lunes, mayo 02, 2016
Sobre la sociedad de control y su técnica (x Etcétera)
Salió en febrero el número 55 de la revista Etcétera.
Seleccioné un texto breve de ahí, y dado que hablamos un poco antes de la banda holandesa The Ex, es recomendable aprovechar de escuchar entero su minialbum debut de 1980 Disturbing Domestic Peace, que haría que traducir como "Molestando la paz doméstica", dado que no creo que se pueda decir "Disturbeando", aunque, por qué no? Disturbear aunque sea con un disturbio menor (esa era la idea original del nombre de la banda DM, y no copiar a Minor Threat como creen muchos).
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Seleccioné un texto breve de ahí, y dado que hablamos un poco antes de la banda holandesa The Ex, es recomendable aprovechar de escuchar entero su minialbum debut de 1980 Disturbing Domestic Peace, que haría que traducir como "Molestando la paz doméstica", dado que no creo que se pueda decir "Disturbeando", aunque, por qué no? Disturbear aunque sea con un disturbio menor (esa era la idea original del nombre de la banda DM, y no copiar a Minor Threat como creen muchos).
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La democracia de espectadores.
El rebaño desconcertado.
Por N. Chomsky y E. S. Herman y
su libro Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media (Fabricación
del consentimiento: La política económica de los medios de comunicación),
en castellano traducido como Los guardianes de la libertad, supimos
del Comité de Información Pública, nombre orwelliano que designaba a la
Comisión Creel. Creada por orden del presidente W. Wilson en 1916 para cambiar
la opinión pública americana contraria a la entrada de EEUU en la 1ª guerra
mundial, formada por una multitud de diversos técnicos y contando con gran
cantidad de medios y dinero, logro en solo seis meses mediante una serie de
agresivas y masivas campañas de propaganda revertir la situación y volver al
público estadounidense beligerante.
Walter Lippmann, periodista y
consejero del presidente Wilson, fue un personaje importante en esta campaña.
En 1922 publicó el libro La opinión pública, donde planteaba que la
política y los intereses de la nación no pueden tener en cuenta la opinión de
la mayoría de la población, sino que tiene que ser una «clase especializada de
hombres responsables los que se hagan cargo de resolver los problemas
nacionales». Para él, la mayoría de la población constituye un «rebaño
desconcertado» y el sistema debe «protegerse de este rebaño desconcertado
cuando brama y pisotea». La función de la gran mayoría de la población es «la
de ser espectadores», no la de miembros participantes en forma activa en las
decisiones políticas. La democracia, por tanto, ha de ser una «democracia de
espectadores», donde una minoría decide las políticas y una mayoría silenciosa
las acata pero participa en el espectáculo, por ejemplo, de las votaciones. La
clase que tiene el poder, debe gobernar, disciplinar y controlar al «rebaño
desconcertado».
Los consumidores
disciplinados.
El capitalismo es un sistema que
necesita una constante circulación (un trajín acelerado que lo trastoca todo a
su paso, sin otro objetivo que la acumulación), que tiene el fin en sí mismo y
que el límite es el propio Capital. Espacialmente se ha extendido por todo el
planeta, con todas sus características, la propiedad privada, el
valor de cambio, la mercancía, el dinero, la industrialización salvaje de los
territorios, la proletarización, el trabajo asalariado, el acaparar, la
especulación y todas sus consecuencias de nocividad. Paralelamente, producto de
la rapidez en que se suceden las novedades de las nuevas aplicaciones y
dispositivos técnicos, el espacio se ha reducido y el tiempo acelerado.
El Capital pretende transformar
en consumidores a la mayoría de los habitantes del planeta: cada uno según sus
posibilidades económicas. De igual manera que las formas de
trabajo asalariado, por la necesidad del dinero, atrapan cada vez a
mayores proporciones de la población, tanto si se trabaja como si
está en paro; en la sociedad de consumo, por el fetichismo de la mercancía y su
propaganda, muchos de los que no tienen grades posibilidades de consumir
anhelan tenerlas. La implantación de la sociedad del consumo, se asocia al
keynesianismo, el trabajador se convierte en consumidor, es la época de los
electrodomésticos en el hogar, el coche y la TV..., todos ellos elementos
técnicos cuya influencia social es evidente. El trabajador centra su lucha en
mejoras salariales y laborales (Actualmente la precarización general es
evidente). El dinero cada vez circula más rápidamente, en su forma papel y en
su forma electrónica, su valor será virtual y real; es posible que no existan
las estrambóticas cantidades que de él dicen que circula y que su
valor lo pongan entre «cuatro», pero han hecho que sea un bien de
primera necesidad tanto real como simbólico.
