lunes, septiembre 04, 2017
Comunización (2011): Hacia una síntesis/No un programa/¿Una novedad?
El Colectivo Germinal (España) dio a conocer el viernes pasado su traducción del importantísimo texto "Comunización", de G. Dauvé y K. Nesic (Troploin) que debe ser de lo más profundo que se ha escrito sobre ese concepto aun relativamente novedoso, pero que nos habla de algo más antiguo que el capitalismo mismo.
Es largo y debería leerse entero. Subo acá tres extractos que me parecen particularmente significativos.
Hacia una síntesis
Decimos una síntesis, y no la
síntesis, porque solo un espíritu religioso cree que pueda existir un momento
tan excepcional como para que la historia pudiera desvelar la totalidad de su
sentido (en un análisis que también sería excepcional).
Nos falta espacio para un
análisis de conjunto, pero la evolución no se produjo de la nada, sino que
sufrió en concreto dos “choques” en los siguientes años. Si en Portugal la
autonomía obrera se mostró capaz de mucho en 1974-1975, no bastó para producir
un antagonismo con el capital, y a menudo tomó vías muertas, sobre todo
autogestionarias. Más tarde, en Polonia, aunque haya sido el principal agente
de la caída de la burocracia, probando de forma brillante “la centralidad del
trabajo” en las sociedades modernas, la clase obrera ayudó igualmente a
resucitar lo que creíamos muerto: la nación, el pueblo o una democracia que
renovara del Estado.
Ahora bien, durante decenios y contra el comunismo
oficial, contra las ciento y una variantes de reformismo, contra el pensamiento
que cuestiona todo y el mundo intelectual, toda una parte de la crítica radical
había afirmado la fuerza revolucionaria de la clase obrera y extraído en 1968
nuevos argumentos en este sentido. Los acontecimientos en Portugal y Polonia
obligaban a comprenderlos un poco mejor. La solución (la clase obrera) hace
parte del problema histórico que hay que resolver, pero este problema solo la
clase obrera es capaz de afrontarlo, y eso implica que tiene que ajustar
cuentas también consigo misma. Porque hacen funcionar el capitalismo, los
proletarios también pueden hacerlo caer.
En la Alemania de 1919, la
mayoría del proletariado dio su apoyo, al menos pasivo, a la contrarrevolución
armada dirigida por un gobierno socialista. Pero en Portugal y en Polonia fue
la acción de los obreros, incluido cuando escapaba al control de los aparatos
sindicales y de partido, la que tomó el camino de la reforma. Por muy
importante que fuera, la burocracia no era el obstáculo nº1 ni el candado que
impedía a los proletarios forzar la puerta de la revolución, puesto que ellos
mismos mantuvieron cerrada esa puerta.
Con una constatación como esa,
algunos como Invariance (después de que Jacques Camatte
hubiera contribuido de forma importante a clarificarnos sobre la importancia de
la Izquierda italiana y de Bordiga después de 1945) concluían que los
proletarios no actuaban ni actuarían nunca más que como clase del capital y
para él.
Otros, entre los que nos
encontrábamos, pensábamos al proletariado como una contradicción histórica que
sólo él era capaz de resolver… o no:
Primero, hay una relación entre
el contenido de la transformación y el grupo social del que la contiene: el
proletariado es la disolución potencial de la sociedad moderna. Por otro lado,
la naturaleza del que la contiene no produce automáticamente ese contenido: en
dos siglos de lucha, esta fuerza de disolución que llevan consigo los
proletarios no la han puesto aún en práctica para pasar al comunismo. Ya se
habrá comprendido que no queremos “refundadores”.
Para resumir, se nos permitirá
retomar lo que ya habíamos expuesto en otro sitio: la Izquierda “alemana” (en
sentido amplio, incluyendo a muchos holandeses, sin olvidar a los herederos un
poco lejanos, algunos deliberadamente ingratos como Socialisme ou
Barbarie) nos había enseñado a comprender la revolución como autoactividad,
autoproducción por los explotados de su emancipación. De ahí la necesidad de
rechazar toda mediación: parlamento, sindicato o partido.
