domingo, octubre 02, 2022
EL FASCISMO VISTO POR LOS FASCISTAS. PARTE 1: JULIUS EVOLA
Como señala el tradicionalista esotérico Julius Evola -un barón muy cercano
al fascismo, al que Bobbio calificó como un “completo delirante” e “intelectual
de medio pelo”- en “El fascismo visto desde la derecha” (1964), antes de la creación del régimen demoliberal y su
sistema de partidos el concepto de Derecha no tenía mucho sentido, pues lo que existía
en el Antiguo Régimen era un partido de gobierno y una oposición que actuaba
“dentro del sistema” sin aspirar a cambiarlo radicalmente. Luego de 1789, la derecha se constituye como
la antítesis de las posiciones de la izquierda.
Algo que uno suele olvidar es que la derecha tradicionalista y
aristocrática es antiburguesa y puede presentarse incluso como “anticapitalista”
(si por capitalismo entendemos su fase o faceta liberal). Por eso para Evola,
que como él mismo anuncia observa al fascismo desde la derecha o más
allá del fascismo, a mediados de los sesenta no existía ya una “Derecha
auténtica”, con D mayúscula, opuesta a la llamada “derecha económica” o burguesa,
que incluiría a la “derecha liberal”: un contrasentido para los
tradicionalistas que creen en una derecha “depositaria y afirmadora de valores
directamente ligados a la idea del ‘Estado verdadero’”, con valores centrales
superiores a la oposición entre partidos, “según la superioridad comprendida en
el concepto mismo de autoridad o soberanía tomada en su sentido más completo”.
Una de sus diferencias principales con el régimen fascista italiano era
que Evola, “el mago negro del fascismo”, rechazaba la religión judeocristiana y reivindicaba un “imperialismo pagano” ario
y nórdico, incompatible
con el catolicismo. Estas posiciones, publicadas en títulos como “Imperialismo
pagano” (1938) y “Rebelión contra el mundo moderno” (1934) mientras era
consejero de Mussolini en materia de “romanidad”, le causaron serios problemas
al régimen con una indignada Iglesia Católica, que no vaciló en denunciar a
Evola -que en los años veinte en tanto poeta había pululado por el dadaísmo y
las vanguardias para luego fundar el grupo esotérico UR-, como un instrumento
de Satanás. Cuando el régimen se orientó hacia el catolicismo, Evola fundó la
revista La Torre, en cuyo N° 1, de febrero de 1930, afirmó que “Nosotros no
hacemos política…defendemos ideas y principios. En la medida en que el fascismo
siga y defienda tales principios, en esa misma medida nosotros podemos
considerarnos fascistas. Y nada más”. En la posguerra, al ser juzgado por
participar en las acciones del grupo Fasci d´Azione Rivoluzionaria (FAR)
declaró ante el tribunal, desde su silla de ruedas: “He defendido y defiendo
‘ideas fascistas’ no en cuanto son ‘fascistas’ sino en la medida que retoman
una tradición anterior y superior”. El tribunal lo absolvió (Citado por Boris
M. Grinchpun, “¿El fascismo no es de Derecha? La perspectiva ‘crítica’ de
Julius Evola”). La posición de Evola ha sido tildada de “suprafascista”, y
definida por el mismo en entrevista con Elisabeth Antebi como un “fascismo
purificado”.
A continuación, y sólo para efectos
de profundizar en la Fascistología, los dejo con Evola y los dos primeros
capítulos de su texto “El fascismo visto desde la derecha”, tomados de la
revista Elementos de Metapolítica para la Civilización Europea N°67: El
mito del fascismo. Revisiones e interpretaciones, Trilogía, Vol.1. Agradezco a
los neofascistas de “Elementos” en español por responder de inmediato mi correo
y enviar un cúmulo de revistas y libros. No así al Observatorio del Ascenso de
la Extrema Derecha que funciona en la U. de Chile, a quienes les escribí hace
dos años y jamás respondieron.
CAPÍTULO I
En las
páginas que siguen nos proponemos
realizar un estudio del fascismo desde el punto de vista de la Derecha, estudio
que se limitará, sin embargo, a los aspectos generales del fascismo y,
esencialmente, al plano de los principios. En función de este objetivo, es
primeramente necesario precisar lo que entendemos por Derecha, aunque no sea
una tarea fácil, ya que sin esto es imposible facilitar al lector medio, puntos
de referencia que tengan una relación directa con la realidad actual, y aun
menos con la historia italiana más reciente, es decir, con la historia de
Italia tras su unificación como nación.
