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viernes, septiembre 30, 2011

Algunas reflexiones sobre el acontecer represivo del último tiempo (x un encapuchado cualquiera) 


(Tomado de Hommodolars)

Violencia económica y violencia penal: las dos armas del Estado/Capital

En alguna parte de su tratado más citado y menos leído, Carlitos Marx decía que el sistema capitalista se forma primero en base a una acumulación de violencias privadas que operan al margen de las leyes, para después pasar a usar la propia Ley como herramienta de aplicación de violencia. Esta violencia es tanto económica (“la burguesía naciente necesita y emplea el poder del Estado para regular el salario…prolongar la jornada laboral y mantener al obrero en le grado normal de dependencia”) como extraeconómica o “penal” (las Casas de Trabajo, luego convertidas en cárceles, y todo el sistema policial/judicial que se consagra casi exclusivamente a reprimir sub-proles, lumpen-proles, y disidentes). Una vez consolidada la producción capitalista, la violencia inicial más desbocada se normaliza: es el punto en que el sistema funciona y se reproduce a sí mismo en base al sufrimiento originario acumulado de varias generaciones de proles, que genera como efecto de largo plazo una situación en que el trabajador finalmente termina por reconocer “las exigencias de dicho modo de producción como leyes naturales comprensibles por sí mismas”.

La “compulsión económica” es “muda”, y en general basta para completar la situación permanente de dominación de los trabajadores. Es el tipo de temor que el grueso de los proletarios sentimos de manera habitual (miedo a perder la pega, miedo a quedarse sin un lugar donde vivir, miedo a que la plata no alcance para llegar al fin de mes, miedo a volverse loco en este circuito absurdo de acumulación de capital, etc.). Pero Marx dice que la violencia directa, extraeconómica, se sigue empleando, “aunque de manera más excepcional”. Entendemos que con esto se refiere a que en fases de “normalidad” capitalista el grueso de la dominación se consigue mediante el chantaje silencioso de la economía, pero que la violencia más brutal, directa y propia de la fase que él mismo bautizó como de “acumulación originaria” se sigue ejerciendo en los márgenes del sistema (contra la población sobrante que el sistema no puede utilizar directamente, y que al mismo tiempo es usada como efecto demostrativo de lo que podría pasarnos si es que no aceptamos la dominación/explotación propias del sistema del capital/estado). En este sentido, mirando las cosas desde un punto de vista estático, ambas formas de violencia coexisten, siendo la económica más masiva y la penal mucho más reducida. Pero desde un punto de vista dinámico podemos decir que ambas violencias se articulan de acuerdo a las necesidades de cada momento histórico. Por lo mismo, en períodos de agitación social, cuando el edificio capitalista/estatal se tambalea, la proporción de violencia penal directa se incrementa y la mantención del orden requiere de una rearticulación en que esta última debe pasar a ser más espectacular para servir de disuasivo.

En esa labor, el aparato represivo estatal no está sólo, pues el rol principal en la legitimación, justificación y direccionamiento de la represión lo cumplen los medios de comunicación de masas, con la inestimable ayuda de la socialdemocracia y la izquierda del capital. Esta es la situación en la que estamos ahora en varias partes del mundo, una vez que ya se ha desatado un malestar que podemos leer como síntoma que anuncia un tercer gran asalto proletario contra la sociedad de clases.

