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viernes, julio 01, 2016

Comunismo Erótico/Cristobal en la orgía 

Casi se ha perdido por completo el carácter más erótico y/o pornográfico que antiguamente y por períodos caracterizó a este amorfo lugar (o sitio). Cómo será que hasta algunxs lectorxs se han ofrecido a enviar fotos de partes interesantes de u cuerpo para ayudar a hacer más entretenido el lugar.

Alguna vez hasta se pensó en darle un carácter más sexual a la prensa comunista-anárquica. Adivinan quien era el campeón de esa idea: Cris Corn! Hasta se atrevió a tratar de diseñar una posible portada.




Se atrevió a mucho más también, tal como consta en esa crónica que escribió para la revista SANGRÍA, y que fuera incluida en la recopilación de sus Escritos (Anti)políticos:


Deviniendo manada en una orgía des-programatoria

Para algunxs, septiembre en Chile fue el “mes de la puta patria”. Y así, precisamente, la colectiva Rita Lazo llamó a las actividades que realizó en su pasada visita la activista política/sexual argentina, Leonor Silvestri. A punta de talleres, performances, foros, y orgías, Silvestri sumó grados de temperatura a un termómetro que ya comenzaba a dispararse a su llegada. Algunxs salieron ilesxs, otrxs fortalecidxs, a otrxs se les desarmó la vida, y otrxs confirmamos lo que hace tiempo pensábamos difusamente sobre el mundo y nosotrxs.  

**
La noche anterior, después de confirmar, llegué a mi casa, entré a mi pieza y me miré en el espejo. No me sentí tan mal. Un poco de barriga, por comida y trago, y la ley de gravedad, hacían su efecto.
Minutos antes había llamado a Leonor Silvestri a un teléfono que me envió por e-mail. Se mostró enterada y dispuesta a la entrevista de la que habíamos hablado. Le pregunté si quedaban cupos para lo de mañana. “Para la orgía, a las 8”, dijo seca. “Sí”, añadió.
Queriendo romper el hielo, saber algo más, buscar motivación, le pregunté por el tenor de esa actividad. La percibí extrañada, pero dispuesta a explicarme. “No sé a que te refieres con eso”, dijo. “¿Leíste los requisitos?”, preguntó. “Sí… o sea…”, respondí. “Pueden pasar muchas cosas, pero no de todo. No vamos a dejar chicos penetrando chicas. Esto es desprogramación”. Dudé un minuto. Aunque ya lo sabía, no supe qué decir. “Voy a ser bien clara: Debes estar dispuesto a estar con gente de tu mismo sexo, pero si vos no querés que te den por el culo, nadie te va a obligar”, replicó.
“Podría salir una bonita crónica de eso”, dijo. “Si me confirmas te envío la dirección, pero como son cupos restrictivos, si lo haces debes venir”, advirtió.
“Ok”, le dije.”Te confirmo mañana temprano”. Nos despedimos y corté.
A los dos minutos, luego de pegarme una bocanada, salí en busca de un computador y confirmé. La noche estaba fría o yo parecía tener la presión baja.
De vuelta encendí un cigarro, e inspirado en las recomendaciones porno-terroristas conocidas, corté un beatle roto y con una de sus mangas me hice una máscara. Sus líneas amarilla oscuras-opacas, y el negro, me dieron un aspecto entre tribal y bufonesco. Tomé una tijera y recorté sobre los ojos y la boca, y me miré en el espejo sin polera y con capucha.
Ya estaba listo.

Atrévete a surcar el caos…
Un buen amigo periodista, de viaje por Sudamérica, me escribió a fines de agosto que nuevamente Leonor Silvestri venía a Chile. Me enviaba su e-mail. Pasado un par de días le escribí, manifestándole mi intención de conocer el calendario de sus actividades acá y ver la posibilidad de entrevistarnos. Me respondió amable, adjuntándome una lista de las que ya estaban planificadas, y un par de números de teléfono de quien la recibiría, Julia Antivilo.