La sociedad del consumo, necesita
de consumidores disciplinados, por la propaganda, y estrechamente vigilados:
perfiles, costumbres, gustos, manías.... Por otra parte las nuevas aplicaciones
de la técnica, especialmente desde la implantación masiva de las Técnicas de
Información y Comunicación (TICs), ha hecho posible aumentar significativamente
la creación de necesidades y el número de consumidores, permitiendo expandir
por el mundo las urgencias de un consumo histérico y estresante. También se han
acelerado los ritmos de la circulación de las mercancías y la ubicuidad de su
producción. Se generan nuevas formas de consumo a las que el consumidor tiene
la obligación de adaptarse. La obsolescencia programada forma parte esencial de
la idiosincrasia de la mercancía producida. El producto, cada vez, tiene que
durar menos, bien porque lo estropea artificialmente el mismo fabricante, o
bien porque pasa de moda. Aceptar estas condiciones draconianas requiere de
consumidores altamente disciplinados. También en el ejercito de consumidores la
disciplina es parte fundamental de su adiestramiento. La sociedad de consumo
necesita que los consumidores sean crédulos, disciplinados y obedientes,
es decir seres bajo control.
La sociedad del control y la
vigilancia.
La sociedad del control y la
vigilancia se ha extendido reticularmente enmarañando el mundo entero. Las
cámaras de video-vigilancia se encuentran en cualquier rincón de ciudades y
pueblos, formando parte del mobiliario urbano. En las fronteras se elevan sobre
los muros, las alambradas y las concertinas. En las fábricas, bancos,
supermercados, cárceles, en los templos o en las salas de fiesta. En los
colegios, institutos, universidades, urbanizaciones o casa particulares.
Actualmente el Estado y sus instituciones han perdido el monopolio de la
vigilancia y control de los ciudadanos, cualquier entidad, poco importa que
pública o privada, vigila y controla a la gente. Por supuesto que el Estado
continua controlando y velando por «sus súbditos» y haciendo de ello
una cuestión económico-política, desde el nacimiento hasta la muerte
pasando por la escuela, la seguridad social o la oficina del paro, y por poco
que uno se descantille la comisaria y la cárcel, «ya lo ves, controlando tu
seguridad».
La multitud de tarjetas
electrónicas que ocupan bolsos, carteras y bolsillos ya sean del banco,
supermercados, gasolineras o de los móviles, abren ficheros individuales de
cada uno de los usuarios, nuestros perfiles de consumidores corren por la red
comprados y vendidos de una a otra entidad. Nuestros pasos y actos, lo que
hemos comprado y hecho, quedan registrados y a partir de ellos seremos
clasificados. La tarjeta de dinero electrónica permite seguir el rastro exacto
de nuestros recorridos. Incluso el banco se instala en nuestra casa incrustado
en los ordenadores. Y cada vez más los individuos nos convertimos en
consumidores y en endeudados.
Qué mayor control sobre las
personas que la que ejerce este sistema económico-político que primero
convierte el trabajo asalariado en una obligación y después pasa a convertirlo,
con el pretexto del «progreso» técnico, en un «bien escaso» y el dinero
continua siendo más ineludible e imprescindible y es más acaparado por unos
pocos que nunca. La brecha entre ricos y pobres continua ensanchándose. No
podemos obviar que el taylorismo representa una forma extrema de control y
vigilancia sobre el obrero y su trabajo; se cronometran sus movimientos y se
evalúan exigiéndole una determinada rapidez y precisión en cada uno de ellos
para hacer su trabajo lo más deprisa posible, para que así de mayor
rentabilidad al capitalista.
