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martes, septiembre 13, 2022

La Contrarrevolución del 2020, segunda parte (x Manifiesto Conspiracionista) 

 


2.- La recuperación del control.

Cualquiera que se ponga en la piel de alguno de los poderes organizados con interés en mantener el orden mundial estará de acuerdo: en este otoño de 2019 hay que soplar el silbato; se acabó el recreo. No puede permitirse que una revuelta tan insolente contra los líderes y las «élites» se extienda entre las gentes menos «politizadas». Todo esto no es aceptable. Sobre todo porque lo anunciado en cuanto a la aceleración de la catástrofe climática y ecológica, la «perturbación» del mercado laboral por las nuevas tecnologías y la migración de poblaciones enteras, no augura nada bueno para algún oportuno retorno a la calma. Nada en el horizonte. Todo esto está llegando demasiado lejos. Los ratones han bailado demasiado. Es preciso tomar la iniciativa para estar cinco pasos por delante si se quiere mantener el control de la situación. Es hora de un great reset, como diría Klaus Schwab, el presidente del Foro Económico Mundial.

Afortunadamente para nosotros no estamos reducidos a tener que andar especulando sobre lo que ocurre en la mente de los poderes de este mundo: basta con leer los informes de los innumerables think tanks, unidades de previsión y otros centros de estudio que actúan como cerebro del capital acumulado. En el otoño de 2019 se referían de manera provechosa a «La era de las protestas masivas», tal y como publicaba en marzo de 2020 el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por sus siglas en inglés) en Washington. El CSIS es el think tank de referencia del complejo de seguridad nacional estadounidense. Henry Kissinger todavía tiene su despacho allí. Zbigniew Brzezinski ocupó un asiento en la junta directiva hasta su muerte en 2017. «El CSIS se dedica a encontrar formas de mantener la preeminencia y la prosperidad estadounidenses como una fuerza del Bien en el mundo», dice su sitio web. Así, si queremos tomar la medida de la zozobra que reinaba en Washington en el otoño de 2019, hay que abrir «La era de las protestas masivas»: «Entre 2009 y 2019, el número de manifestaciones antigubernamentales en el mundo aumentó en 11.5 % por año […]. El 16 de junio de 2019, 2 de los 7,4 millones de habitantes de Hong Kong participó, casi una cuarta parte de la población de la ciudad. En el pico de las protestas en Santiago de Chile, el 25 de octubre de 2019, las multitudes alcanzaron los 1,2 millones, nuevamente casi una cuarta parte de los 5,1 millones de habitantes de Santiago. […] Vivimos en una era de protestas masivas globales históricamente sin precedentes en frecuencia, alcance y tamaño. […] En 2008, en el punto álgido de la crisis financiera mundial y antes de la Primavera Árabe, el ex asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, había identificado un «despertar político global». Según él llegaba una nueva era de activismo global. Escribió: «Por primera vez en la historia casi toda la humanidad está políticamente activa, es políticamente consciente e interactúa políticamente. […] Los gobiernos de todo el mundo no están preparados para una marea creciente de expectativas ciudadanas que se traduce en protestas políticas masivas y otras formas menos obvias. Responder a la creciente desconexión entre las expectativas de los ciudadanos y la capacidad del gobierno para cumplirlas podría ser el desafío de una generación. […] Dicho esto, la inquietante firma de esta era de protestas masivas es el vínculo común que las une: no tener líderes. Los ciudadanos pierden la fe en sus líderes, élites e instituciones y salen a la calle por frustración y, a menudo, por disgusto».

