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domingo, marzo 28, 2010

Camilo Berneri, 3 textos sobre el marxismo y el estado 



3 textos escritos en el momento aún revolucionario de la Guerra de España, que representan de lo más lúcido y desprejuicado que desde el anarquismo se ha escrito sobre la teoría marxista del Estado. Tomados del archivo del CICA.

1. El marxismo y la abolición del Estado


En el ambiente de la emigración italiana, desde hace algún tiempo, y con frecuencia, se oye a los anarquistas, durante las reuniones públicas, o en discusiones amistosas, atribuir al marxismo una tendencia de estadolatría, que se encuentra en efecto en algunas de las corrientes de la socialdemocracia que se reclaman del marxismo, pero que no se constata, sin embargo, cuándo se va directamente al origen del socialismo marxista.

Marx y Engels profetizaron claramente la desaparición del Estado, y esto explica la posibillidad que existió en el seno de la Primera Internacional una convivencia política entre socialistas marxistas y socialistas bakuninistas, convivencia que hubiese sido imposible sin aquella coincidencia básica.

Marx escribía en La miseria de la filosofía:

"La clase trabajadora sustituirá en el curso de su desarrollo la antigua sociedad por una asociación que excluirá las clases y su antagonismo. No habrá ya poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente el resumen oficial del antagonismo en la sociedad civil."

Engels, por su parte, afirmaba en el Anti-Dühring que:

"El Estado desaparecerá inevitablemente junto con las clases. La sociedad, que reorganiza la producción sobre la base de la asociación libre de todos los productores en pie de igualdad, relegará la máquina gubernativa al puesto que le corresponde: el museo de antigüedades, junto a la rueda y el hacha de bronce".

Y Engels no difería la extinción del Estado a una fase final de la civilización, sino que la presentaba estrechamente vinculada a la revolución social, y como su inevitable consecuencia. En 1847 escribía en uno de sus artículos:


"Todos los socialistas estamos de acuerdo en pensar que el Estado y la autoridad política desaparecerán como resultado de la futura revolución social, lo que significa que las funciones públicas perderán su carácter político y se transformarán en simples funciones administrativas, de supervisión de los intereses locales".


Los marxistas identifican el Estado con el gobierno, y frente a ellos anteponen un "sistema en que el gobierno de los hombres será reemplazado por la administración de las cosas", sistema que para Proudhon constituye la anarquía.


Lenin, en El Estado y la Revolución (1917), vuelve a confirmar el concepto de la desaparición del Estado, cuando afirma: “En cuanto a la supresión del Estado como meta, nosotros (los marxistas) no nos diferenciamos, en este punto, de los anarquistas”.


Es difícil discriminar el carácter tendencioso, de la tendencia de esta afirmación, dado que Marx y Engels estaban en lucha con la fuerte corriente bakuninista, y que Lenin en 1917 consideraba necesaria políticamente una alianza entre bolcheviques, y socialista de izquierda revolucionaria, influenciados por el maximalismo y los anarquistas. Parece cierto, sin embargo, que no excluyendo la tendenciosidad de la forma y del momento en que se formula dicha afirmación, ésta respondía a una tendencia real. La afirmación referente a la extinción del Estado está unida, demasiado íntimamente a la concepción marxista de la naturaleza y el origen del Estado, e incluso deriva necesariamente de ella como para atribuirle un carácter absolutamente oportunista.


¿Qué es el Estado para Marx y para Engels? Un poder político al servicio de la conservación de los privilegios sociales de la explotación económica.


En el prefacio de la tercera edición de la obra de Marx La guerra civil en Francia, Engels escribía:


“Según la filosofía hegeliana, el Estado es la realización de la Idea, estos, en lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el dominio en donde se realiza o debe realizarse la verdad eterna, y la eterna justicia. De ahí el respeto supersticioso frente al Estado y de todo lo que se refiere a él, respeto que se instala tanto más fácilmente en los espíritus que están habituados a pensar que los asuntos e intereses generales de toda la sociedad no pueden ser regulados en forma distinta a como se ha hecho hasta el presente, es decir por obra del Estado y bajo sus órdenes, debidamente instrumentadas. Y se cree haber ya hecho un progreso verdaderamente audaz cuando se ha liberado de la creencia en la monarquía hereditaria para jurar bajo la república democrática. Pero, en realidad, el Estado no es otra cosa que una máquina de opresión de una clase sobre otra, ya sea en una república democrática, como en una monarquía, y lo menos que puede decirse es que es un flagelo, que el proletariado heredará en su lucha para llegar a su dominio de clase, pero el cual deberá, como ha hecho la Comuna, y en la medida de lo posible, atenuar sus efectos más nocivos, hasta el día en que una generación crecida en una sociedad de hombres libres e iguales podrá desembarazarse del fardo del gobierno”.