La Izquierda “italiana” (y de
nuevo aquí, más allá de Italia, en concreto en Bélgica con la revista Bilan entre
1933-1938) recordaba que no hay comunismo sin destrucción del sistema
mercantil, del salariado, de la empresa como tal y de toda economía como esfera
especializada de la actividad humana.
Lo que Bordiga y los bordiguistas
recordaban como programa a realizar una vez destruido el poder político
burgués, la IS mostraba que no puede triunfar sin comenzar inmediatamente el
proceso de extinción del intercambio mercantil, del salariado y de la economía,
mediante una transformación de todos los aspectos de la vida, que no se llevará
a cabo en una semana o siquiera un año, pero no tendrá ni impacto ni éxito si
no se hace desde el principio de la revolución.
Esquemáticamente, la Izquierda
alemana ayuda a ver la forma de la revolución, la Izquierda italiana su
contenido, y la IS el único proceso que puede realizar ese contenido.
Decir que la izquierda alemana se
funda sobre la experiencia proletaria, la izquierda italiana sobre el futuro y
los situacionistas sobre el presente, basta para mostrar en qué se contraponen
esas contribuciones, a riesgo de perdernos entre tantos espejos. Pero esta
convergencia ayuda a comprender la revolución como comunización: no se trata ni
de tomar el poder ni de pasar por encima, sino de destruirlo al mismo tiempo
que se transforma el conjunto de las relaciones sociales, cada momento del
doble proceso donde lo uno refuerza a lo otro.
--
No un programa
No se trata de un proyecto que
realizar algún día, de un programa que aplicar, es verdad que conforme a los
intereses vitales del proletariado, pero que les sería “externo”, como una casa
existe antes en la cabeza de un arquitecto antes de adquirir su propia
existencia una vez construida. La comunización tiene que ver con lo que es y
hace el proletario.
Lo que distingue a Marx (y
a otros) del socialismo llamado utópico no es que el autor del Capital siguiera
un método científico o que se negara a anticipar el futuro. La diferencia
esencial es que Marx va a buscar la solución a las relaciones de explotación.
Cuerpo y corazón del capitalismo, el proletariado es también el vector posible
del comunismo. «Sin reservas», al contrario del siervo o del aparcero, el
proletariado no mantiene sus condiciones de vida sin su relación con el
capital: si éste deja de comprar su trabajo, el proletario ya no es nada.
Además, toda grave crisis social abre la posibilidad para el proletariado de
inventar “otra cosa”. Sea cual sea el origen de la lucha, ya obtenga
concesiones o acabe asfixiada, aplastada o desviada, a menudo se ve acompañada
de esfuerzos y a veces tentativas para producir esa “otra cosa”.
Se manifiesta una posibilidad de
ruptura cada vez que la relación de explotación se ve atrapada en una crisis
histórica mayor, que para el proletariado no coincide necesariamente con lo que
la burguesía determina que es una gran crisis económica. Desde ese punto de
vista, y en la medida en que un año sirve como símbolo, 1929 nos importa menos
que 1919, y 1974 (el principio del fin de los “30 Gloriosos”) menos que 1968.
En las crisis de la relación salarial, donde los proletarios actúan en
condiciones que dependen en parte de ellos (solamente en parte), se juega una
contradicción fundamental que la teoría comunista tiene la función de
clarificar: indica que lo que el proletariado «estará obligado a hacer
históricamente» (Marx), no en qué momento —y menos aún en qué único momento— se
verá obligado.
Es por eso que podemos y debemos
hablar de la comunización a la vez en el pasado y en el presente. Se trata de
algo diferente a un ideal. Imaginar una sociedad futura no sirve de nada sin un
análisis de la que la habrá precedido, y del paso de la una a la otra. Para
evitar describir un bello futuro inaccesible, hay que reflexionar a la vez
sobre lo que sería el comunismo, cómo hacerlo llegar y sobre quién será el
mejor situado para eso.
¿Una novedad?
Si el capitalismo en su
naturaleza es invariante, aunque sus lógicas actúan de forma diferente en
función de la evolución histórica, igualmente las modalidades de aplicación del
comunismo dependen del momento que le vio nacer. En tanto que movimiento de
emancipación, el comunismo es anterior al proletariado moderno y ya actuaba en
tiempos de Espartaco, de los müntzerianos o los cavadores [diggers].
