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miércoles, diciembre 28, 2016

Contribuciones a la crítica de la economía política: otro capítulo/Kaoru Abe, Mort á crédit (1975) 

En estos días de calor y confusión mental generalizada, nada mejor que no tomar sol, y quedarse a la sombra de lo que se pueda estudiando las antiguas revistas COMUNISMO para manejar bien el ABC de todo anticapitalismo serio: la crítica de la economía política. Siguiendo el ejemplo de los grandes maestros, recomiendo refrescarse el gaznate con cerveza. Si Ud. no sigue a los grandes maestros (Engels, Marx, Bakunin...) y es abstemio o "straight edge", puede leer igual (aunque dudo de que vaya a comprender todo bien: demasiadas neuronas estorban), pero tómese entonces un buen jarro de agua de la llave. Es más barato, y además las bebidas y jugos sintéticos son pura mierda y hacen peor que una cerveza, por más degradada que esté la mayoría de las marcas que se consiguen hoy en día. Como banda sonora de esta exploración, nada mejor que "Mort á crédit", el album doble de grabaciones solistas de Kaoru Abe en saxo alto y sopranino, producido por el gran Aquirax Aida en 1975.



CO21.1.2 Contribuciones a la crítica de la economía: Primera serie de textos: delimitación de nuestra crítica de la economía: Objeto y método, su relación dialéctica.

Economía política y economía vulgar: Definición
En este parte de nuestro trabajo realizamos un conjunto de definiciones necesarias, en cuya contraposición se define la crítica de la economía política y que como tales son sus presupuestos. Se trata de precisar las grandes concepciones acerca de la realidad económica (de la «economía») que la sociedad presente produce como su propia afirmación (economía política y economía vulgar), y de especificar sus características principales: su objeto, su método y su función social (8).
Por las mismas razones ya expuestas en el primer texto, acerca de las dificultades de la exposición, la que se realiza en esta parte del texto sólo adquiere su significado total y por lo tanto se comprende su necesidad con la definición de la crítica a la economía.

2.1. Distinción entre economía política y economía vulgar

Hace más de un siglo Marx establecía la distinción fundamental entre economía política y economía vulgar, definiendo a una en oposición a otra:
«Entiendo por economía política clásica toda la economía que desde W. Petty investiga la concatenación interna del régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar que no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidando tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles.» (9)
La distinción sigue siendo totalmente válida, pertinente y de gran utilidad en la crítica de las doctrinas económicas, aunque ella no se traduzca en absoluto por una separación neta de «escuelas» (10) como se ha pretendido. Aunque hoy, como el propio Marx lo había explicado y pronosticado (11), la economía política haya dejado de existir como expresión orgánica con características totalmente propias y diferentes como habían sido los escritos de Smith, Ricardo y otros, dado que incluso sus mejores expresiones actuales (keynesianos, neoricardianos, marxistas) oscilan permanentemente y se inclinan hacia la economía vulgar, sin que se pueda básicamente distinguir en tal o tal autor a que concepción de base pertenece; la distinción entre éstas sigue siendo fundamental, dado que no se trata de encasillar a tal o tal autor, sino comprender el tipo de concepción posible y la determinación de éstas como producto de las relaciones de producción. Así por ejemplo es fundamental comprender el cambio necesario de concepción que debe realizar el economista estalinista y postestalinista que pasa de la economía política a la vulgar. En efecto, este define la economía como lo hacía la economía política, tiene básicamente su misma teoría del valor (teoría que denomina del “valor trabajo”), busca el mismo tipo de leyes en la economía (objetivas, sociales...), incluso acepta la lucha de clases... pero olvida todo esto cuando se trata de analizar su propia sociedad mercantil. Si bien no llega hasta la religiosa fórmula trinitaria, niega la lucha de clases pretendiendo que ha desaparecido a pesar de la existencia inocultable del salario, del dinero...; sustituye la búsqueda de leyes objetivas y sociales por una lógica de la elección; considera incluso que el valor de una mercancía puede determinarse por la utilidad social, aceptando por lo tanto una concepción subjetivista del valor en una sociedad mercantil. Realiza además la apología del mundo de la mercancía y su armonía («Ley de desarrollo armonioso de la economía nacional»), redefine la economía, como cualquier economista vulgar, como una ciencia al servicio de la optimización en la utilización de ciertos medios escasos para la realización de fines múltiples.
