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domingo, septiembre 17, 2017

Otto Rühle y la revolución rusa 


Otto Rühle. Dedicó un libro entero a la cuestión rusa y la intervención bolchevique en la revolución europea y mundial. En su momento y por años, nadie lo quiso editar. Puede que el título ("Fascismo pardo y fascismo rojo") y su crítica despiadada de Lenin ayudaran a que toda la izquierda tratara de bloquearlo. Rühle no se confundió ni en la I ni la II guerras mundiales: mantuvo una posición internacionalista y proletaria. (Recordemos que en 1914 junto a Karl Liebknecht hijo fueron los únicos parlamentarios socialistas en votar contra los créditos de guerra en Alemania). Murió exiliado en México (este retrato lo hizo Diego Rivera), donde a veces se hacía llamar Carlos Timo Nero. En Chile se editaron obras suyas ("El alma del niño proletario" y la biogrfía de "Carlos Marx").

"Fascismo pardo y fascismo rojo" no está en la web.

En parte el texto de su viejo camarada Paul Mattick (padre) resume bien las posiciones de su amigo sobre la “revolución rusa” los bolcheviques  y la Internacional Comunista en el texto “Otto Rühle y el movimiento obrero alemán” (1945):

V

En el II Congreso Mundial, los dirigentes bolcheviques, para asegurar el control sobre la Internacional, propusieron veintiuna condiciones de admisión en la Internacional Comunista. Dado que dominaban el Congreso, no tuvieron dificultad en conseguir que estas condiciones fueran adoptadas. Al momento, la lucha sobre cuestiones de organización que, veinte años antes, había causado controversias entre Luxemburg y Lenin, fue retomada abiertamente. Tras las debatidas cuestiones organizativas estaban, por supuesto, las diferencias fundamentales entre la revolución bolchevique y las necesidades del proletariado occidental.

Para Otto Rühle, estas veintiuna condiciones fueron suficientes para destruir sus últimas ilusiones sobre el régimen bolchevique. Estas condiciones dotaban al ejecutivo de la Internacional, esto es, a los dirigentes del partido ruso, de completo control y autoridad sobre todas las secciones nacionales. En opinión de Lenin, no era posible realizar la dictadura a una escala internacional “sin un partido estrictamente centralizado, disciplinado, capaz de dirigir y gestionar hacia rama, cada esfera, cada variante del trabajo político y cultural”. A Rühle le pareció, al principio, que tras la actitud autocrática de Lenin había simplemente la arrogancia del vencedor que intenta imponer al mundo los métodos de lucha y el tipo de organización que había proporcionado el poder a los bolcheviques. Esta actitud, que insistía en aplicar la experiencia rusa a Europa occidental, donde prevalecían condiciones completamente diferentes, parecía un error, una equivocación política, una falta de entendimiento de las peculiaridades del capitalismo occidental y el resultado de la preocupación fanática de Lenin por los problemas rusos. La política de Lenin parecía estar determinada por el atraso del desarrollo capitalista ruso y, aunque tuvo que ser combatida en Europa occidental, dado que tendía a apoyar la restauración capitalista, no se le podía llamar una fuerza contrarrevolucionaria franca. Esta perspectiva benevolente hacia la revolución bolchevique sería pronto destruida por las actividades ulteriores de los mismos bolcheviques.

Los bolcheviques fueron de “errores” pequeños a “errores” siempre mayores. Aunque el Partido Comunista Alemán, que estaba afiliado a la III Internacional, creció con afianzamiento, particularmente después de su unificación con los Socialistas Independientes, la clase proletaria, ya a la defensiva, perdía una posición tras otra frente a las fuerzas de la reacción capitalista. Compitiendo con el Partido Socialdemócrata, que representaba a partes de la clase media y a la llamada aristocracia tradeunionista del trabajo, el Partido Comunista no podía sino crecer en tanto estas capas sociales se empobrecían en la depresión permanente en que el capitalismo alemán se encontraba. Con el crecimiento seguro del desempleo, también se incrementó el descontento con el status quo y con sus defensores más leales, los socialdemócratas alemanes.

