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jueves, octubre 15, 2015

La insurrección de Octubre en Asturias, 1934: ¡Viva la dinamita revolucionaria!  

En un medio dominado por la rusofilia de izquierda, que apoyó sin cuestionar el régimen burocrático estalinista de la URSS hasta que se hizo mierda y se transformó abiertamente en capitalismo a secas, Octubre siempre se relación con la gran revolución de 1917 en Rusia. No la vamos a analizar ahora, pese a toda su importancia, puesto que lo que queremos destacara es otro evento álgido y significativo de la lucha de clases proletaria: la insurrección asturiana de octubre de 1934, también llamada “la revolución sin jefes”.

Ni los anarquistas ni los socialistas ni los “comunistas” quedan bien parados en esta historia: la clase armada con dinamita luchó sola contra el Estado/Capital, por 15 intensos días, para ser finalmente derrotada y sometida al más puro terror.

El ejemplo de Asturias dio la vuelta al mundo. En julio de 1936 la clase pudo ser más contundente, de nuevo en contra de todos sus jefes (hasta los jefes rojinegros), en parte debido a las lecciones de esta derrota, para ser de nuevo derrotada y traicionada por sus jefes.
                                                                                                                                                                   
 


A continuación, un texto de Editorial Llar, que fuera incluido en la revista Ekintza Zuzena N° 36, de 2009, cuando se cumplían 75 años de dichos eventos. Recomendamos también la lectura del libro de Ignacio Díaz en Muturreko Burutazioa titulado “Asturias, Octubre 1934: la revolución sin jefes”.

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«¡VIVA LA DINAMITA REVOLUCIONARIA!»

A 75 años de la revolución de octubre de 1934. De Asturias al País Vasco
«Allí donde los jefes pudieron controlar las iniciativas y los deseos de las masas, el movimiento no fue más que un deseo frustrado.»
Andreu Nin, «Lecciones de la insurrección de octubre» (1-12-34)
Se cumple este año, entre la indiferencia y el olvido -cuando no la falsificación histórica más descarada- el 75 aniversario de la primera revolución proletaria acontecida en el Estado español. En el marco de una república que se había demostrado incapaz de dar una mínima satisfacción a las demandas de los sectores populares y de las diferentes nacionalidades del Estado, el ascenso al gobierno de las derechas agrupadas en la CEDA provocó una reacción en las organizaciones obreras que, bajo la dirección incompetente del PSOE -un PSOE que hasta ese momento se había decantado por la colaboración con la burguesía republicana-, se lanzaron a una huelga general revolucionaria. El ascenso de los nazis al poder y los sucesos de Viena, donde el gobierno católico reaccionario había aplastado militarmente al proletariado, condicionaron este cambio repentino de estrategia de los socialistas.
El movimiento insurreccional de octubre de 1934 alcanzó su máxima expresión en Asturias, dónde la inmensa mayoría de la clase trabajadora se había agrupado en la Alianza Obrera Revolucionaria. Esta Alianza coordinaba a la UGT y a la CNT en torno a un programa explícitamente revolucionario:
«Las organizaciones que suscriben convienen entre sí en reconocer que frente a la situación económico política del régimen burgués en España, se impone la acción mancomunada de todos los sectores obreros con el exclusivo objeto de promover y llevar a efecto la revolución social»
A este pacto se habían adherido el PSOE y otros grupos menores de la izquierda comunista. Al margen quedaban tanto el PCE como la FAI, para quienes la cuestión de la unidad se reducía a la adhesión de todos los trabajadores en sus organizaciones. No obstante, ambas se sumaron al movimiento en cuanto se declaró la huelga general revolucionaria, que sin embargo no fue proclamada por la Alianza, sino por la dirección estatal del PSOE y la UGT.
Tras dos semanas de enfrentamientos armados con las tropas mercenarias del Ejército español (Tercio y Regulares) en dos frentes de batalla (Oviedo y Campomanes en el llamado frente sur), la falta de munición obligó a los insurrectos a deponer su actitud, ya que se estaba conteniendo a las fuerzas del gobierno a base exclusivamente de dinamita.

