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miércoles, octubre 19, 2016

Gilles Dauvé critica "Calibán yla Bruja", de Silvia Federici, mientras uno escucha la última grabación de Kaoru Abe. 



Creo en la liberación humana, lo que incluye la de las mujeres y niños/as por cierto. Y creo que esa autoliberación nos impone deberes hacia el mundo animal.

Gilles Dauvé se ha referido a esas cuestiones en varios de sus escritos. Pero este que dejo acá no lo conocía, aunque algo me lo habían referido creo que unos compas en Rosario. ¡Los compas de Rosario! Qué buenos recuerdos. Había uno que nunca supe como se llamaba, que usaba una polera (aka remera) de parálisis permanente. Algún día nos toparemos de nuevo...Bueno: no perdamos el hilo: Dauvé se refiere a las críticas de Federici a Marx, en este interesante texto tomado de alasbarricadas.

La mejor compañía sonora creo que es la última grabación de Kaoru Abe, el 29 de agosto de 1978.


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Federici contra Marx

Por Gilles Dauvé. 

Calibán y la bruja (1) presenta un interés innegable: un análisis de los movimientos sociales y de la crisis de la Europa medieval, una puesta en evidencia de la dimensión sexual y de trato de las mujeres en la formación del capitalismo, y el rol de la maquinización de los cuerpos masculinos y femeninos, principalmente. Pero este libro expone también una visión del pasado y del presente capitalistas tan criticable como la perspectiva política de la que deriva.
Los orígenes del capitalismo según Silvia Federici
Numerosos lectores encuentran en Calibán y la bruja una mejora de El Capital, concretamente de su VIIIª sección. Federici escribe:
“Mi descripción de la acumulación originaria incluye […] una serie de fenómenos que están ausentes en Marx y que, sin embargo, son extremadamente importantes para la acumulación capitalista. Éstos incluyen: i) el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza del trabajo; ii) la construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres; iii) la maquinización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores.” (p.20)
Pero nos equivocaríamos al no ver aquí más que lagunas (graves e insalvables para unos, menores para otros) que la autora se empeñaría en subsanar. Federici hace mucho más: su análisis de la acumulación originaria expresa nada menos que una concepción del capitalismo en definitiva opuesta a la de Marx.
Para explicar el surgimiento del capitalismo, ella privilegia la opresión específica soportada por unos grupos sociales, las mujeres en particular. Ahí está su sujeto de estudio y su aportación, pero la autora no se queda ahí. Ya que da preeminencia a ciertos factores y desprecia otros:
En el siglo XVII, se tasaba el coste del trabajo en las manufacturas de algodón en las Indias a 1/7 del que era en Europa. La Compañía de las Indias Orientales importaba y revendía en Europa tales volúmenes de tejidos indios que los industriales ingleses del textil, incapaces de resistir a esa competencia, reclamaban políticas de aranceles proteccionistas.(2) A mediados del siglo XIX, la mitad de los algodones producidos en el mundo provenían del norte de Inglaterra, y los más atentos se maravillaban o se alarmaban con el apogeo de Manchester, apodada Cotonnopolis, tanto como nuestros contemporáneos lo hacen con la zona de Shenzhen o Shanghai hoy. Durante este tiempo,“los huesos de los tejedores de algodón hacen blanquear las llanuras de la India”.(3)
¿Cómo, en dos siglos los burgueses ingleses habían invertido la correlación de fuerzas? Reduciendo los costes de trabajo en su país. Incluso militarmente, la superioridad europea no se convierte en efectiva hasta el siglo XIX, gracias a la revolución industrial que da a Occidente para mucho tiempo la ventaja de las armas, la cuál supone el advenimiento de la manufactura y del trabajo asalariado modernos. Las causas históricas del proceso son múltiples. Entre ellas, la desposesión -particularmente la relegación de las mujeres al hogar- es una condición necesaria y no suficiente. El hecho decisivo, es el establecimiento del trabajo productivo.
Al contrario, para Federici, sin el trabajo “mitificado” (oculto, invisible) de las mujeres, no hay acumulación posible, no hay capitalismo. Lejos de completar El Capital, la explicación de la acumulación originaria expuesta en Calibán y la bruja está en las antípodas, y se mueve en otra definición del capitalismo.