Sólo se popularizó el lado heroico de la Revolución rusa, el carácter cotidiano del régimen bolchevique se ocultó tanto por sus amigos como por sus enemigos. Pues, en esta época, el capitalismo de Estado que se estaba desplegando en Rusia era aún tan extraño para la burguesía, adoctrinada en la ideología del laissez-faire, como lo era el propio socialismo. Y el socialismo era concebido, por la mayoría de los socialistas, como un tipo de gestión estatal de la industria y de los recursos naturales. La Revolución rusa se convirtió en un mito poderoso y hábilmente fomentado, aceptado por las secciones empobrecidas del proletariado alemán para compensar su miseria cada vez mayor. El mito fue sostenido por los reaccionarios, para aumentar el odio de sus seguidores por los obreros alemanes y por todas las tendencias revolucionarias en general.

Contra el mito, contra el poderoso aparato de propaganda de la Internacional Comunista que edificara el mito, que era acompañado y apoyado por una ofensiva general del capital contra el trabajo en todo el mundo -contra todo esto, la razón no podía prevalecer. Todos los grupos radicales a la izquierda del Partido Comunista fueron del estancamiento a la desintegración. No ayudó el que estos grupos tuvieran la política correcta y el Partido Comunista la política “equivocada”, puesto que aquí no estaban implicadas cuestiones de estrategia revolucionaria. Lo que estaba sucediendo era que el capitalismo mundial estaba pasando por un proceso de estabilización, y estaba librándose de los elementos proletarios perturbadores que, bajo condiciones críticas de guerra y de colapso militar, habían intentado afirmarse políticamente.

Rusia, que de todas las naciones era la mayor en necesidad de estabilización, fue el primer país en destruir su movimiento obrero por la vía de la dictadura de partido bolchevique. Bajo las condiciones del imperialismo, sin embargo, la estabilización interna es posible sólo mediante políticas exteriores de fuerza.[4] El carácter de la política extranjera de Rusia bajo los bolcheviques estaba determinado por las peculiaridades de la situación europea de posguerra. El moderno imperialismo ya no se contenta simplemente con autoafirmarse por medio de la presión militar y de la guerra efectiva. La “quinta columna” es el arma reconocida de todas las naciones. Con todo, la virtud imperialista de hoy era todavía una pura necesidad para los bolcheviques, que estaban intentando sostenerse a sí mismos en un mundo de competición imperialista. No había nada contradictorio en la política bolchevique de apropiarse de todo el poder de los obreros rusos y, al mismo tiempo, intentar construir fuertes organizaciones obreras en otras naciones. Justamente como estas organizaciones tenían que ser flexibles para moverse de acuerdo con las necesidades políticas cambiantes de Rusia, su control desde arriba tenía de este modo que ser rígido.

Por supuesto, los bolcheviques no consideraron las diversas secciones de su Internacional como simples legiones extranjeras al servicio de la “patria de los trabajadores”. Creían que lo que ayudaba a Rusia también servía al progreso en otras partes. Creían, correctamente, que la Revolución rusa había iniciado un movimiento general y de amplitud mundial del capitalismo monopolista al capitalismo de Estado, y mantuvieron que este nuevo estado de cosas era un paso en la dirección al socialismo. En otras palabras, si no en su táctica, entonces en su teoría, ellos eran todavía socialdemócratas y, desde su punto de vista, los dirigentes socialdemócratas eran realmente traidores a su propia causa cuando ayudaban a preservar el capitalismo de laissez-faire del ayer. Contra la socialdemocracia, ellos se veían como los verdaderos revolucionarios; contra la 'ultraizquierda' se veían como los realistas, los verdaderos representantes del socialismo científico.

