En primer lugar, quería informar que ayer murió uno de los grandes maestros musicales que quedaban, el saxofonista Pharoah Sanders, que inició su trayectoria en la era de la revolución del Free Jazz, tocando junto a otros maestros que ya no están como Sun Ra, Coltrane, Albert Ayler, Don Cherry y varios otros.
Requeriría más tiempo y espacio hablar de Pharoah como es debido. Ayer le mencioné su muerte a un par de punk rockers que no tenían idea de quien era. En fin: el espectáculo necesita mantener separados los nichos del punk con los del jazz, así como la anarquía del comunismo. Por de pronto los dejaré con un artefacto que compila sus primeras grabaciones, de 1963 a 1964:
"In the beginning". Se trataba de 4 CDs que reúnen 45 tracks, incluyendo entrevistas a Pharoah y a Sun Ra (que fue quien le puso el nombre de Faraón).
Su último álbum "Promises" fue editado el año pasado, junto a Floating Points y la orquesta London Symphony. Bien diferente a la furia chisporroteante del tenor con la que se hizo famoso, estos nueve movimientos meditativos quedarán para siempre como una hermosa despedida.
Entremedio de ambos puntos, no quiero dejar de destacar una de las piezas que más me han impresionado de toda la trayectoria del Faraón: su interpretación de Venus/Alto y Bajo Egipto, junto a Albert Ayler a fines de los sesenta, en un concierto junto a la Sun Ra Arkestra a beneficio de los Panteras Negras. Duelos de tenor que se elevan directamente al cielo del sonido, donde nos estarán esperando a todos quienes los hemos amado profundamente en vida. 23 minutos de puro placer auditivo.
Y bueno: hecho ya el homenaje a Sanders, los dejo con el reviú detallado del album debut de Pionera, "Bolsa de piedras", banda hispana en que el viejo amigo Katafú se desempeña en las seis cuerdas además de las cuerdas vocales, grabada por el viejo amigo Gomberoff en su Estudio Hukot. Por cierto, veremos a ambos dos viejos amigos en Chile próximamente tocando con Familea Miranda. Están avisados!
PIONERA,
Bolsa de piedras (2022).
Rock se podría traducir por roca pero también por piedra. Una
“bolsa de piedras” es una idea poderosa, una imagen de multiplicidad y dureza
potenciada por la agrupación forzada dentro del espacio de un envase que
convierte un puñado de estas armas naturales que son las piedras en un
artefacto de gran impacto y dañosidad.
De hecho, alguna vez escuché a mi padre contar que durante alguna
parte de su infancia que vivió en la zona norte de Santiago de Chile, donde no
era inusual ver a parroquianos desafiándose a pelear con bolsas de piedras. El primero
que le daba al otro un bolsazo en la cabeza ganaba, y había al menos un TEC
garantizado en la persona del perdedor.
En el caso de Pionera, la bolsa que ofrecen es una colección
de afiladas y densas piezas de rock pesado inteligente. Lo cual no es una
contradicción en sí misma: si bien el hard rock siempre tuvo una veta de
autos/chicas/glamour, también desde el inicio del sonido de las catacumbas hubo
intérpretes que reflexionaban sobre profundos temas de la existencia humana en
el planeta Tierra desde los excitantes sonidos del blues electrificado, como
por ejemplo los Blue Öyster Cult, que eran etiquetados como Heavy Metal para
sujetos pensantes.
Pionera califica más como banda post-hardcore que como alguna
forma actual de heavy metal. Pero es innegable que su sello propio es la
pesadez zeppelinesca del sonido con que interpretan sus composiciones
que en varias partes me recuerdan lo que en la década de los noventa estaban
haciendo bandas como Jawbox y varias más desde el catálogo de Dischord records,
por decir algo.
Bolsa de piedras: lo contrario de la caja de bombones góticos
que según Mark Fisher era el álbum Pornography de The Cure. Acá no se
trata de una colección de chocolatitos sino que de una excelente selección de camotazos,
con el tipo de guijarros que resultan perfectos para poner en una resortera y
hacerlos impactar contra un carro policial. Si han escuchado en directo ese
sonido, se podrán imaginar el tipo de canciones de las que estoy hablando.
