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miércoles, marzo 16, 2016

Comentario de libro: Historia del comunismo en Chile (Sergio Grez). 

Sergio Grez, Historia del Comunismo en Chile. La era de Recabarren (1912-1924). Lom ediciones, 2011.



Una historia del “comunismo” (en tanto movimiento social) no es lo mismo que la historia del “Partido Comunista” (en tanto institución). Hasta ahora los intentos de los historiadores iban más por el segundo aspecto, y en su mayoría habían sido escritas por funcionarios/militantes del PC de Chile, o por miembros de sectas rivales como los trotskistas. Nunca insistiremos lo suficiente en este punto: debemos tener claro que a diferencia de la posición comunista clásica (negación del capitalismo en tanto sistema de producción de mercancías y del estado en tanto encarnación del poder separado), todas las formas actuales y pasadas de “marxismo leninismo” no son sino una variedad izquierdista de socialdemocracia. Eso incluye al estalinismo, el trotskismo, el maoísmo, y distintas combinaciones y nuevas versiones de ideologías defensoras del “capitalismo de estado” (castrismo, chavismo, etc.).

La contribución de Grez es bastante relevante, por cuanto se concentra sobre todo en el rico escenario social de lucha de clases existente hace 100 años, y la manera en que la acción de varios militantes obreros se articuló en la creación primero de la organización política socialista (que cuajara muy lentamente en el Partido Obrero Socialista). No podemos perder de vista que a nivel planetario se vivía la primera gran ofensiva proletaria contra la sociedad capitalista mundial, lo que por lo general llamamos “el primer asalto”. La investigación de Grez nos muestra en detalle todo el mundo de las relaciones sociales en que se constituía el proletariado como fuerza, en general por fuera y en contra del Estado y la sociedad burguesa, en una verdadera época de oro de la lucha de clases proletaria. Tanto el POS como luego el PC tenían una ligazón profunda con la FOCH (Federación Obrera de Chile), al punto que la gran mayoría de los que entraban a ejercer trabajos en los sectores claves donde esta fuerza se construía, se afiliaba a ambos (partido y sindicato de clase).

Gran parte del hilo rojo de esta historia se centra en cómo casi sin mayores deserciones ni escisiones toda esa organización (el Partido Obrero Socialista) decide ya durante 1921 vincularse a la Internacional Comunista y pasar a ser su sección chilena, decisión que formalmente rematan en enero de 1922 en la ciudad de Rancagua una docena de delegados (no por nada, luego de un congreso de algunos días de duración celebrado ahí mismo por la FOCH). 

Ese evento –que Grez destaca tuvo más bien un carácter de consagración formal de una decisión colectiva madurada mucho antes- por décadas fue considerado “fundacional” en la historia del PC de Chile. Hace un tiempo, con la finalidad bastante discutible de poder celebrar los 100 años de su organización, decidieron agregarse también los 10 años de historia previa del POS. Más que dudoso (¡y después Teillier anda diciendo que los grupos anarquistas tienen un “origen oscuro”!). Pero en fin: se trata del PC “de Chile”, país que de entrada optó por celebrar su “independencia nacional” el 18 de septiembre, siendo que para esa fecha en 1810 no estuvo en la agenda independizarse de nadie, proceso que habría de esperar todavía 8 años y que por cierto no se decretó en el mes de septiembre sino que un 12 de febrero.

Esta investigación acude en parte importante al examen de la prensa socialista/comunista de la época, sobre todo publicaciones como El Soviet, La Llamarada y El Comunista. Leyéndolas uno confirma la impresión de que ese partido no es el mismo de los que hoy en día se autodenominan “hijos de Recabarren”. Se trata de una formación política tan idiosincrática que parece ser un fenómeno bastante local o regional, una de las expresiones del “primer asalto proletario contra la sociedad de clases” en estas latitudes, y que está a años luz de la pretendida “bolchevización” posterior. Incluso es notoria la actitud de no sometimiento a la Internacional, con la cual obviamente había intención de coordinarse, pero no de subordinarse a ella (actitud que en cambio tuvo desde el inicio el PC Argentina, que nunca tuvo ni de lejos la relevancia del comunismo en Chile, pero que por sus mayores méritos burocráticos resultó premiado por esto con fondos y con la  primera prioridad para el apoyo material y político desde Moscú). Todas esas características lo hacen una organización muy diferente a la que resultara de la reconstrucción prácticamente íntegra del aparato partidario que se asume hacia 1932, ya en plena era estalinista, y que es la que sigue existiendo formalmente hasta nuestros días. Entre 1924 y 1929 la decadencia de la organización originaria llegó hasta el extremo de dividirse en dos PC, uno de los cuales (la facción de Hidalgo, también conocida como PC disidente) terminó convirtiéndose en la Izquierda Comunista de Chile, que pocos años después se incorporó casi en su totalidad al recién formado Partido Socialista. La otra en cambio, bajo el mando de Lafferte, fue la base de la reestructuración del PC hacia 1932-3, ya totalmente estalinizado. Poco se ha estudiado sobre esta fase (1929/36) y sobre el llamado “partido comunista disidente”, cuestión que merecería una investigación especial.

