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domingo, octubre 06, 2013

El 5 y 6 de octubre de 1988 tal cual lo recuerdo hoy 


Estoy seguro que hace 4 años, en el famoso año 2009, escribí algunos recuerdos e impresiones acerca del aniversario del “triunfo del No”. Y estaban anunciados como “Parte 1”. De hecho, la prueba de que alguna gente lee esto me llegó cuando durante una tocata de Malgobierno en una calurosa tarde de noviembre o diciembre de ese mismo año alguien me dijo que estaba esperando la segunda parte. Prometí escribirla alguna vez. Y para que sea más espontánea y fresquita, la escribiré ahora sin releer la parte 1. 

Los recuerdos ahora me vienen gatillados por la cantidad de basura que la “industria cultural” ha producido estos últimos tiempos en relación tanto a los 40 años del golpe como a la “recuperación de la democracia”. Necesitaría un análisis detallado en sí mismo todo el carácter de esta maniobra, la curiosa pero esperable manera interesada e ideológica (y recuerden que la ideología es siempre servidora de la clase dominante) que nos reescribe y configura ahora la versión en definitiva oficial acerca de la historia no tan reciente. Por supuesto que en este esfuerzo se trata a la historia de una manera en que las luchas de clases y la violencia permanente entre dominadores y dominados brilla por su ausencia, y lo que pasa a primer plano es cualquier otra cosa. Por ejemplo, en la película “No”, que aún NO he visto, aparentemente y tal como dijo hace poco en un texto Héctor Kol, la gran ausente es la generación que entregó lo mejor de su adolescencia y juventud perdiendo el miedo y saliendo a la calle con las tremendas consecuencias en cuanto a sangre, represión, tortura y muerte que implicó el enfrentarse al aparato de dominación capitalista por el terror de los milicos, y los protagonistas de la versión cienematográfica de esta historia son una variedad de empresas capitalistas conocidas como “agencias de publicidad” y sus funcionarios. En fin, no me explayaré aquí ahora sobre todo eso, que de hecho merece ser puesto en el tapete, sino que me centraré en los recuerdos del 5/6 de octubre de 1988, gatillados en parte por la contemplación de algunas imágenes de archivo en los noticieros de la tele.

Tal cual todos han dicho, la gente ese día fue a votar temprano, porque flotaba en el ambiente la idea de que Pinochet no iba a reconocer el triunfo del No, y que por ende iba a haber fraude para decir que ganaba el Sí, o un autogolpe. Curiosamente, y revelando la pila de mierda que tenían en la cabeza el grueso de los izquierdistas autoritarios de distinto signo que abundaban en esos tiempos, ese escenario gustaba a quienes apostaban por la posibilidad de conducir una rebelión popular que los pusiera al fin al frente del poder estatal/gubernamental. Todos los rábanos estaban acuartelados, y los días previos se les había visto haciendo a viva voz comentarios acerca de los cursillos recibidos y detalles tales como la manera correcta de apagar el napalm casero ante un accidente en que uno saliera lesionado (no con agua sino que apretando el lugar del cuerpo en que te hubiera saltado esa ingeniosa pasta encendida resultante de la mezcla de bencina con plumavit). Algunos ultrones más trasnochados y seudo-blanquistas (y que me disculpe don Luis Augusto Blanqui) creían que lo mejor era derechamente ir y votar Sí “para agudizar las contradicciones”.

En una sensatez que rara vez he vuelto a demostrar, yo creía que tanto el capitalismo global como la clase dominante nacional necesitaban ir bajando la velocidad del tipo de terrorismo que necesitaron imponer por algo más de década y media, y que en cierta forma necesitaban “democratizar” las formas para dominar más y mejor. También creía que votar era una trampa mortal, puesto que en ese acto se legitimaba irrevocablemente la Constitución guzmanista/pinochetista. Pero era una hipótesis...la verdad es que nada estaba garantizado y por eso el ambiente previo a esos días lo recuerdo como de gran nerviosismo, discusiones y dudas. Lo más significativo para mi generación, en todo caso, era el hecho del enorme cambio del tipo de hegemonía dentro de la izquierda realmente existente, donde la percepción hasta un año antes (86/87) era que la mayoría de los jóvenes de izquierda estábamos a favor de una ruptura insurreccional y no veíamos otra manera de derribar a Pinocho, pero donde desde fines del 87 y a duras penas al inicio una tienda tras otra empezaron a llamar a inscribirse en los registros electorales y luego a votar No (¡como sería de impopular y doloroso que no hacían los dos llamados de una vez!). Todo cambió después de eso, y la hegemonía de los reformistas duró dos décadas y aún no se acaba. Aún recuerdo cómo a fines del 87 en la USACH un lote enorme de la fauna que hasta el día de hoy quedamos referidos como “ultraizquierdistas” le gritábamos a socialistas almeydistas y jotosos esta bonita consigna: “¡Aunque duela la verdad, inscribirse es claudicar!”. En las filas de la ultraizquierda quedamos a partir de ahí  cada vez más pocos, y la mayoría deliraron hasta el punto de apoyar tesis huevonas como la de que era mejor si ganaba el Sí: Nótese que esa tesis es tan electorera como la otra, y parte de la base de que la gente es irremediablemente imbécil así que merece ser engañada.

