miércoles, julio 15, 2020
Cantos en el cielo
“No podemos dudar que
los animales aman y practican la música. Es algo evidente. Pero parece que su
sistema musical difiere del nuestro. Es otra escuela…No estamos familiarizados
con sus obras didácticas. Quizás no tengan” (Erik Satié).
En el momento más oscuro del año se empieza a ver detrás del
frío y la lluvia el asomo lento pero seguro de la primavera. Sus mensajeros son
los pájaros más pequeñitos de todos, esos que mucha gente ni nota: chercanes,
colibrís y hasta algunos cachuditos se han asomado a las pocas muestras de
verde que aún hay en esta aglomeración urbana. Por si fuera poco, además de ser
criaturas de gran belleza física y visual, en este momento de encuentro lucen sus
colores más brillantes y proporcionan los cantos más entusiastas que se puedan
escuchar desde el miedo y el aislamiento humanos que han dominado ya por un
tercio de este año de dos mil y veinte después de J.C.
Esos cantos son la mejor música del mundo y tienen la virtud de llevarme directamente a mi propia infancia.
Entre medio de estos recuerdos, leo que se murió el octogenario poeta Efraín Barquero, que en “Arte de vida”, su autobiografía escrita en Llolleo y editada en 1971 (el año que nací), recuerda ese otro pájaro de los cielos de Chile, gran amigo tras los días más oscuros de su infancia: el volantín.
Entre medio de estos recuerdos, leo que se murió el octogenario poeta Efraín Barquero, que en “Arte de vida”, su autobiografía escrita en Llolleo y editada en 1971 (el año que nací), recuerda ese otro pájaro de los cielos de Chile, gran amigo tras los días más oscuros de su infancia: el volantín.
“VOLANTINES, PÁJAROS
Vendría a elevarse
pronto la carpa del circo y de la fiesta, y, sobre todo, la gran cúpula
celeste, habitada por uno de mis mejores amigos: el volantín.
Como si todas las
sombras se hubieran desvanecido, yo pasaba tardes y días enteros, tendido de
espaldas sobre el pasto, con mi volantín muy lejos. Me parecía existir con él
allá arriba, o sentir en mi mano, ahora de gigante poderoso, todo el peso del
cielo. Es como si hubiera vivido días y días y muchas estaciones en una patria
abierta, segura y luminosa.
Existía entonces una
sola mano: mi imaginación, y un solo pájaro: el espacio.
Yo me sentía bueno,
ligero y alegre hasta que otra vez se alzaron los enemigos con la mortífera
arma del “hilo curado”. Mas, en esta ocasión, y, fortalecido de mis antiguos
males, respondí al desafío, sin temor a moler yo mismo el vidrio de las
ampolletas para templar el hierro de mi espada.
Conocí, por esta ley
fatal, amigos y enemigos.
Pero mi país era
pacífico y soñador y me gustaba estar en calma con mi volantín por los aires,
allá lejos, más allá de la ciudad, en mares o fronteras desconocidas.
Cuánto me alegraba el
relincho de mi volantín en el cielo lleno de nubes y del buen viento sur,
anunciador de la primavera.
También la tierra
elevaba conmigo, después de la lluvia, esas telas que flotan y que son el
anticipo de la plumilla de cardo que va a llenar de pronto el espacio.
Yo mismo fabricaba mis
propios volantines, aunque nunca supe hacer bien los palillos de coligue. En
las noches, solo en mi cuarto hasta muy tarde, me sentía tan inmenso como el
cielo de septiembre, al ver mis creaciones, colgadas en la blanca pared, como
pájaros multicolores aguardando el día de su primer vuelo”.
Brota la primavera apenas entrando al “peak” del invierno más
duro de los últimos años.
Más de 10.000 personas murieron por una mezcla de enfermedad y omisiones intencionadas del Gobierno del especulador multimillonario.
Más de 10.000 personas murieron por una mezcla de enfermedad y omisiones intencionadas del Gobierno del especulador multimillonario.
La rebelión hibernó pero los tímidos rayos del sol de invierno ya la están empezando a despertar.
Etiquetas: abajo el reino de los cielos
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