Una de las mayores diferencias con el PC posterior salta a la vista en su actitud ante las elecciones. Si bien participaban en ellas desde los tiempos del POS, lo hacían con una convicción de la inutilidad de la actuación en la esfera oficial de la “Política” (burguesa), y la intención declarada era llegar a esas instancias para negarlas. Por eso decían que “un representante comunista no va al Congreso a hacer política”, sino que “a destruir, a despedazar con su crítica libre y severa, la dialéctica jesuítica y sofística de los representantes burgueses; y a iluminar, con el resplandor de la doctrina comunista, los problemas vitales que nos acosan. El representante comunista en la Cámara sigue siendo antiparlamentario, sigue combatiendo al parlamentarismo; y sus ideas no difieren de las que expresara en vísperas de elecciones, y en su vida privada, ante sus electores”. Uno podrá creerle o no a Recabarren, autor de esas líneas publicadas en La Federación Obrera en Santiago el 7 de abril de 1922, pero lo que está claro es que no se trata del mismo partido del mismo nombre que hoy en día mantiene una cierta cuota de parlamentarios y puestos en el Gobierno.

Esta concepción negativa de la política como esfera propia de la dominación burguesa es lo que parece estar a la base de la acción y campañas conjuntas que esos comunistas sostenían aún con las organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas, todavía bastante importantes en el campo proletario de la época. En el plano organizativo, este Partido se organizaba territorialmente en base a “secciones” y “centros comunistas”, con bastante autonomía y una concepción más federalista que “centralista democrática”, nombrando de un Congreso a otro un Comité Ejecutivo Nacional (que por mucho tiempo estuvo situado en Valparaíso).

De hecho, el comunismo de esa época parece estar mucho más cerca del anarquismo que de cualquier partido burgués, aunque en la práctica siempre terminaban pactando con sectores tales como el Partido Democrático, y hasta con liberales. Otro texto de Recabarren en 1923 define al PC diciendo que “en primer lugar no es ni será jamás un partido político, puesto que no admitirá nunca relaciones políticas con la clase capitalista”. Otro comunista, Luis Hernández, escribía desde Valdivia un año antes que “el comunismo no es política y nosotros tenemos la obligación de señalar esto a los trabajadores, a fin de que no crean que queremos mantenerlos siempre bajo una dirección, como pretende mantenerlos la Democracia con aquello de un gobierno del pueblo, para el pueblo. Queremos que nadie sea dirigido y llevado por las orejas. Queremos que cada hombre se dirija por sí mismo, y que las colectividades se dirijan por intermedio de las resoluciones evacuadas de la soberana voluntad de estas mismas y sin mentores” (La Jornada Comunista, 29 de noviembre de 1922).

Esa orientación “antipolítica” resulta muy valiosa de rescatar, precisamente porque hace evidente que no es la misma organización que hoy usurpa ese mismo nombre, y nos demuestra una vez más que la verdadera autonomía proletaria es comunista y anarquista a la vez.


A pesar de ello, hay que reconocer que por otro lado la historia del comunismo chileno de esos tiempos muestra ya desde el inicio una gran debilidad en el plano teórico, donde a pesar de todo el instinto de clase que estaba detrás de lo que algunos comunistas de la época entendieron como el surgimiento de un Poder Obrero, el “marxismo” que llegó a conocerse (y practicarse) era el de la II Internacional, y luego el de la III ya hegemonizada por el bolchevismo y luego el estalinismo. Muy sintomático resulta que la primera lucha fraccional que enfrenta el partido, poco antes del suicidio de Recabarren, no parece obedecer a ninguna disensión más profunda que una cierta lucha de egos y conflicto generacional en que unos jóvenes que se sentían más proletarios y “a la izquierda” osaron tildar sus jefes de “comunistas de campañilla” (en alusión a su carácter de parlamentarios).  

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