El capitalismo según Silvia Federici
Calibán y la bruja: bonito título, que resume la tesis: el capitalismo se construiría sobre la esclavitud y la subordinación de las mujeres y desde entonces, bajo otras formas, se perpetuaría. En este marco, el esclavo y la mujer ocupan un lugar más importante que el obrero o la obrera, y la obrera un rol más crucial por su rol en casa que por el que tiene en el taller. Desposesión y disolución de prácticas comunes tendrían prioridad cronológica y lógica sobre el trabajo asalariado propiamente dicho, que no sería más que un efecto. Federici convierte una condición histórica necesaria en la naturaleza profunda del capitalismo. La prioridad otorgada a la esclavitud y a la subordinación de las mujeres no se corresponde a los hechos. La esclavitud comienza a finalizar en el momento en que se desarrolla la industrialización, e Inglaterra, corazón de la revolución industrial, es un país de los más activos en la abolición de la trata de esclavos que, aunque sigue existiendo, se convierte en muy marginal (4). En cuanto a la desigualdad sexual, sin desaparecer, declina en los países más modernos. Mientras continúa discriminando a las mujeres, el capitalismo las introduce cada vez más en el mundo del trabajo, incluidos los empleos tradicionalmente masculinos, y los puestos dirigentes. Que el capitalismo no emancipa a la mujer, es cierto, pero de los sistemas sociales, es en el que parece haber menos desigualdad entre hombres y mujeres.
El análisis histórico de Federici reposa sobre una presuposición. Necesita situar la emergencia del modo de producción capitalista en la transición entre la Edad Media y el Renacimiento, así que antes de la revolución industrial, ve el nacimiento del capitalismo en la exclusión de las mujeres del trabajo, del trabajo llamado productivo, valorizado, y su relegación a la esfera “reproductiva” alrededor de los siglos XV-XVI, y finalmente al trabajo industrial peor pagado.
La autora pretende comprender el trabajo asalariado no a partir de lo que es, sino de lo que le es exterior y lo haría posible, método justificado por ella por su tratamiento de la reproducción, concepto completamente pertinente pero que pierde su pertinencia cuando se extiende a todo, mezclando reproducción de la población, del capital a través de sus ciclos, de la relación capital/trabajo asalariado, y de la reproducción de toda la sociedad.
[…] las mujeres han producido y reproducido la mercancía capitalista más esencial: la fuerza de trabajo […] el trabajo no-pagado de las mujeres en el hogar fue el pilar sobre el cual se construyó la explotación de los trabajadores asalariados, “la esclavitud del salario”, así como también ha sido el secreto de su productividad.” (pp. 10-11)
¿Qué es en definitiva para ella el capitalismo? Desposesión y sometimiento. Al igual que el movimiento de los enclosures (cercamientos) privaba a los campesinos de los medios de subsistencia, las mujeres eran desposeídas de sus saberes y destrezas tradicionales. Pero esta condición indispensable no da la definición de capitalismo.
El trabajo según Silvia Federici: la teoría del trabajo “reproductivo”
Calibán y la bruja fue escrito para probar históricamente una tesis. La primera versión (1984) “se esforzaba en repensar el análisis marxiano de la acumulación originaria desde una perspectiva feminista” (p. 12). En la segunda (2004), ya disponible en francés, Silvia Federici explica querer “fundar teóricamente e históricamente la idea de que el trabajo doméstico no es la herencia o el residuo de una era precapitalista, sino una actividad específica en la que las relaciones sociales han sido forjadas por el capital. […] el trabajo de cuidados, el trabajo doméstico y en conjunto las actividades complejas vía las cuales la vida se reproduce, constituyen de hecho un trabajo esencial en la organización capitalista de la producción. […] [se trata de] el trabajo más productivo en el seno del capitalismo. Sin este trabajo, ninguna otra forma de producción sería posible. […]Queríamos mostrar que se trataba de un trabajo central […]”(5)
