lunes, julio 04, 2016
La cuestión sexual (parte 1)
(Mientras redacto algo que sirva
para re-erotizar este modesto sitio, trato de apreciar a los Smiths, pero pese
a todo, y tras escuchar ahora de un tirón el Hatful of Hollow (1984), no me parece una
banda genial, a diferencia de lo que estoy escuchando ahora: la versión deluxe
del Funhouse (1970) de los Stooges: material sagrado que una generación tras otra no
ha parado de apreciar y sentirse inspirada a generar un poco de Raw Power.
Igual me cayó bien que Morrissey criticara a los Buzzcocks por haber cedido una
canción suya para un spot de Mac Donalds).
SEXO, PORNOGRAFÍA, EROTISMO: NO
ES LO MISMO PERO…¿ES IGUAL?
Alguna gente cree que el erotismo
es bello porque es “sutil” y “artístico”, a diferencia de la pornografía que es
brutal, explícita, mercantil y machista. Hay corrientes feministas que odian a
la pornografía en sí misma, y otras que en cambio conciben la necesidad o posibilidad
de una pornografía distinta a la que ha sido usual hasta ahora. Yo creo que la discusión es bastante inútil en
esos términos, casi el equivalente de elogiar en abstracto las virtudes de la música
suave versus las de la música agresiva. Hay músicas buenas y malas en todas las
formas y lenguajes posibles. Y creo que algo similar ocurre con la
representación de la experiencia sexual.
Alguna vez leía que según no sé
qué autor “la pornografía es el erotismo de los otros”. Lo cual dejaría a la diferencia
entre erotismo y pornografía en una situación similar a la diferencia entre violencia
política y terrorismo: según un autor español, “el terrorismo es la violencia política
de los que están en contra nuestra”.
NATURA Y CONTRA NATURA
A un querido amigo de mi misma
edad le decía hace unos cuantos años: “en el comunismo anárquico, lo normal
será que todos seamos bisexuales”. Argumentaba a mi favor algunas teorías de
Fleiss y Freud sobre la bisexualidad originaria de los seres humanos, estado
difuso que se acaba luego mediante las virtudes de la socialización.
Mi amigo decía: “te encuentro
razón pero para que nos empiecen a gustar los hombres a nosotros haría falta
que nos socializaran de nuevo”.
Tenía bastante razón.
Lo interesante para mí, en una
perspectiva histórica amplia, es que una vez que resulta plenamente posible
abordar la actividad sexual como una actividad orientada al placer y no a la
reproducción de la especie biológica, todo es posible, o en los términos
atribuidos al Viejo de la Montaña, “nada es verdad, todo está permitido”. O
mejor: “todo es verdad, y todo está permitido”.
Una amiga me decía que haciendo
una encuesta entre amigas y conocidas llegaba a la conclusión de que a casi
ninguna le gustaba el sexo anal en sí mismo. Algunas no podían dejar de
asociarlo a algo sucio. Otras lo incorporaban, pero sólo a modo de “premio”
para sus compañeros, pero derechamente no les gusta, e incluso además de sucio
les parece doloroso. ¡Qué terrible!
Mi amiga en cambio alababa las
virtudes de esa práctica como algo que si fuera correctamente abordado (y
enseñado) potenciaría a niveles enormes la capacidad de goce sexual de todas. Y
de todos en realidad: si hay algo que nos unifica a pesar de las diferencias “de
género” es que todos tenemos un culo sobre el cual sentarnos, y al cual podemos
incluir o excluir en la búsqueda del placer. Los argumentos sobre la función
excretora del culo son bien idiotas, puesto que hasta ahora nade ha objetado
que principalmente penes y conchas sirvan para mear, y las bocas para comer, beber, soplar instrumentos de viento, y
hasta vomitar.
Yo elogiaba sus intenciones de
realizar talleres teórico/prácticos sobre el tema, y hasta le recomendé alguna
literatura básica (creo que los mejores y más convincentes elogios del sexo
anal son los que realizan en las páginas de la Filosofía en el tocador, de Sade,
los personajes Dolmancé y madame de Saint-Ange). Pero en ese punto ella me hizo ver que mi
posición era “inconsecuente” si no estaba dispuesto yo mismo a explorarlo en
tanto objeto de penetración.
Yo le dije: todo bien, pero en mi
caso, dadas mis predilecciones, esa exploración la puedo realizar con
compañeras eventuales, porque sigue siendo efectivo para mí el que no me gustan
sexualmente los hombres. Y para mejor ilustrar mi punto, ponía el ejemplo del
sexo oral: en rigor, si uno está con los ojos cerrados, no tendría forma de
distinguir si quien está dedicado a dar placer oral sobre el “órgano viril” es
hombre o mujer, pero yendo más lejos, la indistinción podría llegar a no saber
si se trata de un ser humano o animal…
En este punto es que se revela
que en realidad cada uno fija su propio límite, en base a sus gustos, y por supuesto
que es algo que siempre puede ser redefinido, y de eso se debería tratar una
vida vivida de la manera más experimental y abierta que sea posible.
Viendo otro paralelo en relación a
la consecuencia/inconsecuencia de las posiciones personales: cuando un carnívoro
me reprocha el que coma queso “porque igual viene del animal”, yo le digo: “y tú
que elegiste comer vacas, chanchos y pollos, ¿eres inconsecuente por no comer
ratones, perros ni garrapatas?”. No creo. A cada uno lo suyo. Lo que es yo,
adoro el sector conformado por muslos, culo y concha, pero muslos y culo
situados al lado de un pene…paso, gracias, no es lo mío (o no ha llegado a
serlo hasta ahora: nada es definitivo, supongo. Antes no me gustaban los Beatles
ni Michael Jackson).
Ella no me creyó. O más bien, no
estuvo de acuerdo con mi argumento e insistió en el suyo.
ÁNDATE A LA CONCHA DE TU MADRE
Nunca me ha dejado de sorprender
esa expresión. En el fondo equivale a desearle a alguien que nunca haya
existido. Es la forma más gráfica de decirle: “vete por donde viniste”.
El macho tradicional se ofende
ante este tipo de insulto porque cree que “le sacaron la madre”. En realidad el
insulto está dirigido contra el que uno desearía no hubiera nacido, y no contra
su progenitora.
Etiquetas: ¿quien educará a los educadores?, a desalienar, allá abajo, amor y locura, anarquismo difuso, pornografía, punk rock, reflexión
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