miércoles, agosto 05, 2015
Los revolucionarios situacionistas (Miquel Amorós)
Los revolucionarios
situacionistas (Miquel Amorós)
Tomado de Metiendo Ruido
Yo conocí los escritos de la
Internacional Situacionista en 1972, cuando su ciclo se cerraba y el mío en la
Universidad de Valencia también. El folleto De la miseria en el medio
estudiantil era lo más radical que había leído desde la epístola de Agustín
García Calvo “De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil.”
Aquello era pensamiento ligado a la acción, y esta acción tenía por objeto nada
menos que abolir la Universidad, el sagrado templo del saber separado, en el
marco de un proyecto revolucionario más amplio, que perseguía el fin del
capitalismo y de la sociedad de clases. El estilo marxista-hegeliano confería a
los análisis una solidez teórica ausente en el medio anarquista, pero lejos de
refutar las finalidades y tácticas libertarias, las confirmaba. Se podía decir
que superaba la oposición entre marxismo y anarquismo sin acabar en una confusa
amalgama de ambos, tal como hacía por ejemplo el justamente olvidado Rubel.
Intenté aplicarlo en la medida de mis posibilidades en uno de esos grupos
circunstanciales, de un solo curso, al que llamaban “Barricada.” La crítica
situacionista se me aparecía como hecha para practicarse, no para contemplarse;
alejada de la praxis perdía todo su valor. Se convertía en objeto de snobs, se estetizaba,
se museificaba. Le pasaba como a los cuadros colgados de la pared: cualquiera
podía opinar de ellos sin que la cosa tuviese trascendencia. Ahora que la I.S.
es objeto de sesudos estudios universitarios hechos por profesores o por
aprendices de historia o sociología, comprendemos la ironía de las derrotas
históricas: el destino de las revoluciones fallidas son los anaqueles
universitarios donde se amontonan las tesis doctorales y los museos donde los
restos de sus obras se contemplan como cuadros. Ironía por partida doble,
puesto que la revuelta de Mayo del 68 tenía como aperitivo el fin de la
Universidad, no digamos ya el de los museos. La sociedad del espectáculo
procesa los alimentos espirituales de esta forma, a fin de digerir aquellas
ideas que en otro tiempo la mantuvieron en vilo. Ideas y hechos son separados
radicalmente por especialistas en la materia, para poder hacer con unas y con
otros lo que venga en gana, concluyendo inevitablemente que las ideas ya no
sirven y los hechos no son repetibles, pues el mundo ha cambiado y las cosas ya
no son lo que eran. Yo sostengo la tesis contraria: la sociedad es todavía lo
que ha sido, y aún peor, por lo que las ideas que pudieron subvertirla en el
pasado siguen activas y contienen elementos más que suficientes para
subvertirla de nuevo. Sólo hay que saber usarlas. La letra podrá mejorarse,
pero el espíritu de la I.S., su voluntad subversiva, es irrecuperable. Sus
enemigos, el Capital y el Estado –Agustín G. C. decía que ambos eran lo mismo-
no pueden servirse de él.
El nervio situacionista proviene
de las antiguas vanguardias de posguerra (especialmente del Movimiento
Letrista) que tomaron conciencia del carácter disolvente y revolucionario de la
creación artística, y que trataron de conjugar la crítica de la estética
burguesa con la revuelta contra los valores de la economía de mercado. No
olvidemos la parte pionera que en todo ello corresponde al Surrealismo. La
revista “Potlach” afirmaba seriamente que los letristas “trabajamos en el
establecimiento consciente y colectivo de una nueva civilización”, misión que
exigía “el trastorno definitivo de la estética y de todo comportamiento.”
Constataban éstos el fracaso del arte en la renovación cultural y política, y,
negando su función positiva, propugnaban la experimentación de un arte total
que sirviera para modificar las conductas y reconstruir integralmente la vida
de acuerdo con los deseos creativos. La Internacional Letrista constituye pues
el prólogo de la I.S. El letrismo no era una escuela, sino un modo de vida, y
proponía una manera peculiar de “saber vivir”: la unificación de la creación
con la crítica revolucionaria. La creación era fundamental para la
transformación social y suponía en primer lugar la superación del objeto y la
abolición del arte. Creación quería decir creación global de la existencia, no
mierda de artista, y el método letrista buscaba la reunificación del espacio
social dividido por medio de un “urbanismo influencial”. La transformación
social sería completa con la transformación del espacio-tiempo de la vida
cotidiana según las pasiones emergidas, obtenida gracias a la “desviación” de
medios artísticos convencionales para la “construcción de situaciones”, es
decir, para la construcción deliberada de nuevos ambientes “que sean producto e
instrumento de nuevos comportamientos.” Las pasiones que cambiarían el mundo
saldrían de la vida cotidiana activada por una construcción superior del medio,
y no como decían los surrealistas, del inconsciente. El arte quedaba visto para
sentencia: “las artes del futuro serán trastornos de situaciones o nada.”