Durante las dos semanas que duró el movimiento en las zonas liberadas se abolió el capitalismo y se experimentaron nuevas formas de organización social. En las localidades de predominio socialista y estalinista se abolió el dinero y la propiedad privada y se constituyeron Guardias Rojas para velar por el nuevo orden revolucionario. En las de preponderancia anarquista además, tras asambleas populares, se procedió a abolir el Estado y a proclamar el comunismo libertario.
El fracaso del movimiento insurreccional en el resto del Estado permitió al gobierno concentrar sus fuerzas en la represión de la revolución proletaria de Asturias. La huelga de campesinos organizada por la UGT meses antes privó a la insurrección del elemento campesino, agotado tras una dura lucha. El Comité Revolucionario socialista instalado en Madrid fue rápidamente desarticulado por la policía. En Cataluña la insurrección fue dirigida por la pequeña burguesía nacionalista republicana (ERC), que proclamó «el Estado catalán dentro de la República Federal Española» por boca del Presidente de la Generalitat Companys. La Alianza Obrera establecida en Cataluña entre la izquierda comunista y los sindicatos disidentes de la CNT (trentistas) era una alianza meramente defensiva con el fin de impedir el paso al fascismo, es decir, una alianza política, al contrario de la asturiana, de carácter revolucionario y ofensivo. La CNT, mayoritaria en Cataluña entre la clase obrera, se mantuvo al margen.

EL PAÍS VASCO Y LA REVOLUCIÓN: LA AUSENCIA NACIONALISTA

También en Euskal Herria tuvo una importante incidencia el movimiento insurreccional, aunque la respuesta ante la huelga general revolucionaria no fue uniforme en todos los herrialdes. La revolución vasca tuvo unas características propias, principalmente por la influencia nacionalista. Así se mezclaba la lucha de clases, impulsada con diversos matices por comunistas, anarquistas y sobre todo socialistas, con la reivindicación supuestamente soberanista de los nacionalistas agrupados en torno al PNV. 
El PNV tenía sus propios motivos de descontento. El Estatuto de Autonomía, en trámite parlamentario, había sufrido un claro ataque cuando los tradicionalistas impugnaron en febrero de 1934 la pertenencia de Álava a Euskadi, amparándose para ello en el resultado del referéndum sobre el estatuto celebrado en noviembre del año anterior, en el que los votos afirmativos no habían superado el 50% en este herrialde.

