lunes, diciembre 20, 2021
Mundos Perfectos/Lazzarato: El virus es el capitalismo
Cassiber, Mundos Perfectos (1987).
Acabo de leer un texto muy valioso aunque algo denso en revista Disenso.
Va un extracto del final para motivar la lectura completa (alerta de spoiler?).
¡Guerras seguras! ¿y las revoluciones?
La segunda larga crisis, como la primera (1873 – 1890), abre una nueva era de
guerras y revoluciones.
La guerra ha cambiado de naturaleza. Ya no se desata entre
los imperialismos nacionales como en la primera parte del siglo XX. Lo que
surge de la larga crisis no es el Imperio de Negri y Hardt, una hipótesis
ampliamente desmentida por los hechos, sino una nueva forma de imperialismo que
Samir Amin ha denominado “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada de
Estados Unidos, Europa y Japón y dirigido por el primero, el nuevo imperialismo
gestiona conflictos internos para la división de las rentas y lleva a cabo
implacables guerras sociales contra las clases subalternas del Norte para
despojarlas de todo lo que se vio obligado a ceder durante el siglo XX,
mientras que, inversamente, organiza verdaderas guerras contra el sur del mundo
por el control exclusivo de los recursos naturales, las materias primas, la
mano de obra libre o barata, o simplemente para imponer su control y un apartheid generalizado.
Los Estados que no hagan los ajustes estructurales necesarios
para ser saqueados, serán estrangulados por los mercados y la deuda o
declarados “cañallas” por caballeros como los presidentes estadounidenses que
tienen un número espantoso de muertes sobre su conciencia.
Los neoliberales estadounidenses y británicos, al principio
de la epidemia, trataron de llevar la guerra social contra las clases
subalternas aún más lejos, transformándola, gracias al virus, en la eliminación
maltusiana de los más débiles. La respuesta liberal a la pandemia,
incluso antes de Boris Johnson, había sido lúcidamente articulada por Rick
Santelli, analista de la emisora económica CNBC: “inocular a toda la población
con el patógeno, sólo aceleraría un curso inevitable, pero los mercados se
estabilizarían”.
Esto es lo que realmente piensan. Con condiciones más
favorables no dudarían ni un momento en poner en marcha la “inmunidad de
rebaño”.
Estos caballeros, impulsados por los intereses de las
finanzas, están obsesionados con China. Pero no por las razones que ellos
mismos alimentan en la opinión pública. Lo que les quita el sueño, no es la
competencia industrial o comercial, sino el hecho de que China, la única gran
potencia económica, ha integrado la organización mundial de la producción y el
comercio, pero se niega a ser incluida en los circuitos de los tiburones de las
finanzas. Los bancos, las bolsas, los mercados de valores, los movimientos de
capital están bajo el estricto control del Partido Comunista Chino. El arma más
temible del capital, que absorbe el valor y la riqueza en todos los rincones de
la sociedad y del mundo, no funciona con China. Los grandes oligopolios no
pueden ni siquiera controlar la producción o el sistema político y son
incapaces de destruir la economía, como hicieron con otros países asiáticos a
principios de siglo, cuando no respetaron las órdenes dictadas por las
instituciones internacionales del capital. En este caso podrían estar tentados
de abrir un conflicto. Pero dada el acercamiento e incompetencia de los
gobiernos y estados imperialistas en la gestión de la crisis sanitaria,
deberían pensárselo dos veces. Vistos desde el Este, siguen siendo “tigres de
papel”.
Para que quede claro: China no es un país socialista, pero
tampoco es un país capitalista en el sentido clásico, ni neoliberal como dicen
muchos tontos.
El estado de excepción
Lo que Agamben y Esposito, en la estela de Foucault, no
parecen querer integrar es que la biopolítica, si es que alguna vez existió,
está ahora radicalmente subordinada al Capital y seguir utilizando el concepto
no parece tener mucho sentido. Es difícil decir algo sobre los acontecimientos
actuales sin un análisis del capitalismo que se ha engullido completamente al Estado.
