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viernes, junio 05, 2009

Fragmentos de un texto de Gianfranco Sanginetti, 1979 

Todos los actos de terrorismo, todos los atentados que tuvieron y tienen cabida en la imaginación de los hombres, fueron y son o acciones ofensivas o acciones defensivas. Si forman parte de una estrategia ofensiva, hace tiempo que la experiencia ha demostrado que están siempre destinados al fracaso. Si forman parte de una estrategia defensiva, la experiencia demuestra que estos actos pueden conllevar algún éxito, pero sólo momentáneo o precario. Son actos de terrorismo ofensivo, por ejemplo, los atentados de los Palestinos o de los irlandeses; son defensivos, por el contrario, la bomba de piazza Fontana y el secuestro de Aldo Moro.

En cualquier caso, no es sólo la estrategia lo que cambia, según se trate de un terrorismo ofensivo o defensivo, sino también los estrategas. Son los desesperados y los ilusionados los que acuden al terrorismo ofensivo; al defensivo, por el contrario, siempre y solamente los Estados, bien sea porque están en pleno centro de una crisis social grave, como el estado italiano, o porque la teme mucho, como el Estado alemán.

El terrorismo defensivo de los Estados es practicado bien directamente por ellos, bien indirectamente, con sus propias armas o con las de otro. Si los Estados recurren al terrorismo directo, éste debe estar dirigido contra la población - como por ejemplo en el caso de la masacre de piazza Fontana, del Italicus, y de Brescia. Si deciden al contrario recurrir al terrorismo indirecto, éste debe dirigirse aparentemente contra ellos - como por ejemplo en el asunto Moro.

Los atentados ejecutados directamente por los servicios especiales del Estado y por sus servicios paralelos, no son reivindicados por nadie habitualmente, pero son atribuidos e imputados cada vez a algún "culpable" ad hoc, como Pinelli y Valpreda. La experiencia ha mostrado que ahí está el punto débil de este tipo de terrorismo, y lo que determina su fragilidad extrema para el uso que se trata de hacer políticamente de él. A partir de las conclusiones obtenidas de esta misma experiencia los estrategas de los servicios paralelos del Estado intentan dar en adelante una mayor credibilidad, o al menos una menor inverosimilitud, a sus propios actos, por ejemplo, firmándolos directamente con una sigla cualquiera de un grupo fantástico, o incluso haciéndolos reivindicar por un grupo clandestino existente cuyos militantes son aparentemente, y a veces ellos mismos lo creen así, ajenos a los designios del aparato del Estado.

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No os digo más que esto, respetados mistificadores: contrariamente a vosotros, he conocido bien, en los últimos 13 años, a una gran parte de los revolucionarios de Europa - conocidos también por todas las policías - que más han contribuido, por la teoría y por la práctica, a reducir el capitalismo a sus actuales condiciones: pues bien, ¡ninguno de ellos, sin excepción, ha practicado nunca ni aplaudido lo más mínimo el terrorismo espectacular moderno, lo que verdaderamente no es de extrañar! No hay asuntos secretos en la revolución, todo lo que es secreto hoy pertenece al poder, es decir a la contra-revolución. Y esto todas las policías lo saben perfectamente.

Conviene que desde ahora tengáis la conciencia tranquila sobre un punto, señores del gobierno: mientras vuestro Estado exista y yo esté vivo, no me cansaré jamás de denunciar el terrorismo de vuestros servicios paralelos, y cueste lo que cueste: porque ahí está precisamente el principal interés del proletariado y de la revolución social, en este momento y en este país, y esto precisamente porque, como decía Courier, "política conocida, política perdida". Y si este Estado criminal quiere seguir mintiendo, matando y provocando a toda la población, se verá obligado en adelante a tirar su máscara "democrática", a actuar en primera persona contra los obreros, abandonando el actual espectáculo de comedia en el que se exhiben los servicios secretos, que mantienen ilusiones sobre la "lucha armada" en algunos militantes ingenuos, con el fin de dar verosimilitud a sus provocaciones, para a continuación meter en la cárcel a centenares de personas, mientras que nuestros políticos se entrenan en el tiro a pichón esperando la guerra civil.