Otra cosa que recuerdo muy bien es que tampoco era cosa de llegar y despreciar los efectos que generó la campaña por el No a nivel masivo. Bastó con la primera noche de franja televisiva y miles y miles de personas perdieron el miedo y salieron a las calles...lamentablemente, con la idea de que bastaba con sacarse a Pinocho de encima y de que había que “recuperar” la misma vieja y podrida forma de dominación contra la que generaciones enteras de proletarios habían luchado en las décadas anteriores. Borrachera democrática decían mis jefes trotskistas. Y hasta ellos se emborracharon, con el agravante de llegar tarde y mal y tomarse apurados y hasta el fondo los peores copetes (Digresión troskológica: La sección chilena de la Liga Internacional de los Trabajadores- Cuarta Internacional) se había mantenido al margen del proceso electoral, hasta que CUANDO YA ESTABAN CERRADOS LOS REGISTROS ELECTORALES por intervención directa de unos jefes argentinos que nos visitaron se llamó a votar No, “para no aislarse de las masas”. OK.).(Al menos los estalinistas de mierda del PC-AP tuvieron mejor olfato y llamaron muy luego a votar No, adelantándose incluso al otro “PC”, decisión que en un momento hasta los hizo “simpáticos” a los ojos de la prensa democrática y concertacionista).

El 5 de octubre progresó con la oreja pegada a la radio, y yendo al estadio nacional a ver en terreno qué pasaba. Viendo el conteo de votos, daba la impresión que la cosa estaba peleada, pero que ganaba el No. Más tarde me junté con unos vecinos de la JRME. Nos dejábamos alegrar parcialmente por el ambiente y actitud de familiares y amigos, pero con una sensación amarga. Aprovechamos de salir a rayar con unos espray que nunca faltaban en esos años. En avenida Grecia con Ezequiel Fernández, importante bastión de lucha en los años previos, un solo encapuchado solitario trató de prender un neumático, sin mucho éxito, y una vieja le gritaba: “Anda a acostarte cabro hueón antes de que te maten”. Mi amiga mirista rayó: “A pesar de todo, venceremos”.

Unas fumadas, unos sorbos, y a acostarse algo tarde. Hasta el día de hoy mi viejo dice que vió pasar tanquetas a medianoche por los 3 Antonios.

Al otro día temprano, parto con otros troskos que vivían cerca al centro. Llegamos a la escuela de Ingeniería en Beaucheff. Mucha gente. Hegemonía total del izquierdismo democrático universitario, en actitud no combativa sino festiva. Marchamos a Alameda. Los pacos se asoman pero no reprimen directamente al principio. De todas formas, no hay neumáticos ni molotovs ni hondas. Pura felicidad sociodemorabanita, entregados a la consigna favorita del día: "Lo cagamos con un lápiz".

En la Alameda transcurre la mañana, la tarde, y empieza a llegar cada vez más gente. Una marea humana que no para de crecer. Todos decimos “A La Moneda”, como si el poder del capital/Estado pudiera situarse justo ahí. Pero en realidad no, estoy puro hueveando: en esos tiempos no ví nunca a nadie que pensara en esos términos. Todos tenían tenían (teníamos) marcado el chip Dictadura/democracia. Con distintos apellidos. 

En un momento, en Ahumada, unos giles con la oreja en una radio comienzan a decir “¡renunció, renunció!”. Mar de abrazos. Pero era una falsa alarma. En todo caso, en esos momentos esa era obviamente la idea para muchos: concentrarse ahí miles y miles hasta que el dictador asesino se fuera pa la casa. En ese contexto hasta podría haberse intentado (y resultado) “sin odio, sin violencia”, a la manera que cacareaban los no violentos de la desobediencia civil, porque la verdad es que casi nadie estaba en actitud violenta: patéticamente la gente abrazaba a los pacos y hasta les entregaba flores. Con tanta sangre derramada por los verdes era un espectáculo muy chocante y triste de ver. Y pese a esos gestos, los pacos culiaos insistían en huevear a la gente y disolver la concentración espontánea que por cierto ningún partido convocó.

¿Y qué es lo que ocurre entonces? Troncoso, un bastante conocido dirigente del “PC” del ambiente de los trabajadores de la construcción se sube a un Huáscar (el lanzaaguas blanco y negro del momento, algo más grande que el viejo Guanaco, pero bastante pequeño en comparación a las bestias que vinieron después a engrosar las filas del armamento policial antidisturbios), y desde arriba, usando los altavoces de los pacos, ¡comienza a llamar a toda la multitud a hacer abandono del lugar e irse pacíficamente a celebrar el triunfo en sus hogares! Pese a que a mi corta edad de 17 años ya esperaba cualquier cosa de esa organización jerárquica, socialdemócrata de izquierda, y autodenominada “marxista”, esa imagen me impresionó. ¿No eran estos mismos rábanos los que estaban acuartelados pocas horas antes cruzando los dedos para que estallara la rebelión? En fin...¿qué habrán hecho con todo el napalm casero? Ciertamente que no llevaron a la Alameda.

Eso sería en relación a esa histórica jornada. Anoche soñé que estaba hablando con Aylwin (¡puaj! ¡qué le pasa a mi inconsciente?) y le decía: “Sigo creyendo que no había que votar, que era una trampa, que se legitimó para siempre la arquitectura institucional pinochetista”, y él me decía, “¿Y qué había que hacer entonces según tú?”, y yo le decía: “Por lo menos, no ayudar a legitimar los planes de la dictadura, y seguir apostando por la insurrección”, a lo que él replicó: “Pero esa insurrección hubiera sido necesariamente violenta”. Y yo le decía: “No necesariamente tan violenta como lo que vino después”. Ayayay. En mis sueños sigo siendo un demócrata de izquierdas.


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