Con su tradicional política oportunista, el PNV trató de azuzar la tensión sumándose a la retirada de los parlamentarios de ERC de las cortes españolas, el 12 de junio, tras la anulación por el Tribunal de Garantías Constitucionales de una ley de cultivos aprobada por el parlamento catalán.
Ante el intento de introducir un Estatuto del Vino que contravenía el Concierto Económico de las provincias vascas, los ayuntamientos -encabezados no por el PNV sino por republicanos de izquierdas- deciden nombrar una Comisión para negociar la defensa del Concierto el 12 de agosto. Sin embargo, las autoridades lo impiden, deteniendo y procesando a numerosos alcaldes y concejales -más de mil-, lo que lleva a los parlamentarios vascos a celebrar una asamblea en Zumárraga el día 2 de septiembre en solidaridad con los municipios vascos. Es precisamente esta asamblea, impulsada por el dirigente socialista Indalecio Prieto, la que se convertirá en excusa y argumento para las derechas españolas, que acusarán al PNV de colaborar en el levantamiento de octubre. El día 7 de septiembre numerosos ayuntamientos dimiten en bloque, siendo sustituidos por gestoras designadas por la autoridad gubernativa. Pero el PNV, comienza a recular: el día 10 rechaza la creación de una coordinadora de organizaciones políticas para la dirección del conflicto. Temen que se interprete el carácter de la comisión como revolucionario. El 28 de junio el Euskadi Buru Batzar, máximo órgano de dirección del PNV, se reúne en Gasteiz con los parlamentarios nacionalistas, y en esta reunión, según José Horn y Areilza, líder de la minoría parlamentaria:
«el Consejo Supremo del Partido Nacionalista Vasco conforme con el asesoramiento de la minoría parlamentaria, a la que oyó y consultó, no sólo no resolvió participar en el rumoreado movimiento, sino que acordó precisamente todo lo contrario, o sea, no apoyar ni contribuir en la que se anunciaba como ‘huelga general revolucionaria’»
Ni siquiera los ofrecimientos socialistas del día 3 de octubre, en las vísperas de la revolución, hicieron cambiar de opinión al PNV. Una vez estallado el movimiento, ordenaba a sus bases:
«Abstención, absoluta abstención, de participar en movimiento de ninguna clase prestando atención a las órdenes que en caso preciso serán dadas por las autoridades»
Tras contribuir a tensionar la situación, el PNV rápidamente dio marcha atrás, temeroso de las organizaciones obreras, anteponiendo los intereses de clase a la tan querida patria. Aunque las bases nacionalistas sindicadas en Solidaridad de Obreros Vascos no participaron en los enfrentamientos armados, si se sumaron pasivamente a la huelga general, proclamada la noche del 4 al 5 de octubre. Esta huelga alcanzó diferente repercusión según los herrialdes, siendo más acusada en los que tenían un carácter industrial más desarrollado y un proletariado más numeroso. Así en Nafarroa, tras la represión con la que se había saldado la huelga campesina de junio -siete mil procesados-, que había reivindicado la devolución a los ayuntamientos de las tierras comunales, el reparto equitativo de las tierras arrendadas y la supresión de las aparcerías, la insurrección fracasó prácticamente por completo, registrándose pequeños incidentes - actos de sabotaje de vías férreas y tendidos eléctrico y telefónico- en los pueblos de la Ribera (Cortes, Peralta, Tudela, Viana, Falces...) o en Iruña, donde explosionó algún petardo. Tan sólo en Alsasua los enfrentamientos tuvieron carácter armado, siendo asesinado un huelguista por la guardia civil el día 8.
En Araba tan sólo se registraron paros aislados en algunas fábricas y talleres, pero para el día 8 la normalidad era total en el herrialde.
En Bizkaia y Gipuzkoa la huelga tuvo mayor repercusión. En Gipuzkoa la huelga, impulsada principalmente por metalúrgicos socialistas, anarquistas y estalinistas, fue prácticamente unánime desde el primer momento, aunque por lo general hubo pocos episodios de enfrentamientos: en Donostia, Irun, Tolosa, Beasain, Errenteria, Hernani, Bergara y otras localidades se registraron cargas de la policía, disparos aislados de algunos huelguistas en respuesta, explosiones de petardos, etc. En Zarautz estalló una bomba en la casa del alcalde, de filiación tradicionalista. Más importancia tuvieron los hechos de Pasaia, donde se desarrolló un tiroteo a lo largo de la noche del 8 al 9 entre los revolucionarios y las fuerzas del orden que se saldó con seis muertos.
Sin embargo los hechos más graves tuvieron lugar en Arrasate y Eibar. En la primera localidad, tras hacerse con el control de la localidad y proclamar el comunismo, izando la bandera roja en el ayuntamiento, se procedió a la requisa y reparto de alimentos, se ocupó la estación y se destrozó la central telefónica. Desde primeras horas del día 5 el cuartel de la Guardia Civil fue sometido a un ataque incesante, sin conseguir no obstante su caída.
Los revolucionarios también procedieron a la detención de los elementos reaccionarios de la localidad, como Marcelino Oreja, empresario y ex diputado tradicionalista por Vizcaya, que en castigo a sus crímenes contra el pueblo fue inmediatamente fusilado junto a otro empresario local contra la pared posterior del frontón de la localidad. También fue ejecutado un esquirol que se negaba a sumarse a la huelga. La llegada de dos compañías de infantería y una sección de ametralladoras enviadas desde Gasteiz puso en fuga a los revolucionarios.
