lunes, diciembre 09, 2024
¿Qué es un demonio?
Cuestión 1 ¿Qué es un
demonio?
Un demonio es un ser espiritual de naturaleza angélica
condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de
materia sutil, ni nada semejante a la materia, sino que se trata de una
existencia de carácter íntegramente espiritual. Spiritus en latín significa soplo,
hálito. Dado que no tienen cuerpo, los demonios no sienten la más mínima
inclinación a ningún pecado que se cometa con el cuerpo. Por tanto la gula o la
lujuria son imposibles en ellos. Pueden tentar a los hombres a pecar en esas
materias, pero sólo comprenden esos pecados de un modo meramente intelectual,
pues no tienen sentidos corporales. Los pecados de los demonios, por tanto, son
exclusivamente espirituales.
Los demonios no fueron creados malos. Sino que al ser
creados, se les ofreció una prueba, era la prueba previa antes de la visión de
la esencia de la Divinidad. Antes de la prueba veían a Dios pero no veían su
esencia. El mismo verbo ver resulta aproximativo, pues la visión de los ángeles
es una visión intelectual. Como a muchos les resultará muy difícil entender
cómo podían ver/conocer a Dios, pero no ver/conocer su esencia habría que
proponer como comparación que sería como decir que ellos veían a Dios como una
luz, que le oían como una voz majestuosa y santa, pero que su rostro seguía sin
desvelarse. De todas maneras, aunque no penetraran su esencia, sabían que era
su Creador, y que era santo, el Santo entre los Santos.
Antes de penetrar en la visión beatífica de esa esencia
divina Dios les puso una prueba. En esa prueba unos obedecieron, otros
desobedecieron. Los que desobedecieron de forma irreversible se transformaron
en demonios. Ellos mismos se transformaron en lo que son. Nadie les hizo así.
Se sucedieron unas fases en la psicología de los ángeles
antes de transformarse en demonios. Estas fases se dieron no en el tiempo
material, sino el evo (*).
Al darse en el evo, estas fases a los humanos nos parecería
que fueron casi instantáneas. Pero lo que a nosotros nos parecería tan breve,
para ellos fue muy largo. Las fases de transformación de ángel a demonio fueron
las siguientes: Al comienzo les entró la duda, la duda de que quizá la
desobediencia a la Ley divina fuera lo mejor. En el momento en que
voluntariamente aceptaron la posibilidad de que la desobediencia a Dios fuera
una opción a considerar ya pecaron. Al principio esa aceptación de la duda
constituiría un pecado venial que poco a poco fue evolucionando al pecado
grave. Pero al principio, ninguno de ellos en esta primera fase estaba
dispuesto a alejarse irreversiblemente, ni siquiera el Diablo. Fue
posteriormente cuando se fue asentando en sus inteligencias lo que su voluntad
había escogido a pesar del dictamen de su inteligencia que les recordaba que
tal desobediencia era contra razón. Pero sus voluntades se fueron alejando de
Dios, y como consecuencia de ello sus inteligencias fueron aceptando como
verdadero el mal que su voluntad había escogido. Sus inteligencias fueron
consolidándose en el error. La voluntad de desobedecer se fue afianzando,
haciéndose esa determinación cada vez más profunda. Y la inteligencia iba
buscando más y más razones para que eso le resultase cada vez más justificable.
Finalmente ese proceso llevó al pecado mortal que se dio en un momento
concreto, a través de un acto de la voluntad. Es decir, cada ángel llegó un
momento en que no sólo quiso desobedecer, sino que incluso optó ya por tener
una existencia al margen de la Ley divina. Ya no era un enfriamiento del amor a
Dios, ya no era una desobediencia menor a algo determinado que les resultase
difícil de aceptar, sino que en la voluntad de muchos de ellos apareció la idea
de un destino aparte de la Trinidad, un destino autónomo.