Marx (Miseria de la filosofía) dice que, realizada la abolición de las clases, “no habrá ya poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo en la sociedad burguesa”

Que el Estado se reduzca al poder represivo sobre el proletariado, y al poder conservador frente a la burguesía, es una tesis parcial, ya sea que se examine al Estado estructuralmente o en su funcionamiento. Al gobierno de los hombres se asocia, en el Estado, la administración de las cosas, y esta segunda actividad es la que le asegura su permanencia. Los gobiernos cambian, pero el Estado permanece. Y el Estado no tiene siempre funciones de poder burgués, como cuando impone leyes, promueve reformas, crea instituciones contrarias a los intereses de la clases privilegiadas y su clientela, pero favorables a los intereses del proletariado. El Estado además no es sólo el gendarme, el juez, el ministro. Es también la burocracia, potent, tanto más que el gobierno. El Estado fascista es en la actualidad algo más complejo que un órgano de policía y que un gerente de los intereses burgueses, porque ligado por un cordón umbilical al conjunto de los cuadros políticos y corporativos tiene intereses propios, no siempre ni nunca enteramente coincidentes con la clase que ha llevado el fascismo al poder, y a quién el fascismo sirve para conservar el poder.


Marx y Engels estaban enfrentados a la fase burguesa del Estado, y Lenin tenía frente a sí al Estado ruso, en que el juego democrático era inexistente. Todas las definiciones marxistas del Estado dan una impresión de parcialidad y el cuadro del Estado contemporáneo no pudo entrar en el marco de las definiciones tradicionales.


Incluso es parcial la teoría sobre el origen del Estado, formulada por Marx y Engels. Expuesta con palabras de Engels: “Al llegar a cierta etapa del desarrollo económico, que está ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo necesaria el Estado. Ahora nos aproximamos a grandes pasos a una fase de desarrollo de la producción, en que, la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte positivamente en un obstáculo para la producción”. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como un día surgieron, con las clases desaparecerá asimismo el Estado.


Engels retoma la filosofía del derecho natural de Hobbes, cuya terminología adopta, sustituyendo solamente la necesidad de domesticar al homo homini lupus, por la necesidad de regular el conflicto entre las clases.


El Estado habría surgido, según Marx y Engels, cuando ya se habían formado las clases y su función es ser un órgano de clase. Arturo Labriola (Más allá del capitalismo y del socialismo, París, 1931) expresa sobre este punto: “Estos problemas de los “orígenes” son siempre muy complejos. El buen sentido aconsejaría echar sobre ellos alguna luz y reordenar los materiales que les conciernen sin ilusionarse de poder jamás llegar al final”.


La idea de poseer una teoría de los “orígenes” del Estado es meramente fabulosa. Todo lo que puede pretenderse es indicar algunos elementos que en el orden histórico probablemente haya contribuido a generar el hecho. Que surja de las clases o tenga con ellas una relación es evidente, pero se debe recordar las funciones predominantes que el Estado ha tenido en el nacimiento del capitalismo.


Según Labriola, el estudio científico de la génesis del capitalismo “confiere un carácter de realismo, verdaderamente insospechado a la tesis anarquista sobre la abolición del Estado”. Además: “Parece en efecto mucho más probable la extinción del capitalismo como efecto de la desaparición del Estado, que la extinción del Estado como consecuencia de la desaparición del capitalismo.”