Eibar constituía, por sus numerosas fábricas de armas, una localidad estratégica para la revolución vasca. Esta localidad, la primera del Estado en la que se había proclamado la República el 14 de abril de 1931, contaba con un proletariado numeroso y combativo, preponderantemente socialista. Al amanecer del día 5 los revolucionarios se posesionaron del ayuntamiento y de la localidad, sitiando a la Guardia Civil en su cuartel y en algunas fábricas de armas donde habían tomado posiciones. Sin embargo las autoridades eran conscientes de la importancia de la localidad, y de la gravedad que supondría que los revolucionarios se hiciesen dueños del numeroso armamento acumulado en la las fabricas del pueblo. Inmediatamente se enviaron refuerzos a Eibar: guardias civiles de los puestos de Elgoibar, Ermua y Placencia, guardias de asalto procedentes de Donosti, más de cien guardias de asalto equipados con carros blindados con ametralladoras acudieron desde Bilbo y desde Gasteiz dos compañías de infantería. A las tres de la tarde del día cinco, tras negociaciones entre los rebeldes y las autoridades militares, terminó la insurrección armada de los obreros de Eibar, que se saldó con seis muertos, cuatro obreros y un guardia de asalto, más un dirigente carlista ejecutado al volver de misa.
Según el diario «La Voz de Guipúzcoa» para el 19 de octubre el total de detenidos en el herrialde a causa de su implicación en la huelga general revolucionaria era de 720 trabajadores. Además de los episodios de Pasaia, Arrasate y Eibar, se registraron al menos dos víctimas mortales en Donostia y otra en Tolosa.
En Bizkaia, por su parte, los socialistas contaban con una importante presencia entre mineros y siderúrgicos, constituyendo la margen izquierda del Nervión -principal centro siderometalúrgico del Estado- una de sus principales canteras militantes, junto a Asturias. Bizkaia suponía además la base política de Indalecio Prieto, el principal dirigente de la tendencia centrista de los socialistas, opuesta a las tendencias izquierdista y derechista, encabezadas por Largo Caballero y Julián Besteiro respectivamente. Si el ala derecha del PSOE y la UGT se opuso al movimiento insurreccional y se abstuvo por lo general de participar en él y el ala izquierda promovió y dirigió -con una incompetencia rayana en lo criminal- la huelga general, el sector encabezado por Indalecio Prieto tuvo un papel mucho más ambiguo y difícil de definir. Con posterioridad el propio Prieto renegará de su participación en los hechos de octubre, considerándolo un error estratégico, interpretación que, a día de hoy, es la oficial de la ideología «demócrata» que todo lo impregna.
En la zona minera de Bizkaia los revolucionarios se encontraron dueños del poder sin oposición, ya que las autoridades habían optado por retirar y concentrar en Bilbo las fuerzas de la Guardia Civil. Una columna de 500 mineros armados procedentes de Somorrostro intentó llegar a Bilbo el día 5. Pero las disposiciones defensivas de las autoridades lo impidieron. Desde diez días antes se vigilaban fábricas, depósitos de agua, centrales telefónicas, edificios estratégicos y las vías de comunicación, controlándose todas las entradas y salidas de Bilbo. Los mineros reciben orden de replegarse a sus localidades:
«Decirles que se hicieran fuertes en el monte, equivalía a no utilizarlos (...) Los mineros habían venido a Bilbao para conquistar la ciudad. A su juicio, la conquista era posible. Batir, por ejemplo, con eficacia el cuartel de la Benemérita desde los Altos de Archanda por medio de la dinamita no hubiera sido un disparate. Tomar las bocas de la ría, tampoco.» (Manuel D. Benavides, «La revolución fue así. Octubre rojo y negro»)
El mismo día 5 las autoridades procedieron a la clausura de las Casas del Pueblo y locales obreros y nacionalistas, así como a la detención de las directivas de las agrupaciones socialistas y comunistas. La huelga general tuvo un seguimiento unánime en Bilbo y las poblaciones de la ría, pero los trabajadores se encontraron sin instrucciones de sus dirigentes. Todos los historiadores coinciden en el papel vacilante de los dirigentes socialistas vizcaínos. Un numeroso grupo de trabajadores concentrado en Cruces se dispersa ante la falta de órdenes. A las nueve de la mañana tiene lugar el primer enfrentamiento armado en las calles de Bilbo, en la calle San Francisco. Poco después hace explosión un material que un grupo de trabajadores manipulaba en un local de la calle Iturribide, al acudir la policía descubren un depósito de armas y bombas.
«En toda la ciudad sucedíanse los tiroteos provocados casi siempre por la fuerza pública. Al llegar la noche, las calles de San Francisco y Las Cortes, los Barrios de Uribarri y Matico, los de casas baratas de Urizar y Recaldeberri caían en poder de los obreros; los guardias no se atrevían a entrar en aquellos lugares por los que transitaban los revolucionarios en espera de una consigna para lanzarse sobre la ciudad. La consigna que se les daba era la de que se retiraran a dormir y los revolucionarios, con explosivos en los bolsillos y las pistolas en la mano, lloraban de indignación.» (Manuel D. Benavides, o.c.)
El día 6 registra combates entre grupos de mineros y fuerzas del orden en San Salvador del Valle y Gallarta, puntos de enlace entre las zonas minera y siderometalúrgica.
En Durango los revolucionarios asaltaron varios trenes y se enfrentaron violentamente con la Guardia Civil con el resultado de varios muertos y heridos. Dos ferroviarios esquiroles miembros de los sindicatos amarillos fueron ajusticiados expeditivamente. En Bermeo y en Erandio la bandera roja es izada en los ayuntamientos.
En Portugalete los revolucionarios se hacen dueños de la población y ponen sitio a la Guardia Civil, dando muerte a un brigada del cuerpo. Se lucha durante dos noches y un día, pero finalmente los refuerzos gubernamentales, que han pasado la ría por el puente colgante, obligan a los revolucionarios a replegarse sobre Sestao. Los militares atacan las posiciones revolucionarias en Sestao, y los insurrectos se ven obligados a retirarse hacia Barakaldo, donde finalmente son dispersados.
Una vez pacificada la ría, los militares organizan dos columnas: la primera se dirige a Erandio, donde también se habían registrado incidentes, y la segunda se hace dueña de la zona minera de Somorrostro, San Salvador del Valle, Galdames, etc. A partir del día 12 se puede dar por concluida la insurrección en Euskadi. Para el día 16 son 900 los detenidos en Bizkaia por su relación con los hechos. Aproximadamente 40 personas, la mayoría revolucionarios, fueron muertos y hubo centenares de heridos en toda Euskal Herria.

