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miércoles, mayo 27, 2009

Socialisme ou Barbarie: carta de Pannekoek a Castoriadis 


Hemos recibido del camarada Anton Pannekoek la carta que más abajo publicamos con la respuesta del camarada Chaulieu [Cornelius Castoriadis]. Es sin duda superfluo recordar a nuestros lectores la larga y fecunda actividad de militante y teórico de A. Pannekoek, su lucha contra el oportunismo en el seno de la II Internacional ya antes de 1914, la actitud decididamente internacionalista durante los años 1914-18 del grupo animado por él y Gorter, su crítica al naciente centralismo burocrático del partido bolchevique desde 1919-20 (conocida en Francia sólo por la respuesta de Lenin en La enfermedad infantil del comunismo; la Respuesta a Lenin de Gorter también ha sido publicada en francés). Esperamos que pronto podremos publicar en esta Revista algunos extractos de su obra Los consejos obreros, publicada en inglés después de la guerra.

SouB, 8 de noviembre de 1953


Querido camarada Chaulieu.

Le agradezco mucho la serie de los once números de «Socialisme ou Barbarie» que dio al camarada B... para mí. Los he leído (aunque todavía no íntegramente) con extremado interés, a causa de la gran concordancia de puntos de vista que revelan entre nosotros. Probablemente usted habrá llegado a la misma comprobación con la lectura de mi libro Los consejos obreros. Durante muchos años me había parecido que el pequeño número de socialistas que desarrollaban estas ideas no había aumentado; el libro fue ignorado y silenciado por la prensa socialista (salvo, recientemente, en el «Socialist Leader» del I.L.P.). Fue pues una gran satisfacción para mí ver que otro grupo había llegado a las mismas ideas por una vía independiente. El dominio completo de los trabajadores sobre su trabajo, que usted expresa diciendo: «Los propios trabajadores organizan la gestión de la producción», yo lo he descrito en los capítulos sobre «la organización de los talleres» y «la organización social». Los organismos que los obreros necesitan para deliberar, formados por asambleas de delegados, que ustedes llaman: «organismos soviéticos», son los mismos que los que nosotros llamamos «consejos obreros», «Arbeiterräte», «Worker’s councils».

Por supuesto existen diferencias; las trataré, considerando esto como un intento de contribución a la discusión en su revista. Mientras que usted restringe la actividad de esos organismos a la organización del trabajo en las fábricas tras la toma del poder social por los trabajadores, nosotros los consideramos como siendo igualmente los organismos mediante los cuales los obreros conquistarán ese poder. Para conquistar el poder no necesitamos un «partido revolucionario» que tome la dirección de la revolución proletaria. La idea del «partido revolucionario» es un concepto trotskista que encontró adeptos (desde 1930) entre numerosos ex-partidarios del P.C. decepcionados por su práctica. Nuestra oposición y nuestra crítica se remontaban ya a los primeros años de la revolución rusa y se dirigían contra Lenin, estando suscitadas por su giro hacia el oportunismo político. O sea, que nosotros hemos permanecido fuera de las vías del trotskismo; nunca estuvimos bajo su influencia y consideramos a Trotsky como el más hábil portavoz del bolchevismo, que tendría que haber sido el sucesor de Lenin. Sin embargo, tras haber reconocido en Rusia un naciente capitalismo de Estado, nuestra atención se dirigió principalmente hacia el mundo occidental del gran capital, donde los trabajadores tendrán que transformar el capitalismo más altamente desarrollado en un comunismo real (en el sentido literal de la palabra). Trotsky, por su fervor revolucionario, cautivó a todos los disidentes que el estalinismo había echado fuera del P.C. y al inocularles el virus bolchevique los hizo casi incapaces de comprender las nuevas grandes tareas de la revolución proletaria.

Dado que la revolución rusa y sus ideas todavía poseen una enorme influencia en las mentes, es necesario comprender más profundamente su carácter fundamental. En pocas palabras, se trataba de la última revolución burguesa, pero realizada por la clase obrera. Revolución burguesa (*) significa una revolución que destruye el feudalismo y abre el camino a la industrialización, con todas las consecuencias sociales que ésta implica. La revolución rusa, por tanto, está en la misma línea que la revolución inglesa de 1647 y la revolución francesa de 1789, con sus continuaciones de 1830, 1848, 1871. Durante todas estas revoluciones, los artesanos, los campesinos y los obreros han proporcionado el potencial masivo necesario para destruir al antiguo régimen; luego, los comités y los partidos de los hombres políticos que representaban a las capas ricas, que constituían la futura clase dominante, se pusieron en primer plano y se apoderaron del poder gubernamental. Era la solución natural, ya que la clase obrera todavía no estaba madura para gobernarse a sí misma; la nueva sociedad también era una sociedad de clases, en la que los trabajadores estaban explotados; semejante clase dominante necesita un gobierno compuesto por una minoría de funcionarios y de hombres políticos. La revolución rusa, en una época más reciente, parecía ser una revolución proletaria, ya que los obreros eran sus autores mediante sus huelgas y sus acciones de masas. Luego, sin embargo, el partido bolchevique poco a poco logró apropiarse del poder (la clase trabajadora era una pequeña minoría frente a la población campesina); de ese modo, el carácter burgués (en el más amplio sentido del término) de la revolución llegó a ser dominante y tomó la forma del capitalismo de Estado. Desde entonces, por lo que respecta a su influencia ideológica y espiritual en el mundo, la revolución rusa se convirtió en lo exactamente opuesto a la revolución proletaria, que ha de liberar a los obreros y hacerlos dueños del aparato de producción.

