lunes, julio 26, 2010
El Congreso de los Panclastas (x Giovanni Papini)
Conversación 33
EL CONGRESO DE LOS PANCLASTAS
Setebos, 5 de marzo.
El congreso de los Panclastas, o sea, como lo explicaba el manifiesto, de los Destructores Universales, estaba fijado para las cinco, pero yo me retrasé en el campamento de los gitanos y llegué una hora después de la convenida.
Servía de sede un circo ecuestre que estaba de paso por allí. Reinaba allí una confusa hediondez de establo y carnicería. Los toscos asientos dispuestos en círculo estaban ya ocupados por personas de todos los colores y edades: hombres siniestros de mirada torva, rostros de condenados a muerte agraciados en el último momento, de frenéticos contumaces, de epilépticos viciosos, de mujeres torvas y agitadas que jamás pudieron ser niñas. Aquí y allá se veía alguna máscara de negro encanecido, de indio color de terracota rajada, de chino viejo, sin cejas ni labios.
En medio de la polvorienta pista se veía un enorme cajón de embalar que servía de escenario y tribuna. Cuando entré ya estaba encaramado un viejo corpulento, que gritaba y gesticulaba y llevaba por todo vestido un camisón de noche que le llegaba hasta los pies. Vociferaba diciendo a gritos
- ¡Esa indigna burla debe concluir para siempre!, ¡no queremos ser estafados y mofados! Nos han prometido la libertad, todas las libertades, y en cambio somos más esclavos que nunca. Libertad de palabra, libertad de imprenta, libertad de reunión, libertad de conciencia, pero todas ellas libertades parciales y preliminares, libertades homeopáticas, para uso y contentamiento de las minorías burguesas e intelectualoides. ¡A nosotros no nos bastan! Apenas son los entremeses del gran banquete de los hambrientos de libertad absoluta y total. Bien sabéis cómo junto a esas briznas de libertad, se destaca más aún la dureza de las antiguas prohibiciones de la moral, y de las viejas esclavitudes de la ley.
»Según nuestra doctrina es un insulto para la libertad del hombre toda limitación, por pequeña que sea, hecha a los instintos más naturales y a los deseos más comunes de nuestra especie. Y bien sabéis cuáles son los deseos fundamentales del hombre apropiarse de lo que le sirve, aun cuando pertenezca a otro el deseo de quitar la vida a los que amenazan nuestros intereses y nuestros gustos; el de poseer a todas las mujeres que nos agraden, ya sean vírgenes o esposas. Esos son los instintos secretos y profundos de todos los hombres, de todos, de cualquier raza y condición que sean, incluso son los deseos de los que crean y aplican las leyes, sin exceptuar a los jueces, a los carceleros y a los verdugos.
» ¡Y todavía estamos sometidos a códigos que prohiben y castigan el robo, la rapiña, el homicidio, el adulterio y el estupro, o sea, precisamente, los actos que constituyen el verdadero fondo de nuestra naturaleza, los actos que con más gusto realizarían los hombres! Por lo tanto, ¿no es la ley la más desvergonzada violación de las libertades humanas? Los valientes que se rebelan contra esas imposiciones arbitrarias son señalados a fuego con el nombre de malhechores y se les castiga atrozmente con la prisión o la muerte. ¿Qué es lo que parlotean entonces, hablando de libertades públicas? ¡Queremos todas las libertades, y en primer lugar las individuales y privadas! Una libertad circunscrita por restricciones y prohibiciones, ¡no es verdadera libertad, sino esclavitud presentada engañosamente por traidores charlatanes! ¡No seremos libres mientras no se hayan suprimido hasta los últimos legisladores, los últimos jueces, los últimos tiranos!».
Una explosión de aplausos y de aullidos interrumpió al orador en camisa de noche
- ¡Mueran los diputados!
- ¡Abajo los ministros!
- ¡A la horca con los policías!
- ¡A exterminar a los maestros!
- ¡A fusilar a los oficiales !
- ¡Mueran los opresores!
- ¡Mueran todos!
- ¡Vivan los anarquistas!