ASTURIAS: LA REVOLUCIÓN SIN JEFES

La revolución de octubre lo fue a pesar de su principal impulsor y dirigente, el PSOE. Esta paradoja se explica por el hecho de que la verdadera intención de los socialistas no era realizar una revolución social, expropiar a los capitalistas y organizar la producción y la vida social sobre bases colectivas y federalistas, sino que su objetivo era simplemente asegurar la existencia de la república burguesa del 14 de abril contra los intentos liquidadores de las derechas españolas. Esta impresión era compartida incluso por los dirigentes socialistas asturianos:
«Llegamos a la entrevista Ramón González Peña, Graciano Antuña, Belarmino Tomás y yo. Largo Caballero, tras pulsar nuestra actitud y ver las dudas que existían, nos dijo que el movimiento no podía fallar. González Peña, molesto por tanta seguridad, insistió, a lo que Largo Caballero respondió preguntando si en Asturias teníamos miedo. González Peña le contestó violentamente que los asturianos cumpliríamos nuestros compromisos. Fue una reunión desagradable. Entramos y salimos de allí dudando de la capacidad revolucionaria del resto de España.» (Juan Pablo García, dirigente de la Juventud Socialista de Mieres y vocal de la Ejecutiva Nacional de las Juventudes Socialistas, sobre una reunión celebrada en el verano del 34)
Cabe preguntarse por el carácter criminal de esta decisión de sacrificar el proletariado revolucionario en aras de objetivos tan limitados, y por las posibilidades de éxito de una revolución cuyos mismos dirigentes no creían factible. Sin embargo la larga conflictividad de los trabajadores asturianos había fermentado una conciencia de clase y una combatividad revolucionaria que obligó a la dirección de sus organizaciones a establecer un pacto explícitamente revolucionario. Como reconoció abiertamente el dirigente socialista Luís Araquistain:
«La tensión revolucionaria había llegado a tal extremo que, si no estallaba, el proletariado de tendencia socialista habría destrozado sus cuadros sindicales y se habría incorporado a los de carácter comunista o anarcosindicalista.»
Para no perder el control de sus bases las organizaciones obreras asturianas montaron el tinglado de las Alianzas Obreras, cuyos comités eran designados a dedo por la cúpula de las organizaciones, y a ellas daban cuenta de sus actos. Este déficit democrático y organizativo ilustra bien, por defecto, acerca de la necesidad de la democracia directa, las asambleas soberanas de trabajadores y la revocabilidad de los delegados. Los propios revolucionarios asturianos se pudieron dar cuenta de ello -aunque sin darles tiempo a sacar todas las conclusiones pertinentes- tras la vergonzosa deserción de los miembros del primer comité revolucionario asturiano, al sufrir los primeros reveses en la lucha. Al tener conocimiento del fracaso del movimiento en el resto del Estado, y ser alertados de la proximidad de varias columnas militares que progresaban hacia Oviedo -donde los revolucionarios se habían hecho dueños de la ciudad y tenían sitiadas a las fuerzas gubernamentales en varios puntos- los dirigentes recordaron que, al contrario de los trabajadores que combatían y morían en las calles de Oviedo y en el frente de Campomanes, todavía tenían algo que conservar: las organizaciones que les habían dado la responsabilidad de dirigir el movimiento.



