miércoles, enero 23, 2013
Retratos de la alienación
Miserias de la industria cultural
(A propósito de espectáculos como el Encuentro
internacional de cultura surrealista, la Trienal de artes de Chile y la Pequeña Gigante ).
(Comunismo difuso, N|2/3).
Y no es que
creamos a priori que los
organizadores sean mercaderes declarados o tipos ególatras, iluminados e
incomprendidos genios ocupando un merecido espacio en el debate cultural. No.
Lo que ocurre es que la cultura en general, y el arte en particular, han
devenido en cadáveres mil veces ultrajados por la necrofilia especialista. Lo
que ocurre es que, siguiendo a Marx, bajo el régimen de propiedad privada
capitalista el arte cae bajo la “ley general de la producción”, que configura
una contradicción –cada vez más sofisticada en nuestros días- entre arte y
capitalismo, producción mercantil y libertad de creación.
No obstante
este hecho no es nuevo y los dos eventos mencionados no son más que ramplonas
manifestaciones de un fenómeno históricamente constituido.
Las
primeras colecciones de arte comienzan a conformarse en el siglo XVI. Se
inician como encargos de la nobleza, viajes de compra (tours, de los que deriva la palabra turismo), pero no es sino hasta
la consolidada burguesía del siglo XIX cuando el coleccionismo masivo se hace
patente y se vuelve grotesco en el siglo pasado con el sistemático saqueo nazi
y la política de compra de arte patrocinada por el gobierno norteamericano tras
la Segunda Guerra
Mundial. Sin duda, el interés que movía a unos y otros, burgueses y burócratas,
“totalitarios” y “demócratas”, era la misma: acumular capital simbólico,
status, prestigio social o nacional, incentivar el turismo cultural (que
expande la tercerización del trabajo hasta hoy). En otras palabras, la posesión
de una mercancía de alto valor de cambio, nulo valor de uso; inservible, pero
decorativa.
Tras la revolución
burguesa de 1789, el artista se vio arrojado al mercado, tal como el resto de
los artesanos (en progresiva proletarización); ahora con una libertad que
realizar, pero lanzado al reino de la mercancía, en el que sus antiguos
clientes cautivos (reyes, nobles, monasterios, iglesias, palacios, salones)
ahora son quienes ponen los precios. Porque la nueva mentalidad exigió un
mercado del arte, que separó a los artistas de su obra, mitificó al “genio” y
la “obra maestra”, elitizó el acceso y producción de arte, alejó
progresivamente a la clase embrutecida en largas jornadas de trabajo de las discusiones
en torno a él, alimentó las apariencias y se coronó como la más siniestra de
las mercancías hasta nuestros días.
Simplificando,
en este escenario al artista le quedaban dos caminos: convertirse en el actual
artista de becas y subvenciones del poder, la caricatura del artista “crítico”
y profesional o, en el marco de la relativa autonomía, independencia y
originalidad del desarrollo artístico, llegar a la conclusión de que es hora de
cambiar la vida, más allá de lo estrictamente estético e integrar sus
investigaciones a la lucha del proletariado por la destrucción de la sociedad
de clases, es decir, integrarse a la crítica unitaria de las condiciones de
vida, transformar el mundo, cuestionando la propia significación de la
actividad artística y la de los contemporáneos, y las condiciones de la vida,
en general.
Y no es que
creamos que los artistas son una lacra. Es un sistema que los controla de
manera objetiva y subjetiva, que los regalonea y los disocia del conjunto
social, el que los hace no llevar la crítica hasta la raíz. A pesar de eso,
sabemos que la complacencia frívola y el éxito (Andy Warhol, el trivial mercader
por excelencia, como ícono), motivan la reproducción del modelo de vida y la
integración y recuperación de los posibles “revoltosos” al engranaje.
Las
vanguardias históricas, especialmente el futurismo, dada y el surrealismo,
fueron potentes gestos negadores de la triste historia garabateada más arriba,
pero más triste resulta ver convertida hoy su lucha en una mercancía más, en
decoración de museos, en vestigios de un asalto nunca perpetrado con éxito.
¿Qué pensaría el fantasma de Breton
sobrevolando la galería Sotheby's en 2008, cuando se pagaron 3,2 millones de
euros por nueve de sus manuscritos? Las vanguardias idearon y difundieron
nuevos valores subversivos, pero fueron rápidamente trivializados por el poder
dominante. La clave estuvo en lo mismo: esterilizar los descubrimientos al
separarlos de la investigación global y de la crítica total. El mecanismo
comercial y la especialización alejaron estos elementos del proletariado,
evitando así la comprensión y utilización de estos gestos potencialmente
revolucionarios por parte del movimiento obrero. Luego de esto, la mayoría de
los artistas han optado por la primera de las opciones anteriormente
enunciadas.
Por eso
resulta risible y pintoresco el encuentro surrealista, realizado en noviembre
del año pasado en Santiago. Los surrealistas chilenos, “artistas” y “poetas”
todos, amigos del Fondart, “locos lindos”, como fueron tratados por cierta
prensa babosa que alegaba la indiferencia del Ministerio de Cultura y de los
fondos concursables con la iniciativa, jugando a la provocación a través de una
descafeinada jornada de expresión callejera, coronada con la entrega de una
carta-poema a la mismísima presidenta. Luego, repliegue hacia museos y galerías,
el lugar predilecto para contemplar sus obras de arte. Lo ocurrido no es más
que otro ejemplo de arte recuperado, de artistas que se sirven del cadáver de
una vanguardia de muy mala vejez, que se sirven sólo de los descubrimientos
formales (hasta las empresas utilizan los “brainstorming” o “lluvia de ideas”
para “hacer participar” a sus empleados) y abandonan la perspectiva crítica
total.
Las
vanguardias nos dieron la posibilidad de negarlo todo y recomenzar. Hoy los
artistas ni siquiera niegan, tan solo buscan y describen la miseria que
encuentran o entregan elementos para una evasión colorida. Una crítica que se
aísle del todo antagónico, que no entregue posibilidades, que hoy no pueden ser
sino radicales, es reaccionaria. En el actual estado de descomposición del
arte, nada mejor que enterrar el cadáver mil veces ultrajado: la crítica
radical del mismo y del mundo como la mejor obra de arte, el comienzo de la
obra de arte total. ¿Qué podría parecernos más bello que la propagación e
intensificación del incendio y el derrumbe de las condiciones actuales de
sobrevivencia humana?
Etiquetas: calles para la insurrección, Chantiago, crítica del urbanismo
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