Aquí es donde estábamos, en Washington, a fines de 2019, antes de que ocurriera la divina sorpresa de un nuevo coronavirus. Admitamos que frente al titán que se eleva allí, con una serie de manifestaciones antigubernamentales siguiendo una progresión exponencial, con toda esta juventud que empezaba a protestar por todo el planeta por tener que crecer en un mundo de sequías, olas de calor, desempleo masivo, start-ups estúpidas, desaceleración de la Corriente del Golfo, de intoxicación de todo y muerte de los océanos; el antiterrorismo ya no sirve de nada, más bien aburre. Se necesitaba un nuevo instrumento capaz de congelar definitivamente todas estas odiosas manifestaciones de masas. Como hemos visto, el nuevo no estaba tan desvinculado del antiguo. Y como bien explica Peter Daszak, presidente de la ONG ecologista neoyorquina EcoHealth Alliance —un ecologista curioso al que le gusta citar a Donald Rumsfeld (*) cuando tiene tiempo para una ONG original en la que no se tienen reparos en colaborar intensamente con los programas de biodefensa del Pentágono— en el New York Times: «las pandemias son como los ataques terroristas: sabemos más o menos de dónde vienen y quién es el responsable de ellos, pero no sabemos exactamente cuándo sucederá el siguiente. Deben tratarse de la misma manera: identificándose todas las fuentes posibles y desmantelándolas antes de que la próxima pandemia golpee».

Lo interesante y espinoso es que este hombre que rastrea amenazas zoonóticas «naturales» como otros rastrean la «amenaza terrorista» fue también el que escribió e hizo que veintisiete científicos de renombre firmaran en The Lancet del 19 de febrero de 2020 la famosa carta en la que dictamina marcialmente: «Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de conspiración que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural […] y concluimos rotundamente que este coronavirus tiene como origen la vida salvaje. […] Las teorías de la conspiración sólo crean miedo, rumores y daños que ponen en peligro nuestra colaboración global para combatir este virus». A esto se le llama tomar la iniciativa.

¡Qué decepción sentirían sus co-firmantes cuando se enteraran poco después de que la ONG de Peter Daszak de hecho fue financiada con millones de dólares por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos y por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas del Dr. Fauci para que realizara experimentos con coronavirus de murciélago en el Instituto de Virología de Wuhan! Experimentos tan inocentes como el consistente en injertar una proteína Spike en la estructura básica de un virus SARS-CoV para observar su efecto patógeno en los pulmones de ratones «humanizados». O de una casualidad tan anecdótica como que Peter Daszak hubiera publicado a lo largo de quince años una veintena de estudios con científicos del Instituto Chino. También podemos  imaginar el malestar de estos cosignatarios cuando descubrieron en septiembre de 2021, tras una misteriosa filtración, la solicitud de financiación enviada en 2018 al DARPA por EcoHealth Alliance para llevar a cabo un experimento consistente en insertar en la proteína Spike de un coronavirus similar al SARS un lugar de segmentación de la proteína furina que permite aumentar considerablemente su contagiosidad en humanos — el mismo lugar de segmentación que ha intrigado tanto a los investigadores desde que comenzaron a estudiar el SARS-CoV-2, ya que ninguno de los virus de su familia, el sarbecovirus, tiene ninguno. Este programa de investigación se denominó acertadamente: «Project DEFUSE» (proyecto Desactivación). A la elección del instituto de Wuhan no le faltaban motivos puesto que su virólogo jefe, un buen amigo de Peter Daszak, está asociado allí con uno de los principales asesores en bioterrorismo del ejército popular de China. Solo podemos lamentar que este último haya eliminado la base de datos que enumera todos los virus en los que trabajaba el instituto de Wuhan desde septiembre de 2019. En estas condiciones, ciertamente, era imperativo que Peter Daszak formara parte de la comisión Lancet sobre el origen del SARS-CoV-2  así como en la de la OMS enviada a China para investigar la cuestión, comisión que debía concluir que «la teoría de la fuga de laboratorio [es] altamente improbable».

Después de todo, Allen Dulles (**) terminó siendo elegido como miembro de la Comisión Warren sobre el asesinato de John Kennedy, y fue a una comisión Rockefeller a la que, en 1975, se le asignó la investigación de la enorme masa de «actividades ilegales» de la CIA en los Estados Unidos en la década de 1960, tras una dolorosa serie de perturbadoras revelaciones.