Pero lo que pensaban de sí mismos y lo que eran realmente son dos cosas diferentes. En tanto continuaban malinterpretando su misión histórica, estaban continuamente frustrando su propia causa; en tanto estaban forzados a cumplir con las necesidades objetivas de su revolución, se convirtieron en la mayor fuerza contrarrevolucionaria del capitalismo moderno. Luchando como verdaderos socialdemócratas por el predominio en el movimiento socialista mundial, identificando los intereses estrechamente nacionalistas de la Rusia capitalista de Estado con los intereses del proletariado mundial, e intentando mantener a toda costa la posición de poder que habían ganado en 1917, estaban meramente preparando su propio hundimiento, que se dramatizó en numerosas disputas fraccionales, alcanzó su apogeo en los juicios de Moscú y acabó en la Rusia estalinista de hoy -una nación imperialista entre otras.

En vista de este desarrollo, y más importante que la crítica implacable de Otto Rühle de las políticas efectivas de los bolcheviques en Alemania y a lo largo del mundo, era su precoz reconocimiento de la importancia histórica real del movimiento bolchevique, es decir, de la socialdemocracia militante. Lo que un movimiento socialdemócrata conservador era capaz de hacer y de no hacer lo habían revelado muy claramente los partidos de Alemania, Francia e Inglaterra. Los bolcheviques mostraron lo que habrían hecho de haber sido todavía un movimiento subversivo. Habrían intentado organizar el capitalismo desorganizado y reemplazar a los empresarios individuales por burócratas. No tenían otros planes, e incluso éstos eran sólo extensiones del proceso de cartelización, trustificación y centralización a que estaba procediéndose en todo el mundo capitalista. En Europa occidental, sin embargo, los partidos socialistas no podían actuar ya de modo bolchevique, puesto que su burguesía estaba ahora mismo instituyendo este tipo de “socialización” por propio acuerdo. Todo lo que los socialistas podían hacer era tenderles la mano, o sea, crecer progresivamente dentro de la emergente “sociedad socialista”.

El significado del bolchevismo se reveló por completo solamente con la emergencia del fascismo. Para combatir a este último era necesario, en palabras de Otto Rühle, reconocer que “la lucha contra el fascismo comienza con la lucha contra el bolchevismo”. A la luz del presente, los grupos de 'ultraizquierda' en Alemania y Holanda deben considerarse las primeras organizaciones antifascistas, anticipando en su lucha contra los partidos comunistas la necesidad futura de la clase obrera de combatir la forma fascista del capitalismo. Los primeros teóricos del antifascismo se encontraron entre los portavoces de las sectas radicales: Gorter y Pannekoek en Holanda; Rühle, Pfempfert, Broh y Fraenkel en Alemania. Y ellos pueden ser considerados como tales por su lucha contra el concepto de gobierno de partido y de control/gestión estatal, por sus intentos de actualizar los conceptos del movimiento consejista para con la determinación directa de su destino, y por su sostenimiento de la lucha de la izquierda alemana tanto contra la socialdemocracia como contra su rama leninista.

Poco antes de su muerte, Rühle, haciendo recapitulación de sus conclusiones a respecto del bolchevismo, no vaciló en situar a Rusia como la primera entre los Estados totalitarios. “Sirvió como modelo para otras dictaduras capitalistas. Las divergencias ideológicas no diferencian realmente sistemas socio-económicos. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción (combinada con), el control de los obreros sobre los productos del su trabajo y el fin del sistema salarial”, estas dos condiciones, sin embargo, están incumplidas en Rusia, del mismo modo que en los Estados fascistas.