Esto resulta evidente de los estudios de los mismos marxistas, cuando se trata de estudios serios como de Paul Louis Le travail dans le monde romain (París, 1912). De este libro surge claramente que la clase capitalista romana se formó como un parásito del Estado y protegida por aquél. Desde los generales saqueadores a los gobernadores, desde los agentes de impuestos a las familias de tesoreros (argentari), desde los empleados de aduana a los abastecedores del ejército, la burguesía romana se creó mediante la guerra, el intervencionismo estatal en la economía, las fiscalización estatal, etc...mucho más que de otro modo.


Y si examinamos la interdependencia entre el Estado y el capitalismo vemos que el segundo se ha beneficiado ampliamente del primero por intereses estatales, y no netamente capitalistas. Tan cierto es esto, que el desarrollo del Estado precede al desarrollo del capitalismo. El Imperio Romano era ya un vastísimo y complejo organismo cuando el capitalismo romano era apenas una práctica familiar.

Paul Louis no vacila en proclamar: "El capitalismo antiguo nació de la guerra”. Los primeros capitalistas fueron, en efecto, los generales y los publicanos. En toda la historia de la formación de la fortuna privada está presente el Estado. Y de esta convicción de que el Estado ha sido y es el padre del capitalismo y no solamente su aliado natural, derivamos la convicción de que la destrucción del Estado es la condición sine qua non de la desaparición de las clases y de la irreversibilidad de esa desaparición.

En su ensayo El Estado moderno Kropotkin observa:


“Reclamar a una institución que representa un desarrollo histórico que destruya los privilegios que debe desarrollar, es como reconocerse incapaces de comprender lo que significa en la vida de la sociedad un desarrollo histórico. Es como olvidar aquella regla general de la naturaleza orgánica: las nuevas funciones exigen nuevos órganos surgidos de las mismas funciones”.


Arturo Labriola, en el libro antes citado, observa a su vez:


“Si el Estado es un poder conservador respecto a la clase que lo domina, no será la desaparición de esta clase lo que hará desaparecer el Estado, y en este punto la crítica anarquista es mucho más exacta que la crítica marxista. Mientras el Estado conserve las clases, dicha clase no desaparecerá. Cuando más fuerte es el Estado más fuerte es la clase protegida por el Estado, es decir, más poderosa se hace su energía vital y más segura su existencia. Una clase fuerte es una clase más fuertemente diferenciada de las otras clases. En los límites en los cuales la existencia del Estado depende de la existencia de las clases, el hecho mismo del Estado -si la teoría de Engels es verdadera- determina la indefinida existencia de las clases y por lo tanto de sí mismo como Estado.”


Una grande, decisiva, confirmación de la exactitud de nuestras tesis sobre el Estado generador del capitalismo está dada por la URSS en la cual el socialismo de Estado favorece el surgimiento de nuevas clases.



2. La abolición y extinción del Estado


Mientras nosotros, los anarquistas, queremos la extinción del Estado mediante la revolución social y la constitución de un orden nuevo autonomista-federal, los leninistas quieren la destrucción del Estado burgués, pero asimismo la conquista del Estado por el “proletariado”. El “Estado del proletario” -dicen- es un semi-Estado porque el Estado integral es el burgués, destruido por la revolución social. Incluso este semi-Estado, según los marxistas, debe a su vez morir de muerte natural.


Esta teoría de la extinción del Estado, básica en el libro de Lenin “El Estado y la revolución” fue tomada de Engels, que en La subversión de la ciencia por el señor Eugen Duhring, dice:


“El proletariado toma el poder del Estado y transforma inmediatamente los medios de producción en propiedad del Estado. Por este acto se destruye a sí mismo en tanto que proletariado. Elimina las diferencias de clases y todas las contradicciones de clases, y al mismo tiempo incluso al Estado en cuanto Estado.


La antigua sociedad, que existía y existe, a través de los antagonismos de clase, tenía necesidad del Estado, es decir de una organización de la clase explotadora de cada período histórico para mantener las condiciones externas de producción. En particular, el Estado tenía como tarea mantener por la fuerza a la clase explotada en condiciones de opresión necesarias para el modo de producción existente (esclavitud, servidumbre, trabajo asalariado).


El Estado era el representante oficial de toda la sociedad y su expresión sintetizada en una realidad visible, pero sólo porque era el Estado de la clase que, en cada época, representaba la totalidad real de la sociedad: Estado antiguo de los ciudadanos propietarios de esclavos; Estado medieval de la nobleza feudal; Estado moderno de la burguesía de nuestra época, al menos desde el siglo pasado.