Respecto al
primer punto, sería preciso decir que hoy no existe en Italia una Derecha digna
de este nombre, una Derecha como fuerza política unitaria organizada y
poseedora de una doctrina precisa. Lo que se llama corrientemente Derecha en
las luchas políticas actuales se define menos por un contenido positivo que por
una oposición general a las formas más avanzadas de la subversión y de la
revolución social, formas que gravitan en torno al marxismo y al comunismo.
Esta Derecha comprende además tendencias muy diversas e incluso
contradictorias. Un índice significativo de la confusión de las ideas y de la
pequeñez de los horizontes actuales, lo constituye el hecho de que hoy en
Italia los liberales y numerosos representantes de la democracia puedan ser
considerados como hombres de Derecha: esto habría horrorizado a los
representantes de una Derecha auténtica y tradicional, por que en la época de
esta Derecha, liberalismo y democracia fueron particular y precisamente
considerados como corrientes de la subversión revolucionaria, más o menos como
hoy el radicalismo, el marxismo y el comunismo, tal como se presentan a los
ojos de lo que se dado en llamar “partidos del orden”.
Lo que se
llama la Derecha en la Italia actual comprende diversas corrientes monárquicas
y, sobre todo, tendencias de orientación “nacional” que intentan mantener lazos
ideales con el régimen precedente, es decir, con el fascismo. Pero la diferenciación
necesaria a fin de que estas tendencias puedan aparecer como representantes de
una Derecha auténtica ha faltado hasta ahora. Esto además se desprenderá de las
consideraciones que desarrollaremos, consideraciones destinadas a establecer
una discriminación en los contenidos ideológicos del fascismo; discriminación
que, para el movimiento en cuestión habrían debido representar un deber teórico
y práctico indispensable, pero que, por el contrario, ha sido olvidado.
¿Es preciso
además revelar el absurdo consistente en identificar por todos los medios
Derecha política y Derecha económica? La polémica de los marxistas apuesta
notoria y fraudulentamente por esta identificación. Para estos últimos, la
Derecha, la burguesía capitalista, conservadora, “reaccionaria”, tiende a
defender sus intereses y privilegios, haciendo de todo uno. En nuestros
escritos de carácter político, jamás hemos dejado de denunciar esta confusión
insidiosa y la irresponsabilidad de los que, favoreciendo de cualquier forma
esta forma de ver las cosas, ofrecen armas al adversario. Entre la verdadera
Derecha y la Derecha económica, no sólo no existe identidad alguna, sino que
hay incluso una oposición precisa. Este es uno de los puntos que serán puestos
de relieve en las presentes páginas cuando hagamos alusión a las relaciones
entre política y economía, tal como el fascismo intentó definirlas y tal como
derivan, además, de toda verdadera doctrina tradicional del Estado.
En cuanto al
pasado italiano mismo, hemos dicho que desgraciadamente no hay gran cosa que
extraer para la definición del punto de vista de la verdadera Derecha. En
efecto, como cada uno sabe, Italia se unificó en tanto que nación
principalmente bajo la influencia de las ideologías procedentes de la
Revolución del Tercer Estado y de los “inmortales principios” de 1789,
ideologías que no han jugado un papel puramente instrumental y provisional en
los movimientos del Risorgimento, sino que se han implantado y proseguido en la
Italia unificada del siglo XIX y principios del XX. Así, esta Italia ha estado
siempre alejada de la estructura política de un nuevo Estado fuerte y bien articulado que habría formado parte,
como un recién llegado, del número de grandes monarquías europeas.