«La ola de pánico circuló de una manera tan prodigiosa que los comités locales abandonaban sus puestos, se retiraban guardias y vigilancias precipitadamente, se ponía en libertad a los prisioneros, los coches circulaban con gran rapidez, llevando miembros comprometidos en dirección de las distintas salidas de Asturias. (...) mientras el pánico cundía de esta forma; los miles de trabajadores de toda Asturias concentrados en Oviedo seguían dispuestos a luchar más frente al enemigo. Los compañeros de Sama que allí estaban combatiendo, se negaron a regresar en los camiones que allí tenían, y, como éstos, tengo entendido que los de las otras localidades.

¿Quién iba a pensar en aquellos momentos que, después de todo esto, el proletariado asturiano, a pesar del efecto desmoralizador de lo ocurrido, tendría a raya al enemigo, cada vez más fuerte de nuevo, por espacio de siete días más de lucha?

Sinceramente confieso que ninguno de los miembros responsables de las organizaciones, incluso las nuestras, lo creyeron posible» (Carlos Vega, informe al Comité Central del PCE)

Ante la traición de sus dirigentes, que se dieron a la fuga tras repartirse los fondos obtenidos en el asalto al Banco de España, los trabajadores optaron por continuar la lucha, pese a todo, y a tal efecto cada grupo de combatientes envió un delegado a la plaza del Fontán de Oviedo, donde se desarrolló una asamblea y a mano alzada se decidió proseguir con las armas en la mano hasta la victoria y se nombró un segundo comité revolucionario. Ante la reacción del proletariado, las organizaciones se recompusieron y nombraron un tercer comité cuyo único objetivo fue poner fin a la lucha, cosa que consiguió el día 18 no sin antes vencer una fuerte oposición de los obreros armados:
«Mientras estas gestiones se realizaban, empezó a trascender entre la masa obrera el asunto, y en la plaza del Ayuntamiento comenzaron a concentrarse centenares de obreros, que comentaban con pasión el caso. Había muchas protestas y crecía por momentos un gran descontento. Comenzaron las cábalas y conjeturas, y, como alguien comentaba la posibilidad de otra fuga del Comité, se empezó a hablar de proceder a la detención de los miembros del mismo...y su cacheo, por si hubiera habido reparto de dinero. Aquella masa se colocaba en una actitud amenazadora, y algunos, provistos de fusiles, empezaban a tomar posiciones por puertas, y junto a los coches allí estacionados. Algunos subieron hasta las puertas de la secretaría. Unánimemente se manifestaban en que no podía hacerse una cosa así, sin consultar con los trabajadores. Que no estaban dispuestos a que se obrase a sus espaldas, y que, se hiciese lo que se hiciese, ellos continuarían la lucha, defendiendo el terreno palmo a palmo.» (Carlos Vega, o. c.)
El líder socialista del último comité revolucionario, Belarmino Tomás, a punto está de ser fusilado delante del ayuntamiento de Sama al dar cuenta de sus gestiones:
«Desde que Belarmino comienza a hablar, hay cuatro o cinco mineros que son agarrados por la chaqueta y por el arma para que no le disparen:

- ¡Aquí nos comemos al África y a Dios que venga a la mina! 