Sin embargo si llegara a representar la realidad de toda la sociedad, se volvería él mismo superfluo. Desde que no era más necesario mantener ninguna clase social oprimida, desde el momento que son eliminadas conjuntamente con la soberanía de clase la lucha por la existencia individual, determinada por el antiguo desorden de la producción, y los conflictos y excesos que eran su resultado, la represión se hace innecesaria, y el Estado deja de ser necesario.


El primer acto por el cual el Estado se manifiesta realmente como representante de la sociedad entera, es decir la apropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al tiempo el último acto propio del Estado. La intervención del Estado en la vida de la sociedad se vuelve superflua en todos los campos, uno después de otro, y cae por sí solo en desuso. El gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las cosas y la dirección del proceso de producción. El Estado no es “abolido”, sino que muere. Bajo esta perspectiva es necesario situar la palabra de orden “Estado libre del pueblo”, en un sentido de agitación que, en un tiempo, tuvo derecho a la existencia y en último análisis, es científicamente insuficiente. Es necesario, igualmente, situarse bajo esta perspectiva para examinar las reivindicaciones de los llamados anarquistas, que quieren abolir el Estado de un día para otro.”


Entre el Estado de hoy y la Anarquía de mañana, estaría el semi-Estado. El Estado que muere y “el Estado en cuanto Estado”, es decir, el Estado burgués. Y es en este sentido que se ha tomado la frase, que a primera vista parece contradecir la tesis del Estado socialista. “El primer acto en que el Estado se manifiesta realmente como representante de toda la sociedad, es decir la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es al mismo tiempo el último del Estado”.


Tomada literalmente, y arrancada de su contexto esta frase podría significar la simultaneidad temporal de la socialización económica y de la extinción del Estado.


De esta manera incluso, tomada literalmente, la frase referente al proletariado destructor de sí mismo como proletariado en el acto de apoderarse del poder del Estado, vendría a significar la no necesidad del “Estado proletario”. En realidad Engels, bajo la influencia del “estilo dialéctico”, se expresa muy poco felizmente. Entre el hoy burgués-estatal y el mañana socialista-anárquico, Engels reconoce una cadena de etapas sucesivas, en las que Estado y proletariado coexisten. Para arrojar una luz en esa oscuridad... dialéctica, y la alusión final a los anarquistas “que quieren abolir el Estado de un día para otro”, o sea que no admiten el período de transición con respecto al Estado, cuya intervención –según Engels- se vuelve superflua “en todos los campos, uno después de otro”, o sea gradualmente.


Creo que la posición leninista frente al Estado coincide estrechamente con la asumida por Marx y Engels, cuando se interpreta el espíritu de los escritos de estos últimos, sin dejarse engañar por la ambigüedad de alguna formulación.


Para el pensamiento político marxista-leninista, el Estado es el instrumento político transitorio de la socialización, transitorio por la esencia misma del Estado, que es la de un organismo de dominio de una clase sobre otra. El Estado socialista, al abolir las clases, se suicida. Marx y Engels eran metafísicos, a los cuales ocurría con frecuencia esquematizar los procesos históricos por fidelidad al sistema que habían inventado.


“El proletariado”, que se apodera del Estado, al que encomienda toda la propiedad de los medios de producción, destruyéndose a sí mismo como proletariado y al “Estado en cuanto Estado”, es una fantasía metafísica, una hipótesis política de las abstracciones sociales.


No es el proletariado ruso quien se apoderó del poder del Estado, sino el partido bolchevique, que no destruyó enteramente el proletariado, y que creó, en cambio, un capitalismo de Estado, una nueva clase burguesa, un conjunto de intereses vinculados al Estado bolchevique, que tienden a conservarse en la medida que se conserva aquel Estado.


La extinción del Estado está más lejana que nunca en la URSS, donde el intervencionismo estatal es cada vez más vasto y opresivo, y donde las clases no han desaparecido.