En esta
pequeña Italia de la democracia parlamentaria y de una monarquía doméstica
donde los movimientos subversivos explotadores de los conflictos sociales y las
consecuencias de una administración implacable, no dejaron de provocar
agitaciones frecuentemente violentas y sangrientas, existen, ciertamente, lo
que se llama la “Derecha histórica”, que se mantenía difícilmente en pie y
adolecía de la falta de valor necesario para remontarse hasta las raíces de los
males que habría debido combatir, aun cuando en la época de Di Rudinì y Crispi,
supiera, en ocasiones, dar muestra de cierta resolución. Por otra parte, esta
Derecha era, en el fondo, una expresión de la burguesía; a diferencia de la
Derecha de otras naciones, no representaba a una aristocracia en tanto que
clase política portadora de una vieja tradición: la pequeña vena piamontesa,
con lo que podía ofrecer en este sentido, se disolvió casi enteramente cuando
se pasó del reino del Piamonte a la nación italiana. Aunque no en el terreno
interior nacional y en la elaboración de una doctrina general del Estado, la
Derecha histórica tuvo una acción digna de este nombre en el dominio de la
política extranjera, cuya coronación fue el acuerdo de la Triple Alianza. Si
hubiera sido desarrollado en todos sus postulados lógicos, esta combinación
habría podido sustraer a Italia de la órbita de las ideologías de origen
francés y revolucionario para orientarla en el sentido de las ideologías que se
habían conservado, por el contrario, en amplia medida, en los Estados
Tradicionales de la Europa Central. Pero un desarrollo así, al que habría
debido seguir una revisión de las ideas políticas fundamentales no estuvo en
modo alguno presente; así, la Derecha histórica, que se endeudó con el
liberalismo moderado, no ha dejado ninguna herencia ideológica precisa. Con el
final de la Triple Alianza y la intervención de Italia junto a la Risorgimento,
la cual defendía, fuera de sus intereses materiales, la causa de la democracia
(a pesar de la presencia de una Rusia autocrática, que debería luego pagar
trágicamente su política culpable), Italia vuelve idealmente a la dirección que
había elegido durante el período del Risorgimento, en relación estrecha con las
ideologías y los movimientos revolucionarios internacionales de 1848–1849.
Además, la coartada nacionalista del intervencionismo debía revelarse ilusoria
si se considera solo el clima político–social presentado por la Italia
“victoriana”, donde las fuerzas antinacionales, en su variedad, pudieron actuar
libremente y donde ninguna revolución o renacimiento de lo alto, ninguna constitución
de una verdadera Derecha sobre el plano legal tuvo lugar, antes del
advenimiento del fascismo. Frente a este clima, ¿qué sentido tenía pues la
satisfacción territorial parcial de las reivindicaciones irredentistas?
El hecho de
haber mencionado a la Derecha histórica italiana, la cual se ha definido bajo
un régimen parlamentario, nos lleva a realizar una precisión. En rigor, en
relación a lo que tenemos ante la vista y que constituirá nuestro punto de
referencia, el término “Derecha” es impropio. Este término, en efecto, supone
una dualidad; la Derecha, prácticamente, se define en el marco del régimen
demoparlamentario de los partidos, en oposición a una “izquierda”, es decir, en
un marco diferente del tradicional, de los regímenes precedentes. En tales
regímenes pudo existir, como máximo, un
sistema sobre el modelo inglés en sus formas originales pre–victorianas, es
decir, con un partido que representaba al gobierno (y este era de cierta forma,
la Derecha) y una oposición no comprendida
como una oposición ideológica o de
principio, ni tampoco como una oposición al sistema, sino como una
oposición en el sistema (o la estructura) con funciones de crítica
rectificadora, sin que fuera cuestionada, de ninguna manera, la idea,
trascendente e intangible, del Estado. Tal oposición “funcional”, aunque
delimitada en un contexto orgánico y siempre lealista, no tiene nada que ver
con la oposición que puede ejercer tal o cual de los múltiples partidos, cada
uno por su propia cuenta, volcados a la conquista del poder y del Estado, si no
es la institución del anti–Estado como pueda ser el caso, ayer del Partido
Republicano y como es hoy el caso del Partido Comunista.
Es preciso,
pues, concebir a la Derecha, tomada en su mejor sentido, político y no
económico, como algo ligado a una fase ya involutiva, a la fase marcada por el
advenimiento del parlamentarismo democrático y con el régimen de numerosos
partidos. En esta fase, la Derecha se presenta fatalmente como la antítesis de
las diferentes izquierdas, prácticamente en competición con ellas sobre el
mismo plano. Pero en principio representa, o debería representar, una exigencia
más elevada, debería ser depositaria y afirmadora de valores directamente
ligados a la idea del Estado verdadero: valores en cierta forma centrales, es
decir, superiores a toda oposición de partidos, según la superioridad
comprendida en el concepto mismo de autoridad o soberanía tomado en su sentido
más completo.