“[…] uno de los mayores aportes de la teoría y de la lucha feminista es redefinir el trabajo, y reconocer el trabajo reproductivo no pagado de las mujeres como una fuente determinante de la acumulación capitalista. Redefiniendo el trabajo de cuidados como TRABAJO […] las feministas han actualizado un nuevo terreno esencial de explotación completamente ignorado por Marx y la teoría marxista.”(6)
Esta posición fundó una de las bases de la Autonomía y del feminismo radical italianos en los años 1960-80, expuesta desde 1970 por Revolta femminile en su Manifiesto:
“Identificamos en el trabajo doméstico no retribuido la prestación que permita al capitalismo, privado o de Estado, subsistir.”(7)
Según esta tesis, el trabajo doméstico hace bajar el coste de la fuerza de trabajo: si el obrero tuviera que cenar en un restaurante o comprar platos preparados, llevar su ropa a la lavandería, etc., gastaría más que si una mujer hiciera en su casa y para él comida, colada, etc. Gracias a la actividad no pagada de esta mujer, el patrón hace realidad la economía. De donde viene la idea de considerar esta actividad como un trabajo del que se beneficia gratuitamente el capital para el cual es una de sus fuentes vitales y permanentes de valorización.
Si esto fuera cierto, el obrero (o la obrera) soltero costaría más caro y el patrón debería pagarle más que al obrero (o la obrera) que viva en pareja. No es el caso. Es odioso que el marido ponga los pies sobre la mesa, pero una familia no es asimilable a un taller de fábrica. Se puede llamar a muchas cosas trabajo, pero el único que reproduce el capital es el trabajo asalariado efectuado por una empresa.
Que las tareas de cuidados sean igualmente compartidas (el caso menos frecuente), o que el marido se “beneficie” de su mujer, no cambia en nada la reproducción del capital, ya que no asistimos aquí a un beneficio empresarial. La pareja no es por lo demás más que una de la diversas formas de existencia del asalariado, hombre o mujer, que puede vivir en familia, solo o sola, en dormitorio compartido, en un inmueble o conviviendo con parejas y solteros, etc. Fueran los hombres o los robots los que hicieran las faenas cotidianas, el beneficio del patrón no se vería modificado. El trabajo doméstico femenino no es una estructura necesaria sin la cual el capitalismo no podría existir.(8)
En el fondo, Federici desdobla la teoría del valor: la plusvalía no resulta solamente del trabajo productivo en la empresa (hecho tratado por Federici como algo adquirido a lo que no otorga más que un rol secundario), sino también (y sobre todo) del trabajo de cuidados.
Todo reside en el cambio de sentido de las palabras, en particular producción y reproducción.
“La producción de plusvalía es de entrada social. No es nunca el producto de una actividad o de una persona en particular. […] la producción de valor nunca es exactamente fruto de una unidad social particular, es un producto social. En otros términos, podemos imaginar como una gran cadena de montaje la escala social, donde todos los eslabones son necesarios para producir plusvalía. Existe una fábrica social que va más allá de la fábrica misma. […] para las mujeres, la casas constituye la fábrica, es ese el lugar de la producción. Por ello queremos que se pague como tal.”(9)
“[…] el cuerpo ha sido para las mujeres en la sociedad capitalista lo que la fábrica ha sido para los trabajadores asalariados […]” (p.28).
Las mujeres produciendo niños sin los cuales no habría ni sociedad ni capitalismo, se ven atribuidas por esta teoría a un rol productivo de igual modo que todo factor de (re)producción social, y de hecho un rol determinante. Reproducción engloba a todos y cada uno, el capital, las clases, la población, la fuerza de trabajo, la burguesía, el y la proletaria… concepto útil pero, contrariamente a lo que cree Federici, toda reproducción no es una “fuente de creación de valor” (p.10). Su razonamiento por analogía funciona por extensión sistemática de conceptos. Ella amplia elplustrabajo (la parte de la jornada de trabajo que va más allá del trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, por tanto “gratuita” y origen del beneficio patronal) al“trabajo de cuidados no pagado”. Producción, trabajo, explotación, valor, salario, cada vez el concepto se extiende hasta el punto de recibir todos los sentidos posibles: todo es explotación, todo es trabajo, todo crea valor.