Para caracterizar adecuadamente las diferencias básicas entre economía política y economía vulgar, se requiere exponer brevemente el objeto y el método de cada una de las dos grandes concepciones. Sin embargo una aclaración previa se impone. Varios autores han intentado clasificar las escuelas de economía y cuando se dicen marxistas tienen necesariamente que hablar de la «economía política» y de la «economía vulgar». Pero lo que termina desnaturalizando totalmente ambas categorías, como concepciones totalizadoras, es cuando a esas dos «corrientes» se le agrega una tercera «escuela»... ¡y hasta una cuarta!
Es el ejemplo de Oskar Lange, en La economía en las sociedades modernas, que en la explicación de las teorías económicas burgueses, luego de exponer la economía política y la economía vulgar, agrega primero lo que llama escuela histórica, que a su vez divide en «vieja escuela histórica» (Rocher, Hildebrandt, Knies...), joven escuela histórica (de Schomoller, Bucher y Lujo Brentano...), más otros autores como Sombar y Weber; y segundo el institucionalismo (Veblen, Mitchell, Comons... y más tarde Hobson).
Con esto lo único que hace Lange es demostrar que no comprendió en absoluto lo que es una concepción general en «economía», dado que las categorías «economía vulgar» y «economía política» no existen para enumerar las tendencias, las opiniones, las escuelas, sino que caracterizan una real concepción del mundo y que como tales, y al interior de la economía política, sólo hay dos concepciones posibles.
Así, se puede tener una teoría objetiva del valor, se puede adoptar una subjetiva y en la mayoría de los casos las doctrinas económicas mezclan ambas, pero la pretensión de inventar una teoría del valor de un tipo esencialmente diferente es un absurdo y necesariamente recurrirá a los elementos objetivos del valor (independientemente de la voluntad de los hombres) y/o se reconocerá en la ideología subjetivista (dependiente de la utilidad que un objeto brinda).
Escuelas, opiniones, tendencias, existirán decenas, cientos o miles, según el criterio de clasificación utilizado, pero la contradicción economía vulgar-economía política no puede tener tres polos, ni cuatro, sino necesariamente dos, aunque (y esto constituye el abc de la dialéctica) la síntesis de ambos constituya una tesis que dé origen a una nueva antítesis (crítica de la economía). En realidad es tan absurdo pretender encontrar una nueva concepción, una tercera concepción en economía, como pretender que además del idealismo y del materialismo podría existir en la filosofía otra concepción. El hecho de que tal o tal tendencia, escuela, autor... no mantenga todas las características de las concepciones de base, y que se vea que ellas oscilan entre una y otra, y hasta a veces toman lo peor de cada una (por ejemplo el idealismo lógico-formal), lejos de suponer la inutilidad o la superación de la contradicción fundamental de concepciones, confirma toda su validez.
Claro está que para caracterizarlas brevemente como haremos aquí es necesario referirse a las escuelas más representativas de cada una de las concepciones. Por lo dicho anteriormente para caracterizar la economía política debemos referirnos a los economistas clásicos y para caracterizar la concepción vulgar de la economía tomaremos a los subjetivistas (que son algo así como los vulgarizadores de la economía vulgar) en su variante dominante: la escuela neoclásica.

2.2. Objeto y método de la economía política

La economía política parte del análisis de la realidad económica, de la existencia y de las contradicciones de clase, y a partir de esto delimita su objeto. Su máximo exponente, David Ricardo, delimita así el objeto de la economía política: «Los productos de la tierra, es decir todo lo que se retira de su superficie a través de los esfuerzos combinados del trabajo, de las máquinas y de los capitales, se reparten entre las siguientes tres clases de la comunidad, a saber: los propietarios terratenientes, los poseedores de fondos de los capitales necesarios para el cultivo de la tierra y los trabajadores que la cultivan. Cada una de estas clases tendrá sin embargo, según el estado de la civilización, una parte muy diferente del producto total de la tierra bajo el nombre de renta, ganancia del capital y salarios, y esta parte dependerá en cada época de la fertilidad de la tierra, del crecimiento del capital y de la población, del talento, de la habilidad de los cultivadores, en fin de los instrumentos empleados en la agricultura. Determinar las leyes que rigen esta distribución, he ahí el principal problema de la economía política.» (12)
Sin embargo, teniendo en cuenta el conjunto de la obra de todos los autores clásicos, nos parece totalmente pertinente considerarlos también parte del objeto de la economía política, determinar las leyes que rigen la producción de lo que será distribuido. En efecto, de hecho estudian las leyes que regulan la producción y distribución en la sociedad. Esto último concuerda con la definición que da Engels de la economía política: «La economía política [...] es la ciencia de las leyes que rigen la producción y el cambio de los medios materiales de subsisten en la sociedad humana» (13).