Estas
aproximaciones llevan a la definición de nuestro punto de referencia, por lo
cual será lícito hablar, como regla general, de la gran tradición política
europea, no pensando en un régimen particular como modelo, sino más bien, en
ciertas formas o ideas fundamentales que, de manera variada pero constante, han
estado presentes en la base de diferentes Estados y que, en profundidad, no
fueron jamás cuestionadas. A causa de una singular amnesia parece natural, y
por tanto no hay necesidad de explicarlo sino (en el mejor de los casos, es
decir, abstracción hecha de las falsificaciones y las sugestiones de cierta
historiografía) como un efecto patológico de traumatismos profundos, el que
nuestros contemporáneos no tengan ninguna idea viviente y adecuada del mundo al
cual se aplica habitualmente la etiqueta de “antiguo régimen”. A este respecto,
es evidente que se tienen a la vista, no principios directores, sino ciertas
encarnaciones de estos principios siempre sujetos a usura, desnaturalización o
agotamiento, y que admiten en todos los casos condiciones determinadas, más o
menos únicas. Pero la contingencia, la longevidad más o menos prolongada de
estas formas, que se sitúan naturalmente en un momento dado en el pasado, no
tiene y no debe tener incidencia sobre la validez de los principios, tal es la
piedra angular de toda ojeada que quiera recoger lo esencial y no sucumbir al
embrutecimiento historicista.
No debemos
pues concluir estas consideraciones preliminares sino diciendo que idealmente
el concepto de la verdadera Derecha, de la Derecha tal como la entendemos, debe
ser definida en función de las fuerzas y de las tradiciones que actuaron de una
manera formadora en un grupo nacional y también en ocasiones en las unidades
supranacionales, antes de la Revolución Francesa, antes del advenimiento del
Tercer Estado y del mundo de las masas, antes de la civilización burguesa e
industrial, con todas sus consecuencias y los juegos de acciones y reacciones
concordantes que han conducido al marasmo actual y a lo que amenaza con la
destrucción definitiva de lo poco que queda aún de la civilización y del prestigio
europeo. Que no se nos pida ser más
precisos, puesto que esto volvería a exigir la exposición sistemática de una
teoría general del Estado. A este respecto, el lector podrá referirse en parte
a nuestro libro Los hombres y las ruinas. Pero precisamente, una explicación
suplementaria saldrá, de forma suficiente de nuestro estudio en relación con
las diferentes cuestiones que trataremos.
CAPITULO II
Hoy tanto la
democracia como el comunismo designan por “neofascismo” a las fuerzas “nacionales”
que en Italia se les oponen más firmemente.
En la medida en que esta designación fue aceptada sin reservas por las
fuerzas en cuestión, se creó una situación compleja llena de equívocos y que se
presta peligrosamente al juego de los adversarios. Entre otros, es también la
causa de esto que puede definirse en un sentido evidentemente peyorativo como
“nostálgicos”. El fascismo ha sufrido un proceso que puede calificarse de
mitologización y la actitud adoptada respecto a él por la mayor parte de las gentes
reviste un carácter pasional e irracional, antes que crítico e intelectual.
Esto vale en primer lugar para los que, precisamente, conservan una fidelidad a
la Italia de ayer. En amplia medida estos últimos han hecho de Mussolini
precisamente y del fascismo un “mito”, y su mirada se ha vuelto hacia una
realidad históricamente condicionada y hacia el hombre que ha sido el centro,
antes que hacia las ideas políticas consideradas en sí mismas y por sí mismas,
independientemente de estas condiciones, a fin de que puedan siempre guardar,
eventualmente, su valor normativo en relación a un sistema político bien
definido.
En el caso
contemplado en el presente, la mitologización ha tenido naturalmente como
contrapartida la idealización, es decir, la valoración solo de aspectos
positivos del régimen fascista, mientras que se relegaba en la sombra
deliberadamente o inconscientemente a los aspectos negativos. El mismo
procedimiento se ha practicado en sentido opuesto por las fuerzas
antinacionales en vistas a una mitologización teniendo como contrapartida, esta
vez, la denigración sistemática, la construcción de un mito del fascismo en el
cual se evidencia, de manera tendenciosa, solo los aspectos más problemáticos
del fascismo, a fin de desacreditarlo y hacerlo odioso en su conjunto.