Todo, pero primeramente el trabajo “reproductivo” femenino. Esto que quiere demostrar Calibán y la bruja ayudándose de cambiar el sentido de los términos, es que el modo de producción capitalista reposa sobre la subordinación de las mujeres. Federici feminiza el marxismo, lo que sin duda le agrada.
El “salario doméstico”, eslogan político
Si un movimiento social fuera lo suficientemente fuerte para lograr que las mujeres fueran de una manera u otra pagadas por su actividad doméstica, lo celebraríamos como un éxito de toda reivindicación que mejore la condición proletaria, femenina o masculina. Pero los defensores del “Salario para el trabajo doméstico” no se quedan ahí.
Para algunos, el pago del trabajo doméstico es un tipo de posicionamiento radical. Los autónomos italianos lo encontraban como algo que, mejor que las reivindicaciones salariales stricto sensu, unificaría y movilizaría todas las categorías de explotados más allás del “mundo del trabajo”. Militar por el “salario político”, era pedir que fuera pagado el parado, el ama de casa, el estudiante o el enfermo como el trabajador con empleo. Frente a un capitalismo que no da los medios para vivir más que a la minoría a la que paga un salario, esta reivindicación supuestamente revelaría lo absurdo del capitalismo: como este sería incapaz de satisfacer semejante demanda, la presión social para obtenerlo haría estallar al sistema. Inventar la palanca que levantará a las masas es una constante del comportamiento militante… condenada al fracaso. Puesto que si millones se echaran a la calle para exigir ser remunerados, estarían ya más allá de pedir dinero para todos y todas, y empezarían a formular la pregunta: ¿cómo pasar a un mundo sin dinero?
Para otros, asalariar a los/as no asalariadas se inscribiría por encima de todo en una lucha feminista, a veces radical, a veces reformista, como la de Selma James, que desde hace mucho tiempo interviene ante la ONU y los gobiernos con el fin de obtener el reconocimiento oficial y el pago del trabajo doméstico.(10)
Silvia Federici teórica de los “comunes”
Calibán y la bruja expone un programa político. Federici establece explícitamente el vínculo entre su visión de la historia y su aportación a las teorías de los “bienes comunes”. Para ella, la resistencia de los “comunes” contemporáneos contra la mundialización enlaza con la lucha de los “comunes” en otro tiempo vencidos por los enclosures.
Uno de los objetivos de Calibán y la bruja es restaurar el rol de la violencia en la historia, subestimado por Marx según Federici: en la transición al capitalismo, la fuerza y el sometimiento habrían sido más decisivas que la capacidad de la burguesía de organizar las fuerzas productivas: “la violencia misma se convierte en la principal fuerza productiva” (p. 30). (Nosotros diríamos más bien que la violencia estaba al servicio de esta transformación histórica.) Lo que subyace en el libro, es el postulado de que la evolución humana sería antes que nada una cuestión de poder, ya sea con el control de unos sobre otros, o al contrario con la autoorganización colectiva, y por tanto que el cambio social consiste en crear o recrear nuevos espacios y formas de poder. Poco importa la naturaleza profunda del capitalismo: a nada que fueran gestionados colectivamente, el dinero, el trabajo o el valor cambiarían completamente.
Si el capital es sometimiento, basta salir de él y actuar libremente. Si el capital es desposesión, reapropiémonos juntos de lo existente, y esta reposesión común lo transformará (11).
Cuando Federici habla de clase, la noción es tan elástica que ya no existen proletarios, solamente seis mil millones de comuneros, es decir, de seres humanos oponiendo al capitalismo (¿pero qué sentido le queda a este término?) su solidaridad y necesidades colectivas.
La revolución es sustituida por la alternativa, supuesta ya a lo largo de toda la obra bajo la progresión de viejas prácticas comunitarias todavía no asimiladas por el capitalismo, o que escaparían de él gracias a nuevas formas de trabajo (software libre, mutualización…).
¿Superación del marxismo?