Los que perseveraron en este pensamiento y decisión
comenzaron un proceso de justificación de esta elección. Comenzaron un proceso
en que se trataron de autoconvencer de que Dios no era Dios. De que Dios era un
espíritu más. De que podía ser su Creador, pero que en Él había errores,
fallos. Comenzaban a acariciar la posibilidad que había aparecido en sus
inteligencias: la posibilidad de una existencia aparte de Dios y de sus normas.
La existencia aparte de Dios aparecía como una existencia más libre. Las normas
de Dios, la obediencia a Él y a su voluntad, aparecían progresivamente como
algo opresor, pesado. Dios comenzaba a ser visto como un tirano frente al que
había que liberarse. En esta nueva fase de alejamiento, ya no era simplemente
que buscaran un destino fuera de Dios, sino que Dios mismo les parecía que era
un obstáculo para alcanzar esa libertad. Pensaban que la belleza y felicidad
del mundo angélico hubiera sido mucho más feliz y libre sin un opresor. ¿Por
qué había un Espíritu que se alzaba por encima de los demás espíritus? ¿Por qué
su voluntad se debía imponer sobre la de los demás espíritus? ¿Por qué una
Voluntad debe imponerse sobre otras voluntades? No somos niños, no somos
esclavos, debieron pensar. Dios ya no era un elemento que habían dejado atrás,
sino que comenzaba a convertirse para ellos en el mal. Y así comenzaron a
odiarle. Las llamadas de Dios hacia estos ángeles para que volvieran hacia El
eran vistas como una intrusión inaceptable. En esta fase, el odio en unos
creció más, en otros espíritus menos.
Puede sorprender que un ángel llegue a odiar a Dios, pero hay
que entender que Dios ya no era visto por ellos como un bien, sino como un
obstáculo, como una opresión, Él era visto como las cadenas de los
mandamientos, como la falta de libertad. Ya no era visto como un Padre, sino
como fuente de órdenes y mandatos. El odio nació con la energía de sus
voluntades resistiendo una y otra vez a las llamadas de Dios que como un padre
les buscaba. El odio nació como reacción lógica de una voluntad que tiene que
afianzarse en su decisión de abandonar la casa paterna, por decirlo en términos
que resulten inteligibles para nosotros. Es decir, alguien que se marcha de
casa al principio simplemente quiere marcharse, pero si el padre le llama una y
otra vez, el hijo acaba diciendo déjame en paz. Dios les llamaba entonces, pues
sabía que cuanto más tiempo sus voluntades estuvieran alejadas de Él, más se
afianzarían en su alejamiento.
Por supuesto que muchos ángeles que se habían alejado en un
primer momento volvieron. Esta es la gran lucha en los cielos de la que se
habla en Apocalipsis 12:
Y se entabló un combate
en el cielo: Miguel y sus ángeles luchando con el Dragón. Y el Dragón luchó y
sus ángeles, pero no tuvieron fuerza, no volvió a encontrarse su sitio en el
cielo. Fue expulsado el gran Dragón, la Serpiente antigua que se llama Diablo y
el Adversario, que engaña al orbe entero. Fue expulsado a la tierra, y sus
ángeles fueron expulsados con él
¿Cómo los ángeles pueden luchar entre sí? Si no tienen
cuerpo, qué armas pueden ser usadas. El ángel es espíritu, el único combate que
se puede entablar entre ellos es intelectual. Las únicas armas que pueden
blandir son los argumentos intelectuales. Esa lucha fue una lucha intelectual.
Dios enviaba la gracia a cada ángel para que volviera a la fidelidad o se
mantuviera en ella. Los ángeles daban argumentos a los rebeldes para que
volvieran a la obediencia. Los ángeles rebeldes daban sus razones para
fundamentar su postura y para introducir la rebelión entre los fieles. En esta
angelical conversación de miles de millones de ángeles hubo bajas por ambos
lados: ángeles rebeldes regresaron a la obediencia, ángeles fieles fueron
convencidos con la seducción de los razonamientos malignos.