Para nosotros, la tradición gloriosa de la revolución rusa radica en que, en sus primeras explosiones de 1905 y 1917, fue la primera en desarrollar y mostrar a los trabajadores del mundo entero la forma organizativa de su acción revolucionaria autónoma, los soviets. De esta experiencia, posteriormente confirmada aunque a menor escala en Alemania, hemos extraído nuestras ideas sobre las formas de acción de masas, propias de la clase obrera, que tendrá que aplicar para su propia liberación.

Exactamente al contrario vemos las tradiciones, las ideas y los métodos surgidos de la revolución rusa, cuando el P.C. se apoderó del poder. Esas ideas, que únicamente sirven de obstáculo para una acción proletaria correcta, constituyeron la esencia y el fundamento de la propaganda de Trotsky.

Nuestra conclusión es que las formas de organización del poder autónomo, expresadas con los términos «soviets» o «consejos obreros», han de servir tanto para la conquista del poder como para la dirección del trabajo productivo tras esa conquista. En primer lugar, porque el poder de los trabajadores sobre la sociedad no puede obtenerse de otro modo, por ejemplo, por lo que se denomina un partido revolucionario. En segundo lugar, por que esos soviets, que más adelante serán necesarios para la producción, sólo pueden formarse a través de la lucha de clases para la conquista del poder.

Creo que en este concepto desaparece el «nudo de contradicciones» del problema de la «dirección revolucionaria». Pues la fuente de las contradicciones radica en la imposibilidad de armonizar el poder y la libertad de una clase que gobierna su destino, con la exigencia de que obedezca a una dirección formada por un pequeño grupo o partido. Pero ¿podemos mantener esa exigencia? Decididamente, contradice a la idea más citada de Marx, a saber, que la liberación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. Además, la revolución proletaria no puede ser comparada a una rebelión única o a una campaña militar dirigida por un mando central, y ni siquiera a un período de luchas semejante, por ejemplo, al de la Revolución Francesa, que no fue más que un episodio en el ascenso de la burguesía al poder. La revolución proletaria es mucho más vasta y profunda; es la accesión de las masas del pueblo a la conciencia de su existencia y de su carácter. No será una convulsión única; pasará a ser el contenido de todo un período en la historia de la humanidad, durante el cual la clase obrera tendrá que descubrir y realizar sus propias facultades y su potencial, como también sus propios objetivos y métodos de lucha. He tratado de elaborar algunos de los aspectos de esta revolución en mi libro Los consejos obreros, en el capítulo titulado «La revolución obrera». Por supuesto, todo ello sólo proporciona un esquema abstracto, que podemos utilizar para emitir una opinión sobre las diversas fuerzas en acción y sus relaciones.

Ahora, es posible que usted pregunte: pero entonces, en el marco de esta orientación, ¿para qué sirve un partido o un grupo y qué tareas tiene? Podemos estar seguros de que nuestro grupo no llegará a gobernar a las masas trabajadoras en su acción revolucionaria; a nuestro lado existen media docena o más de otros grupos o partidos, que se llaman revolucionarios, pero que difieren todos ellos en su programa y en sus ideas; y comparados al gran partido socialista no son más que liliputienses. En el marco de la discusión contenida en el n.° 10 de su revista, se afirma, con razón, que nuestra tarea es fundamentalmente una tarea teórica: encontrar e indicar, mediante el estudio y la discusión, el mejor camino para la acción de la clase obrera. Las lecciones que de ahí puedan sacarse, sin embargo, no han de dirigirse solamente a los miembros del grupo o del partido, sino a las masas de la clase obrera. Sólo ellas tendrán que decidir, en sus mítines de fábrica y sus consejos, la mejor forma de actuar. Sin embargo, para que se decidan de la mejor manera posible, han de ser instruidas mediante opiniones bien consideradas y provenientes del mayor número de lados posible. Por consiguiente, un grupo que proclama que la acción autónoma de la clase obrera es la principal fuerza de la revolución socialista, considerará que su tarea primordial es llegar a los obreros; por ejemplo, mediante octavillas populares que aclararán las ideas a los obreros al explicar los cambios importantes en la sociedad y la necesidad de una dirección de los obreros por ellos mismos en todas sus acciones como en futuro trabajo productivo.

Estas son algunas de las reflexiones que me ha suscitado la lectura de las discusiones altamente interesantes publicadas en su revista. Además, he de declararle cuánto me satisficieron los artículos sobre «El obrero americano», que clarifican en gran parte el enigmático problema de esta clase obrera sin socialismo, y el instructivo artículo sobre la clase obrera en Alemania Oriental. Espero que su grupo todavía tendrá la posibilidad de publicar otros números de su revista.

Excúseme el haber escrito esta carta en inglés; me resulta difícil expresarme en francés de un modo satisfactorio.


Muy sinceramente, suyo

Ant. Pannekoek

*: En el texto: «Revolución de las clases medias» (Middle class revolution) en el sentido inglés de «clases medias», es decir, burguesía. [Como se verá, esta traducción es cuestionada por Pannekoek en su segunda carta.]

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