Cincuenta años antes de Marx, Babeuf le debía poco a la industrialización. Esos
movimientos y otros tantos estaban animados de un deseo de vivir algo distinto
a lo que la clase dominante proponía e imponía. La parte de invarianza se
atiene a lo que el proletariado es desde el origen y será hasta su final,
separado radicalmente de los medios de producción, y por tanto de los medios de
vida. Esta desposesión es la condición de que se pusiera a trabajar al
proletario en provecho del capital. Pero implica también que, desde sus
principios, el proletariado debe ser capaz de una revolución que superará la
propiedad, las clases, el trabajo separado, y llevará a cabo la emancipación
humana.
Lo que designa la palabra
comunización es por tanto tan antiguo como las luchas de proletarios cada vez
que han intentado emanciparse.
«Retomar el estudio del
movimiento obrero clásico de forma desengañada», como invitaba la IS en 1962 en
su nº7, no significa tomar lo opuesto del mito del proletariado que tiende sin
cesar hacia el comunismo, para pensar que los obreros siempre reivindican un
capitalismo más suave, glorificando el trabajo, adhiriéndose mejor que la
burguesía a la ideología del progreso, y cuyas luchas más radicales se reducen
a querer crear un imposible capitalismo obrero. Esta reconstrucción histórica
remplaza un mito por otro. Olvida que lo menos bueno y lo peor que los
proletarios han aceptado, lo han hecho por su voluntad y forzados a ello.
Igualmente, se tergiversan los
hechos cuando se corta la historia del movimiento proletario desde principios
del siglo XIX en dos fases: la primera (que terminaría, por ejemplo, hacia
finales del siglo XX) durante la cual el proletariado y la casi totalidad de
sus teóricos, no habrían sido capaces de elevarse sobre una conciencia y una
práctica que habría que calificar como capitalistas; y la segunda (hoy) donde
ese programa capitalista se volvería imposible y no le quedaría al proletariado
más que la elección entre la revolución comunista y la barbarie.
En tanto que ha sido —y es aún
hoy— vivo, ofensivo, antiestatal, el movimiento proletario se ha dado implícita
y a veces explícitamente un proyecto donde estaba presente el comunismo, y que
no se reducía a remplazar la explotación del hombre por el hombre por la
explotación de la naturaleza por el hombre. Los comuneros, los proletarios
españoles del verano de 1936, los obreros turineses en 1969 no tenían por
lógica ni por intención “desarrollar las fuerzas productivas”, ni hacer
funcionar las mismas fábricas sin patrones. Fue su derrota la que alejó los
objetivos comunitarios y fraternales, la que barrió las perspectivas de unión
entre el hombre y el resto de la naturaleza, y la que impuso lo que permitía y
llamaba el dinamismo capitalista. Si, hasta ahora, los proletarios han podido
iniciar prácticas comunistas en el sentido fuerte de la palabra, es decir,
prácticas que afectaban la estructura social y la vida cotidiana, raramente han
ido más allá de la fase insurreccional, puesto que la mayor parte de los
levantamientos han sido aplastados o asfixiados. Cuando los insurgentes lo
consiguieron, a veces intentaron vivir algo distinto a un capital gestionado por
el trabajo. Y los límites —estrechos— de estas tentativas, por ejemplo en la
España de 1936-39, no se debían solamente a una carencia del programa social,
sino al menos en la misma medida al hecho de haber dejado el poder político al
Estado y a las fuerzas antirrevolucionarias.
No llegamos a ponderar lo
suficiente lo que deben nuestras teorizaciones a nuestros fracasos. Si la
Comuna de París fue un avance gigantesco, en ciertos sentidos aún no superado,
también indicaba el callejón sin salida del comunalismo. Rusia ha ilustrado ya
la suerte de una insurrección que se limita a una toma del poder, y España
mostró lo que ocurre a las socializaciones cuando se deja intacto el Estado.
Pero en cada ocasión la “lección” es negativa, la contrarrevolución se fija y
consolida el contenido de lo que ha intentado el proletariado.
Etiquetas: a desalienar, comunismo, Germina, teoría revolucionaria, Troploin
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