La Internacional Situacionista se
creó en 1957 sobre la necesidad de un programa revolucionario en la cultura.
Debord definió su tarea como “un trabajo colectivo organizado que tienda a un
empleo unitario de todos los medios de subversión de la vida cotidiana”,
oponiendo al modelo capitalista “otros modos de vida deseables” (Informe sobre
la construcción de situaciones.) La finalidad era el asalto a la cultura y la
instauración del comunismo, que para Asger Jorn no era más que “la obra de arte
transformada en totalidad de la vida cotidiana” (Crítica de la economía
política.) La I.S. pretendía la supresión del arte alienado en un mundo que
prohibía la creación de la propia vida, colocándolo en la perspectiva de la
construcción directa de nuevos ambientes. No hay arte situacionista, “la
situación es lo contrario a la obra de arte.” Tampoco tiene que ver con el
teatro callejero, el happening o la feria. Se trata más bien de un proyecto de
agitación política, preludio de la revolución, que perseguía enfurecer a los
proletarios mostrándoles el contraste entre una vida posible y la miseria
presente. La idea situacionista de “proletario” podía expresarse así:
proletario es aquél que no tiene posibilidad alguna de modificar el espacio y
el tiempo sociales, sino tan sólo de consumirlo de una determinada manera
definida por los dirigentes. La clase se definía en función de la expropiación
de la decisión en lo relativo a la vida, y no solo al trabajo. La I.S. clamaba
por la reinvención de la revolución social y la autorrealización del
proletariado a través de la transformación integral de la vida cotidiana, o
sea, a través de una auténtica revolución cultural. Nada que no se hubiera
dicho en el periodo letrista. Pero la revolución cultural no servía sin la
revolución social, y, al contrario, ésta no valía sin la revolución cultural.
Ambas debían ir juntas: “cuando las masas intervienen bruscamente para hacer
historia descubriendo de este modo su acción como experiencia directa y como
fiesta, emprenden entonces una construcción consciente y colectiva de la vida
cotidiana” (Debord y Canjuers, Preliminares por una definición de la unidad del
programa revolucionario.) La reconstrucción libre de todos los momentos de la
vida –la revolución- requeriría una organización nueva, que no podía ser una
vanguardia cultural, y mucho menos un partido o un sindicato, mecanismos
orgánicos de integración.
La Conferencia de Goteborg en
agosto de 1961 constituye un punto de inflexión en la marcha de la I.S.: a
partir de ella ésta se deshace de su lastre artístico y pasa a considerarse una
organización revolucionaria. La crítica de la cultura se prolonga en crítica de
la política y la revolución de la vida cotidiana se concreta como poder
absoluto de los Consejos Obreros. Queda toda una teoría revolucionaria por
formular de forma coherente, claro está, ligada a la práctica vital, que
explique las luchas sociales de la época y vaya por delante. A ella consagrará
la I.S. sus esfuerzos. Esa radicalización de su estrategia impedia cualquier
veleidad artística, siquiera negativa, puesto que partia del abandono
definitivo de la esfera de la cultura. Convencidos de la inexistencia de un
área cultural autónoma desde donde emprender una acción revolucionaria, los
situacionistas se plantearán llevar a cabo un intenso trabajo teórico inspirado
en Hegel, Marx, Lukacs y Korsch, que rechazaba expresamente la concepción
leninista, trabajo que pronto dará sus frutos como “pensamiento del derrumbe
del mundo.” Su terreno de aplicación pasó a ser directamente el de la lucha de
clases. La profundización de temas como la alienación y el fetichismo de la
mercancía, dará lugar a conceptos clave como “ideología”, “miseria”,
“separación”, “espectáculo”, “subjetividad radical” o “supervivencia”, con los
que su crítica y su mensaje se harán dialécticos y superarán con creces los
dogmas revolucionaristas, formas cosificadas del pensamiento a través de las
que se manifestaba la falsa conciencia de las clases subalternas. Entre 1962 y
1967, la I.S. elabora un nuevo lenguaje revolucionario, el más idóneo para
comprender la época y poder transformarla. Un lenguaje coherente para
desenmascarar al Poder y a sus servidores que critica la burocracia y la
ideología, que habla del fin de la mercancía y del trabajo asalariado, de la
descolonización de la vida cotidiana y de la abolición de las clases, del
proletariado como sujeto revolucionario, de la autogestión generalizada y del
poder internacional de los Consejos Obreros. Un lenguaje palanca, al que le
falta un punto de apoyo para mover el viejo mundo. Y este le fue proporcionado
por el escándalo de Estrasburgo, donde la contestación radical de las
estructuras académicas y del sindicalismo estudiantil pilló de sorpresa al
orden establecido.