Para clarificar el carácter fascista del sistema ruso, Rühle se volvió una vez más hacia el Comunismo de izquierda, una enfermedad infantil de Lenin, puesto que “de todas las manifestaciones programáticas del bolchevismo, ésta era la más reveladora de su verdadero carácter”. Cuando en 1933 Hitler suprimió toda la literatura socialista en Alemania, contaba Rühle, al folleto de Lenin le fue permitida la publicación y la distribución. En su obra, Lenin insiste en que el partido debe ser una especie de academia militar de revolucionarios profesionales. Sus requerimientos principales eran la autoridad incondicional del líder, el rígido centralismo, la disciplina de hierro, la conformidad, militancia y sacrificio de la personalidad para los intereses del partido -y Lenin desarrollara efectivamente una élite de intelectuales, un centro que, cuando fuese introducido en la revolución, habría de tomar la dirección y asumir el poder. “No tiene utilidad intentar”, decía Rühle, “determinar lógica y abstractamente si este tipo de preparación para la revolución es correcta o incorrecta... Primero deben formularse otras cuestiones, ¿qué tipo de revolución está en preparación? ¿Y cual era la meta de la revolución?”. El respondió mostrando que el partido de Lenin actuaba dentro de la revolución burguesa tardía de Rusia, para derrocar el régimen feudal del zarismo. Lo que podría considerarse como una solución para los problemas revolucionarios en una revolución burguesa no puede, sin embargo, considerarse al mismo tiempo como una solución para la revolución proletaria. Las diferencias estructurales decisivas entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista excluyen tal actitud. De acuerdo con el método revolucionario de Lenin, los dirigentes aparecen como la cabeza de las masas. “Esta distinción entre la cabeza y el cuerpo”, señaló Rühle, “entre los intelectuales y los obreros, entre oficiales y soldados rasos, corresponde a la dualidad de la sociedad de clases. Una clase es educada para gobernar; la otra para ser gobernada. La organización de Lenin es sólo una réplica de la sociedad burguesa. Su revolución está objetivamente determinada por las fuerzas que crean un orden social que incorpora estas relaciones de clase, sin tener en cuenta las metas subjetivas que acompañan este proceso.”

Seguramente, quien quiera tener un orden burgués encontrará en el divorcio del dirigente y las masas, la vanguardia y la clase obrera, la preparación estratégica correcta para la revolución. En cuanto a la aspiración de dirigir la revolución burguesa en Rusia, el partido de Lenin era altamente apropiado. Sin embargo, cuando la Revolución rusa mostró sus rasgos proletarios, los métodos tácticos y estratégicos de Lenin dejaron de ser válidos. Su éxito no se debía a su vanguardia, sino al movimiento de los soviets que no había sido incorporado en absoluto a sus planes revolucionarios. Y cuando Lenin, después de que la revolución triunfante hubiese sido realizada por los soviets, prescindió de este movimiento, también prescindió de todo lo que era proletario en la revolución. El carácter burgués de la revolución se hizo patente de nuevo, y con el tiempo encontró su culminación “natural” en el estalinismo.

Lenin, decía Rühle, pensaba según normas rígidas, mecánicas, a pesar de su preocupación por la dialéctica marxiana. Sólo había un partido para él -el suyo propio-; sólo una revolución -la rusa-; sólo un método -el bolchevique-. “La aplicación monótona de una fórmula una vez descubierta mueve en un círculo egocéntrico imperturbable por el tiempo y las circunstancias, grados de desarrollo, patrones culturales, ideas y hombres. En Lenin salía a la luz con gran claridad la dominación de la edad de la maquinaria en la política; él era el “técnico, el “inventor” de la revolución. Todas las características fundamentales del fascismo estaban en su doctrina, en su estrategia, en su “planificación social” y en su arte de tratar con las personas... Nunca aprendió a conocer los prerrequisitos para la liberación de los trabajadores; no se preocupaba de la falsa conciencia de las masas y de su autoalienación humana. Todo el problema era para él ni más ni menos que un problema de poder”. El bolchevismo como representante de una política militante de poder no difiere de las formas tradicionales de mando. El mando sirve como el gran ejemplo de organización. El bolchevismo es una dictadura, una doctrina nacionalista, un sistema autoritario con una estructura social capitalista. Su “planificación” concierne a cuestiones técnico-organizativas, no socio-económicas. Es revolucionario sólo dentro del marco del desarrollo capitalista, estableciendo no el socialismo sino el capitalismo de Estado. Representa la fase actual del capitalismo y no un primer paso hacia una nueva sociedad.