El riffage muscular con que se entrelazan los temas es
efectivo y de alta precisión, por sobre él las guitarras y las voces van
entregando historias llenas de frases que se agarran al vuelo “Soy un lienzo en
blanco, una rueda en el presente” nos dicen en “Desde el accidente” (¿una
alusión al tema de Melvins de similar nombre?), donde hablan de “volver a nacer
en una vida que no es mía”. O sea, también aquí podemos detectar la crítica de
la alienación y el extrañamiento como experiencia total y común en la era de la
dominación real del capital.
La canción Pionera, que coincide con el nombre de este combo,
suena increíblemente pesada pero a la vez fresca, y funciona casi como un
homenaje a Led Zeppelin. Es la batería la que cumple acá una función de
apisonadora bonhamiana por sobre la cual la banda despliega el resto de
sus talentos. Desde los viejos tiempos de mi primera juventud, en que desde mi
pieza en el tercer piso de la vivienda familiar azotaba los parlantes con los
IV primeros volúmenes y “Houses of the Holy”, que no escuchaba algo así de
animoso, a diferencia del cúmulo de bandas que trataron de repetir la fórmula
de Zeppelin y fracasó miserablemente en el intento (aunque algunos ganando
harto dinero en el proceso).
En “Cierto Bierzo” exploran un tiempo más rápido, que
recuerda algunos momentos de Familea Miranda antes de su autoexilio español.
A lo largo del disco las voces aparecen repartidas entre los
tres integrantes de la banda: Rubén Martínez (bajo), Rodrigo Rozas (guitarra) y
Héctor Bardisa (batería). Reconozco bien la voz de Rozas, por hacerlo escuchado
antes en sus “bandas chilenas” (Supersordo -donde cantó, o más bien gritó, pero
muy poco-, Niño Símbolo, Agencia Chile del Espacio y Familea Miranda). Su
reconocible tono y estilo me siguen recordando por alguna razón a grandes
vocalistas chilenos como Pancho Sazo de Congreso, y de algún modo es posible
oír a través suyo un rastro del folclor que escuchábamos antiguamente en Chile
todos los rockeros de nuestra generación, antes de que ver a Ozzy en la tele
tocando en el US Festival 83 nos hiciera olvidar toda esa formación previa.
Mención especial para el excelente sonido de esta grabación
que será editada en vinilo. Las canciones fueran grabadas y mezcladas por Milo
Gomberoff en el estudio Hukot, en Barcelona.
En “Cachorrito” el trabajo de las voces me recuerda a algunos
experimentos del tropicalista Caetano Veloso en Araca Azul (1973), o incluso en
el tema Doideca, del álbum Livro (1998). Pero tal vez el tema en que más se
luce el sonido de toda esta obra es Droga Mosquito, con una potente voz que nos
cuenta bizarra historia mientras la banda alcanza en un momento el nirvana del
ruido más intenso, el que sorpresivamente es embellecido por un teclado que nos
saca del noise puro, para luego de un par de silencios casi absolutos
(“el silencio no existe” decía John Cage) sumergirse de nuevo en el sol negro
del “horrible noise”, y rematar con su enigmático coro de “¡Necesito hablarlo!”.
En este tema y en otros la voz me recuerda algo del escaso metal español de los
ochenta que se alcanzaba a escuchar desde Chile, o sea, Evo, Obús y Barón Rojo.
¿Melvins y Barón Rojo se encuentran con Caetano -que por
cierto estuvo exiliado en UK- asaltando el bar en el funeral de John Bonham y
se agarran a combos y peñascazos? Algo así podría decir para terminar dando una
imagen sintética aunque algo arbitraria de este disco. Pero no me tomen muy en
serio en eso. Sí deberían tomar en serio en cambio la recomendación de
conseguirlo y escucharlo atentamente, pues es un material de alta precisión y
entrega, que llega justo para hacer algo más interesante vivir en estos tiempos
de pandemia y contrarrevolución global.
Pionera: High
voltage rock´n´roll para seres pensantes y deseantes.
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