Lo más decisivo e importante de la economía política, lo que la hacía erigirse en tanto que ciencia, en la época del apogeo del materialismo y el positivismo, es ese reconocimiento de que la realidad objetiva obedece a determinadas regularidades, que pueden ser investigadas, analizadas y enunciadas en tanto que leyes de la economía política (14). El análisis propiamente dicho de esa realidad económica llevó a la economía política, como paso analítico primero y fundamental a establecer que el trabajo es la fuente de todas las riquezas de las naciones y a considerar la teoría del valor-trabajo como la piedra principal de la economía política.
En cuanto al método del conocimiento de la economía política es el resultante de trasladar el de las ciencias naturales al de las ciencias sociales, es básicamente materialista y positivista, parte de la observación experimental para el estudio de la realidad y procede en base a la descomposición analítica de la realidad, a la que intenta reproducir por vía del pensamiento. Utiliza la abstracción, el aislamiento de las categorías fundamentales, la concretización e intenta verificar la teoría en la realidad. Intenta por lo tanto elaborar leyes objetivas, en tanto que reproducción de las existentes en la realidad económica (en el objeto) y social. Como tal es propiamente una ciencia social.
Para terminar esta breve exposición acerca del objeto, el método y la función social de la economía política mencionaremos algunas características centrales que sólo podremos ir especificando cuando vayamos abordando la crítica a la economía política:
- es esencialmente ahistórica;
- corresponde fundamentalmente a la burguesía y específicamente a las fracciones que se denominan normalmente como «progresistas», es decir a las que intentan reformas profundas.

2.3 Objeto y método de la economía vulgar

Para llegar a los economistas vulgares actuales, los neoclásicos monetaristas, entre los cuales Friedman hace figura de representante, los economistas hicieron un largo camino, en el que se fueron separando idealmente, en nombre de la armonía y la libertad de elegir (15), de toda explicación de la sociedad capitalista cuyo desarrollo se manifestaba objetivamente como sinónimo del desarrollo de sus contradicciones y de sus catástrofes: «Cuanto más se va acercando la economía a su pleno desarrollo y más se va revelando como un sistema hecho de contradicciones, más va levantándose frente a ella su elemento vulgar, nutrido con las materias que a su manera se va asimilando, hasta convertirse en un sistema especial que acaba encontrando su expresión más genuina en una amalgama desprovista de todo carácter. A medida que la economía va ganando en profundidad tiende a expresar sus propias contradicciones y paralelamente con ello se va perfilando la contradicción con su elemento vulgar, a la par que las contradicciones reales se desarrollan en el seno de la vida económica de la sociedad. Al paso con esto, la economía vulgar, deliberadamente va volviéndose más apologética y pugna por hacer que se esfumen a todo trance las ideas en que se manifiestan aquellas contradicciones». (16)
La economía vulgar, cuyos orígenes pueden encontrarse en la economía política vulgarizada, ha tenido un conjunto de representantes hasta llegar a sus formulaciones propias. En este eslabón intermedio encontramos por ejemplo a los economistas J.B. Say, Th. Malthus, Carey, Bastiat, Dühring, J. Mill, J.S. Mill, Senior, Jevons y otros. Menger, que es conceptuado como el fundador de la concepción subjetivista, define como objeto de la economía «la utilidad como significación del objeto para el bienestar». Sus representantes más conocidos en esa época son Walras, Pareto, Böhm-Bawerk... Con Alfred Marchall la concepción toma la forma precisa de la escuela neoclásica actual, que pregonan L. Robins, E. Scheider, P. Samuelson y tantos otros.
Todos los neoclásicos modernos se identifican con esta definición de Lionel Robbins del objeto de la economía: «La ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tiene diversa aplicación» (17). Así, la de E. Schneider, aunque trata de ser más completa, no contiene ningún cambio sustancial: «El dominio de la ciencia económica es aquel sector de la actividad del hombre consistente en actos de disposición de medios escasos para la realización de fines humanos que resultan de necesidades y deseos».
