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jueves, julio 30, 2009

MARX Y KEYNES 


El fundamental libro "Marx y Keynes. Los límites de la economía mixta", de Paul Mattick -quien fuera junto a Pannekoek, Gorter y Ruhle, uno de los mejores representantes del comunismo de los consejos obreros (o izquierda comunista germano-holandesa)-, acaba de ser digitalizado por los compañeros del CICA.

A continuación, la presentación del libro, y un muy necesario "manifiesto antikeynesiano" redactado por el camarada Roi Ferreiro:

-Clásicos del comunismo de consejos:

Paul Mattick - Marx y Keynes. Los límites de la economía mixta (1969)

Edición digital completa de uno de los libros más importantes del marxismo subsiguiente a la II Guerra Mundial. Se incluye una síntesis biográfica para la ocasión y se han añadido un prólogo y dos apéndices.
Desde los años 40, y más entrados los 50, Mattick se dedicó al estudio en profundidad de las teorías de Keynes, compilando numerosos artículos contra la teoría y la práctica keynesianas. En una época en la que muchos economistas de izquierda buscaban, en la imbricación de las ideas de Marx y Keynes, una complementariedad que permitiera entender mejor el funcionamiento de la economía capitalista, y proporcionase así instrumentos de política económica para evitar las crisis y el desempleo, Mattick señaló la esencial incompatibilidad entre ambas teorías.
Hoy esta obra sigue siendo actual, en vista del declive del neoliberalismo y del recurso capitalista al neokeynesianismo para intentar salir de la actual crisis mundial.


-Manifiesto contra el neokeynesianismo
A 40 años de «Marx y Keynes»


Escrito entre el 8 de junio y el 19 de julio de 2009. Mis agradecimientos al compañero “Sinsonte” por sus sugerencias.


Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora.

Un zombi recorre el mundo: es el zombi del keynesianismo. A las órdenes del gran capital internacional, el keynesianismo se levanta de la tumba para, otra vez, salvar la estabilidad social del capitalismo y servir como instrumento ideológico para la mistificación de sus contradicciones insolubles. Los gobiernos de los países capitalistas dominantes y los reformistas de todas las clases se apresuran a darle la bienvenida. Los grandes sindicatos, convertidos ya en meros adalides del crecimiento económico -léase: acumulación de capital puesta como base del progreso social-, se disponen a alimentarlo, ofreciéndole la carnaza proletaria. Las masas despolitizadas, subproducto de la descomposición del movimiento obrero tradicional, parecen pensar que volverán tiempos mejores; parecen haber olvidado que este zombi no sólo persigue su carne: también quiere devorarles el cerebro.

Como decía Marx, la historia se repite dos veces, pero la primera como tragedia y la segunda como farsa. El keynesianismo que sirvió como resorte del crecimiento de la economía mundial tras la II Guerra Mundial, murió hace muchos años. Lo que ahora se pretende resucitar no es sino su cadáver, en correspondencia con un capitalismo cuya crisis mundial es claro signo de su abierta decadencia histórica. El desplome de la economía especulativa ha sido solamente la señal de una incapacidad de la economía real para mantener el ritmo de crecimiento, o lo que es lo mismo, de acumulación del capital. En estas condiciones, el keynesianismo sólo puede cumplir un papel: redirigir o animar el capital-dinero ocioso o especulativo, para que reasuma la inversión productiva (la famosa “reactivación de la economía”) creando para ello condiciones artificiales a través del endeudamiento del Estado.

Pero como analizara Paul Mattick en su estudio crítico sobre el keynesianismo , esta política sólo es posible sobre la base de una acumulación acelerada de capital, cuya insostenibilidad económica ya fue la causa de la muerte del keynesianismo a mediados de los 70 y del auge del neoliberalismo en los 80. Si se acepta el presupuesto marxiano de que el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, de la productividad del trabajo gracias a las innovaciones tecnológicas, es cada vez más incompatible con unas relaciones de producción que sólo buscan el beneficio privado, esto explica perfectamente todo lo ocurrido. El actual derrumbe de la economía capitalista, que los Estados de todo el mundo se apresuran a contener con medidas keynesianas e incluso con nacionalizaciones de las empresas en crisis, es el resultado de un sobredesarrollo de la productividad del trabajo con respecto al marco de la relación del capital. La misma razón que, en su día, echó a un lado al keynesianismo clásico y obligó a gobiernos de todos los colores a recurrir a las recetas neoliberales, sólo para mantener el crecimiento económico, sobre la base del aumento absoluto de la explotación de los trabajadores y del consumo desenfrenado de masas, alimentado por los créditos bancarios.

Ahora que este modelo de “crecimiento”, es decir, de gestión global de la acumulación del capital, ha reventado finalmente, los capitalistas y sus agentes (económicos, políticos e ideológicos) sólo pueden admitir su bancarrota. Y lo hacen, ante unas masas anonadadas por su espectáculo mediático alienante, repleto de imágenes y palabras carentes de significación, descontextualizadas, que sirven a la legitimación de sus dominadores. Lo hacen, utilizando como únicos argumentos la presunta ausencia de cualquier alternativa que no pase por el sometimiento y ulterior desarrollo a toda costa de la acumulación del capital , así como la proclamación de su creencia en la capacidad indefinida del capitalismo para progresar. Pero un sistema social que busca su supervivencia en las formas de su pasado, como es el keynesianismo -y ahora también el neoliberalismo- es un sistema senil, que se limita a escapar de la muerte, que se lanza a ciegas a una huída hacia delante.

En esta situación, la obra de Mattick Marx y Keynes tiene mucho de actual. Si acaso, sus conclusiones, sustentadas en el análisis teórico e histórico de las economías mixtas, tienen hoy un interés más directamente político que económico. Sirve para explicar la evolución del capitalismo durante el siglo XX -incluidas las bases del declive de los regímenes bolcheviques-, pero también para desenmascarar la farsa neokeynesiana hoy en curso. Empezando por el carácter “social” de las políticas keynesianas y acabando por la imposibilidad de un desarrollo favorable al bienestar de l@s trabajadore/as. Pues el keynesianismo, a pesar de sus veleidades y apariencias, no tiene otra finalidad que alimentar la misma espiral ciega de la acumulación capitalista que, tarde o temprano, de una forma u otra, nos estallará en la cara.

El libro de Mattick constituye, de este modo, un manifiesto del partido del comunismo , que pone de nuevo en su sitio la única alternativa para l@s explotad@s por el capitalismo mundial: la lucha de clases y el desarrollo de un nuevo movimiento revolucionario para superar el capitalismo. La profunda crisis actual, sea cual sea su alcance final, es un paso necesario en dirección a quebrar la integración de la clase trabajadora en el capitalismo. La sociedad de consumo de masas y el endeudamiento social han mostrado sus límites, al igual que la desbocada especulación financiera. Es de esperar que la desintegración socio-política se ponga progresivamente de manifiesto, según se perfilen las dificultades para la recuperación del crecimiento capitalista y, sobre todo, los efectos de las medidas de reestructuración y reorganización que acarreará y sus consecuencias para l@s trabajadore/as. Esta desintegración será sin duda un proceso a largo plazo, en principio poco visible políticamente ; pero no por ello será menos consistente. Señala el principio del fin.

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