El programa leninista de 1917 comprendía estos puntos: supresión de la policía y del ejército permanente; abolición de la burocracia profesional; elecciones para todas las funciones y cargos públicos; revocabilidad de todos los funcionarios; igualdad de las remuneraciones burocráticas con los salarios obreros; máxima democracia; pluralidad pacífica de los partidos en el interior de los Soviets; derogación de la pena de muerte. Ninguno de estos puntos programáticos se ha cumplido.


En la URSS hay un gobierno que es una oligarquía dictatorial. El Bureau Político del Comité Central (19 miembros) domina al partido comunista ruso, que a su vez domina a la URSS. Todo color político que no pertenezca a los súbditos, es tachado de contrarrevolucionario. La revolución bolchevique generó un gobierno satúrnico, que deporta a Riazanov, fundador del Instituto Marx-Engels, mientras está dirigiendo la edición integral y original de El Capital; que condena a muerte a Zinoviev, presidente de la Internacional Comunista, así como a Kamenev y a muchos otros entre los más altos exponentes del leninismo, que excluye del partido, para enseguida expulsarlo de la URSS a un “jefe” como Trotsky, que en suma castiga sin consideración y se ensaña contra el ochenta por ciento de los principales militantes leninistas.


Lenin escribía en 1920 un elogio de la autocrítica en el seno del Partido Comunista, pero hablaba de los “errores”, reconocidos por el “partido”, y no del derecho del ciudadano a denunciar los errores, o lo que le ha parecido como tales, del partido del gobierno.


Aun siendo Lenin dictador, cualquiera que denunciase oportunamente aquellos mismos errores que el propio Lenin reconocía retrospectivamente, arriesgaba, o soportaba, el ostracismo, la prisión o la muerte. El sovietismo bolchevique era una atroz burla, también de parte de Lenin, que glorificaba el poder demiúrgico del comité central del Partido Comunista ruso en toda la URSS diciendo: “En nuestra república no se decide ningún asunto importante, ya sea de orden público, o relativo a la organización de una institución estatal, sin las instrucciones directivas que emanan del Comité Central del Partido.”


Quien dice “Estado proletario”, dice “capitalismo de Estado”. Quien dice “dictadura del proletariado”, dice “dictadura del partido comunista”.


Leninistas, troskistas, bordiguistas, centristas, sólo están divididos por diferentes concepciones tácticas. Todos los bolcheviques, cualquiera que sea la fracción a que pertenezcan, son partidarios de la dictadura política y el socialismo de Estado. Todos están unidos por la fórmula “dictadura del proletariado”, forma equívoca, correspondiente al “pueblo soberano” del jacobinismo. Cualquiera sea el jacobinismo está condenado siempre a desviar la revolución social. Y cuando ésta se desvía se perfila la sombra de un Bonaparte.


Se necesita ser ciego para no ver que el bonapartismo stalinista, no es más que la sombra del dictatorialismo leninista.


24 de octubre de 1936.

Publicado en el tercer número de Guerra di classe.


3. La dictadura del proletariado y el socialismo de Estado


La dictadura del proletariado es un concepto marxista. De acuerdo con Lenin, “marxista es sólo aquel que extiende el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”.

Lenin tenía razón porque la dictadura del proletariado no es, para Marx, más que la conquista del Estado por parte del proletariado que, organizado en clase políticamente dominante, alcanza mediante el socialismo de Estado la supresión de todas las clases.

En la Crítica del programa de Gotha, escrita por Marx en el año 1875 se lee:


“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista existe un período de transformación revolucionaria de la una en la otra. A este período corresponde también un período de transición política en el cual el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado”.


El Manifiesto Comunista (1847) dice:


“El primer paso de la revolución obrera es el ascenso el proletariado a clase dominante...


El proletariado utilizará su dominio político para arrancar poco a poco a la burguesía todo el capital y concentrar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado en clase dominante.”


Lenin, en El Estado y la Revolución confirma la tesis marxista:


“El proletariado tiene necesidad del Estado sólo por un cierto tiempo. En cuanto a la supresión del Estado como meta, no nos diferenciamos en ese punto completamente de los anarquistas. Afirmamos que para alcanzar esta meta, es indispensable utilizar temporalmente contra los explotadores, los instrumentos, los medios y los procedimientos del poder político, así como es indispensable, para suprimir las clases instaurar la dictadura temporánea de la clase oprimida...