Como resulta de estas definiciones, no se trata de estudiar una esfera particular de la sociedad (esfera económica: producción, distribución... como es el caso en la economía política) tal como ésta es, sino de situarse en la toma de decisiones y de determinar cual sería la más «racional» en la asignación de recursos con el objetivo de obtener fines alternativos.
De ello se desprende ya que el tipo leyes que intentará determinar esa doctrina económica no son objetivas, sociales (de hecho se desconoce todo carácter social de la economía), sino subjetivas y praxeológicas, y que la economía así entendida puede ser aplicada a cualquier tipo de conducta humana que suponga la renuncia a algunas cosas para obtener tales y tales fines: puede aplicarse tanto a decisiones económicas, como religiosas, políticas, ideológicas, de utilización del tiempo libre, etc.
Dicha búsqueda de la decisión racional parte de un postulado especulativo fundamental, a saber que el hombre por naturaleza (en cualquier tipo de sociedad) busca maximizar cierta cosa (cuya denominación moderna es la utilidad). Esta concepción antropológica que se encontraba ya presente en la economía clásica, especialmente en David Ricardo, según el cual la naturaleza humana se movería por el interés personal que llevaría a la maximización de la ganancia, es el verdadero principio económico de dicha escuela. Con Senior dicho principio es definido como la obtención de riquezas suplementarias con el mínimo de sacrificio posible (o maximización de ingresos con minimización de esfuerzos), mientras que con Jevons la relación se cosifica totalmente y se define el objetivo del hombre como la obtención del máximo placer en su relación con los objetos con el mínimo de desplacer. Marshall considera que el hombre busca maximizar el bienestar material, que según él se logra mediante la posesión de bienes.
A la economía, tal como estos señores la entienden, no le interesa en absoluto el explicar dicho principio económico. El cómo es posible que el hombre tenga como objetivo dicha maximización le tiene sin cuidado, queda totalmente fuera del objeto de la economía, de ahí el carácter de postulado especulativo. Con más fuerte razón aún el hombre mismo, la génesis histórica de ese hombre que imaginan esos señores como eterno y universal, constituye un dato a priori que la economía no debe tratar. El Hombre, con gran H, es el homus economicus, el que busca maximizar la utilidad.
La utilidad es toda magnitud susceptible de ser realizada en diversos grados por lo que es susceptible de ser maximizada. Esta magnitud cuando posee contenido religioso se denomina salvación, cuando tiene contenido político se llama poder, cuando su contenido es material se transforma en ganancia, salario o ingreso, y cuando su contenido es psicológico se denomina placer... La economía se transforma por consiguiente en una ciencia formal, que se ocupa de la actividad racional encaminada a maximizar cualquier especie de magnitud.
Se renuncia por completo a la teoría del valor trabajo, y la concepción subjetiva del valor y de los precios como resultante de la teoría del consumidor y de la demanda de un lado y de la teoría de la empresa y la oferta del otro toma su lugar. En todos los casos, dado que se trata de darle la espalda a las reales y contradictorias relaciones sociales-económicas, considerando exclusivamente la relación hombre-cosa (o la relación del hombre consigo mismo en tanto que diferentes alternativas de utilidad), es exactamente lo mismo que ese «hombre» sea un agricultor medieval, un empresario industrial, un obrero explotado, un especulador de bolsa o un desocupado. Pero como cuando el economista vulgar está en pleno proceso deductivo con su homus economicus, con su hombre ideal, no quiere ser molestado por la bajeza de la realidad cotidiana del hombre real (18), imagina siempre al hombre aislado, fuera de la sociedad haciendo «la economía», lo que como Marx ha señalado es tan absurdo como imaginarse el lenguaje sin la sociedad. De ahí las robinsoneadas, que siguen incursionando con tanto éxito en las universidades y que constituyen la quintaesencia de las teorías del equilibrio.