Los soviets rusos y los consejos de obreros y soldados alemanes representaban el elemento proletario en las revoluciones rusa y alemana. En ambas naciones estos movimientos fueron pronto suprimidos por medios militares y judiciales. Lo que permaneció de los soviets rusos después del firme atrincheramiento de la dictadura del partido bolchevique, fue simplemente la versión rusa del posterior frente obrero nazi. El movimiento de consejos alemán, legalizado, se convirtió en un apéndice del sindicalismo y pronto en un instrumento de la dominación capitalista. Incluso los consejos de 1918, formados espontáneamente, estaban -en su mayoría- lejos de ser revolucionarios. Su forma de organización, basada en las necesidades de la clase y no en los diversos intereses especiales resultantes de la división capitalista del trabajo, era todo lo que era radical en ellos. Pero cualesquiera que fueran sus limitaciones, debe decirse que no había nada más en que basar las esperanzas revolucionarias. Aunque frecuentemente se volvieran contra la izquierda, todavía se esperaba que las necesidades objetivas de este movimiento lo llevasen inevitablemente al conflicto con los poderes tradicionales. Esta forma de organización debía ser preservada en su carácter original y fortalecidas en preparación para las luchas venideras.

Pensando en términos de una continuación de la Revolución alemana, la 'ultraizquierda' estaba comprometida en una lucha hasta el final contra los sindicatos y contra los partidos parlamentarios existentes; en resumen, contra todas las formas de oportunismo y de compromiso. Pensando en términos de la probabilidad de una coexistencia con los viejos poderes capitalistas, los bolcheviques rusos no podían concebir una política sin compromisos. Los argumentos de Lenin en defensa de la posición bolchevique respecto de los sindicatos, el parlamentarismo y el oportunismo en general elevaban las necesidades particulares del bolchevismo a falsos principios revolucionarios. Con todo, esto no serviría para mostrar el carácter ilógico de los argumentos bolcheviques, pues tan ilógicos como eran los argumentos desde un punto de vista revolucionario, emanaban de forma lógica del peculiar papel de los bolcheviques dentro de la emancipación capitalista rusa y de la política internacional bolchevique que defendía los intereses nacionales de Rusia.

Que los principios de Lenin eran falsos desde un punto de vista proletario, tanto en Rusia como en Europa occidental, lo demostrara Otto Rühle en los diversos folletos y numerosos artículos en el periódico de la Unión Obrera General y en la revista de izquierda de Franz Pfempert, Die Aktion. Expuso la estratagema implícita en darles a estos principios una apariencia lógica, engaño que consistía en citar una experiencia específica de un período dado bajo circunstancias particulares, para deducir de ella conclusiones de aplicación inmediata y general. Porque los sindicatos habían sido una vez de algún valor, porque el parlamento había servido una vez a las necesidades de la propaganda revolucionaria, porque ocasionalmente el oportunismo había producido ciertos beneficios para los trabajadores, ellos seguían siendo para Lenin los medios más importantes de la política proletaria de todos los tiempos y bajo cualesquiera circunstancias. Y por si todo esto no convenciera al adversario, Lenin era aficionado a señalar que, fueran o no éstas las políticas y organizaciones correctas, era un hecho que los trabajadores se adherían a ellas y que el revolucionario debe estar siempre donde están las masas.

Esta estrategia emanaba del modo de Lenin de abordar la política. Parecía que nunca entraría en su mente que las masas también estaban en las fábricas y que las organizaciones revolucionarias de fábrica no podían perder contacto con las masas incluso si lo intentaban. Parecía que nunca se le ocurriera que, con la misma lógica que debía mantener a los revolucionarios en las organizaciones reaccionarias, podía demandar su presencia en la Iglesia, en las organizaciones fascistas, o donde quiera que pudiesen encontrarse las masas. Esto último, es seguro que se le ocurriría, haría surgir la necesidad de unirse abiertamente con las fuerzas de la reacción, tal como ocurrió posteriormente bajo el régimen estalinista.