Cuán agotador debe haber sido, tanto para la DARPA como para Peter Daszak, tener que guardar silencio durante dos años de «pandemia» sobre el «proyecto DEFUSE». Y todo ello por puro respeto al secreto de defensa.

He aquí un hombre cuyos silencios, mentiras y denegaciones le convienen, a la larga, para las mejores investigaciones.

Peter Daszak puede solicitar legítimamente el título del hombre más sórdido y sospechoso de esta era.

A fines de 2019 estaba en marcha una crisis masiva de gubernamentalidad global. Un tragaluz histórico se estaba abriendo.

En Francia, el aplastamiento bestial de los chalecos amarillos todavía estaba en la mente de todos y la policía era casi tan odiada como el régimen que ésta había defendido sádicamente.

La posibilidad de salirse de los rieles de un futuro de mil demonios atrajo a pueblos enteros. Hacía falta intentar algo. Había que recuperar el control, costara lo que costara.

Aquellos para los que una tal bifurcación significaría la ruina han intentado sustituirla por una maquinación que les permitiera mantenerse en el buen camino hacia su rentable apocalipsis.

Declararon cerradas las posibilidades y quisieron revertir el signo de la ruptura histórica en curso convirtiendo la apertura revolucionaria en una vertiginosa intensificación de su dominio.

Siendo inevitable un trastorno, trataron de hacer que fuera el suyo.

Lo que cualquier potencia menor interesada en mantener el orden mundial podía esperar de la estruendosa declaración de pandemia era:

— el aplacamiento brutal de un crescendo histórico a través de un episodio «natural»;

— una restauración de todas las autoridades: policía, ciencia, medios de comunicación, empresas, Estado;

— la sustitución de la desconfianza hacia los que gobiernan por la de cada uno hacia todos los demás;

— el aislamiento de los seres en su «burbuja social» y la consecuente imposibilidad de cualquier actuación masiva;

— un gigantesco hold-up contra toda proyección en el tiempo, contra toda anticipación y organización;

— la legitimidad para controlar todas las interacciones humanas «por el bien de todos»;

— la desrealización de toda la historia pasada frente a la angustia hiperconectada del momento;

— el efecto túnel asociado con el miedo y la escasez, en el que todo lo que no se relaciona con la supervivencia inmediata se desvanece — los psicólogos de Harvard han estudiado bien la cuestión;

— el pánico que transforma el hecho de razonar en un lujo, y que convierte en una provocación mostrar un poco de perspectiva y distancia con la situación;

— una ruptura en el hilo de la historia incipiente y una ruptura con toda la historia anterior.

A pesar de la persistencia de revueltas hasta en el corazón mismo de Washington durante los disturbios de George Floyd, hay que admitir que, en un principio, estos efectos se obtuvieron exitosamente más allá de toda esperanza.

Así que no nos habíamos preparado en vano.

Pero ahí está, la «sociedad abierta» de los neoliberales, ni la tierra la quiere ya.

La apuesta de estabilización por aceleración es un farol en una mano débil.

 


Gráficas: Hannah Hoch

Notas (del traductor):

*: Un cabrón de categoría, fallecido recientemente de cáncer, y hombre de confianza de Nixon y de Bush. Fue Secretario de Defensa de los Estados Unidos en varias ocasiones, la última de 2001 a 2006, siendo el responsable de varias de las atrocidades más sanguinarias cometidas por dicho Estado. Por ejemplo, estuvo detrás del uso habitual de la tortura en la cárcel de Guantánamo y de Abu Ghraib, en Irak, tras la invasión estadounidense de dicho país en 2003

**: Otro elemento reaccionario y siniestro: primer director civil de la CIA, promotor de la fallida invasión contrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos y posiblemente el autor intelectual del asesinato de Kennedy quien lo había destituido previamente de su puesto.

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