Ya Bastiat en sus Armonías económicas escribe: «Las leyes económicas actúan según el mismo principio, bien se trata de una numerosa aglomeración de hombres, de dos individuos o incluso de uno solo, condenado por la fuerza de las circunstancias a vivir aisladamente. Este individuo si pudiera subsistir al lado durante algún tiempo sería a la vez capitalista, empresario, obrero, productor y consumidor. Toda la evolución económica se cumpliría en él» (19). La sociedad es siempre esa sociedad fantasma que resulta de la suma de «hombres» económicos, de «hombres» esencialmente aislados. Bujarin hace una rápida recapitulación de los ejemplos de esos «Robinsones económicos» (20), que aparecen en los economistas vulgares más conocidos en su época: Bühm-Bawerk y Menger. Dice así (citando en cada caso la referencia correspondiente):
«Böhm-Bawerk elige sus ejemplos para exponer sus puntos de vista: "Un hombre se encuentra cerca de una fuente de la que mana en abundancia una excelente agua potable". Con esas palabras comienza el análisis de la teoría del valor de Böhm-Bawerk. Después aparecen en escena un viajero en el desierto, un agricultor aislado del mundo entero, un colono "en su cabaña aislado en medio de la selva virgen", etc. Pueden encontrarse en Menger ejemplos del mismo tipo: "los habitantes de un oasis", "un individuo que padece de miopía en una isla desierta", "un agricultor trabajando aisladamente", etc.»
Incluso en nuestros días, los más claros representantes de la economía vulgar, no sienten ningún inconveniente en proclamar el carácter natural y universal de su ciencia; así por ejemplo Samuelson presentará los «problemas fundamentales de toda sociedad económica» en la siguiente forma:
«Toda sociedad, sea un Estado comunista (sic-sic-sic) totalmente colectivizado, sea una tribu de polinesia, sea una nación industrial capitalista, sea una familia de Robinsones suizos o Robinsones Crusoes (y hasta casi podríamos agregar un panal de abejas) debe resolver de alguna manera tres problemas económicos fundamentales, a saber:
1. ¿Qué bienes ha que producir y en qué cantidades? O dicho de otra forma: ¿Cuáles de las múltiples mercancías (21) y servicios deben ser producidos y en qué proporciones?
2. ¿Cómo deben ser producidos esos bienes? O dicho de otra forma: ¿Por quién, con qué recursos y con qué tipo de procedimientos técnicos?
3. ¿Para quién esos bienes deben ser producidos? O dicho de otra forma: ¿Quién será habilitado para beneficiarse con las mercancías y servicios procurados por el aparato de producción? O para expresar la cuestión en términos diferentes: ¿Cómo el producto nacional total debe ser repartido entre los diferentes individuos y familias? (22)
Estas tres cuestiones son fundamentales y comunes a todos los sistemas económicos».
El método de la economía vulgar está totalmente determinado en tanto que lógica formal de la elección. Sus procedimientos principales son los de la lógica formal, la inducción y la deducción (con claras preferencias por el aspecto matemático de esta última). Pero en todos los casos el verdadero punto de partida es un conjunto de postulados especulativos que en forma inconsciente o consciente son el resultado de inducir, generalizar ahistórica y asocialmente, una cierta observación. La observación, la experimentación... no constituyen nunca lo que le da vida a la exposición, sino que en todos los casos se parte de supuestos (23), postulados, y luego a través del procedimiento lógico deductivo se elaboran las leyes a las que el comportamiento de los sujetos económicos debiera amoldarse. La economía vulgar no se preocupa de explicar cómo llega a aquellos supuestos, ni siquiera es totalmente consciente del proceso observación-inducción que sin embargo opera, sino que tanto la investigación como la exposición comienzan con el razonamiento deductivo, y considera la ciencia como sinónimo de la deducción, y la verificación como idéntico a la coherencia interna del modelo, «verificación» a la que la matemática, la econometría, etc. le daría mayores garantías. Es bastante conocida esa religiosidad cuantitativa ‑lógico formal‑ que domina la «ciencia económica contemporánea»; ha sido también criticada la irrealidad de los supuestos que asume; pero ha sido menos criticado el método inductivo de elaboración de tales supuestos, lo que objetivamente le hace el juego a la economía vulgar, al criticar sólo la parte que ésta decide exponer. Por otra parte es precisamente en este procedimiento donde aparece más claramente la real vinculación de la economía con la realidad, en tanto que teoría de una clase social específica, la burguesía; en la defensa de un modo de producción especifico, el capitalismo.