Se sabe que
en este segundo caso la mala fe y la pasión partisana están manifestándose en
el origen de un procedimiento suplementario y de una argumentación privada de
toda legitimidad: se pretende establecer un lazo causal entre lo que concierne
exclusivamente a los acontecimientos y las consecuencias de una guerra perdida
y el valor intrínseco de la doctrina fascista. Para todo pensamiento riguroso,
un lazo de este tipo no puede ser sino arbitrario. Debe afirmarse que el valor
eventual del fascismo como doctrina (abstracción hecha de una política
internacional dada) está tan poco comprometido con las consecuencias de una
guerra perdida como tampoco hubiera podido ser confirmado por una guerra
victoriosa. Los dos planos son totalmente distintos aunque disguste a los
partidarios del dogma historicista “Weltgeschichte ist Weltgericht” al cual se
refieren gustosos los hombres sin
carácter.
Más allá de
todo unilateralismo partidista, quienes a diferencia de los “nostálgicos” de la
joven generación, han vivido el fascismo y han tenido en consecuencia una
experiencia directa del sistema y de los hombres, saben que muchas cosas no
funcionaban en el fascismo. Tanto como el fascismo existió y pudo ser
considerado como un movimiento de reconstrucción en marcha, cuyas posibilidades
no estaban todavía agotadas y cristalizadas, era incluso permisible no
criticarlo en otros aspectos. Los que, como nosotros, aunque defendiendo ideas
que no coincidían más que parcialmente con el fascismo (o con el nacionalsocialismo)
no condenaron estos movimientos aun teniendo claramente conciencia de sus
aspectos problemáticos o desviados, actuaron así porque esperaban precisamente
otros eventuales desarrollos –que era preciso favorecer por todos los medios
comprometiéndose– desarrollos que habrían rectificado o eliminado los aspectos
en cuestión.
Pero siendo
ahora el fascismo una realidad histórica pasada, ya no es posible mantener la
misma actitud. Antes que la idealización propia del mito, lo que se impone es
la separación entre lo positivo y lo negativo, no con una finalidad teórica,
sino también con una función práctica en vistas a una posible lucha política.
No debería pues aceptarse la etiqueta de “fascista” o “neo–fascista” a secas:
debería decirse fascista (si hay lugar) en relación con lo que hubo de positivo
en el fascismo y no con lo que hubo de negativo.
Aparte lo
positivo y lo negativo, es preciso también recordar que el fascismo por su
carácter, ya señalado, de movimiento susceptible de conocer desarrollos comprendía
diversas tendencias, cuyo único porvenir –si el desastre militar y el
hundimiento interno de la nación no lo hubieran paralizado todo– habría podido
decir cuales debían prevalecer. En Italia –pero también en Alemania– la unidad
no excluía las tensiones importantes en el interior del sistema. No haremos
alusión aquí a simples tendencias ideológicas representadas por tal o cual
individuo, por tal o cual grupo; en amplia medida estas tendencias fueron
inoperantes y no pueden ser tenidas en consideración en nuestro estudio. Se
trata más bien de elementos concernientes a la estructura del sistema y del
régimen fascista, tomados en su realidad concreta en su organización estética
y, en general, institucional. Esta es la segunda razón y la más importante, de
la necesidad de superar la mitologización y de no recuperar el fascismo de
forma ciega. Si se piensa además en los dos fascismos, en el fascismo clásico
del Ventennio y en el de la República Social Italiana, ciertamente unidos por
una continuidad de fidelidad y de combate, pero fuertemente diferentes sobre el
plano de la doctrina política –en parte bajo el efecto de la influencia fatal
de las circunstancias– el problema de la discriminación parecerá aun más
evidente; y se verá como el mito lleva a peligrosas confusiones que perjudican
la formación de un frente duro y compacto.
