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martes, julio 27, 2010

Entrada 999/Humordolars/Verdugos Voluntarios 


Conversación 17
VERDUGOS VOLUNTARIOS

Tung-Kwang, 6 de octubre.

Supe que en esta ciudad rige una costumbre que no se conoce en ningún otro lugar de la tierra, costumbre que vale la pena consignar aquí.

Todos los condenados a muerte de las provincias cercanas, son enviados y reunidos en Tung-Kwang, donde hay una prisión bastante grande, una de las más modernas de China. Mas las ejecuciones capitales no son hechas por verdugos profesionales, sino por ciudadanos privados que no sólo se ofrecen voluntariamente para ese trabajo de alta justicia, sino que además pagan una suma bastante elevada para obtener el placer y el honor de ejecutar las sentencias con sus propias manos.

Estas ejecuciones se realizan en días fijos, tres veces a la semana, pero con sistemas diversos. Los lunes están reservados a la muerte por la horca; los miércoles a los fusilamientos y los viernes a la silla eléctrica. Hay personas que prefieren uno u otro de esos sistemas, pero tampoco faltan los que quieren probar ya uno, ya otro método de quitar la vida a los delincuentes.

En estos tiempos de perturbaciones y guerras civiles las condenas a muerte son numerosas, y cada semana afluyen a Tung-Kwang verdaderas caravana de rebeldes, ladrones, traidores, desertores y prevaricadores públicos. Me han asegurado que llegan a la ciudad por lo menos treinta condenados por día. El verdugo jefe, a quien corresponde asignar las clases de ajusticiamiento, los divide en tres grupos: los condenados políticos son reservados al fusilamiento; los ladrones y bandoleros a la horca, y el resto de los delincuentes menores a la silla eléctrica, considerada el método menos doloroso.

Los ciudadanos que desean ejercitar el oficio de verdugo voluntario, deben inscribirse una semana antes y pagar los derechos determinados por la ley. Los postulantes abundan, más de lo necesario, tanto es así que delante de la puerta del jefe de verdugos siempre hay cola, y los retrasados deben esperar hasta dos y tres semanas para poder hacer ejecuciones. He podido observar que esos verdugos voluntarios son hombres de todas las edades y condiciones sociales; me han hecho saber que los pobres echan mano a préstamos gravosos a fin de procurarse la suma requerida, bastante elevada. También se admite a las mujeres con tal que hayan alcanzado la edad de veinte años y sean robustas, y me dicen que frecuentemente son ellas más entusiastas y capaces que los hombres.

Pregunté a un viejo literato que sabe inglés y que dice ser taoísta, cuáles eran las razones de tan singular costumbre, y me respondió:

- Se trata de una sabia estratagema ideada por nuestro gobernador para mejorar la moralidad pública. Usted sabe que en nuestro pueblo está muy difundida y arraigada profundamente, la necesidad de matar. Según la doctrina de Tao, los instintos demasiado reprimidos acaban por vengarse, y así hemos hallado el secreto para encauzar, por lo menos en parte, esa manía homicida, que se satisface así periódicamente sin daño de los inocentes y sin los temores y remordimientos de los asesinatos clandestinos. Los hombres y mujeres que experimentan con más fuerza esa necesidad de matar, tan común en nuestra naturaleza, pueden satisfacerla impunemente, y en lugar de matar arbitrariamente, según los caprichos del odio personal, brindan su trabajo para obtener la supresión de seres malvados que merecen la muerte por sus desenfrenados delitos. Así hemos abierto una legitima vía de escape que no daña a nadie, y, además, es muy útil para la comunidad.

Le hice observar que, si esa cura lograra plenamente sus efectos, gradualmente disminuirían los verdaderos asesinos, con lo cual también seria menor el número de las condenas a muerte. Esta objeción no conmovió lo más mínimo al literato.

- Nosotros condenamos a muerte no sólo a los asesinos, sino también a los ladrones, a los revoltosos, a los violadores de mujeres y a los sacrílegos; gente de esa especie siempre habrá en abundancia. Y nada impide cambiar los códigos de modo que se pueda aplicar condena capital incluso por delitos que hoy son castigados únicamente con la cárcel. Finalmente, piense en los beneficios que obtiene el erario; con dicho sistema el gobierno no sólo ahorra el salario que correspondería a los verdugos de carrera, sino que, con las condenas a muerte, obtiene una entrada bastante voluminosa.

La pasión de los ciudadanos de todas las clases sociales por esas macabras prestaciones de servicios por las que se paga, es tan popular y poderosa, que un diario de Tung-Kwang está realizando una campaña contra los jueces acusándolos de indulgencia exagerada y de venalidad desenmascarada. Según parece los jueces no dictan suficientes condenas a muerte, con el resultado de que muchos amantes del arte del verdugo no puedan comprar con la necesaria frecuencia el derecho a matar legalmente a sus prójimos.

(Giovanni Papini, El libro negro).

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