Basta preguntarse de dónde salen todos los supuestos especulativos de los economistas vulgares para encontrar en este mundo su respuesta. ¿De dónde sale ese postulado que recorre toda la economía vulgar en más de un siglo de existencia, de que el objetivo del hombre es el de maximizar la utilidad, el de poseer el máximo bienestar material, etc.? Ni más ni menos que del capitalista real, de carne y hueso. La inducción opera precisamente en general en forma inconsciente, tanto para el capitalista como para su economista, que se imaginan que el mundo funciona y funcionó siempre a su imagen y semejanza, que él es la naturaleza del hombre realizándose. Con ese salto de lo particular a lo general, de ese tipo particular y limitado, de una sociedad particular y limitada, se construye el hombre general, el hombre por naturaleza, y la sociedad general y natural.
De la misma manera se procede con todos y cada uno de los otros grandes postulados especulativos: la existencia de un determinado marco institucional jurídico político, la existencia de una escala de preferencias para el consumidor (denominada también función de utilidad), las estructuras técnicas dadas (sobre la base de las cuales se elaboran lo que se denominan funciones de producción). Por lo tanto los postulados especulativos no son solamente ideales e incapaces de reflejar la realidad, como se ha insistido muchas veces, sino que expresan esa realidad caricaturizada como resultado de la idealización que hace el capital de sí mismo.
Las leyes de la economía vulgar son pues básicamente formales y praxeológicas, obtenidas por la idea y la razón pura, no admiten ninguna contrastación con la realidad económica; son asociales, ahistóricas y como además se obtienen básicamente a partir de postulados especulativos son especulativas. La función social es básicamente la de trasladar al lenguaje de la ciencia las ideas que los agentes de la producción burguesa se hacen de la sociedad, ocultar los antagonismos reales, realizar la apología de la misma al igualarla a su polo positivo (24) y representa básicamente los intereses de la fracción de la burguesía que se considera conforme con el statu quo, con la que se denomina normalmente conservadora, reaccionaria (25). Es a esta fracción propietaria de empresas «públicas y privadas» que esta economía brinda sus mejores servicios, no sólo como justificación, defensa, apología, sino también como instrumental técnico deductivo para la asignación de recursos en forma coherente con la maximización de la tasa de ganancia y en general para la administración de los negocios. Este último punto es demasiadas veces despreciado por la economía política, que contenta de poder ridiculizar por su desvinculación total con la realidad social a los economistas neoclásicos, no comprende la validez técnica (precisamente no como ciencia, sino como lógica formal de la elección) de la economía neoclásica. Sin embargo esta última se sigue demostrando como mucho más apta para la toma de decisiones empresariales y estatales en coherencia con las necesidades del capital (lo que constituye su verdadero objetivo), mientras que la economía política como concepción prosigue su plena decadencia y termina siempre haciendo entrar por la ventana lo que expulsa por la puerta: critica hasta el cansancio a la economía vulgar hasta que le toca administrar al capital y en este caso se vulgariza totalmente. Una confirmación irrefutable de dicha tesis es la importancia siempre creciente de la enseñanza de una «economía» cada vez más neoclásica en los países cuya doctrina de Estado es la economía política: Rusia, Polonia, Cuba...

2.4. Oposición fundamental entre economía política y economía vulgar

Esquemáticamente y sin pretender ser exhaustivos podríamos señalar los siguientes aspectos como los fundamentales de la oposición economía política y economía vulgar, lo que servirá al mismo tiempo de síntesis del capitulo:
1. Mientras la economía política estudia la realidad trata de poner al descubierto las leyes sociales que regulan la producción, la distribución y el consumo, lo que la lleva a aceptar la existencia de contradicciones sociales y de la lucha de clases en su propia teoría; la economía vulgar ni siquiera tiene por objeto el estudiar el ser de las cosas, sino que estudia las reglas que debiera adoptar la actividad humana para maximizar cierta magnitud considerada el fin de la actividad económica (utilidad). Cuando se refiere a la realidad económica y a la lucha de clases, lo hace saliéndose de su propio objeto de estudio y considera dichas realidades no como algo inherente a la sociedad del capital, sino como ciertas alteraciones (es así que se introducen los monopolios ‑«competencia imperfecta»‑, los sindicatos, etc.) con respecto a ese mundo de Robinsones y competencia perfecta donde elabora sus categorías y realiza sus elucubraciones deductivas.
