jueves, octubre 26, 2017
Ni chilenos ni argentinos (Boletín La Oveja Negra N° 50)
Frente a los numerosos ataques
racistas y xenófobos que afirman que «los mapuche son chilenos» e incluso que
«mataron a los tehuelche que, esos sí, son argentinos», basta recordar no solo
que ambos pueblos se encuentran a ambos lados de la cordillera, ¡sino que son
preexistentes a la conformación de los Estados chileno y argentino! Y
que ambos Estados intentaron aniquilarlos, de eso se trató la denominada
Conquista del desierto realizada por la República Argentina entre 1878 y 1885 y
la anterior Pacificación de la Araucanía del otro lado de la cordillera
(1861–1883).
Afín a los tiempos actuales,
donde las peores aberraciones deben hacerse con un lindo discurso, desde hace
años se insiste en usar la categoría de "pueblos originarios" para
referirse a los grupos humanos que habitan este continente desde antes de la
llegada de los españoles. Creen los especialistas que es mejor que llamarles
salvajes, indios, aborígenes, indígenas... aunque el genocidio siga existiendo.(1)
Nosotros que no somos mapuche,
sino nietos de inmigrantes de cualquier rincón del planeta, mestizos, mezcla de
inmigrantes e indios, nos preguntamos qué somos. La nacionalidad escrita en
nuestras identificaciones es una imposición entre tantas otras. Tristemente
hemos naturalizado tanto el modo de vida que llevamos como asalariados que nos
olvidamos que también somos desposeídos, que nuestros ancestros fueron
separados de sus tierras, de sus formas de vida y de producir, que fueron llevados
a ciudades y barrios marginales para cubrir las necesidades de la vida
mercantil. No encontramos una raíz étnica y una cosmovisión común que nos una
con nuestros antepasados y con nuestro mundo natural, como la encuentran
nuestros hermanos mapuche. Lo que sí nos une, sin embargo, es ese pasado de
desposes ión y la certeza de que la humanidad precedió al Estado y al
dinero, a la propiedad privada y la avaricia. Esas son nuestras raíces
y es la razón que nos empuja a luchar por algo distinto.
En Estados Unidos, en Cuba, en
Argentina, en Suecia, en Venezuela o en Irak, hay explotadores y hay
explotados, hay opresores y hay oprimidos. Nuestra clase, la de los
desposeídos, resiste y se enfrenta en todas partes contra el mismo enemigo, el
Capital, el Estado, que ha logrado expandirse y dominar todos los territorios.
Lo único que nos queda, si queremos destruir las condiciones de su existencia,
es aunar nuestras luchas como proletarios y proletarias en todo el mundo, ser
una clase mundial en lucha. O sea, asumir estas luchas particulares como una
lucha internacionalista, no tan solo solidarizándonos con los oprimidos de
otras regiones sino asumiendo que su lucha es la nuestra, luchando desde donde
estamos, en “nuestras” ciudades, en “nuestro” país, contra “nuestro” Estado,
contra “nuestra” burguesía.(2)
Ya lo han dicho antes que
nosotros: «El proletariado no tiene patria» y nunca la tuvo.» La patria es la
organización que se dieron ricos y opresores en sus competencias, ellos crearon
Naciones y Estados a costa de miles y miles de vidas proletarias que
sucumbieron en trincheras, campos de trabajo, defendiendo fronteras que no eran
las suyas. La patria no es más que la excusa para separarnos y oponernos como
oprimidos, para que trabajemos para ellos y no logremos una comunidad de
intereses, de deseos, de lucha. ¿Por qué? Porque eso nos hace peligrosos,
porque nosotros fuimos, somos y seremos muchos más, y los defensores del
Capital hacen todo lo posible para que no nos enteremos.
A TODOS NOS ROBARON LAS TIERRAS,
A LOS MAPUCHE TAMBIÉN
Podemos ir más atrás en el tiempo
y corroborar cómo desde hace más de 500 años muchos pueblos vienen combatiendo
y sobreviviendo a la desposesión.
El 12 de octubre no representa el
“encuentro de dos mundos”: ese fue el día en que comenzó una de las más atroces
guerras. En términos generales se produjo en América una destrucción
poblacional de un 90 por ciento, es decir, la pérdida de aproximadamente 70
millones de seres humanos (y esto sin contar los esclavos extirpados de África)
Tampoco es cierto que el mal
llamado “descubrimiento” (el ser humano de hecho llegó a este continente hace,
por lo menos, 15 mil años) haya sido un acontecimiento casual. Fue más bien la
culminación de un proceso acumulativo de experiencias de exploración y
conquista y de perfeccionamientos tecnológicos que se dieron en los años
previos a la colonización, en algunos países de Europa, especialmente en
Portugal y España.
En esos momentos, las distintas
regiones europeas comenzaban ya a especializarse en la producción para el
comercio a larga distancia, los mercaderes se constituían en la figura clave
del período en que la producción para el intercambio comenzaba a generalizarse,
cada vez más desligada de las necesidades directas.
Fue en este escenario de
acumulación primitiva u originaria del Capital, que Colón concretó su
expedición con el objetivo de llegar a China por el camino occidental
“directo”.
Pero las necesidades del mercado
mundial de expandirse no sólo empujaron a la colonización y búsqueda de nuevos
territorios para explotar. En Europa se implementó, por distintos medios, la
privatización de la tierra, expulsión de inquilinos, aumento de las rentas e
incremento de los impuestos por parte del Estado, lo que produjo el
endeudamiento y la venta de tierras que se fueron acumulando en pocas manos.
Los precios de los alimentos, que durante dos siglos habían permanecido
estancados, comenzaron a aumentar. A este fenómeno “inflacionario” se le llamó
La Revolución de los Precios, debido a sus devastadoras consecuencias sociales,
y fue atribuido a la llegada del oro y la plata de América.
A su vez, es revelador saber que
la mayor parte del oro acabó en templos en la India, y la abrumadora mayoría de
la plata fue enviada a China. De hecho, Europa había exportado oro y plata a
oriente desde tiempos de Roma. Los primeros años de expansión europea fueron en
gran medida producto de la necesidad de nuevas fuentes de oro y plata con qué
pagar los lujos orientales.
La historia del Capital y de las
luchas contra su surgimiento y desarrollo nos demuestra su carácter mundial y
destructivo desde sus inicios. Lejos está de ser un desarrollo natural de la
especie; este sistema sólo pudo llegar a ser lo que es hoy gracias a la
aniquilación y utilización de todas las diversas formas de vida y de
vinculación con el mundo y entre humanos que existían en la Tierra y que se le
opusieron como pudieron.
Otra vez, hacer memoria, nos
recuerda que «el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los
poros, desde los pies a la cabeza».(3)
Notas:
1. ¿Pueblos originarios?, La Oveja Negra nro.21, octubre
de 2014
2. ¿Por qué internacionalistas?, La Oveja Negra nro.8, abril de 2013
3. La conquista de América y el desarrollo del mercado mundial, La Oveja Negra nro.21, octubre de 2014
2. ¿Por qué internacionalistas?, La Oveja Negra nro.8, abril de 2013
3. La conquista de América y el desarrollo del mercado mundial, La Oveja Negra nro.21, octubre de 2014
Etiquetas: acumulación originaria del capital, chanchos culiaos asesinos, chanchos culiaos explotadores, tampoco los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza
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