En relación
con esto es preciso poner de relieve la necesidad de agrandar los horizontes y
de mantener el sentido de las distancias. Hoy, en realidad, mientras que unos
consideran al fascismo como un simple paréntesis y una aberración de nuestra
historia más reciente, los otros dan la impresión de quien, apenas nacido, cree
que nada ha existido fuera de su pasado inmediato. Estas dos actitudes son
inadecuadas y sería necesario oponerse con la mayor energía a los que desearían
imponer la alternativa fascismo–antifascismo, para agotar toda posibilidad
política y cualquier discusión. Una consecuencia de esta alternativa, es, por
ejemplo, que puede uno no ser antidemócrata sin ser automáticamente “fascista”
o “comunista”. Este círculo vicioso es absurdo y para denunciar la perspectiva
miope que implica es preciso hacer referencia a nuestras consideraciones
preliminares.
Siempre en la
investigación de lo positivo, hay efectivamente una diferencia esencial entre
aquello cuyo único punto de referencia es el fascismo (y eventualmente los
movimientos análogos de otras naciones: el nacionalsocialismo alemán, el
rexismo belga, la primera Falange Española, el régimen de Salazar, la Guardia
de Hierro rumana, se pudo hablar ayer de una “revolución mundial” como
movimiento global opuesto a la revolución proletaria) en que hace comenzar y
terminar el propio horizonte político, histórico y doctrinal; y aquel que, por
el contrario, considera en estos movimientos lo que se presenta como formas
particulares más o menos imperfectas, adaptadas a las circunstancias, formas en
las cuales se habían manifestado y habían actuado (ideas y principios a los
cuales es preciso reconocer un carácter de “normalidad” y constancia), haciendo
así entrar los aspectos originarios “revolucionarios” en sentido estricto, de
estos movimientos en el dominio de lo que es secundario y contingente. En pocas
palabras, se trata de ligar por todas partes en donde sea posible, el fascismo
a la gran tradición política europea y de poner de lado lo que, en él existe a
título de compromiso, de posibilidades divergentes o de planteamientos
desviados, de fenómenos que se resentían en parte de los males contra los
cuales, por reacción se quería luchar.
Ya que hoy no
tenemos ante nosotros la realidad concreta del fascismo, su situación histórica
específica, todo esto es ciertamente posible y muestra la única vía que se
ofrece prácticamente a las “fuerzas nacionales” dado que la nostalgia y la mitologización
no sirven para gran cosa y no puede hacerse resucitar a Mussolini o fabricar
otro a medida, por no hablar de la situación actual, diferente de la coyuntura
que hizo posible el fascismo bajo este aspecto histórico determinado.
En estas
condiciones, no es difícil descubrir que significado superior eventual puede
adquirir el análisis del fascismo, análisis que, evidentemente, es también una
integración. Más allá de toda confusión y de toda debilidad, ofrece en efecto a
las vocaciones una piedra angular. Un gran espíritu del siglo pasado, Donoso
Cortés, habló de los tiempos que preparaban Europa para las convulsiones
revolucionarias y socialistas, como los de las “negaciones absolutas y las
afirmaciones soberanas”. A pesar del nivel bien bajo de la época actual,
algunos pueden hoy aun tener este sentimiento.
En cuanto a
la materia del breve estudio que vamos a emprender se limitará a lo que fue la
realidad estructural e institucional, régimen y práctica concreta nacidas de
las diferentes fuerzas que alimentaron el movimiento fascista con una atención
particular por los principios que se pudo recoger en todo esto, directa o
indirectamente. Habiendo sido Mussolini el centro de coagulación de estas
fuerzas, es a la doctrina y a las posiciones de éste a quien nos referimos, tal
como se definieron a través de la lógica interna del movimiento del cual fue
jefe: pues, como se sabe, a diferencia del comunismo y, en parte, igualmente al
nacionalsocialismo, el fascismo antes de la acción y la “revolución” no tuvo
doctrina exactamente formulada y unívoca (el mismo Mussolini lo afirma: “La
acción es en el fascismo lo que ha precedido a la doctrina”). Tal como hemos
señalado ignoraremos por el contrario las tendencias ideológicas a menudo
discordantes que permanecieron simplemente así y que, tras la conquista del
poder, formaron parte de grupos minoritarios particulares, grupos a los que, en
su conjunto, se les dio una libertad de expresión bastante amplia, debida
probablemente al hecho de que su influencia era prácticamente nula.
Etiquetas: documentos de barbarie, fascistología