2. El tipo de leyes que elabora la economía política pretenden ser objetivas ‑sociales e históricas (26)‑ en un doble sentido, en el de reflejar las leyes que existen en la realidad misma de las cosas (27) y en el de reconocerlas como ajenas a la voluntad de los hombres; mientras que por el contrario las de la economía vulgar parten precisamente de la voluntad de los hombres, de la motivación individual (28) e intentan «racionalizar» el comportamiento económico de los hombres, es decir asegurar la maximización del fin perseguido; esas leyes son por lo tanto praxeológicas.
3. Esta oposición en el carácter de objetivo y subjetivo de ambas concepciones en sus categorías y en la concatenación de esas categorías, es decir en las leyes, aparece notablemente concentrada en esa piedra fundamental de toda doctrina económica que es la teoría del valor de las mercancías: la economía política tiene una concepción objetiva del valor, mientras que para la economía vulgar el valor es una magnitud íntegramente subjetiva. Es decir para la economía política el valor está básicamente determinado por el tiempo de trabajo incorporado en las mercancías (29), magnitud social objetiva que no depende en absoluto de la voluntad, el placer, el desplacer, la motivación de los individuos; para la economía vulgar, que desconoce el estudio de las relaciones objetivas entre hombres y lo suplanta por las relaciones subjetivas entre hombre y cosa, el valor se va a confundir con el precio confluencia entre oferta y demanda, determinadas a su vez subjetivamente por su valor de uso, por la utilidad que experimenta un hombre de poseer esa cosa.
4. Las diferencias metodológicas están implícitas en los puntos anteriores: la economía política es esencialmente materialista y positivista, parte de la observación y la experiencia, estudia la realidad, la descompone analíticamente, vuelve a comparar esas conclusiones con la realidad, tratando siempre de aproximarse asintóticamente a la realidad por vía del pensamiento; mientras que por el contrario la economía vulgar es esencialmente idealista-especulativa, la realidad como tal no entra en el análisis, ni éste trata de reflejar aquélla (aunque sea en última instancia esa realidad la que le dicta al apologista las hipótesis, los supuestos), sino que éste procede a partir de un conjunto de postulados especulativos a partir de los cuales se opera la deducción y por lo tanto dicha economía no es más que una lógica de elección en donde se procura definir lo «racional» en concordancia con lo que se define como el principio económico.
5. Mientras que la economía política puede criticar la sociedad presente en muchos de sus aspectos y critica también su visión idealizada, la economía vulgar es básicamente una proposición de administración eficiente.
He aquí expresada sintéticamente la oposición. En los textos siguientes veremos hasta qué punto ambos polos forman una unidad, contra la cual se levanta la crítica a la economía.
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«La religión, la familia, el Estado, el derecho, la moral, la ciencia, el arte... no son otra cosa que formas especiales de la producción, hallándose sometidas a su ley general. Por tanto la superación positiva de la propiedad privada apropiándose de la vida humana (es decir el comunismo NDR) es superación positiva de toda enajenación, o sea el retorno del hombre desde la religión, la familia, el Estado... a su existencia humana, es decir social».
Marx, 1844
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Notas
8. El conjunto coherente de estos elementos esenciales, objeto, método, función social, es lo que llamamos concepción. El hecho de que esos elementos sean asumidos o no como una totalidad por los autores o que estos lo ignoren totalmente no nos interesa aquí.
9. K. Marx, El capital, FCE I, p. 45. Ver también «Teorías de la plusvalía»,Comunicación T. II, p. 392 a 398.
10. Marx señalaba ya en su tiempo que los economistas clásicos caían seguido en las aberraciones de la economía vulgar, incluso en su expresión más caricatural: la fórmula trinitaria. Ver por ejemplo El capital, FCE III, p. 768.
11. Ver «De Ricardo a la economía vulgar», en «Teoría de la plusvalía», Comunicación, T. II, p. 97 a 398.
12. Ricardo, David, Des principes de l'economie politique et de l'impot.
13. Engels, F., Anti-Dühring.
14. Es cierto, sí, que este materialismo, como todo el materialismo vulgar, estaba a su vez basado sobre un conjunto de ideas cuya relación con la realidad no se intentaba establecer, sino que se consideraba como postulado previo al análisis. Es el caso de la «visión clásica» (que fuera por primera vez expuesta sistemáticamente por Adam Smith), que consiste en concebir la economía como un mecanismo ordenado resultante de un conjunto de decisiones individuales que operan en base al mecanismo de prueba, error y rectificación y según la cual a pesar de que cada individuo al tomar tales decisiones actúa movido por su propio interés (lo que constituye el principio económico-antropológico de toda la concepción clásica) éstas se compatibilizan en el mercado como si una mano invisible orientara esas decisiones individuales en el sentido de la totalidad. Esta visión no forma arte del análisis de la realidad económica propiamente dicha, no deriva de una contrastación minuciosa teoría-realidad, no deriva de forma exclusiva de la observación de la realidad misma, sino que es un acto cognoscitivo preanalítico.