El escenario actual: a mayor nivel de lucha social, mayor violencia represiva

En Chile, la represión nunca fue suave. Bastaría un breve repaso a la historia de la violencia política para demostrarlo. En este sentido, un reciente texto de Igor Goicovich sobre la rebelión en curso se encarga de recordar que históricamente las revueltas sociales que estallan esporádicamente suelen ser ahogadas en sangre por las fuerzas represivas. Lo interesante –y para esto sirve la socialdemocracia- es que la violencia del Estado no es la que más da que hablar, puesto que tanto el Estado como la prensa burguesa y estos órganos vivientes suyos que se instalan a la izquierda del espectro de la dominación política (PC, PS, etc.) se encargan de garantizar que a la violencia represiva no se le designe como tal, sino que como “orden público”, mientras sólo la acción de los dominados que se alzan contra el sistema es tachada de “violencia” propiamente tal, constitutiva de “delincuencia”, generalmente obra de “provocadores”, “infiltrados ajenos al movimiento”, “lumpen” etc. Incluso en sus expresiones y momentos más “críticos”, cuando ciertos sectores de la socialdemocracia denuncian la violencia estatal, cumplen con su obligación de legitimarla en tanto tal, puesto que en la labor de organizaciones como Amnistía Internacional y todas las demás ONGs de derechos humanos lo que se denuncia no es su existencia, sino que sus excesos represivos siempre atribuibles a tal o cual personaje del perraje y/o del alto mando de cada institución, o a veces de algún que otro ministerio, y por ende siempre reducibles en su responsabilidad a personas determinadas.

Lo que ellos nunca hacen, y que sí es propio de la labor comunicativa de los antagonistas, es identificar esa violencia represiva directa como un engranaje fundamental pero no aislado del funcionamiento total de la maquinaria estatal-capitalista, como una expresión de choque del sistema completo del trabajo asalariado inventado hace unos cuatro siglos y que ya está cercano a su límite histórico objetivo. Dicha comprensión de la violencia es propia de la subversión comunista-anárquica, y en períodos de agitación, cuando llega a masificarse, es lo que gatilla los procesos insurreccionales que ponen en riesgo la continuidad de la dominación estatal y la explotación capitalista, unidas siempre como uña y mugre. Por todo esto es que constituye una tarea fundamental del momento presente toda la propaganda que ayude a señalar esas conexiones, mostrando al capitalismo en sí mismo (y no sólo a sus expresiones más coyunturales: el neoliberalismo , los regímenes autoritarios, etc.) como la mayor violencia histórica, y destacando así el sentido histórico profundo de la rebelión necesariamente violenta de los explotados-oprimidos en contra de la reproducción eterna de la absurda finalidad a que el capitalismo ha obligado por la fuerza a toda la humanidad: acumular valor para seguir acumulando valor…

Por supuesto, no es de esto de lo que van a hablar la CONFECH ni los partidos y sectas izquierdistas de distintas cepas. Pero sigamos: en las últimas movilizaciones que se han producido en todo el país (y que no están desligadas de un contexto mundial bastante agitado para cuyo análisis remitimos a la última revista COMUNISMO, N°62, “Catástrofe capitalista y revueltas proletarias por doquier”), pese a que la fuerza armada del capital que es Carabineros de Chile ha matado a un adolescente y ha causado decenas de lesionados, y en que luego la entente formada por la prensa, el Ministerio del Interior y el Ministerio Público ha logrado que el aparato judicial deje en prisión preventiva a varios compañeros, la hegemonía socialdemócrata que está a la cabeza del movimiento estudiantil ha logrado que casi lo único que se discuta en cuanto al elemento represivo tenga que ver con la represión de manifestantes pacíficos en marchas autorizadas, además de la discusión sobre los desalojos de establecimientos tomados.

Balance provisional de las luchas y el nuevo estilo represivo

Hay una serie de fenómenos interesantes que casi no se mencionan en el discurso oficial ni sus variantes socialdemócratas. Entre ellos, podemos destacar dos por el lado de los buenos: la masividad y espontaneidad de los mejores momentos de enfrentamiento, y el retorno de prácticas ofensivas como el uso de molotov, que el endurecimiento de las leyes penales durante los años de la Concerta habían casi hecho desaparecer del mapa. Estos dos factores han provocado que a nivel de saldo de cada jornada de movilización, el número de detenidos fuera más bien bajo en comparación al número de manifestantes, y bastante alto el número de pacos lesionados.

Por el lado de los malos, hay que destacar que la práctica represiva se ha ido perfeccionando, y que gracias a factores tales como la existencia de numerosos registros fílmicos y fotográficos obtenidos directamente por la policía o proporcionados gentilmente por periodistas que luego no entienden por qué se les corretea a piedrazos, es más fácil ahora centrarse en ciertos compas para cargar en ellos el peso de la represión, en comparación a su táctica de previa de detener al tún tún a montones de manifestantes que luego necesariamente y ante la falta de pruebas los tribunales tenían que poner en libertad.