- gritaban éstos con los ojos desorbitados-. ¡Eso es cobardía! ¡Derrotismo! ¡Engaño! A nosotros nos dijeron que íbamos a traer a Asturias la Revolución Social. Mientras no venga, no paramos.»
(Alfonso Camín, «El valle negro»)

El espíritu unitario de los trabajadores asturianos, que se hizo mundialmente popular bajo el lema «¡Unión, Hermanos Proletarios!» fue saboteado por sus organizaciones. Mientras los trabajadores combatían, heroicamente y contra toda esperanza, codo con codo sin distinción de tendencias, sus dirigentes seguían haciendo su política sectaria. Además de la irresponsabilidad de los socialistas, los estalinistas procedieron a proclamar unilateralmente desde algún despacho la República de Obreros y Campesinos de Asturias, a establecer lo que ellos entendían perversamente por «dictadura del proletariado» e incluso a implantar el servicio militar obligatorio en el Ejército Rojo, decisiones todas ellas contrarias al espíritu del pacto y claramente inadmisibles para los anarcosindicalistas, que por su parte no dejaron de proclamar en sus zonas de influencia el comunismo libertario y no dejaron nunca de firmar sus camiones blindados, bandos y proclamas con los acrónimos de sus organizaciones.
«Excepto de la gloriosa insurrección de Asturias, al proletariado español le ha faltado conciencia de la necesidad de la conquista del Poder» (A. Nin). Solo los trabajadores asturianos tuvieron conciencia de la necesidad de la unidad para tomar el poder. Pero les faltó el instrumento, las asambleas de trabajadores, para dirigir el movimiento victoriosamente, eliminando a los burócratas políticos y sindicales, que perseguían sus propios fines. Tras la derrota del movimiento y la sangrienta represión desencadenada a continuación, el dirigente socialista Andrés Saborit todavía tuvo la desvergüenza de presentarse ante los revolucionarios encarcelados en la prisión de Oviedo para echarles en cara: «Nadie os ordeno ir a la revolución. La orden era de huelga»

La revolución de octubre de 1934 presenta algunos rasgos modernos: por primera vez el proletariado prescindió en la práctica, aunque de forma parcial e insuficiente, de sus organizaciones y dirigentes. Fue la primera revolución sin jefes: «la insurrección de Asturias muy bien puede ser representada por un minero solo que se bate (...) sin jefes»(E. Lussu, «Teoría de los procesos insurreccionales contemporáneos»): esa es su grandeza, y también la causa de su fracaso. No se trata de una animadversión ideológica o metafísica a la autoridad, sino de quien impone esa autoridad y ante quien tiene que rendir cuentas. El espíritu unitario y revolucionario de octubre, ejemplo para la historia, bien puede resumirse en las palabras con que Manuel Grossi narra el ambiente en Mieres el día antes de la derrota al recibir a los combatientes del frente sur de Campomanes que han fijado sobre el terreno, durante dos semanas, fuerzas militares muy superiores en número y armamento, en su obra «La insurrección de Asturias»:

«La concurrencia en Mieres es aún mayor que en los días anteriores. Se discute apasionadamente. Del cuartel general han salido cuatrocientos soldados rojos que recorren las calles de la ciudad en orden perfecto y entonando la Internacional. Este desfile llena de emoción a todos los que lo presencian. Los ojos se llenan de lágrimas. Esos hombres han pasado días y noches sin moverse de las trincheras de la revolución. Están sucios, harapientos, cubiertos de lodo. Les ha crecido la barba. Han dormido apenas. Han conocido toda clase de privaciones. Sin embargo, en este momento decisivo, cuando ya se masca la derrota, a dos pasos quizá de la más sangrienta de las represiones, tienen fe, una inquebrantable fe en su causa, en su ideal. No lloran. Cantan. Es este canto que, a través de derrotas y de victorias parciales, tiene que conducir un día no lejano a la clase trabajadora del mundo entero a su victoria definitiva, a su emancipación total.» (Manuel Grossi, o. c.)
Miles de trabajadores asturianos hemos crecido bajo la sombra mítica de octubre de 1934. Pero esa sombra, poco a poco, se va transformando en un fantasma. En este mundo en el que ya nadie se cree nada, pero en el que, sin embargo, todo el mundo continúa respetándolo todo, los hechos históricos son siempre silenciados o deformados. Se nos presentan como objeto de interés sólo para el profesional de la Historia, o como pasatiempo para cuadros capitalistas refinados: hechos sepultados por el progreso. Un progreso que nos ha traído una multiplicación de desastres, barbarie e inhumanidad bajo la excusa del avance de «las ciencias». Pero nosotros, proletarios, descendientes de los revolucionarios de octubre, como afirmó Karl Marx, «sólo conocemos una ciencia: la ciencia de la historia».
LLAR editorial-Casa María

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