La alianza Capital y Estado, que funciona desde la conquista de América, sufrió
un cambio radical en el siglo XX, del que el propio Carl Schimtt es perfecta y
melancólicamente consciente: el fin del Estado tal como lo conocía Europa desde
el siglo XVII, porque su autonomía se ha ido reduciendo progresivamente y sus
estructuras, incluida la llamada biopolítica, se han convertido en
articulaciones de la máquina del capital.
Los pensadores del Italian Thought cometieron
el mismo error garrafal que Foucault, quien en 1979 (¡pero cuarenta años más
tarde, es imperdonable!), año estratégico para la iniciativa del capital (la
Reserva Federal americana inaugura la política de la deuda a lo grande) afirma
que la producción de “riqueza y pobreza” es un problema del siglo XIX. El
verdadero problema sería “demasiado poder”. ¿De quién? No está claro. ¿Del
Estado, del biopoder, de los dispositivos de gubernamentalidad? Fue en ese
mismo año cuando se esbozó una estrategia que se basaba enteramente en la
producción de diferenciales demenciales de riqueza y pobreza, de enormes
desigualdades de riqueza e ingresos y el “demasiado poder” es del capital que
-si queremos utilizar sus viejas y desgastadas categorías- es el “soberano” que
decide sobre la vida y la muerte de miles de millones de personas, las guerras,
las emergencias sanitarias.
También el estado de excepción ha sido amaestrado por la
máquina del lucro, tanto que coexiste con el estado de derecho y ambos están a
su servicio. Capturado por los intereses de una vulgar producción de bienes, se
ha aburguesado, ¡ya no tiene el significado que Schmitt le atribuía!
Conclusión sibilina
Los comunistas llegaron al final de la primera “Belle Époque”
armados con un bagaje conceptual de vanguardia, un nivel de organización que
resistió incluso a la traición de la socialdemocracia que votó por los créditos
de guerra, con un debate sobre la relación entre el capitalismo, la clase
obrera y la revolución, cuyos resultados hicieron temblar por primera vez a los
capitalistas y al Estado. Tras el fracaso de las revoluciones europeas,
desplazaron el centro de gravedad de la acción política hacia el Este, hacia
los países y los “pueblos oprimidos”, abriendo el ciclo de las luchas y
revoluciones más importantes del siglo XX: la ruptura de la máquina capitalista
organizada desde 1942 sobre la división entre centro y colonias, el trabajo
abstracto y el trabajo no remunerado, entre la producción de Manchester y el
robo colonial. El proceso revolucionario en China y Vietnam fue una fuerza motriz
para toda África, América Latina y todos los “pueblos oprimidos”.
Muy rápidamente, inmediatamente después de la Segunda Guerra
Mundial, este modelo entró en crisis. Lo criticamos con dureza y con razón,
pero sin poder proponer nada que se elevara a ese nivel. Muy lúcidamente
tenemos que decir que hemos llegado al final de la segunda “Belle Époque” y por
lo tanto a la “era de las guerras y las revoluciones” completamente desarmados,
sin conceptos adaptados al desarrollo del poder del capital y con niveles de
organización política inexistentes.
No debemos preocuparnos, la historia no procede linealmente.
Como dijo Lenin: “hay décadas en las que no pasa nada, y hay semanas en las que
pasan décadas”.
Pero debemos empezar de nuevo, porque el fin de la pandemia
será el comienzo de duros enfrentamientos de clases. Partiendo de lo expresado
en los ciclos de lucha de 2011 y 2019/20, que siguen manteniendo diferencias
significativas entre el Norte y el Sur. No hay posibilidad de recuperación
política si permanecemos cerrados en Europa. Para entender por qué el eclipse
de la revolución nos ha dejado sin ninguna perspectiva estratégica y para
repensar lo que significa hoy en día una ruptura política con el capitalismo.
Criticar los más que obvios límites de las categorías que no tienen en cuenta
en absoluto las luchas de clases a nivel mundial. No abandonar esta categoría
y, más bien, organizar la transición teórica y práctica de la lucha de clases a
las luchas de clases en plural. Y, sobre esta afirmación sibilina, me detendré.
(Maurizio Lazzarato, “¡El virus es el capitalismo!”. Traducción
de Iván Torres, publicada en revista Disenso).
Etiquetas: critica de la economía política, reflexión, teoría revolucionaria, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases