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sábado, febrero 25, 2012

El vino y la belleza femenina (según Heinrich Heine) 


"Vine al mundo en la ribera de ese famoso río en cuyas cercanas y verdes montañas crece la locura, la que es recogida en el otoño prensada, vertida en toneles y exportada al extranjero. Verdad os digo pues ayer le oí decir a uno, durante la comida, cierta locura que había estado, ya en el año 1811, en una parra que yo mismo había visto crecer entonces en el monte de San Juan. Pero mucha locura se consume también en el mismo país, y los hombres son allí como en todas partes: nacen, comen, beben, duermen, ríen, lloran, calumnian, se preocupan miedosamente de la perpetuación de la especie, tratan de aparentar lo que no son y de hacer lo que no pueden, no se dejan afeitar hasta que no tienen barba, y tienen, con frecuencia, barba antes que entendimiento, y cuando tienen entendeimiento, se emborrachan de nuevo con blanca y roja locura.

Mon dieu!, si tuviese tanta fe que pudiese mover montañas, el monte de San Juan sería justamente la montaña por la que me haría seguir a todas partes. Pero como quiera que mi fe no es tan fuerte, ha de ayudarme la fantasía, y esta me lleva hasta el hermoso Rin.

¡Oh!, es una región preciosa aquella, plena de dulzura y de sol. En la corriente azul se reflejan sus orillas montañosas, con sus castillos en ruinas y sus bosques y sus ciudades viejas. Allí, ante las puertas de las casas, se sientan los ciudadanos en las tardes de verano y beben de grandes jarras y charlan animadamente en confianza: de lo bien, ¡alabado sea Dios!, que se da el vino, de cómo los juicios tendrían que ser públicos, de cómo María Antonieta fue guillotinada así de buenas a primeras, de cómo todos los hombres son iguales y de lo buen mozo que es el joven Görres.

Nunca me ocupé de tales conversaciones; prefería sentarme al lado de las chicas, junto a las ventanas de arcos ojivales, y me reia de sus risas, me dejaba golpear el rostro con flores y me hacía el muy enfadado hasta que me revelaban sus secretos o cualquier otra historia importante...".

(Ideas, 1826).

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