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sábado, septiembre 26, 2009

Benjamin Peret, fragmento de "El deshonor de los poetas" (1945) 


Si se indaga en la significación original de la poesía, actualmente disimulada bajo los mil oropeles de la sociedad, se constata que es el verdadero aliento del hombre, la fuente de todo conocimiento y éste mismo conocimiento, bajo su aspecto más inmaculado. En ella se condensa la vida espiritual de la humanidad en su totalidad, desde que ha comenzado a tomar conciencia de su naturaleza; en ella palpitan ahora las más altas creaciones y, tierra por siempre fecunda, guarda perpetuamente en reserva los cristales incoloros y las cosechas del mañana.

Divinidad tutelar de mil rostros, se la llama aquí amor, allí libertad, en otros lados ciencia. Continúa siendo omnipotente, borbotea en el relato mítico de los esquimales, estalla en la carta de amor, ametralla al pelotón de ejecución que fusila al obrero en el momento en que exhala el último suspiro de revolución social y por lo tanto de libertad, chisporrotea en el descubrimiento del investigador científico, desfallece, exhangüe, hasta en las más estúpidas producciones que se reclaman de ella y de su recuerdo; elogio que podría ser fúnebre, figurando en las palabras momificadas de su asesino el sacerdote y que el creyente escucha persiguiéndola, ciego y sordo, en la tumba del dogma, donde la poesía no es sino una falaz ceniza.

Sus innumerables detractores, verdaderos y falsos sacerdotes, más hipócritas que los sacerdotes de todas las religiones, falsos testigos de todos los tiempos, la acusan de ser un modo de evasión, de huída ante la realidad, como si ella no fuese la realidad misma, su esencia y su exaltación. Incapaces de concebir la realidad en su conjunto y en sus complejas relaciones, no quieren considerarla sino en su aspecto más inmediato y en el más sórdido. Perciben Únicamente el adulterio sin experimentar jamás el amor, el avión de bombardeo sin acordarse de Ícaro, la novela de aventuras sin comprender la aspiración poética permanente, elemental y profunda, en una vana ambición por satisfacerla.

Desprecian el sueño en provecho de su realidad como si el sueño no fuera uno de sus aspectos y aún el más conmocionante, exaltan la acción a expensas de la meditación como si la primera sin la segunda no fuese un deporte tan insignificante como todo hecho deportivo. En otros tiempos, oponían el espíritu a la materia, su dios al hombre; actualmente defienden la materia contra el espíritu. De hecho, es la intuición que ellos tienen en provecho de la razón olvidando de dónde viene esta razón.

Los enemigos de la poesía tienen o han tenido en todas las épocas la obsesión de someterla a sus fines inmediatos, de rebajarla ante su dios o bien actualmente, de encadenarla al pregón de la nueva divinidad parda o "roja" - rojiparda de sangre desecada - más sangrienta aún que en la antigüedad. Para ellos, la vida y la cultura se resumen en útil e inútil, sobreentendiéndose que aquí lo útil toma la forma de un azadón manejado a guisa de su beneficio. Para ellos la poesía no es más que un lujo del rico, aristócrata o banquero, y si se quiere hacerla pasar por "Útil" a la masa, debe resignarse a la suerte de las artes "aplicadas", "decorativas", "dirigidas", etc.

Pero a pesar de todo, instintivamente, intuyen que es el punto de apoyo reclamado por Arquímedes y temen que, al sublevarse, el mundo les pueda Caer en la cabeza. De allí, su ambición en degradarla, en privarla de toda eficacia, de todo valor de exaltación, para otorgarle el papel hipócritamente consolador de una hermanita de la caridad.

Pero el poeta no está para mantener con el prójimo una ilusoria esperanza humana 0 celestial, ni para desarmar a los espíritus insuflándoles una conflanza sin límites en un padre o en un jefe contra el cual toda crítica deviene sacrilegio. Por el contrario, le corresponde pronunciar palabras siempre sacrílegas- y blasfemias permanentes. Antes que nada, el poeta debe tomar conciencia de su naturaleza y de su lugar en el mundo. Inventor para quien el descubrimiento no es más que el medio de alcanzar un nuevo descubrimiento, debe combatir sin descanso a los dioses paralizantes encarnizados en mantener al hombre bajo la servidumbre en relación con los poderes sociales y la divinidad, los cuales se complementan mutuamente.

Será entonces revolucionario, pero no de los que se enfrentan al tirano actual, a juicio de ellos nefasto porque se opone a sus intereses, para ensalzar al opresor del mañana del que ya se han constituido en sus servidores. No, el poeta lucha contra toda forma de opresión: la del hombre por el hombre en primer lugar y la opresión de su pensamiento por los dogmas religiosos, filosóficos o sociales. Combate para que el hombre alcance un conocimiento para siempre perfectible de sí mismo y del universo. No se debe colegir con esto que deba desear poner la poesía al servicio de una acción política, inclusive revolucionaria. Pero su cualidad de poeta lo convierte en un revolucionario que debe combatir en todos los terrenos: el de la poesía, con los medios propios de ésta, y en el terreno de la acción social sin confundir jamás los dos campos de acción, so pena de restablecer la confusión que se trata de disipar y, por lo tanto, de dejar de ser poeta, es decir revolucionario.

Guerras como la que sufrimos no serían posibles sino en vista de una conjunción de todas las fuerzas de la regresión y ello significa, entre otras cosas, un freno al progreso cultural propiciado por esas fuerzas de la regresión que amenazan a la cultura. Esto es demasiado evidente para que haga falta insistir.

De esta derrota momentánea de la cultura, se deduce fatalmente un triunfo del espíritu de reacción, y, en primer lugar, del oscurantismo religioso, coronamiento necesario de todas las reacciones. Tendríamos que remontamos muy lejos en la historia para encontrar una época donde Dios, el Todopoderoso, la Providencia, etc. hayan sido tan frecuentemente invocados por los jefes de estado o en su beneficio. Churchill casi no pronuncia discursos sin asegurarse su protección, Roosevelt ha hecho lo mismo, De Gaulle se coloca bajo la invocación de la cruz de Lorena, HitIer invoca cada día a la Providencia y las metrópolis de toda especie, de la mañana a la noche, agradecen al Señor por el servicio stalinista.

Lejos de constituir una manifestación insólita, su actitud consagra un movimiento general de regresión al mismo tiempo que es revelador de su estado de pánico. En el transcurso de la guerra anterior, los curas de Francia declaraban solemnemente que Dios no era alemán mientras que, del otro lado del Rhin, sus congéneres reclamaban para él la nacionalidad germánica y las iglesias de Francia, por ejemplo, no han tenido tantos fieles como desde el comienzo de las presentes hostilidades...

(SEGUIR LEIENEDO)

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