lunes, junio 04, 2018
Economía y Depresión
A mayor desarrollo económico, mayor atomización
El progreso, que no es sino el
desarrollo tautológico de la economía por sus propios medios, para su propia
autoreproducción, supone el sumergir a cada vez más humanxs en una forma de
subsistencia consistente en poner la vida al servicio de este desarrollo, lo
que se traduce en la práctica a levantarse cada mañana para abordar las
máquinas, por cierto atestadas de otrxs en similares condiciones a la nuestra,
que nos llevan al claustro de los centros productivos, en los que debemos
rendir cuentas todo el día a quienes muchas veces preferiríamos partirles la
cara –aunque muchas veces su situación sea similar a la nuestra–, para luego
abordar las mismas máquinas de vuelta al claustro habitacional de nuestras
casas o de lo que llamamos nuestros hogares.
Estando la actividad humana
encadenada al ciclo cotidiano del TRABAJA/CONSUME/DUERME, y desarrollándose
ésta en un espacio cada vez menos pensado en las necesidades humanas y cada vez
más para la circulación de humanxs-mercancías, es de esperarse que las
relaciones humanas se vean cada vez más mermadas: las relaciones
interpersonales están ancladas a los centros productivos, y quienes generen
encuentros de camaradería afectiva fuera de los horarios asfixiantes de éstos
deben sortear los obstáculos del dinero (necesario para ‘recrearse’), del
tiempo y, cómo no, contar con la energía suficiente restante de la jornada
laboral. Esto no podría sino hacer de la incomunicación y el aislamiento unas
de las características dominantes en la vida de cada persona. De ahí que nos
enfermemos con lo que la ciencia del Capital llama comúnmente como depresión,
el ‘resfriado común’ de la psicología.
Claro que esto no le importa a
quienes dominan sino hasta que es un problema para la economía, como evidencia
la Organización Mundial de la Salud cuando advierte en su último informe sobre
salud mental que ‘la caída de la productividad y otras dolencias médicas
vinculadas a la depresión tienen un alto coste global, que la OMS
cifra en un billón de dólares al año’, o que ‘por cada dólar invertido por un
país en salud mental, se ahorra otros cuatro en trabajo (al generar mayor
productividad laboral) y en salud (al evitar tratamientos contra estas
patologías)¹. Es decir, la tristeza apabullante que agobia a la humanidad no es
un problema mientras no se interponga en el camino del desarrollo económico, y
si se le tiene en consideración, es sólo a propósito de este mismo desarrollo.
De paso, el mismo informe advertiría que Chile lidera el raking de depresión²,
que por cierto implicaría grandes pérdidas monetarias para el Capital local a
propósito de la cantidad de licencias médicas emitidas a causa de este
‘trastorno’. Esto probablemente debido a la atomización humana inherente al
desarrollo económico, pero sin una estructura lo suficientemente fuerte para
‘contener’ los síntomas de este mismo desarrollo, como suele ocurrir en los
llamados ‘países en vías de desarrollo’. Y no es que en los países centrales de
acumulación capitalista la gente no enferme de tristeza y soledad, pero su
enfermedad ha sido lo suficientemente encauzada en los canales del progreso
como para que esto no suponga un problema considerable para la economía.
Y teniendo en cuenta este
panorama de desolación global y generalizada, otros datos entregados por este
informe, como aquellos que indican que la depresión se extendió un 20% más en
la población global los últimos 10 años, o que casi 800.000
personas se suicidan cada año en el mundo, lo que equivale a un
suicidio cada cuatro segundos, no serían sino un dato secundario al lado de
aquel que advierte la afrenta que supone para la economía que enfermemos de
tristeza, soledad y estrés (sea por exceso de trabajo o por falta de él).
Contra esto, debemos tener claro
que la guerra que libramos contra el Capital y sus agentes (incluso contra
aquellxs que nos interpelan en nombre de nuestra propia salud) no es menos
importante que nuestras prácticas por romper con nuestro propio aislamiento.
Habría que ser muy iluso para creer que uno acaba con su propia alienación
simplemente oponiéndose a la alienación generalizada; en cambio, un primer paso
para la re-construcción de vínculos de camaradería afectiva genuinos podría ser
el constatar la propia alienación y miseria, tomando nota de lo que esta
produce en nuestras propias relaciones interpersonales, incluso con nuestrxs
más cercanxs y entre ellxs: como la neurosis y frustración que entrañan
nuestras relaciones afectivo-sexuales, la imposibilidad de establecer contacto
real con el otrx, la incomunicación con quienes suponemos nuestrxs seres
amadxs, el sentimiento generalizado de soledad en compañía, la necesidad de
constituir nichos identitarios…
La lucha para la reconstitución
de una comunidad humana pasa también por poner en práctica formas de afecto y
confraternización que sirvan, por un lado, para la experimentación de formas de
comunidad que entren en contradicción con la socialización enfermante del
Capital, y, por el otro, para nuestra propia reconstitución y sanamiento
personal: una práctica colectiva para la reconstitución personal. Si bien estas
prácticas no serían más que mero comunitarismo si a la vez no apuntasen al
corazón mismo de la alienación generalizada -es decir, a esta forma concreta de
producir la vida, su base material (que es la raíz común de nuestra miseria
psíquica, física, afectiva, sexual, etc.)-, creemos que el autocuidado y que el
cuidado entre nosotrxs mismxs son parte fundamental en la constitución de
comunidades que entren en ruptura con la comunidad ilusoria del Capital, pues
creemos que la guerra contra la domesticación debe librarse también contra nuestra
propia domesticación internalizada.
¡Barramos de raíz con esta
realidad y con lo que esta realidad hace de nosotrxs!
(CdL).
Etiquetas: comunidades de lucha, teoría revolucionaria, volverse loco
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