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jueves, enero 27, 2011

La resurrección antropofágica (x Eduardo Subirats) 



El Movimiento Antropofágico transforma esta doble dialéctica colonial y poscolonial de sumisiones teológico-financieras y discursos subalternos. Es la subversión hermenéutica de la más perniciosa de las obsesiones misioneras: el prejuicio escolástico y posescolástico de que sólo un sistema racional y universal de dominación exterior y transitiva puede sostener el orden del mundo: militarmente y conceptualmente. Primero, los antropófagos hacen escarnio del dogma fundacional de la teología de de la colonización: destruir primero el paraíso e imponer acto seguido la deuda universal, la gran culpa sacramental y financiera. La Antropofagia burla esta teología de la deuda y el sacrificio: la devora, la elimina. En su lugar; celebra la comunión orgiástica de lo existente, la armonía erótica del ser, la creación infinita.

Pero es preciso recordar también lo que la Antropofagia brasileira no ha sido: una vanguardia de los trópicos. La palabra vanguardia es una fea metáfora militar. Designaba las tácticas de guerra sucia usadas por los ejércitos europeos de la era napoleónica. Lenin trasladó más tarde su significado letal a las guerras de clase contra los legados del pasado, y transformó sus viejas lanzas en las estrategias revolucionarias del nuevo Estado totalitario. Los futuristas italianos izaron finalmente la bandera beligerante de la vanguardia en nombre de un arte redefinido como máquina industrial de las guerras culturales del siglo XX.

Y dicho sea de paso: la Antropofagia no se confunde tampoco con la canibalización hibridista de los lenguajes humanos, de su memoria y sus esperanzas, de acuerdo con las normas del consumo de excrementos comodificados, de la destrucción industrial delirante y la producción administrada de simulacros escatológicos inventada por Dalí en 1929 con la bochornosa elocuencia de un triunfante payaso posmodernista, y luego manufacturada para los supermercados artísticos y académicos. La Antropofagia no significa mestizaje en el sentido que los misioneros poscoloniales y posintelectuales han dado a esta palabra: aleatoria combinación de jerarquías metafísicas, valores represivos y poderes fácticos.

La Antropofagia señala en una dirección opuesta. Los primeros antropófagos adoraban a los dioses de los misioneros para devorarlos y gozarlos, para digerirlos e incorporarlos. Los modernos antropófagos devoran los mitos de la modernidad y la posmodernidad para transfigurarlos en un proyecto humanizado de conocimiento y poder tecnológico.

Sólo ellos invirtieron la dialéctica de ruptura con el pasado y grado cero de abstracción. En su lugar, despertaron las voces remotas clausuradas por el logos colonizador. Por eso Oswald de Andrade escribía: “nunca admitimos o nascimento da lógica entre nós”; por eso repetía: “nunca fomos catequizados”.

Entre la exaltación erótica de lo existente y nuestros pasajes desolados de miseria y violencia electrónicamente administrada esta expresión culminante de la poesía americana del siglo XX afirma la mezcla de la vida y la muerte, la esencia híbrida de lo que es y no es al mismo tiempo: reino prelógico de lo que existe simplemente, esencialmente, impersonalmente, y de sus memorias colectivas. Por eso el Manifesto Antropófago avisa: “o que atropelava a verdade era a roupa”. Desnudar la palabra, emanciparla de su servidumbre logocéntrica y cristiana. La palabra devuelta al último paraíso. Poesía final.

(Eduardo Subirats, Una última visión del paraíso, FCE, 2004).

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