La transformación en demonios fue progresiva. Con el
transcurrir del tiempo -el evo es un tipo de tiempo- unos odiaron más a Dios,
otros menos. Unos se hicieron más soberbios, otros no tanto.
Cada ángel rebelde fue deformándose más y más, cada uno en
unos pecados específicos. Así como, por el contrario, los ángeles fieles se
fueron santificando progresivamente. Unos ángeles se santificaron más en una
virtud otros en otra. Cada ángel se fijó en un aspecto u otro de la divinidad.
Cada ángel amó con una medida de amor.
Por eso en el bando de los fieles comenzó a haber muchas
distinciones, según la intensidad de las virtudes que cada ángel practicó más.
Cada ángel tenía su propia naturaleza dada por Dios, pero cada uno se santificó
en una medida propia según la gracia de Dios y la correspondencia de la propia
voluntad. Esto es válido pero al revés, para los demonios. Cada uno recibió de
Dios una naturaleza, pero cada uno se deformó según sus propios caminos
extraviados. Por eso la batalla acabó cuando ya cada uno quedó encasillado en
su postura de forma irreversible. Llegó un momento en que ya sólo había cambios
accidentales en cada ser espiritual. En los demonios, llegó un momento en que
ya cada uno se mantuvo firme en su imprudencia, en sus celos, en su odio, en su
envidia, en su soberbia, en su egolatría...
La batalla había acabado. Podían seguir discutiendo,
hablando, disputando, exhortándose, durante miles de años, por decirlo así en términos
humanos, pero ya sólo habría cambios accidentales. Fue entonces cuando los
ángeles fueron admitidos a la presencia divina, y a los demonios se les dejó
que se alejaran, se les abandonó a la situación de postración moral en que cada
uno se había situado.
Como se ve no es que los demonios sean enviados a un lugar
cerrado de llamas y aparatos de tortura, sino que se les deja como están, se
les abandona a su libertad, a su voluntad. No se les lleva a ninguna parte. Los
demonios no ocupan lugar, no hay donde llevarles. No hay aparatos de tortura,
ni llamas que les puedan atormentar, ni cadenas que les amarren sus miembros.
Tampoco los ángeles fieles entraron en ningún sitio. Simplemente recibieron la
gracia de la visión beatífica. Tanto el cielo de los ángeles, como el infierno
de los demonios, son estados.
Cada ángel porta en su interior su propio cielo esté donde
esté. Cada demonio, esté donde esté, lleva dentro de su espíritu su propio
infierno. El momento en que ya no hay marcha atrás es el momento en que un ángel
ve la esencia de Dios. Porque después de ver a Dios ya nada le podrá hacer
cambiar de opinión. Después de haber visto a Dios, jamás nadie podrá escoger
algo que le ofenda lo más mínimo. Pues la inteligencia comprendería que sería
escoger estiércol frente a un tesoro. El pecado después de ese momento es
imposible. El ángel antes de entrar al cielo, comprendía a Dios, comprendía lo
que era, lo que suponía su santidad, omnipotencia, sabiduría, amor... Después
de ser admitido a contemplar su esencia, uno no sólo la comprende, sino que
además la ve. Es decir, uno ve su santidad, su amor, su sabiduría, etc. El
espíritu al ver aquello se llena de tal amor, de tal veneración, que jamás,
bajo ningún concepto, quiere separarse de ello. Por eso el pecado pasa a ser
imposible.
El demonio queda irremisiblemente ligado a lo que ha
escogido, desde el momento en que Dios decide no insistir más. Llega un momento
en que Dios decide no enviar más gracias de arrepentimiento. Pues cada gracia
de arrepentimiento sólo puede ser superada, sólo puede ser vencida, afirmándose
más en el odio. Llega un momento en que Dios ve que enviar más gracias sólo
sirve para que el demonio afiance más lo que ha escogido su voluntad. Llega un
momento en que Dios Amor da la espalda y deja a su hijo que siga su camino. Deja que el demonio siga su vida aparte.
