miércoles, marzo 30, 2016
LA ESTUPIDEZ ES UNA CICATRIZ (fragmento 2 y final de Sobre la génesis de la estupidez, por Max Horkheimer y Teodoro W. Adorno).
La estupidez es una cicatriz.
Cada estupidez parcial de un hombre señala un punto en el que el juego de los
músculos en la vigilia ha sido impedido más que favorecido. Con el impedimento
comenzó, en el origen, la vana repetición de los intentos inorgánicos y torpes.
Las preguntas sin fin del niño son ya el signo de un dolor secreto, de una
primera pregunta para la que no halló respuesta y que no sabe plantear de forma
adecuada.
La repetición se asemeja, en
parte, a la obstinación alegre, como cuando el perro salta sin fin ante la
puerta que aún no sabe abrir y al final termina por desistir si el picaporte
está demasiado alto, y en parte obedece a la coacción sin esperanza, como
cuando el león se pasea interminablemente en la jaula de un lado para otro o el
neurótico repite la reacción defensiva que ya se mostró inútil una vez.
Cuando las repeticiones se agotan
en el niño, o si el impedimento ha sido excesivamente brutal, la atención puede
volverse hacia otra parte; el niño se ha hecho más rico en experiencias, según
se dice, pero es fácil que en el punto en el que el deseo fue golpeado quede
una cicatriz imperceptible, una pequeña callosidad en la que la superficie es
insensible. Estas cicatrices dan lugar a deformaciones. Pueden crear
«caracteres», duros y capaces; pueden hacer a uno estúpido: en el sentido de la
deficiencia patológica, de la ceguera y de la impotencia, cuando se limitan a
estancarse; en el sentido de la maldad, de la obstinación y del fanatismo,
cuando desarrollan el cáncer hacia el interior. La buena voluntad se vuelve
mala a causa de la violencia sufrida. Y no sólo la pregunta prohibida, sino
también la imitación, el llanto o el juego temerario prohibidos pueden producir
estas cicatrices. Como las especies de la serie animal, también los niveles
intelectuales dentro del género humano, e incluso los puntos ciegos en un mismo
individuo, señalan las estaciones en las que la esperanza se detuvo y son
testimonio, en su petrificación, de que todo lo que vive está bajo una condena.
Etiquetas: Adorno, estudios, muerte a los imbéciles
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