15. «Libertad de elegir» es el nombre de la última apología panfletaria efectuada por Friedman.
16. Marx, «Teorías de la plusvalía», op. cit., T. III, p. 394.
17. Robbins, L., Naturaleza y significación de la ciencia económica.
18. La economía vulgar es así el correspondiente a un hegelianismo sin dialéctica.
19. Citado por Bujarin, N., en Economía política del rentista.
20. Es curioso constatar que incluso ese «hombre económico», que es capaz de decisiones económicas, de la libertad de elegir de un Friedman, que pretende representar a todos los hombres y hasta el «H»ombre en general, sea siempre y sistemáticamente Robinson y no Viernes. He aquí la pista de la verdadera vinculación con la realidad de la economía vulgar, es una economía de los que son «libres para elegir», es una «economía de los capitalistas» y se trata de buscar las mejores formas de administrar.
21. Obsérvese bien hasta que punto la universalización y la naturalización no tiene ningún punto de partida natural y universal, sino el limitado y estrecho horizonte del burgués medio, es decir que todo parte de imaginarse como eterno, general y hasta más universal que la especie humana (¡las abejas!) lo que no es más que una forma social e histórica especifica: la producción de mercancías.
22. Obsérvese de pasada que para el economista vulgar su mundo universal y natural contiene siempre: individuo, familia, nación, y porqué no, Estado nacional.
23. Los postulados fundamentales de la concepción (como por ejemplo la concepción antropológica del hombre en cualquier época y de cualquier clase buscando la máxima utilidad) se encuentran en general implícitos y ni siquiera se considera necesario explicarlos. Sólo se hacen explícitos algunos postulados de segunda categoría (no por esto más próximos de la realidad, como por ejemplo la competencia perfecta).
24. «Idealización que hace el capital de si mismo» e «igualar la sociedad en la idea a su polo positivo» son expresiones que adquirirán todo su significado en el transcurso posterior de la exposición.
25. Sin embargo no nos parece pertinente la tesis de Bujarin que la asocia exclusivamente a la fracción del capital que se retira de la actividad empresarial para vivir de rentas.
26. Sin embargo nunca lo son en su totalidad. La economía política renuncia permanentemente al carácter histórico de las leyes económicas. Marx observará que para los economistas clásicos hubo historia pero ya no la hay más. El capitalismo (o mejor dicho el polo positivo del capitalismo) es para la economía política la estación final de la historia, y para defender esa posición la economía política no renuncia sólo al carácter histórico del análisis del capitalismo, sino al análisis del pasado: todas las categorías actuales parecen existir desde siempre en la economía política. Por lo tanto si señalamos aquí que las leyes pretenden ser históricas es para señalar una contraposición real con la economía vulgar, pues la economía política se ocupa de la evolución histórica de la sociedad, pero téngase presente que este objetivo es siempre traicionado en la práctica, que en el análisis histórico se liquida siempre la historia como globalidad aunque se mantenga a veces algunos de sus episodios (por ejemplo la crítica a la sociedad feudal).
27. A estas leyes se las denomina generalmente «leyes de la economía política». Para la economía vulgar esta distinción, dado que no se trata de reproducir la realidad por vía del pensamiento, no tiene sentido: todas las leyes son leyes de la economía.
28. Sombart, resumiendo el subjetivismo, dice: «La motivación del acto económico ‑individual‑ se halla siempre en el centro mismo del sistema». Citado por Bujarin, N.

29. El hecho de que los clásicos incluso Ricardo, D., renuncien seguido a esa posición y se aproximen, a través de la teoría del «costo de producción» y de la oferta y la demanda, a las concepciones subjetivistas sólo confirma lo que señalábamos al principio del capítulo: incluso los clásicos se salen de su propia concepción, la economía política, y adoptan aspectos fundamentales de la economía vulgar.

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