jueves, mayo 28, 2009
Marx según Debord
Nada de música en estos días. Todavía tengo en la retina auditiva el concierto de Ornette hace unas cuantas semanas. Tan sólo he escuchado con alguna insistencia los albums de Víctor Jara que en algunos kioskos están vendiendo a poco menos de 3 lucas (el primero, de 1966, Manifiesto, y Pongo en tus manos abiertas)(en manifiesto aparecen algunas piezas instrumentales y experimentales que constituyen tal vez el aspecto más desconocido de la obra de Jara).
Releo en desorden la Sociedad del Espectáculo y me parecen particularmente interesantes estos dos párrafos, de los que se extrae no sólo una crítica profunda a Marx, sino que un concepto de "revolución proletaria" radicalmente diferente del que se conocía hasta entonces:
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La tendencia a fundamentar una demostración de la legalidad científica del poder proletario haciendo inventario de experimentaciones repetidas del pasado oscurece desde el Manifiesto el pensamiento histórico de Marx, haciéndole sostener una imagen lineal del desarrollo de los modos de producción, arrastrada por luchas de clases que terminarían en cada caso "en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha". Pero en la realidad observable de la historia, así como en "el modo de producción asiático", como Marx constató en otro lugar, conservaba su inmovilidad a pesar de todos los enfrentamientos de clase, y ni las sublevaciones de los siervos vencieron jamás a los barones ni las revueltas de esclavos de la antigüedad a los hombres libres. El esquema lineal pierde de vista ante todo el hecho de que la burguesía es la única clase revolucionaria que ha llegado a vencer; y al mismo tiempo la única para la cual el desarrollo de la economía ha sido causa y consecuencia de su apropiación de la sociedad. La misma simplificación condujo a Marx a descuidar el papel económico del Estado en la gestión de una sociedad: la de clases. Si la burguesía ascendente pareció liberar la economía del Estado fue sólo en la medida en que el antiguo Estado se confundía con el instrumento de una dominación de clase en una economía estática. La burguesía desarrolló su poderío económico autónomo en el período medieval de debilitamiento del Estado, en el momento de fragmentación feudal del equilibrio de poderes. Pero el Estado moderno que con el mercantilismo comenzó a apoyar el desarrollo de la burguesía y que finalmente se convirtió en su Estado a la hora de "laissez faire, laissez passer" va a revelarse ulteriormente dotado de un poder central en la gestión calculada del proceso económico. Marx pudo sin embargo describir en el bonapartismo este esbozo de la burocracia estatal moderna, fusión del capital y del Estado, constitución de un "poder nacional del capital sobre el trabajo, de una fuerza pública organizada para la esclavización social", donde la burguesía renuncia a toda vía histórica que no sea su reducción a la historia económica de las cosas y ve bien "estar condenada a la misma nulidad política que las otras clases". Aquí están ya puestas las bases sociopolíticas del espectáculo moderno, que define negativamente al proletariado como el único pretendiente a la vía histórica.
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Las dos únicas clases que corresponden efectivamente a la teoría de Marx, las dos clases puras hacia las cuales conduce todo el análisis de El Capital, la burguesía y el proletariado, son igualmente las dos únicas clases revolucionarias de la historia, pero en condiciones diferentes: la revolución burguesa está hecha; la revolución proletaria es un proyecto nacido sobre la base de la revolución precedente, pero difiriendo de ella cualitativamente. Descuidando la originalidad del papel histórico de la burguesía se enmascara la originalidad concreta de este proyecto proletario que no puede esperar nada si no es llevando sus propios colores y conociendo "la inmensidad de sus tareas". La burguesía ha llegado al poder porque es la clase de la economía en desarrollo. El proletariado sólo puede tener él mismo el poder transformándose en la clase de la conciencia. La maduración de las fuerzas productivas no puede garantizar un poder tal, ni siquiera por el desvío de la desposesión acrecentada que entraña. La toma jacobina del Estado no puede ser su instrumento. Ninguna ideología puede servirle para disfrazar los fines parciales bajo fines generales, porque no puede conservar ninguna realidad parcial que sea efectivamente suya.
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