En julio de 1966, la Conferencia
de París dotaba a la I.S. de una nueva plataforma organizativa, la “definición
mínima de organización revolucionaria.” Al año siguiente los análisis
situacionistas ya eran bastante conocidos por las minorías activas que pugnaban
por el hundimiento de la dominación. Los situacionistas eran entonces casi los
únicos que aludían al “segundo asalto del proletariado contra la sociedad de
clases” como perspectiva realista en la que inscribir su actividad. Las huelgas
salvajes de los trabajadores y la descomposición acelerada de la universidad
eran signos anunciadores de la insurrección que se aproximaba. La teoría se
volvía cada vez más práctica. Pronto las armas de la crítica cederían el sitio
a la crítica de las armas. Los escasos efectivos de la I.S. la impelían a
buscar aliados en cualquier parte con los que poder avanzar en esa dirección.
Así encontraron a los Enragés, una banda constituida por irregulares -parte de
los cuales eran estudiantes de Nanterre- empeñada en demoler la universidad
impidiendo con originales métodos la normalidad de la vida académica. Su nombre
era un homenaje a Jacques Roux, el mayor extremista de la Revolución Francesa.
La ocupación del edificio administrativo de aquella universidad, el 22 de marzo
de 1968, desencadenó un proceso que, de un enfrentamiento en otro con la
policía, condujo a “la noche de las barricadas” del 10 de mayo. Tres días
después nacía el Comité Enragés-Internationale Situationniste en la sala “Jules
Bonnot” de la Sorbona ocupada. Riesel, uno de los Enragés, fue elegido delegado
del Comité de Ocupación, desde donde llamó a la ocupación de las fábricas y a
la creación de consejos obreros. La coincidencia en el tiempo de la
radicalización de minorías estudiantiles desclasadas con el proceso autónomo de
radicalización en las fábricas fue asombrosa. Diez millones de trabajadores se
pusieron en movimiento al margen de los partidos y sindicatos que decían
representarles en lo que se conoce como la mayor huelga salvaje de la historia.
Los situacionistas se sumergirán de lleno en el movimiento y ocuparán el
Instituto Nacional de Pedagogía, donde formarán con los Enragés y simpatizantes
un Consejo por el Mantenimiento de las Ocupaciones. Por unos días el Poder
caminó por el filo de la navaja ante la irresolución de los trabajadores, que
no se decidían a derrocarlo. A finales de mayo se produjo la contraofensiva,
primero sindical, y luego, una vez lograda la desmovilización, represiva. El
CMDO se disolvió el 15 de junio, agotada cualquier posibilidad de movilización.
El Poder va a renovarse
rapidísimamente, mientras la crítica situacionista continúa con su labor de
zapa. Dos importantes textos, el libro Enragés y situacionistas en el
movimiento de las ocupaciones y el artículo cabecera del nº 12 de la revista
“Internationale situationniste”, El comienzo de una nueva época, darán
testimonio de la acción histórica de los situacionistas, pero tras ellos su
práctica empezó a diluirse. La Conferencia de Venecia, tenida en octubre de
1972, puso de manifiesto una euforia que no se tradujo en ganancia de capacidad
subversiva. Desde el exterior, un folleto aparecido en agosto de 1971 llamaba a
comenzar de nuevo: “La I.S. tiene razón, una época ha pasado, quizás todo el
siglo XX (…) Tengo la convicción de que la distancia práctica y teórica
establecida en los últimos diez años entre la Primera Internacional y la
Internacional Situacionista es la que queda por establecer entre la
Internacional Situacionista y lo que falta por hacer” (Bartolomé Béhouir, De la
conserjería internacional de los situacionistas.) Para ese trabajo la I.S.
salida de Mayo no estaba preparada y tras un tenso periodo de exclusiones y
abandonos –la dimisión de Vaneigem fue crucial- la tendencia de Debord tomó la
arriesgada decisión de poner punto final a su trayectoria. Puede que el modelo
vanguardista tocara a su fin como forma orgánica de la conciencia histórica. Un
nuevo modelo debía nacer desde la moderna lucha de clases, pero en los ochenta
el protagonista indiscutible de la misma, la clase obrera, optó por detenerse
ante las pequeñeces logradas y la pesadilla del desempleo. La represión y la
renovación capitalista hicieron el resto. A la detención del proceso
revolucionario debemos el que la crítica situacionista esté hoy en boca de
impostores y estetas reaccionarios, y el que la cultura oficial adopte una pose
comprensiva cada vez que rememora la efemérides de Mayo. Bajo ese asfalto está
su playa, no la de los rebeldes. Y la humanidad sigue sin ser feliz, puesto que
ningún burócrata fue colgado de las tripas de ningún capitalista.
Miquel Amorós
Etiquetas: I.S., teoría revolucionaria
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