Supe por primera vez de Silvestri por el mismo amigo, una tarde en que escuchaba, “Ludditas sexxxuales”, un programa de radio por internet, una conversación informal y descarnada sobre sexo abyecto, en tono humorístico, matizado con algunas lecturas de poesía, teoría y música intercalada. Eran las ventajas de la red: Ninguna radio comercial querría transmitir un programa donde la frase que me quedó grabada ese día era algo así como “no lo olvide, para que el culo se dilate debe usar la lengua, debe chupar, chupar, chupar…”.
Sotomayor solía subir a una sección del sitio web del periódico textos sobre el movimiento queer, el poliamor, crítica de la monogamia y del amor romántico.
Un día publicó un artículo que me llamó la atención: “Ética amatoria del deseo libertario o afectaciones libres y alegres”. Lo firmaba Silvestri y se iniciaba con una bella cita de Tiqqun y otra de Nietzsche.
Hacia los párrafos finales decía algo estremecedor para un enamorado, como yo me consideraba en ese minuto: “Amo AmoR, no te obedezco más: tu pretendida evidencia natural puede ser criticada y destruida. Por ello, algunas personas que afectadas mutuamente pueden salirse del circuito de la semiótica amatoria romántica devienen algo más, se tornan afines: mucho más libres de lo que se siente, de lo que se acepta como evidencia”.
Al poco tiempo, encontré un texto adjudicado a Silvestri, pero como buen manifiesto, de autoría sin importancia, abierto a los aportes y la re-escritura: “Manifiesto porno terrorista luddita sexxxual”, se titulaba.
Lo mismo: Tras citas a Proudhon, Lautreaumont, Fangoria y Tiqqun, intentaba describir la “guerra en curso” cuyo enemigo es “confuso” y muchas veces habita en nuestros propios cuerpos. Frente a él, oponía un concepto: Pornoterrorismo.
Definido como “libre, político”, y que “se entrega en gratuidad”, es un medio, no un fin. “Anti-arte, como arma de acción directa, como ritual mágico de encantamiento, como exorcismo público, como máquina de guerra contra el aparato de captura de la norma social hetero (…) un modo de, un cómo construir un nuevo uso de los placeres y reprogramar nuestros deseos, un cómo engendrar las nuevas pasiones alegres que acrecienten nuestras riquezas corporales, nuestras potencias inmanentes, un cómo destruir las máquinas de la fabricación de los géneros y así generar una contraproductividad desde el placer-saber”.

Tengo un grave problema
Leonor Silvestri nació en 1976 en Buenos Aires, dos meses después del golpe de estado y un año antes del advenimiento del punk, como diría Servando Rocha. Creció en una familia estalinista, donde no se leía la Biblia pero sí El Capital. Hoy vive en la misma ciudad -“una ciudad asquerosa, pero como cualquier otra”- aunque gusta considerarse nómada.
“Soy alguien que hace saltar la térmica de la instalación eléctrica, alguien que quiere incomodar e incomodarse. Desde la incomodidad hago acción política y vivo para la construcción de las subjetividades radicales y siempre con una cuota grande de malas intenciones y burla como buen filósofo cínico guasonesco”, señaló a un entrevistador chileno días antes de conocernos.
Leonor (o Leo) es menuda, tiene el pelo corto y rapado a los lados, y el apelativo ‘punk’ le queda corto. Igual el de lesbiana o feminista. O poeta. O pornoterrorista. Un policía o un ciudadano cualquiera por la calle, la relacionaría más a un planeta desconocido que a una mujer devenida en guerrillera posmo.
“Yo soy una Luddita Sexxxual, o algo así. Me cabe que me asocies al porno terrorismo porque a la europea que tiene registrado el nombre y a sus esbirros sudakas les agarra caspa. Pero el pornoterrorismo queda muy corto para lo que alguien como nosotras hacemos”, afirmaba.