Si el marxismo ha sido la teoría del movimiento obrero que afirma el trabajo en el capitalismo, ya sea en cogestión con la burguesía (versión socialdemócrata), ya se sustituyendo a la burguesía (versión leninista), el marxismo se ha encontrado desarmado en los años 70 bajo la lucha de rechazo al trabajo de los proletarios, o más bien de ciertas minorías definidas. Aún no terminamos de sufrir los efectos de esta crisis teórica. La sacudida social del momento reveló las carencias del pensamiento revolucionario sin tener la fuerza suficiente para superarlo, y no pudo más que hacer brechas en ciertas certidumbres obsoletas.
Silvia Federici forma parte del amplio abanico de semi-críticos que prosperan sobre estas carencias, especialmente sobre lo que inevitablemente falta en Marx. El autor de El Capital insistía en el hecho esencial de la acumulación originaria: la separación del productor respecto a los medios de producción. Ingoraba a la mujer, la sexualidad, la racionalización y mecanización de la naturaleza y de la sociedad, la desposesión del cuerpo, el rol del lenguaje, el trato de los animales…(12)
Hay una crítica por hacer a Marx. No la podemos esperar de Federici, que prolonga una de las expresiones más blandas de la profunda contestación social de los años 70 en Italia. En vez de profundizar lo que este entendía por trabajo, y especialmente de volver al comienzo de El Capital (13), las feministas de la Autonomía han dilatado el concepto para exigir un reconocimiento de la mujer como trabajadora. Es decir, ser un verdadero trabajador, como el obrero (hombre), que está verdaderamente asalariado, verdaderamente explotado, como si fuera un privilegio o un título de nobleza por ser un sujeto revolucionario. En lugar de criticar el trabajo, se generaliza, creyendo sin duda que reivindicar para todos la condición de trabajador acabaría con el trabajo. En vez de críticar la fábrica, se la extiende a la sociedad, y como vemos también al hogar. Era un límite de la época, y la deriva actual de Silvia Federici hace pensar que esta época no ha finalizado.
G.D., octubre de 2015
(1) Silvia Federici, Caliban et la Sorcière. Femmes, corps et accumulation primitive, coedición Senonevero-Entremonde, 2014. Los números de página remiten a esta obra.
(2). J. Darwin, After Tamerlan. The Rise & Fall of Global Empire 1400-2000, Bloomsbury Press, 2008, capítulos 3 y 4.
(3) El Capital, Sección IV, capítulo XV, § 5
(4) O. Peté-Grenouilleau, Les Traites négrières. Essai d’histoire globale, Gallimard, 2004.
(5) Aux origines du capitalisme patriarcal: entretien avec Silvia Federici (Contretemps, traduit du podcast Black Sheep, 2013).
(6) Silvia Federici, extraido de Precarious Labor and Reproductive Work, 2006 (caring labor: an archive, 2010). El subtítulo del sitio (Power to the caregivers adn therefore to the class) explica el programa político: la clase es asimilada a ellos, o más bien a ellas que se ocupan del care.
(7) M. Tari, Autonomie! Italie les années 1970, La Fabrique, 2011, p.138 (texto completo en inglés: columbia-edu/itc/architecture/ockman/pdfs/feminism/manifesto.pdf)
(8) Si Engels escribió: “Dans la famille, l’homme est le bourgeois; la femme joue le rôle du prolétariat” (L’Origine de la famille, de la proprieté et de l’État, 1884, capítulo II, § 4), no hay ninguna razón para transformar en teoría lo que no era más que una analogía, reanudación de Flora Tristan: la femme “est le prolétaire du prolétaire” (Les Pérégrinations d’une paria, 1837).
(9) Aux origines du capitalisme patriarcal…, op. Cit.
(10) S. James & Mariarosa Della Costa: The Power of Women & the Subversion of the Community, 1972. S. James: Sex, Race & Class, 1975, disponibles en libcom.org: “género+clase+raza”, fórmula mágica de la radicalidad del siglo 21, ya era expuesta hace cuarenta años. Estas dos autoras son las mayores referencias de Federici (p.10), que no expresa ninguna objeción a las actividades de S. James. Hay que precisar que reformismo no es para nosotros un insulto, sino simplemente una constatación, y una constatación necesaria, salvo para aquellos que consideran la diferencia reforma/revolución como una antigualla.
(11) Federici, Feminism & the Politics of the Commons, 2011 (thecommoner.org).
(12) Sin hablar de Engels, para el que la salarización masiva contendría el germen del fin de la jerarquía sexual.

(13) Como lo hace Bruno Astarian en el primer capítulo de su Feuilleton sur la valeur.

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