La conjunción de estos dos factores ha implicado que experimentos tales como el de Hinzpelota en orden a suprimir el uso de bombas lacrimógenas (decisión que duró dos días y fue revertida) hayan resultado de vital importancia para mantener el orden social del capital. En efecto, en los combates que se dieron durante ese breve lapso de tiempo, quedó bastante claro que sin el uso de gas lacrimógeno los pacos son incapaces de despejar un sector en que los manifestantes encapuchados se han hecho fuertes, puesto que en el combate directo sin ese refuerzo la policía dura bastante poco y se ve obligada a retroceder (es lo que este cronista pudo presenciar una bella tarde otoñal de viernes durante el mes de mayo en las inmediaciones de la Universidad Central, donde un grupo de alrededor de 200 encapuchados repelía una y otra vez a los zorrillos y guanacos que poco podían hacer por sacarlos del Parque Almagro. Esta confrontación se daba en el contexto de un conflicto interno de la Universidad Central que estalló antes del conflicto estudiantil más general, y resulta fácil concluir que ante la masividad de los combates que en los meses posteriores se han seguido produciendo en ese mismo lugar, sin el uso de su tradicional nube tóxica Carabineros de Chile tendría en este momento unos cuantos mártires más cuyos cadáveres hubieran tenido que descolgar de los hermosos árboles que adornan este sector de la ciudad.

El retorno del enano maldito

Y ya que mencionamos a Hinzpeter, un factor que no puede ser menospreciado en el estilo represivo del momento es el fichaje del enano maldito conocido como Jalandro Peña a las filas del Ministerio del Interior, incorporación producida a principios de mayo, y que debe haber sido parte de los acuerdos adoptados entre dicho Ministerio y la Fiscalía dos meses antes del golpe represivo del 14 de agosto del 2010, conocido como “Operación Salamandra”. En su momento, esta operación cumplió con la función de sacar a Jalandro del caso Bombas, para evitarle el papelón que elegantemente endosó a sus colegas de la fiscalía sur, pero tras permanecer unos meses oculto, a cargo de una oscura “división de estudios” cuya finalidad es dirigir la lucha contra los movimientos sociales, el Enano de mierda ha vuelto a aparecer en tribunales y ante las cámaras precisamente con el encargo de velar porque se apliquen las más duras medidas posibles en contra de los detenidos en actos de lucha social. Su estilo ha sido clave en la obtención de medidas de prisión preventiva contra Francisco Moreno y Cristóbal Bravo, respecto a quienes en primera instancia se había negado la solicitud de prisión preventiva, pero que gracias al nivel mucho mayor de presión que el MININT y la prensa ejercen en las Cortes de Apelaciones, han sido enviados a la cárcel por decisión de los jueces en ese nivel jerárquicamente superior, lo cual envía una señal clara a jueces de garantías que estuvieran tentados de ser demasiado “garantistas” (valga la redundancia).

En esta materia, las cosas no han cambiado nada desde los tiempos en que Jonathan Swift decía, por boca de su Gulliver, que “En los procesos de personas acusadas de crímenes contra el Estado, el método es mucho más breve y laudable, ya que el juez sondea primero la opinión de los que se hallan en el Poder y luego ahorca o salva a un criminal, siempre observando estrictamente las formas legales”.

Hay que estar alertas al rol de peña en el MININT, porque si bien las tendencias gruesas de le represión y los modos de control obedecen a razones históricas profundas, las variaciones concretas del “estilo represivo” pueden obedecer significativamente a estos cambios de personal, y no es necesario que insistamos sobre el carácter particularmente eficaz y contundente del estilo represivo de Jalandro, que si bien a la larga tiene tremendos problemas de legitimidad, incluso para los estándares del derecho burgués vigente, en la práctica suele tener un efecto inmediato de maximización de la represión sobre los elementos rebeldes que el Estado considera más molestos. De hecho, creemos que este conchesumadre es más peligroso donde está ahora que cuando estaba a la cabeza de la Fiscalía Sur.

