarla. Sin esa voluntad de comunización, sin esa conciencia de clase que vuelve hermanos a los que luchan y que delimita claramente la posición del enemigo, será en vano todo esfuerzo por salir de esta época infame y vergonzosa.
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