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martes, agosto 16, 2011

La histeria se repite? 

Carlos Larraín: "Podemos terminar como en mayo del '68 en Francia, pero no tenemos a De Gaulle".

Faltó agregar: tampoco tenemos a Debord ni la I.S. Pero no podemos desconocer que este momio acierta en su histeriqueo cuando identifica ciertas similitudes entre la situación chilena y la huelga de masas salvaje de Francia en 1968.

Por otra parte, la única continuidad institucional clara en esta comparación histórica es la existencia de la izquierda del capital ejemplificada sobre todo en el P"C".

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Althusser sobre el nefasto rol del P"C" en el 68:

"...de mayo a junio de 1968, un buen número de obreros en muchas fábricas creían en la revolución efectiva, la esperaban, y sólo aguardaban para hacerla una consigna del Partido. Ya sabemos lo que pasó. El Partido, como siempre con muchos trenes de retraso y horrorizado por los movimientos de masas, arguyendo que estaban en manos de los izquierdosos (pero, ¿por culpa de quien?), hizo todo lo posible para impedir el encuentro, en los violentos combates de las tropas estudiantiles y el ardor de las masas obreras que llevaban a cabo entonces la más larga huelga de masas de la historia mundial, llegando incluso a organizar comitivas separadas. El Partido organizó en realidad la descomposición del movimiento de masas al forzar a la CGT (a la que, a decir verdad, no necesitaba violentar, dados sus lazos orgánicos) a sentarse a la mesa de la paz de negociaciones económicas y, como los obreros de la Renault no las aprobaron, reanudándola algún tiempo después, y rehusando también todo contacto con Méndes en Charléty, cuando el poder gaullista estaba prácticamente vacante, los ministros habían abandonado sus ministerios, y la burguesía huía de las grandes ciudades hacia el extranjero llevándose sus bienes. Un simple ejemplo: en Italia, los franceses no podían cambiar sus francos en liras, ya no se aceptaba el franco, ya no valía nada. Cuando el adversario sostiene que la partida está definitivamente perdida para él, Lenin lo ha repetido diez veces, cuando en lo alto ya nada marcha y debajo son las masas las que suben al asalto, no sólo la revolución está “a la orden del día”, sino que la situación es de hecho revolucionaria.
Por miedo a las masas, por miedo a perder el control (esta obsesión de primacía de la organización sobre los movimientos populares, que siempre está en el fondo), y sin duda también para alinearse (¡para esto no hay necesidad de consignas explícitas!) sobre los temores de la URSS que, en su estrategia mundial, prefería la seguridad conservadora de De Gaulle al imprevisto de un movimiento de masas revolucionario que podía (y no era utópico) servir de pretexto para una intervención política, incluso militar, de los USA, amenaza a la cual la URSS no se encontraba en condiciones de hacer frente, el Partido hizo cuanto pudo, y la experiencia demostró que su fuerza de organización y de encuadramiento político e ideológico no eran entonces una vana palabra, para romper el movimiento popular y canalizarlo hacia simples negociaciones económicas. “El momento actual es la ocasión” (Lenin), que “hay que agarrar por los pelos” (Maquiavelo, Lenin, Trotsky, Mao) y que sólo puede durar unas horas, que cuando pasaron, y con ellas la posibilidad de cambiar el curso de la historia en revolución, De Gaulle, que también él, y de qué forma, sabía que quería decir la política después de la puesta en escena de su desaparición, reapareció, dijo unas palabras graves y solemnes por la televisión, decretó la disolución del Congreso y convocó nuevas elecciones. Toda la burguesía y la pequeña burguesía y el campesinado conservadores o reaccionarios que había en Francia se recuperaron, ¡y Dios sabe por cuánto tiempo! Después del fantástico desfile de los Campos Elíseos. La suerte estaba echada y la muy larga y violenta lucha estudiantil y la huelga obrera que se siguió durante meses no hicieron más que sufrir poco a poco su propia derrota en una larga y dolorosa retirada. La burguesía se tomaba su cruel venganza. Quedaban los acuerdos de Grenelle (un salto sin precedentes en el orden “económico”) pero pagados a base de una derrota revolucionaria sin precedente desde los días de la Comuna. Decididamente, y ante todo a causa del instinto conservador del aparato del Partido ante la espontaneidad de las masas, el movimiento popular se saldaba con una derrota en campo abierto, esta vez (por primera vez n la historia de los movimientos populares en Francia) sin casi ningún derramamiento de sangre, un gran número de estudiantes golpeados pero no muertos (un estudiante ahogado en Flins, dos obreros muertos a tiros en Belfort y algunos más en otras partes); así pues por el solo efecto “pacífico” de la hegemonía capitalista e imperialista burguesa, su prodigioso aparato de Estado, su AIE mediático y la “figura” del padre de la Patria capaz de dominar cualquier eventualidad: la cara y la voz solemnes de De Gaulle hicieron su efecto de teatro político que tranquilizó a la burguesía. Pero cuando una revuelta se acaba con una derrota sin masacres obreras, se puede decir que no es obligatoriamente un buen indicio para la clase trabajadora, que no tiene que llorar ni celebrar a sus mártires. Los izquierdistas, que sabían lo que se hacían, supieron o creyeron poder “explotar” sus pocos muertos, como el desgraciado Overney. Recuerdo la frase que no cesé de esparcir a mi alrededor, el día mismo de las conmovedoras y prodigiosas exequias de aquel desgraciado militante de la Causa del Pueblo (dos millones de personas en su entierro bajo las banderas y el silencio, ausentes el Partido y la CGT): “Hoy no enterramos a Overney, sino a la izquierda”…

(El porvenir es largo)

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