Violencia horizontal: pacos de rojo y policías ciudadanos

Ya lo ha señalado Goicovich en su texto “La rebelión encapuchada”. Pero hay que insistir en ello: ante el evidente desgaste e incapacidad operativa de la policía estatal, la táctica de la dominación recurre a las policías paraestatales para tratar de neutralizar, aislar y capturar a los elementos “incontrolados”.

A la tradicional labor de los pacos de rojo que por décadas ha usado el partido rabanito (me refiero al autodenominado Partido “Comunista” de Chile), hay que agregar ahora al conjunto de ciudadanistas que con una excelente conciencia de clase pequeño burguesa se dedican a denostar a los “flaites” o a quienes ahora llaman “sopaipas”, llamando “cobardes” a quienes se encapuchan (¡como si no se requiriera valentía para ir a enfrentar directamente a los chanchos de verde mucho mejor armados y equipados y arriesgando las penas que se arriesgan por ello!), correteando, golpeando o entregando compañerxs, y colaborando entusiastamente con la pega que es propia de la policía estatal, ¡a cuyos agentes por último les pagan por dicha labor!

Este factor resulta particularmente complejo, pues como si no bastara con la molestia que en general representa la policía estatal, ahora hay que tener ojo con estos colaboradores que tienen la capacidad de perfeccionar los efectos de le represión, y a quienes no les resulta para nada contradictorio ser violentos con los que no quieren ser pacifistas. Frente a ellos, que representan una especie de brazo armado de la socialdemocracia, sólo cabe una advertencia: ¡si quieren actuar como policías, entonces van a ser tratados como tales!

Recomendaciones clásicas y no tanto (capuchas, bolitas, etc).

El acontecer represivo del último tiempo deja algunas conclusiones que en realidad no son tan novedosas, puesto que reafirman algunas lecciones ya clásicas, pero que deben ser adecuadas a o complementadas con el nuevo estilo represivo (sobre todo en lo referente a la tecno-vigilancia y tecno-represión).

En primer lugar, está más que claro que la capucha debe usarse sí o sí, si es que uno se va a dedicar a romper la cotidianidad domesticada y burguesa mediante acciones directas. En segundo lugar, hay que tener en claro que la cantidad de registros existentes ahora se ha multiplicado poderosamente (cámaras de vigilancia, filmaciones policiales, periodistas de distintos pelajes, celulares y fotos tomados por ciudadanos, etc.), con lo cual las medidas de seguridad deben extremarse, así como también la necesidad de corretear a todos estos pacos frustrados del entorno de las acciones.

Ante el uso habitual de pacos a caballo, y teniendo presente que como amantes de la vida no nos satisface lesionar animales (nos referimos a los caballos) salvo como daño colateral absolutamente inevitable, hay que volver a la vieja práctica del uso de aceite y bolitas de vidrio para que éstos se resbalen con sus agentes a cuestas y luego de eso podamos concentrarnos en golpear a las verdaderas bestias.

Eso se nos ocurre sugerir en relación a las acciones mismas. Ahora, el tipo de pruebas que el Estado ha usado en episodios represivos como el del “caso bombas” nos reafirma en la justeza de ciertas recomendaciones dadas por el camarada Victor Serge hace ya más de 80 años en su libro “Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión”, del cual juzgamos pertinente extractar dos:

“La única prudencia real, la única efectiva, es no tratar por escrito asuntos relativos a la acción, ni siquiera indirectamente”. En nuestros tiempos debemos agregar a las cartas el uso de mails y teléfonos.

“Una recomendación fundamental: cuidarse de las manías conspiradoras, de la pose de iniciado, de los aires de misterio, de dramatizar los casos simples, de la actitud ‘conspiradora’. La mayor virtud de un revolucionario es la sencillez, el desprecio de toda pose, incluso ‘revolucionaria’, y principalmente conpiradora”.

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