lunes, octubre 07, 2019
Viviendo en la sociedad de control/El Dr. Benway y la Desmoralización Total
Proyecto de Ley que fortalece el
control de identidad (Boletín 12.506-25).
Entre otras cosas, para el contexto de la realización
de “controles preventivos”, es decir, sin ningún tipo de indicios, o, como se
dice, “al tún tún”, ahora:
“Se faculta a la autoridad policial a
registrar superficialmente las vestimentas de los sujetos sometidos a este tipo
de control de identidad, excepcionalmente y para el sólo efecto de precaver que
el controlado porte consigo algún arma, dispositivo u objeto que ponga en
peligro la seguridad del funcionario policial o de terceros. Con el mismo
objeto, se faculta al funcionario policial a solicitar la apertura de equipaje
de la persona controlada, de manera de realizar una inspección ocular al interior
del mismo”.
Esta parte se aprobó sin ningún
problema en la Comisión de (IN)Seguridad CiuDADÁna, así que para allá avanzamos
como República de Chile.
Lo curioso es que todo este tipo
de mecanismos policiales arbitrarios e intrusivos ya estaban hace rato anunciados
en la literatura distópica de los siglos previos.
Un ejemplo interesante es el de
William S. Burroughs en “El almuerzo desnudo” (1959), en un capítulo sobre el
Doctor Benway, donde relata las medidas adoptadas al mando de la unidad de Desmoralización Total de una determinada república, y sus efectos.
No en vano Deleuze acuñó el concepto
de “sociedades de control” en base a WSB, el “tío Bill”. Al igual que dijeron los
situacionistas en relación a Orwell y 1984: esto no es el futuro. Ya ocurrió. ¡Ahí vivimos!
Va un fragmento:
Me encargan que contrate los servicios del doctor Benway para Islam, S.
A.
El doctor Benway ha sido llamado como consejero de la República de
Libertonia, un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos. Sus
ciudadanos son equilibrados, conscientes, honrados, tolerantes y, por encima de
todo, limpios. Pero el hecho de acudir a Benway indica que no todo anda bien
tras esa higiénica fachada: Benway es manipulador y coordinador de sistemas
simbólicos, un experto en todos los grados de interrogatorios, lavados de
cerebro y control. No había vuelto a ver a Benway desde su precipitada marcha
de Anexia, donde estaba a cargo de la D. T.: Desmoralización Total.
Su primera medida fue suprimir los campos de concentración, las
detenciones en masa y, excepto en algunas circunstancias especiales y
limitadas, la tortura.
—Aborrezco la brutalidad —dijo—. No es eficaz. Y además, los malos
tratos prolongados, sin llegar a la violencia física, causan, si se aplican
adecuadamente, angustia y un especial sentimiento de culpa. Han de tenerse bien
presentes unas cuantas normas o, mejor, ideas directrices. El sujeto no debe
darse cuenta de que los malos tratos son un ataque deliberado contra su
identidad por parte de un enemigo antihumano. Debe hacérsele sentir que cualquier trato que reciba lo tiene
bien merecido porque hay algo (nunca preciso) horrible en él que le hace
culpable. Los adictos al control tienen que cubrir su necesidad desnuda con la
decencia de una burocracia arbitraria e intrincada, de manera tal que el sujeto
no pueda establecer contacto directo con su enemigo.
Todos los ciudadanos de Anexia
fueron obligados a solicitar y llevar siempre encima una carpeta entera de
documentos. Los ciudadanos podían ser interpelados por la calle en cualquier
momento; y el Examinador, que podía ir vestido de calle o con diversos
uniformes, con frecuencia en traje de baño o en pijama, otras veces desnudo completamente
a no ser una insignia colgada del pezón izquierdo, después de comprobar todos
los papeles, los sellaba. En la siguiente inspección, el ciudadano tenía que
enseñar los sellos correspondientes a la última inspección. Si el Examinador
detenía a un grupo numeroso se limitaba a comprobar y sellar los documentos de
unos pocos. A partir de entonces los otros podían ser detenidos por no tener
los papeles con los sellos correctos. La detención tenía carácter provisional,
es decir, que el prisionero sería puesto en libertad cuando el Arbitro Adjunto
de Explicaciones aprobase su Atestado de Explicaciones, debidamente firmado y
sellado, si lo aprobaba. Dado que este funcionario rara vez aparecía por su
despacho y el Atestado de Explicaciones tenía que presentarse personalmente,
los explicadores se pasaban semanas y meses enteros esperando en oficinas
heladas, sin sillas ni servicios higiénicos.