Pero es por sobre todo política, anarquista y feminista radical, una identidad trans gustosa de vivir a la deriva, plenamente conciente de la subversión, en acción, oposición, violentamente, incomodándose eincomodando.
Asesina de su familia, estudió latín y griego en la Universidad de Buenos Aires. Una etapa de “normalización”, que duró hasta que se dio cuenta que ahí no había nada y eligió no graduarse.
Escribió varios libros de poesía y ensayo, y tradujo varios textos. “He escrito con locura, con voracidad, prefería quedarme leyendo y escribiendo que hacer cualquier otra cosa. Hoy prefiero entrenar, o hacer conversatorios, o escribir ensayo”, dice la que entrena boxeo en un club de su ciudad.
Me comenta que en Argentina hace lo mismo que acá, pero más esporádicamente. Sobrevive dando clases de inglés, talleres de género y feminismo, de literatura antigua. A veces vende servicios sexuales, sobretodo sadomasoquistas; otras veces vende una nota a un diario o una traducción.
Vive sola con dos gatas, aunque dice que le gustaría vivir con más gente. Sus amigas felinas se llaman Anita y Bianquita, por Anita Palemberg y Bianca Jagger. “¡Todas drogadictas!”.
Aunque Silvestri llegó a Chile el 1º de septiembre y su primera actividad se realizó en la tomada Universidad de Santiago (Usach) el día 5, varios encuentros teórico-prácticos transcurrieron antes de conocernos.
La Colectiva Rita Lazo y Silvestri tuvieron varios encuentros con estudiantes movilizados, universitarios y, especialmente, secundarios. Rita Lazo asumió una especie de amadrinamiento con los estudiantes en toma y huelga de hambre del Liceo Experimental Artístico de Quinta Normal, consiguiendo alimentos y realizando actividades en el colegio.
Silvestri asumió activamente el apoyo a los huelguistas de hambre por la educación. Algunos cumplieron dos meses sin comer, hasta que sus fuerzas de adolescentes no dieron más y depusieron la medida. El Gobierno no respondió.
Y así hasta el 9 de septiembre, cuando estaba fijada una de las actividades más viscerales, en relación a sus implicancias prácticas: Un taller de devenir orgía y magia sexual, al que yo quería asistir, pero me costaba confirmarlo.
…Al otro lado te estaré esperando

Como decía, la noche anterior, después de confirmar mi asistencia a la orgía, llegué a mi casa, entré a mi pieza y miré en el espejo. Con relativa facilidad, dejaba en el olvido los acomplejamientos sobre mi cuerpo, tan presentes en nuestra época de imágenes. El juicio social, por otro lado, no me iba ni venía.
Mi vida sexual durante esos meses había sido urgente. Buscando amantes con quien satisfacer mis deseos. Tratando de amarrar la lengua y no decir. Tratando de controlar el cuerpo, el deseo/vicio de seguridad maternal, de pareja. Me había dedicado a leer y tratar de escribir para sanarme, a la masturbación y otras entretenciones solitarias y/o comunitarias.
Aunque he tenido sexo con hombres, siento que me atraen más las mujeres. Sin embargo, sé disfrutar de las sensaciones en juego en una relación sexual homosexual. No me complica y busco llegar a una total destrucción de las fronteras entre los géneros, porque creo que en el fondo, aún, mi gusto de las mujeres por sobre el de los hombres o la falta de un equilibrio, es producto de una intra-represión asignada.
Ese día tuve que poner toda mi energía para lograr concentrarme en las tareas cotidianas. Una sensación intensa, mezcla de nerviosismo y ansiedad revolvió mi estómago por largas horas. Tabaco, lectura, escritura, reiteradas miradas al reloj. No comprendía el por qué con claridad.  Las horas avanzaron lentas y cuando se acercaba el momento de salir tomé una ducha y me puse ropa limpia.