Por un lado podríamos decir que no hay un momento único en
que el ángel se transforme en demonio, sino que se trata de un proceso lento,
gradual, evolutivo. Pero por otro lado por largo que haya sido ese proceso
previo (y posterior) sí que hay un momento preciso en el que el espíritu
angélico tiene que tomar la decisión de rechazar o no a su Creador.
Ya se ha dicho que en ese proceso cabe la marcha atrás, esa
es la celestial batalla angélica de la que habla Ap 12, 7-9. Pero llega un
momento de esa batalla, en que ya los demonios se alejan y se alejan. No
tendría sentido seguir insistiendo. El Creador respeta la libertad de cada uno.
El demonio aparece en las pinturas y esculturas deforme, es
muy adecuado ese modo de representarlo, pues es un espíritu angélico deformado.
Sigue siendo ángel, es sólo su inteligencia y su voluntad lo que se ha
deformado, nada más. En lo demás sigue siendo tan ángel como cuando fue creado.
El demonio en definitiva es un ángel que ha decidido tener su destino lejos de
Dios. Es un ángel que quiere vivir libre, sin ataduras. La soledad interior en
que se encontrará por los siglos de los siglos, los celos de comprender que los
fieles gozan de la visión de un Ser Infinito, le llevan a echarse a sí mismo en
cara su pecado una y otra vez. Se odia a sí mismo, odia a Dios, odia a los que
les dieron razones para alejarse.
Pero no todos sufren lo mismo. Unos ángeles en la batalla se
deformaron más y otros menos. Los que más se deformaron, los más deformes,
sufren más. Los menos deformes sufren menos.
Pero una vez más hay que recordar que sólo es deformidad de
la inteligencia y la voluntad.
La inteligencia está deformada, oscurecida, por las propias
razones con las que uno justificó su marcha, su liberación. La voluntad impuso
a la inteligencia su decisión, y la inteligencia se vio impelida a justificar
esa decisión. La inteligencia funcionó como un mecanismo de justificación, de
argumentación de aquello que la voluntad le fustigaba a aceptar. Como se ve, el
proceso tiene una extraordinaria similitud con el proceso de envilecimiento de
los humanos. No nos olvidemos que los humanos somos un espíritu en un cuerpo.
Si prescindimos de los pecados relativos al cuerpo, el proceso interno
psicológico que lleva a una persona buena a acabar en la mafia, o de guardia en
un campo de concentración, o de terrorista, es en sustancia el mismo proceso.
En sustancia, el concepto de pecado, de tentación, de evolución de la propia
iniquidad es igual en el espíritu angélico que en el espíritu del hombre. Pues
los pecados del hombre son siempre pecados del espíritu, aunque los cometa con
el cuerpo. Ya que el cuerpo es tan sólo un instrumento de lo que ha decidido el
espíritu con su libre albedrío.
Así como el niño atraviesa un periodo de niñez, así también
el ángel al principio acaba de ser creado y no tiene experiencia. La persona
humana tiene tentaciones de otras personas, también los ángeles de sus
semejantes. El hombre puede pecar por estructuras mentales tales como la
patria, el honor de la familia, o el bienestar de un hijo. El espíritu angélico
también tenía detrás de sí grandes construcciones intelectuales que, aunque
distintas a las humanas, supondrían un complejo correlato angélico de todo este
mundo humano que conocemos.
Nosotros los humanos somos también espíritu, aunque tengamos
un cuerpo, y sólo tenemos que mirar a nuestro interior para comprender como uno
puede caer en el pecado, como uno puede envilecerse. Es entonces cuando el
pecado de los ángeles nos empieza a parecer más cercano y ya no nos resulta tan
incomprensible.
(José Antonio Fortea, Summa Daemoniaca. Tratado de
demonología y manual de exorcistas, 2012).
*: El
evo es el tiempo de los espíritus. La explicación detallada de qué es el evo
aparece más adelante en esta obra.
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