Para Lenin estaba claro que, para los propósitos del bolchevismo, las Organizaciones de Consejos eran las menos adecuadas. No sólo hay poco espacio en las organizaciones de fábrica para revolucionarios profesionales, sino que la experiencia rusa había mostrado cómo de difícil era “manejar” un movimiento de soviets. En cualquier caso, los bolcheviques no tenían intención de esperar por oportunidades de intervención revolucionaria en los procesos políticos; estaban activamente comprometidos en la política cotidiana e interesados en resultados inmediatos a su favor. Para influenciar al movimiento obrero occidental con vistas a controlarlo en el futuro, era mucho más fácil para ellos entrar dentro de las organizaciones existentes y tratar con ellas. En las disputas competitivas emprendidas entre estas organizaciones y dentro de ellas, ellos vieron una ocasión para ganar de forma rápida una posición en la que establecerse. Que se intentase construir enteramente nuevas organizaciones opuestas a todas las existentes tendría sólo resultados tardíos -si es que alguno. Estando en el poder en Rusia, los bolcheviques ya no podían entregarse a políticas a largo plazo; para mantener su poder tenían que recorrer todas las avenidas de la política, no sólo las revolucionarias. Debe decirse, no obstante, que aparte de que estuviesen forzados a actuar así, los bolcheviques estaban más que dispuestos a participar en los muchos juegos políticos que acompañan al proceso de explotación capitalista. Para poder participar necesitaban sindicatos, parlamentos y partidos y también apoyos capitalistas, que hicieran del oportunismo tanto una necesidad como un placer.

Ya no hay necesidad de apuntar a las muchas “fechorías” del bolchevismo en Alemania y a lo largo del mundo. En la teoría y en la práctica, el régimen estalinista se manifiesta como un poder capitalista, imperialista, oponiéndose no sólo a la revolución proletaria, sino incluso a las reformas fascistas del capitalismo. Y actualmente favorece el mantenimiento de la democracia burguesa con el propósito de utilizar más plenamente su propia estructura fascista. Justo como Alemania estaba muy poco interesada en la propagación del fascismo más allá de sus fronteras y de las fronteras de sus aliados, dado que no tenía intención de fortalecer a sus competidores imperialistas, así la preocupación de Rusia por salvaguardar la democracia en todas partes salvo dentro de su propio territorio. Su amistad con la democracia burguesa es una amistad verdadera; el fascismo no es un artículo para la exportación, puesto que cesa de ser una ventaja tan pronto como se generaliza. A pesar del pacto Stalin-Hitler, no hay mayores “antifascistas” que los bolcheviques en nombre de su propio fascismo natal. Sólo en tanto sea alcanzada su expansión imperialista, si hay alguna, serán culpables de apoyo consciente a la tendencia fascista general.

Esta tendencia fascista general no proviene del bolchevismo, sino que lo incorpora. Proviene de las leyes peculiares de desarrollo de la economía capitalista. Si Rusia finalmente se convierte en un miembro “decente” de la familia de naciones capitalistas, las “indecencias” de su juventud fascista serán tomadas en unos trimestres por un pasado revolucionario. La oposición al estalinismo, sin embargo, a menos que incluya la oposición al leninismo y al bolchevismo de 1917, no es ninguna oposición, sino sólo una disputa entre competidores políticos. Mientras que el mito del bolchevismo es todavía defendido contra la realidad estalinista, Otto Rühle trabaja en mostrar que el estalinismo de hoy es simplemente el leninismo de ayer, que aún tiene importancia contemporánea, y tanta más cuanto que pueda haber intentos de recuperar el pasado bolchevique en los levantamientos sociales del futuro.

Toda la historia del bolchevismo pudo ser anticipada por Rühle y el movimiento de 'ultraizquierda', debido a su pronto reconocimiento del verdadero contenido de la revolución bolchevique y del verdadero carácter del viejo movimiento socialdemócrata. Después de 1920, todas las actividades del bolchevismo sólo podrían ser perjudiciales para los obreros de todo el mundo. No eran posibles acciones comunes con sus distintas organizaciones durante más tiempo, ni se intentaba ninguna.

Título Original: "Otto Rühle and the German Labour Movement"
Publicado: en inglés en Essays for Students of Socialism, Workers Literature Bureau, Melbourne, mayo de 1945.
Se reimprimió luego en la recopilación Anti-Bolshevik Communism de Merlin Press, Londres, 1978.
Traducción: a partir de la versión gallego-portuguesa del Grupo de Comunistas de Conselhos da Galiza (de donde proceden las notas a pie), contrastando con el original y revisando errores.


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