El mensaje de confirmación de Leonor –además de indicar la dirección donde se realizaría el encuentro- reiteraba la posibilidad de la entrevista, sólo era asunto de coordinarse. Respecto a la hora, establecía un cierre para la recepción de los participantes: 20.15. Además, me daba un número telefónico, “por cualquier cosa”.
Decidí ir a pie, no en bicicleta como suelo transportarme, y a pesar que el lugar no quedaba alejado me acompañé de un bolso pequeño donde puse una libreta, un lápiz, preservativos, cigarrillos, dinero. Tras bajar del microbús caminé lento, ya que aún quedaba más de media hora para la hora tope. Llegué hasta la dirección indicada. No había nadie en la puerta, como Leonor me señaló en el correo. Me asomé por la reja y un pasillo de unos 50 metros terminaba en una casa donde había luces. Grité “aló” y nadie respondió. Golpeé el portón y nadie respondió. Decidí llamar. A los dos minutos, una mujer de unos 40 años me abría la puerta: “La segunda casa, de color rojo, toca la puerta; están ahí”, me dijo. Ella debía ser Perlita de Moraga.
Me abrió Leonor, risueña. Primera vez que la veía en persona. “Ah, tú eres Cristóbal”, señaló. “Adelante, sácate los zapatos y la chaqueta y déjalas por aquí”, e indicó una habitación a mi izquierda. Mientras dejaba mis cosas pensé que ya no había vuelta atrás.
Cuando ingresé a lo que parecía ser el living de la casa, había seis personas, contando a Silvestri y a su compañero, Fernando Davis, quien colaboraría con la dirección del taller. Tres hombres y dos chicas. Una de ellas, conocida mía a la que había agregado a la lista de personas a las que envié la información, preparaba espontáneamente un par de pitillos de marihuana.
El silencio reinaba y la habitación parecía casi suspendida en el tiempo. Podía percibir el nerviosismo en los gestos de quienes me rodeaban y me parecía que no era precisamente yo el más intranquilo. El ambiente era como el que se produce cuando un grupo de desconocidos se reúne para una actividad concreta y mientras esperan que llegue el resto, también desconocidos, para entrar en materia, intentan desviar la mirada de los ojos del resto para no sentir la obligación de decir algo.
Todo en ese rato fue monosílabas en voz baja. Leonor intentaba hacernos sentir cómodos, poniendo hincapié en que el espacio estuviese temperado, por ejemplo. “Yo siempre tengo frío”, dijo, “no vengo más a Santiago en invierno”. Nos reímos casi por cortesía, ya que el calor primaveral ya estaba obligándonos a dejar poco a poco las prendas de invierno.
Vestía unas patas de lycra de color camuflaje militar desértico, una polerita clara. De sus brazos sobresalían tatuajes diversos, figuras de tipo felino, unas flores, que coloraban su piel. Davis sólo vestía polera negra sin mangas y calzoncillos.
Pasando esos largos minutos, llegó el resto de la concurrencia, con lo que el elenco quedó armado: Seis mujeres, cinco hombres, más Silvestre y Davis.
La edad de quienes llegamos iba de pasado de los 20 años hasta cerca de los 40. Unxs flacxs, otrxs más gordxs, crespxs y de pelo corto; los chicos eran de lo más normales; es decir, ninguna extravagancia estilística ni nadie que de vista pudiera considerarse una ‘loca’ o un ‘machote’ en busca de coños.
“Vamos a explicar algunas condiciones”, dijo ella al iniciar el taller, luego de encender unas velas ubicadas en una especie de altar con una figura de una virgen calavera. De fondo sonaba Dead Can Dance.
 “Si a alguien no le parece, puede tomar sus cosas y retirarse. No hay problema… Esto es un taller de desprogramación, no hablaré de teoría, pero les contaré un poco de lo que se trata: Olvidar la forma tradicional de tener sexo, es decir la forma heterosexual. Por eso no potenciamos la penetración”.