Los documentos, que se rellenaban con tinta volátil, se volvían
papeletas de empeño caducadas. Constantemente se necesitaban nuevos documentos.
Los ciudadanos corrían de una oficina a otra en un frenético intento de cumplir
unos plazos imposibles.
Se hicieron desaparecer todos los bancos de plazas y parques, fueron
desecadas las fuentes, destruidos flores y árboles. En el tejado de las casas
de apartamentos (todos vivían en apartamentos), sonaban cada cuarto de hora
unas sirenas tremendas. A menudo las vibraciones arrojaban a la gente de la
cama. Grandes reflectores barrían la ciudad toda la noche (estaba rigurosamente
prohibido usar persianas, cortinas, contraventanas o postigos).
Nadie miraba a nadie por miedo a las estrictas leyes que castigaban
todo intento de molestar a otro, con o sin palabras, con cualquier propósito,
sexual o no sexual. Cafés y bares estaban cerrados. Se necesitaba un permiso
especial para comprar bebidas alcohólicas, y el licor así obtenido no podía ser
vendido, regalado ni transferido a ninguna otra persona, y la presencia de
cualquier otro en la habitación se consideraba prueba concluyente de tentativa
de transferir alcohol.
Nadie estaba autorizado a cerrar la puerta con cerrojo, y la policía
tenía llaves maestras de todas las habitaciones de la ciudad. Acompañados por
un mentalista, irrumpían en las casas y se ponían «a buscarlo».
El mentalista los guía hacia lo que el individuo desea ocultar: un tubo
de vaselina, una lavativa, un pañuelo con una corrida, un arma, bebidas de
contrabando. Y siempre someten al sospechoso al registro más humillante para su
persona, desnudándole y haciendo toda clase de comentarios burlones y
despectivos sobre su cuerpo. Más de un homosexual en potencia acabó con camisa
de fuerza después de que le metieran vaselina por el culo. O se paran delante
de cualquier objeto. Un limpiaplumas o una horma.
—¿Y eso para qué sirve?
—Es un limpiaplumas.
—Dice que es un limpiaplumas, el tío.
—Desde luego, hay que oír de todo.
—Creo que no necesitamos más. Venga con nosotros.
Tras unos meses de este sistema, los ciudadanos se acurrucaban en los
rincones como gatos neuróticos.
Naturalmente, la policía de Anexia utilizaba un sistema tipo producido
en serie para el control de sospechosos, saboteadores y disidentes políticos.
Sobre los interrogatorios de sospechosos, Benway dice lo siguiente:
—Si bien en general evito el empleo de torturas —la tortura localiza al
oponente y moviliza la resistencia— la amenaza de tortura es útil para inducir
en el sujeto el sentimiento adecuado de impotencia ante y gratitud hacia el
interrogador que no llega a usarla. Y la tortura puede usarse fructíferamente
como pena cuando el sujeto ha adelantado en el tratamiento lo suficiente como
para aceptar el castigo como cosa merecida. Con este fin ideé varias clases de
procedimientos disciplinarios. Unos de ellos se conocía por «la centralita». En
los dientes del sujeto se fijan unas fresas eléctricas que pueden ser puestas
en marcha en cualquier momento y se indica al detenido que haga funcionar una
centralita arbitraria, que introduzca determinadas clavijas en determinados
agujeros en respuesta a unas señales de timbres y luces. Cada vez que comete un
error las fresas giran durante veinte segundos. Las señales van siendo aceleradas
gradualmente, siempre por encima del tiempo de reacción. Media hora en la centralita
y el sujeto se derrumba como una máquina de pensar sobrecargada.
Etiquetas: contra-represión, control social, divagación, William S. Burroughs
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