Apenas se hizo un poco de silencio se oyó tronar nuevamente la voz indignada del enorme viejo orador:
- He sentido un ¡viva! por los anarquistas, y no puedo ocultar mi estupor ante tanta ingenuidad. Frente a nosotros, los Panclastas, los anarquistas no son más que vulgarísimos reaccionarios. Estos impávidos cultores del compromiso sueñan con una sociedad idílica, fundada sobre la fraternidad y el amor. Lo mismo que para los tiranos de todos los tiempos, también para ellos el robo y el asesinato son crímenes.
Imaginan, en su ceguera e insensatez, que la supresión de la propiedad privada y la creación de grupos obreros autónomos pueden transformar los caracteres esenciales y constantes de la naturaleza humana. El ser humano, aun después de la muerte de todos los reyes y de todos los presidentes, continuará siendo lo que hemos dicho: un animal de presa y de lujuria. Siempre será verdadera la máxima del filósofo inglés: Homo homini lupus , el hombre es un lobo para el hombre, y la definición del filósofo francés: L'homme n'est qu'un gorille lubrique et féroce , el hombre no es más que un gorila lúbrico y feroz. Los anarquistas quieren abolir a los patronos, pero conservan la ley, que es la peor de las tiranías. Unicamente nosotros, los Destructores Universales consecuentes, podemos llegar a ser los libertadores de la humanidad; sólo nosotros proclamaremos los verdaderos Derechos del Hombre, pero no las vanas palabras de los burgueses franceses del año 1789, sino los concretos y efectivos Derechos del Hombre, del hombre integral y sincero: el derecho a robar, a matar y a violentar.
Al terminar de decir estas palabras, estalló un aplauso aún más fuerte, y en seguida saltó al cajón que servía de tribuna, como una tigre, una mujer desgreñada, vestida con harapos negros, que comenzó a vociferar furiosamente a pesar de que el tumulto ahogaba sus palabras. Era delgadísima y blanquísima, tenía dos ojos de bruja fijos en el fondo de dos órbitas de calavera. Cuando cesó el huracán de aplausos pudo hacer oír sus gritos
- ¡Me parece que el compañero Cerdial no ha insistido suficientemente acerca de la libertad de nosotras, las mujeres! Ha dicho cosas completamente ciertas, pero es un macho y su mentalidad es demasiado masculina. Ha defendido el derecho de los hombres a poseer todas las mujeres que les agraden, pero ni una palabra sobre el derecho de las mujeres a hacerse poseer por todos los hombres que ellas deseen. A pesar de las religiones, de las morales y de las leyes, es necesario reconocer que los machos ejercen ya bastante ese su justo derecho, aun cuando deban echar mano a expedientes y comedias de diverso género. Mas, para nosotras, las mujeres, esa libertad es mucho más difícil y peligrosa. Por ejemplo: las prostitutas deben aceptar a todo cliente que pague, aun cuando sea repulsivo, y en cambio, están obligadas a pagar por el hombre que les agrada. Las muchachas no pueden elegir más de un marido; las casadas, habitualmente no logran tener más de tres o cuatro amantes, y esto a precio de subterfugios y frecuentemente con peligro de perder la vida. Y las leas y las viejas, ¿acaso no deben tener su derecho a satisfacer las emociones eróticas exigidas por la naturaleza?
»Esta condición de interioridad debe llegar a su término, y si triunfamos, terminará junto con los Derechos del Hombre, proclamados claramente por el amigo Cerdial, nosotras exigirnos una Declaración de los Derechos de la Mujer. Y también estos derechos son tres: el derecho al libre abrazo, el derecho a la infidelidad cotidiana, el derecho al aborto».
Las mujeres que asistían a la asamblea, harpías y bizcas, que eran muy numerosas, se pusieron simultáneamente de pie y se apretujaron alrededor del palco, gritando, riendo y queriendo estrechar la mano de la valerosa intérprete de su pensamiento.
Aproveché aquel tumulto de brujas desenfrenadas para escurrirme, sin ser observado, por una salida de lona del circo. Ya había aprendido bastante acerca de lo que pretendían los Panclastas, y no me sentía seguro en medio de aquellos locos sueltos.
(Tomado de "El libro negro", segunda parte de "Gog", aparentemente la obra maestra de este fascista).
Etiquetas: anarquia, panclastas, Papini
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