“Estarán vendadas y deberán sacarse la ropa. Sólo pueden quedar con una prenda. Ahora, si están completamente desnudos, mucho mejor. La idea de vendarlos es para que no vayan en busca de quienes les parezcan más atractivos. La idea, también, es desgenitalizar la práctica sexual, utilizar otros sentidos: boca, tacto, olores, otras partes del cuerpo. Si alguien quiere penetrar o ser penetrado, levantan la mano y nosotras les daremos preservativos. No están a la vista, pero los tenemos. Piensen con la cabeza y pídanlos. Lo mismo si una de ustedes desea ir al baño, quiere agua, o le parece que ya ha tenido suficiente”, concluyó. Como forma de desprogramarse, intuí, Silvestri nos hablaba, a momentos, como si todas fuésemos mujeres o como si todos fuésemos hombres.
Luego que Davis agregara otras precisiones nos pusimos de pié para desnudarnos. Me saqué todo. Después, uno a uno, fuimos vendados. “Ahí quedó mi capucha”, pensé. En la oscuridad, aproveché de respirar profundamente, con calma, solté los músculos, sentí mis pies bien puestos sobre la tierra.
“Voy a decir una frase y a medida que los vaya tocando y girando ustedes la repiten”, dijo Leonor.
 “No se trata de lo que sabés sino de lo que podés probar”.
Uno a uno fueron repitiendo la frase. Algunos la olvidaron en el camino, otros  cambiaron su orden o las palabras. Silvestri –supongo, ya que vendado la noción de quién es quien se diluía en la ceguera- me tomó y me hizo girar sobre mi eje mientras repetía la frase. Levemente mareado, sonreí nervioso. Ya no podría volver a hablar hasta el final.
Después sabría que dicha frase provenía de la magia del caos, que se  basa, esencialmente, en la adopción temporal de un paradigma mágico para crear la tensión psicológica necesaria para un ritual.
El texto de Marik, “The z (cluster): Chaos magick, magical terrorism”, señala que en términos generales, la Magia del Caos usa las teorías deconstruccionistas de Jacques Derrida, el interés en fenómenos aleatorios de John Cage y el minimalismo, y el humor dadaísta para crear espacios rituales para actos mágicos (magickal, en inglés).
“Sin embargo –añade- sería inadecuado ver la magia del caos sólo como una reformulación de la magia tradicional. La magia del caos es algo nuevo, un intento de deconstruir estructuras de creencias consensuales, liberar la energía atrapada por estas creencias, y alterar radicalmente el movimiento de los flujos cuánticos. La magia del caos es un asalto en los patrones de creencias normativas, un ataque al status quo de la mente, una guerra de guerrillas contra las cuidadosas consideraciones de la consciencia”.
Luego de algunos segundos en que sólo escuché pasos leves, fui tomado de la mano y guiado por alguien hasta otro sector de la sala. Intuí más tarde que construyeron una escultura orgánica con nuestros cuerpos, ubicados estratégicamente para motivar los flujos e intercambios de energía erótica.
La música seguía sonando y sentí el viento tibio de un calefactor a mi espalda. Se nos pidió que nos recostáramos en el piso –cubierto de colchonetas delgadas, paños, cojines- sobre nuestro lado derecho. Con dificultad logré hacerme un espacio entre los cuerpos que me rodeaban, hasta que conseguí la posición.
“Ahora pueden empezar a buscarse, a tocarse. No hay ningún apuro”, dijo Leonor.
Tímidamente moví un poco mi mano. Toqué parte de un cuerpo que no recuerdo con claridad si era masculino o femenino. O más bien, poco importó. De hecho, desde ese momento todo aquello se confundiría hasta diluirse en sensaciones de diversos tipos, con la sorpresa como principal motor. Toqué un cuerpo, pero luego me di cuenta que un segundo más arriba había otro, entonces pude tocar una pierna, que un centímetro más allá era  la pierna de otra persona: Sin pelos, con pelos; hombre o mujer; homosexual o heterosexual, las categorías se destruyeron a medida que fuimos atreviéndonos a dar y darnos a los manos y deseos de las otras y otros.
