martes, diciembre 20, 2011
Qué enfermo parece todo lo que nace (x T. Adorno).
45.- "Qué enfermo parece todo lo que nace": El pensamiento dialéctico se opone a toda cosificación también en el sentido de negarse a confirmar a cada individuo en su aislamiento y separación. Lo que hace es definir su aislamiento como producto de lo general. De este modo obra como un correctivo de la fijación mánica así como del aspecto vacío y sin oposición del espíritu paranoide, que se entrega al juicio absoluto con menoscabo de la experiencia de la cosa. Mas eso no significa que la dialéctica se convierta en lo que llegó a ser en la escuela hegeliana inglesa y luego, de forma consumada, en el forzado pragmatismo de Dewey, a saber, sense of proportions, la ordenación de las cosas en su perspectiva exacta, el simple, pero tenaz, sano sentido común. Si Hegel, en diálogo con Goethe, pareció hallarse próximo a tal concepción cuando defendía su filosofía frente al platonismo goethiano afirmando que “en el fondo no era otra cosa sino el espíritu de contradicción regulado y metódicamente desarrollado que, como un don, existe dentro de cada hombre y cuyo valor se muestra máximamente en la distinción de lo verdadero frente a lo falso”, esa sutil formulación encerraba astutamente en su elogio de eso que “existe dentro de cada hombre” la denuncia del common sense, a cuya más honda caracterización procedía no precisamente dejándose guiar por el common sense, sino contradiciéndolo. El common sense, la estimación de las justas proporciones, la visión instruida en el mercado y experimentada en las relaciones mundanas tiene de común con la dialéctica el hallarse libre del dogma, la limitación y la extravagancia. En su sobriedad hay un momento de pensamiento crítico que le es indispensable. Mas su apartamiento de toda ciega obstinación es también su peor enemigo. La universalidad de la opinión, tomada inmediatamente como lo que es, una universalidad radicada en la sociedad, tiene necesariamente por contenido concreto el consenso. No es ningún azar que en el siglo XIX el dogmatismo, ya rancio y trastocado, no sin mala conciencia, por la “ilustración, apelara al sano sentido común hasta el punto de que un archipositivista como Mill se viera forzado a polemizar contra el mismo. El sense of proportions se concreta en el deber de pensar en proporciones mensurables y ordenaciones de magnitud que sean firmes. Hay que haber oído decir alguna vez a un empecinado miembro de alguna camarilla influyente: “eso no es tan importante”; hay que observar solamente cuándo los burgueses hablan de exageración, de histeria o de locura para saber que donde más pomposamente se invoca a la razón es donde más infaliblemente se hace la apología de la irracionalidad. Hegel dio preeminencia al sano espíritu de contradicción con la terquedad del campesino que durante siglos ha tenido que soportar la caza y los tributos de los poderosos señores feudales. El cometido de la dialéctica es preservar las opiniones sanas, guardianes tardíos de la inmodificabilidad del curso del mundo, buscarles las vueltas y descifrar su “proportions” como el reflejo fiel y reducido de unas desproporciones desmedidamente aumentadas. La razón dialéctica aparece frente a la razón dominante como lo irracional: sólo cuando la sobrepasa y supera se convierte en racional. ¡Cuán extravagante y talmúdica era ya, en pleno funcionamiento de la economía de cambio, la insistencia en la diferencia entre el tiempo de trabajo gastado por el obrero y el tiempo necesario para la reproducción de su vida! ¡Cómo embridó Nietzsche por la cola los caballos a cuyos lomos emprendió sus ataques, y cómo Karl Kraus, o Kafka, o el mismo Proust, confundidos, falsearon, cada uno a su manera, la imagen del mundo con la intención de sacudirse la falsedad y la confusión! La dialéctica no puede detenerse ante los conceptos de los sano y lo enfermo, como tampoco ante los de lo racional y lo irracional hermanados con los primeros. Una vez ha reconocido como enfermas la generalidad dominante y sus proporciones –y las ha identificado, en sentido literal, con la paranoia, con la “proyección pática”-, aquello mismo que conforme a las medidas del orden aparece como enfermo, desviado, paranoide y hasta dislocado se convierte en el único germen de auténtica curación, y tan cierto es hoy como en la Edad Media que sólo los locos dicen la verdad a la cara del poder. Bajo este aspecto es un deber del dialéctico llevar esa verdad del loco a la consciencia de su propia razón, una consciencia sin la cual ésta seguro se hundiría en el abismo de aquella enfermedad que el sano sentido común dicta inmisericorde a los demás.
(Theodor Adorno, Minima moralia).
Etiquetas: Frankfurt, reflexión
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