A partir de 1969, para seguir siendo creído, el espectáculo tuvo que atribuir a sus enemigos acciones increíbles, y para seguir siendo aceptado, atribuir a los proletarios acciones inaceptables, y darles una gran publicidad para que las gentes que se dejan asustar elijan siempre el "mal menor", dicho de otra manera, el actual estado de cosas. Cuando los verdaderos jefes de las B.R. ordenaron tales atentados, que apuntaban a dirigentes industriales de segunda fila, hecho únicamente digno de la cobardía policial y no del valor revolucionario, sabían perfectamente lo que querían: dar miedo a esta parte de la burguesía que, como no disfruta - ella - de las ventajas de la gran burguesía, no tiene suficiente conciencia de clase, con el fin de ganársela a la guerra civil. La fragilidad de este tipo de terrorismo artificial se debe de todas formas a esto: procediendo de esta manera, esta política acaba por ser también mejor conocida, y en consecuencia juzgada, y todo lo que había hecho su fuerza, acaba por constituir su debilidad, hasta tal punto que las grandes ventajas que prometía a sus estrategas se convierten en un perjuicio mayor.

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En semejantes condiciones, el primer deber de cada subversivo consciente es quitar sin piedad de las cabezas llamadas a la acción cualquier ilusión sobre el terrorismo. Como ya he dicho en otro lado, el terrorismo no ha tenido nunca históricamente eficacia revolucionaria más que allí donde otra forma de manifestación de la actividad subversiva se hacía imposible por una represión total, y por lo tanto cuando una fracción considerable de la población proletaria era llevada a tomar partido silenciosamente por los terroristas [29]. Pero ya no es, o no es todavía el caso de la Italia actual. Además, hay que señalar que la eficacia revolucionaria del terrorismo ha sido siempre muy limitada, como lo muestra toda la historia de finales del siglo XIX.

La burguesía que impuso su dominación en la Francia de 1793 gracias al terrorismo, debe recurrir otra vez a este arma, pero en un contexto estratégico defensivo, en el momento de la historia en que su poder es universalmente cuestionado por esas mismas fuerzas proletarias que su desarrollo ha creado. Paralelamente, los servicios secretos del Estado burgués encubren su terrorismo utilizando oportunamente a los militantes más ingenuos de un leninismo completamente deshecho por la historia - leninismo que por otra parte utilizó, entre 1918 y 1921, el mismo método terrorista anti-obrero para destruir a los soviets y apoderarse del Estado y de la economía capitalista en Rusia.

Todos los estados han sido siempre terroristas, pero lo han sido más violentamente en su nacimiento y en la inminencia de su muerte. Y los que hoy, bien sea por desesperación, bien sea porque son víctimas de la propaganda que el régimen hace del terrorismo como nec plus ultra de la subversión, contemplan con una admiración acrítica el terrorismo artificial entrenándose incluso a veces para practicarlo, ignoran que hacen la competencia al Estado en su propio terreno; e ignoran no sólo que ahí el Estado es más fuerte, sino también que tendrá siempre la última palabra. Todo lo que no abate el espectáculo lo refuerza; y el reforzamiento inaudito de todos los poderes estatistas de control, desarrollados estos últimos años bajo el pretexto del terrorismo espectacular, es utilizado ya contra todo el movimiento proletario italiano, hoy el más avanzado y el más radical de Europa.

No se trata ciertamente de "estar en desacuerdo" estúpidamente y abstractamente con el terrorismo, como lo hacen los militantes de Lotta Continua, y menos todavía de admirar a los "compañeros que se equivocan", como lo hacen los supuestos Autónomos - que dan así un pretexto a los infames estalinistas para predicar la delación sistemática - sino que se trata de juzgarlo simplemente por sus propios resultados, de ver a quién benefician éstos, de decir claramente quién practica el terrorismo y qué utilización hace de él el espectáculo - a continuación se trata de acabar con él, de una vez por todas.

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