También comencé a ser tocado: Mis piernas, mi espalda, torso. Y, probablemente, todos sentimos como empezó a intensificarse la atmósfera en la sala, como si algo se hubiese encendido y empezara a crecer y crecer, amenazando con explosionar como una olla a presión.
Lo que pasó a continuación es difícil de detallar con claridad, porque, más allá de lo que uno hace o de lo que quienes están a tu lado hacen o te hacen, la particularidad se sitúa al nivel de las sensaciones que cruzaron nuestros cuerpos, como si miles de rayos proyectados desde el cielo nos atravesaran como frecuencias electromagnéticas que viajan por el aire.
Así, empezamos a viajar, a la deriva, arrojados y arrojadas en un vasto océano de sensaciones conocidas y desconocidas, principalmente. Por un lado, se busca, no cuesta encontrar. Por otro lado, toda certeza se vuelve efímera, pierde su sentido, o lo encuentra en la incertidumbre. Logro, por un segundo, olvidarme de las convenciones y devengo animalillo, a ratos salvaje, a ratos atiborrado de ternura. Nadie me ve. Por otros, tomo un cierto control de la situación, pero se derrumba rápidamente, en la anarquía del deseo y el fluir del lenguaje sensitivo.
Leo y Fernando no están vendados. Intervienen activamente, según lo que intuyo por el tacto, un olor, o una cierta posición de dominio: El del que ve. Me toman y me llevan a otro lugar de la sala. Creo que ahora estoy con un cuerpo femenino (o ¿cómo se diría?); la delatan sus pechos, la textura de la piel. La toco, mientras escucho como van haciéndose más fuertes los gemidos a mi lado, el sonido de los fluidos en la frotación. Por un segundo me siento cansado, me cuesta concentrarme, prescindir de lo visual, de un comportamiento activo o uno ya experimentado con ardor.
Cuando me invade una cierta resignación, vuelven a tomarme y a llevarme con lentitud hacia otro lugar de la sala. Nadie puede hablar. Levanto la mano y pido agua. Varios y varias bebemos. Vuelta a empezar.
El tiempo se ha transformado en una dialéctica entre esfuerzo mental y espontaneidad corporal. Me doy cuenta que me excita lamer: Brazos, piernas, espaldas. Lamo y como con un gato. Busco con mis manos más allá de lo próximo y distingo caderas, nalgas, senos, penes. Flácidos y duros. Viajo por cuerpos que cambian de posturas de inmediato, chillan, expresan satisfacción, siempre.
Se han roto las barreras que pone lo que creíamos que nos gustaba, el quiénes nos gustaban, el cómo nos gustaba. Reconocerse satisfecho en manos de un cuerpo otro, estimulado por una cierta actitud, perdido en la manada, sin género. En todos los géneros y más allá de ellos. Me siento una loba, una pantera, gateo y me excito al pensarlo/hacerlo.
La venda cede ante el calor y el movimiento. Debo volver a amarrármela varias veces, otras veces la aprieta Leo o Fernando, que se preocupan especialmente de aquello. Pero, por un par de minutos, y contraviniendo las recomendaciones, hago trampa y miro. No lo hago con descaro, tan sólo no reprimo la curiosidad. Sabiéndome ya lo suficientemente desprogramado, no voy en busca de quien me parezca más atractiva o atractivo. Me deleito diez segundos con la montaña de cuerpos blanquecinos, solo miro, aunque no consigo hacerlo por mucho tiempo y vuelven a cogerme hacia un rincón. Aseguro la venda y me entrego.