El Estado se extingue en la medida que dejamos de ser capitalistas, no tenemos más clases, y no existe más, por consecuencia, la necesidad de “aniquilar” ninguna clase.”


“Pero el Estado no está todavía enteramente muerto, porque lo salvaguarda aún el “derecho burgués”, que consagra, de hecho, la desigualdad. Para que el Estado perezca completamente, es necesario el advenimiento del comunismo total”.


El Estado proletario es concebido como una forma política transitoria destinada a destruir las clases. El gradualismo en la expropiación y la idea de un capitalismo de Estado son las bases de esta concepción. El programa económico de Lenin, en la víspera de la revolución de Octubre, se cierra con esta frase: “El socialismo no es otra cosa que un monopolio socialista estatal”.


Según Lenin, “la diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente: 1) los marxistas, incluso proponiéndose la destrucción completa del Estado, no la creen realizable sino después de la destrucción de las clases por obra de la revolución socialista, como un resultado del advenimiento del socialismo, que terminará con la extinción del Estado; los anarquistas quieren la completa supresión del Estado de un día para otro, sin comprender cuáles son las condiciones que la posibilitan. 2) Los marxistas proclaman la necesidad para el proletariado de la apropiación del poder político, de destruir enteramente la vieja máquina estatal y sustituirla por una nueva, consistente en la organización de los trabajadores armados, al estilo de la Comuna: los anarquistas, reclamando la destrucción de la máquina estatal, no saben exactamente “con qué cosa” será sustituida, por el proletariado, ni “qué uso” hará éste del poder revolucionario; llegan hasta repudiar cualquier uso del poder político por parte del proletariado revolucionario y rechazan la dictadura revolucionaria del mismo. 3) Los marxistas buscan preparar al proletariado para la revolución empleando en su beneficio el Estado moderno, y los anarquistas rechazan este método”.


Lenin deforma la cosa. Los marxistas “no se proponen la destrucción completa del Estado”, más bien preveen la extinción natural del Estado como consecuencia de la destrucción de las clases realizada por la “dictadura del proletariado” o bien por el socialismo de Estado, mientras los anarquistas quieren la destrucción de las clases, mediante una revolución social que suprima al Estado junto con las clases. Los marxistas, además, no propugnan la conquista armada de la Comuna por parte de todo el proletariado, sino la conquista del Estado por parte del partido que presume representar al proletariado. Los anarquistas admiten el uso de un poder político por el proletariado, pero tal poder político es entendido como el conjunto de los sistemas de gestión comunista, de los organismos corporativos, de las instituciones comunales, regionales y nacionales libremente constituidas fuera y contra el monopolio político de un partido, y tendiendo a la mínima centralización administrativa. Lenin, a los efectos polémicos, simplifica arbitrariamente los términos de las diferencias corrientes entre los marxistas y nosotros.


La fórmula leninista “los marxistas queremos preparar al proletariado para la revolución utilizando en su provecho el Estado moderno”, se encuentra en la base del jacobinismo leninista, lo mismo que en el parlamentarista y en el ministerialismo social-reformista. En los congresos socialistas internacionales de Londres (1896) y de París (1900), se estableció que podían adherir a la Internacional Socialista sólo los partidos y las organizaciones obreras que reconocieran el principio de la “conquista socialista del poder público por parte del proletariado organizado en partido de clase”. La escisión se produjo sobre este punto, pero efectivamente, la exclusión de los anarquistas del seno de la Internacional, significó el triunfo del posibilismo, del oportunismo, del “cretinismo parlamentario” y del ministerialismo.


Los sindicatos parlamentarios, así como algunas fracciones comunistas reclamándose marxistas, rechazan la conquista socialista pre-revolucionaria o no revolucionaria del poder público.


Cualquier día una mirada retrospectiva a la historia del socialismo, después de la separación de los anarquistas, no podrá dejar de constatar la gradual degeneración sufrida por el marxismo como filosofía política a través de las interpretaciones y la práctica socialdemócrata.

El leninismo constituye, indudablemente, un retorno al espíritu revolucionario del marxismo, pero también significa un retorno al sofisma y a la sustracción de la metafísica marxista.



5 de noviembre de 1936.

Publicado en el quinto número de Guerra di classe.

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