La sociedad del control, no
necesita, necesariamente, el encierro de los individuos para ejercer un control
sobre ellos. El control no se ejerce únicamente por medio de las instituciones,
sino principalmente mediante la técnica. Es mediante los dispositivos técnicos:
cámaras, pantallas, programas, tecnologías biomédicas y de nanotecnología..etc,
como se ejerce el control y la vigilancia generalizada sobre las personas. La
sociedad de control pretende moldear no solo cuerpos sino mentes. Ir más allá
de crear una praxis en el individuo, como señalaba J. Ellul «generar también
una formación intelectual: una capacidad de síntesis y principalmente una
educación de la memoria», es decir, una «ortopraxis» que logra implantar en las
personas una determinada manera de ser y actuar, de estar e interpretar el
mundo, las maneras de opinar, las cuestiones de que hablar y las cosas que
callar. Cuerpo y mente disciplinados, controlados.
Como un recuerdo de un pasado que
aún está ahí, han quedando las fichas policiales en amarillenta cartulina y las
huellas digitales en el carné de identidad. De la cibernética, concepto que no
tiene ni 70 años y cuyas primeras máquinas están olvidadas en museos, deberíamos
recordar que surgió en el ejército de EEUU como medio para controlar
automáticamente ciertas armas y dispositivos bélicos. Actualmente el gran
desarrollo de las Técnicas de Información y Comunicación (TICs), surgidas de la
antigua cibernética, hacen creer al sistema capitalista que está
cumplida su anhelada aspiración del control social total y en ello está
poniendo todo su poder técnico. Dispositivos técnicos como Echelon, Combat
Zones That See, SIGINT o Inteligencia de Señales (CTS)..., lo hacen
evidente
La sociedad del control está
interesada en producir una cultura del miedo, las guerras y sus terribles
secuelas, terrorismo, enfermedades y epidemias, problemas de seguridad, etc. En
los últimos años desde el poder y sus medios de comunicación se nos ha
atemorizado con el peligro inminente de un buen puñado de alarmas reales o
inventadas. De la misma manera que primero se crea la necesidad para después
ofrecer el producto, primero se generan los miedos colectivos para después
ofrecer los medios y dispositivos que «garanticen nuestra seguridad». La
mayoría de las veces son tan alarmantes y peligrosos los remedios como la
amenaza, con la salvedad que la amenaza es algo difuso mientras que las leyes y
medidas represivas que ponen en marcha los Estados para «salvarnos» son reales
y pensadas para ser aplicadas contra los propios ciudadanos.
Es evidente que la implantación
de las nuevas tecnicas han supuesto un aumento en la sofisticación del control
social. También es necesario tener en cuenta que, como en todo lo que cuenta,
vende y oferta el sistema capitalista, hay mucho de propaganda. No se pretende
negar la evidencia, puede ser incluso que la realidad sea peor que lo
imaginado. Pero, qué creer de este mundo de apariencias y engaños, en el que en
la mayoría de las ocasiones se nos oculta muchísimo más de lo que se nos dice y
de ello la mayor parte no es verdad. Con seguridad los dispositivos técnicos de
control y vigilancia tienen una sofisticación y unas propiedades que ni
comprendemos y muchos ni imaginamos, solo basta leer los ejemplos para
comprobarlo. Así como que seguramente las armas secretas que ocultan en
misteriosos lugares, tienen un poder de destrucción inimaginable, pues se sabe
que tan solo el arsenal atómico podría destruir el planeta varias veces.
El sistema capitalista,
limites y exterioridad.
El sistema capitalista y su
Estado, pues el Estado siempre es el Estado de la clase dominante, han tenido y
tienen un carácter totalitario y la misión de controlar a sus
súbditos-ciudadanos que quiere obedientes y sumisos, como meros espectadores de
claca. Por otra parte, históricamente, la voz de los oprimidos,
siempre se ha hecho oír de muy diversas maneras. Lo que nos hace pensar que hay
un límite al dominio del poder del capital, que se puede construir una
exterioridad.
En la medida de lo posible se
tendría que intentar crear nuevos lugares, otros espacios, lo más al margen del
poder que se pueda y desde ahí hacer oír nuestra voz. Nuestro lugar
no está dentro de las burocracias del Estado, este no es para nosotros más que
un no-lugar. Nuestro lugar, por difícil que muchas veces lo creamos, está en
construir nuevos espacios donde intentar experimentar formas de vida.
¿Utópico?, quizás, pero más utópico es creer que participando en el Estado del sistema
se puede cambiar el sistema. La experiencia histórica varias veces repetida nos
lo demuestra. Desde el Estado solo se habla con la voz del Estado y desde el
Estado del capital se habla con la voz del Capital.¨
Etiquetas: anti punk, anti-arte, ETCETERA, punk rock
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