En el camino me doy cuenta que me agradan las nalgadas. Las escucho simultáneamente desde varios puntos de la habitación. De pronto es una canción, a la que se adhieren arreglos de pequeños gritos que mezclan dolor y placer. Son de voces agudas y graves. El calor aumenta y ahora soy yo quien las da. Varios y/o varias contra uno o una; uno o una dando nalgadas a varios y/o varias.
Nadie intenta penetrarme, no intento penetrar a nadie. No al menos como se hace tradicionalmente. He descubierto nuevas formas y juegos que, quizás ya conocía, pero que en este lugar pasan a ser potencias, fuentes, caminos por los que transformarse en otra cosa, en todas las cosas. No acabo ni me erecto por largos períodos, no me preocupa. Creo que tampoco al resto, a quienes me tocan o me usan con mi complacencia.
Tras un pasaje que parece ser climático, la energía empieza a decaer. Quedo apoyado en un par de cojines. Me siento cansado y desconocidamente satisfecho. El silencio y la quietud se hacen presentes. Algo dice Leo, algo que no puedo recordar, pero que apunta al fin de la jornada. Me quito la venda, todos y todas lo hacemos. Veo cuerpos desnudos sobre el piso. Escucho respiraciones exhaustamente agitadas. Mis manos huelen a interiores, están pegajosas. No me importa. Me gusta.
“El paraíso no es eterno”, dice Leonor en tono de broma. “¿Podemos quedarnos así un rato?”, alguien pregunta.
Mientras recupero las fuerzas, recorro con mis ojos a las demás compañeras y compañeros. Es como si no los hubiera visto nunca, como si no supiese nada de ellos y ellas, o como si los hubiese conocido en otro mundo, un mundo ciego y de idioma sensual. Sólo mirando, no podría asegurar quien me dio y a quien di placer. Cosa imposible y de escasa importancia, por cierto. Fuimos todo, todas y todos, transitando hacia el todo imponente de la des-subjetivación, como dirían.
Al cabo de unos minutos, nos vestimos. Tres horas han pasado. Los que fumamos tabaco, vamos al patio. Conversamos de asuntos triviales: Actividades cotidianas, lugares de residencia, impresiones a la ligera. Cansados y cansadas, reímos sin vergüenza, más amigas y afectuosos, como combatientes compartiendo un refresco luego de una jornada más con vida.
Unos y otras se despidieron y nunca más nos vimos. Otros y algunas caminamos a paso lento en busca de algún bar donde hacer real ese refresco.
Sangría
Caminamos junto a Fernando, Leonor, Eli y Fernanda a un bar de Santa Rosa. Pedimos dos botellas de vino tinto y le damos a la conversación.
Silvestri arremetió ante nuestras preguntas y comentarios: “Cuando las orgías están bien organizadas, vuelven a ese momento ritual, vos no podés decir que cogiste con tal o cual sino que cogiste con la orgía y lo que hiciste es des-territorializar y des-genitalizar, porque quizás recibiste placer en una rodilla. Yo suelo aclarar que esto es la teoría y en la práctica no siempre es así; bajo las expectativas, pero igual salen cosas muy buenas y realmente creo en ese poder des-estructurante y deconstructivo de la orgía”.
En lo general, todos habíamos sentido cosas parecidas. Una chica se quejó de la ansiedad de la gente, cosa que yo no sentí. Yo hablé que me hubiesen gustado más juegos previos, o estar sin vendas, encapuchados…
“La idea del taller es que puedan organizar otra orgía tal como ustedes quieran”, respondió Silvestri.
Esa noche quedamos en que lo repetiríamos.
Pasaron los días.  Algunas y algunos volvimos a vernos en las actividades de Leonor. Nuestras historias de vida se acercaron por un segundo, la energía fluyó en nuestros cuerpos, y en nuestro entorno, hasta la entropía.
Lo que vino de aquí para adelante es lo que verdaderamente nos interesa, lo esencial; y no, precisamente el qué, sino el cómo.





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