sábado, mayo 12, 2018
La reproducción social, x Maya G. et al
Maya González y Caitlin
Manning: Has escrito acerca de las luchas universitarias en el contexto de
la reestructuración neoliberal. Estas luchas se consideraron una respuesta al
intento de privatizar y cercar saberes y conocimientos comunes ¿Crees que
se trata de una continuación de luchas anteriores o de algo nuevo? ¿Ha alterado
de manera decisiva la crisis económica el contexto de estas demandas?
Silvia Federici: Yo veo
las movilizaciones que están teniendo lugar en los campus estadounidenses,
señaladamente en California, como parte de un largo ciclo de luchas contra la
reestructuración neoliberal de la economía global y contra el desmantelamiento
de la educación pública. Este proceso comenzó en los años 80 en África y
América Latina, y ahora mismo se está expandiendo por Europa, como bien muestra
la reciente revuelta estudiantil en Londres. Lo que está en juego, en ambos
casos, es algo más que una resistencia al cercamiento
del conocimiento. Las luchas estudiantiles
africanas en los 80 y en los 90 fueron particularmente intensas porque los estudiantes eran
conscientes de que los drásticos ajustes propugnados por el
Banco Mundial suponían liquidar el contrato social que había conformado su relación con el
estado en el período posterior a la independencia,
convirtiendo a la educación en pieza clave del avance
social y de una ciudadanía participativa. Y también porque, al oír al Banco
Mundial decir que África no necesita universidades, se dieron cuenta de que los recortes sociales encerraban una
nueva división internacional del trabajo que
pretendía recolonizar las economías africanas y degradar las condiciones laborales de sus
trabajadores.
La historia es similar en los
Estados Unidos. El vaciamiento de la educación pública superior a lo largo de
la última década debe colocarse en un contexto social en el que, a resultas de
la globalización, las empresas pueden desplazar a sus trabajadores por todo el
mundo, haciendo de la precariedad una condición permanente del trabajo y
forzando constantes re-cualificaciones. La crisis financiera y la crisis
universitaria se complementan e imprimen sentido económico a un proceso de
acumulación y de organización del trabajo que sólo ofrece a los estudiantes la
perspectiva de un futuro de permanente subordinación y de continua destrucción
del conocimiento adquirido. En este sentido, las luchas estudiantiles actuales,
más que dirigidas a la defensa de la educación pública, se proponen modificar
las relaciones de poder con el capital y el estado para recuperar así el
control sobre la propia vida.
En este punto, se podría trazar
un paralelo con la revuelta de los trabajadores y de los jóvenes franceses
contra la decisión del gobierno de Sarkozy de ampliar dos años más la vida
laborable. Si sólo nos fijáramos en el período de tiempo que los trabajadores
tienen que esperar para jubilarse, no se entendería la vehemente oposición que
está teniendo lugar. En realidad, lo que lanzó a millones de personas a la
calle y a muchos jóvenes a las barricadas fue la percepción de que esta reforma
suponía una pérdida absoluta de esperanza de cara al futuro.
Es esta lectura de los hechos la
que singulariza el actual ciclo de luchas universitarias y le otorga una
dimensión anti-capitalista más o menos abierta. Una buena prueba de ello es la
importancia y el peso que nociones como la de bienes comunes han ido
adquiriendo en el discurso estudiantil internacional. El llamado a favor de saberes y conocimientos comunes no
solo refleja una resistencia a la privatización y a la comercialización
del saber. También refleja la creciente conciencia
de que hace falta construir una alternativa al capitalismo y al mercado a
partir del presente. Y de que el compromiso colectivo en un proyecto de este
tipo no es posible en el entorno académico actual. Matrículas disparatadas,
cursos rígidamente ahormados a estrechos objetivos economicistas, clases
superpobladas con profesores precarios, mal pagados y cargados de trabajo.
Todas estas condiciones contribuyen a devaluar el conocimiento que se produce
en las universidades y demandan formas alternativas de educación, así como
espacios en los que ésta pueda plantearse. Es a partir de aquí, creo, como
deberíamos pensar las políticas de ocupación de
espacios: como medios de acceso a los lugares que
la creación de nuevos bienes y saberes comunes
exige.
Maya González y Caitlin
Manning: También has descrito la lucha estudiantil y las resistencias
globales contra las medidas de austeridad como luchas en torno a dispositivos
institucionales de reproducción social, más que de producción ¿Qué aporta esta
concepción de las luchas educativas como parte de un conjunto más amplio de
disputas en torno a dispositivos de reproducción social? ¿Qué tipo de
desigualdades sociales y de explotación laboral perdurarían más allá de este
tipo de enfoque?
Silvia Federici: Creo que
cabría señalar, ante todo, que el paso de la producción a la reproducción en
el análisis de las relaciones de clase ha sido el producto de una
transformación que, de diferentes maneras, ha atravesado los análisis teóricos
a partir de los años 70. Este paso ha sido especialmente
visible en algunas aproximaciones críticas tanto
pos-estructuralistas como neoliberales, de Foucault a Becker. El principal
impulso en esta dirección provino, de hecho, de la propuesta feminista
consistente en repensar el trabajo y en redefinir el trabajo reproductivo como
la parte oculta del iceberg (en palabras de María Mies)
sobre el que se basa la acumulación capitalista. Este cambio de perspectiva ha
arrojado nueva luz sobre viejos problemas. Nos ha permitido, por ejemplo,
pensar conjuntamente una serie de actividades los
trabajos domésticos, la agricultura de
subsistencia, el trabajo sexual y de cuidado, la educación formal e informal-
reconociéndolos como momentos de la (re)producción social de la fuerza de
trabajo.
Esta perspectiva también nos
ayuda a leer políticamente los cambios que han tenido lugar en las
universidades. El aumento del precio de las matrículas y la mercantilización de
la educación pueden verse como parte de un proceso más amplio de desinversión
en la reproducción de la fuerza de trabajo, dirigido a disciplinarla. Este
proceso comenzó en los años 70 con la
eliminación del ingreso irrestricto y fue una
respuesta a las revueltas y a la insubordinación en los campus que tuvo como
protagonistas a los jóvenes.
Hacer de la reproducción social
el lente a través del cual se analiza la relación capital-trabajo no debería
verse, sin embargo, como una operación totalizadora. La reproducción (de
individuos, de fuerza de trabajo) no debería concebirse aislada del resto de la
fábrica capitalista. Recientemente, hemos asistido a algunos
desarrollos teóricos (como por ejemplo, el
concepto de producción
bio-política
utilizado por Negri y Hardt) que impiden una síntesis
adecuada de las relaciones capitalistas, ya que asumen que toda la producción puede ser reducida a la producción
de subjetividades, estilos de vida, lenguajes, códigos
e información. En este tipo de lecturas, la inmensa lucha que está teniendo
lugar a lo largo del planeta, en campos, minas y fábricas, sencillamente
desaparece. Y lo hace, irónicamente, en un momento en el que estamos asistiendo
al ciclo internacional más agudo de conflictos industriales (en China y en
buena parte del sudeste asiático) desde los años 70.
(...)
Silvia Federici: Sobre
las situaciones que se produjeron en algunos campus de la Universidad de
California y sobre la oportunidad de ocupar los edificios no puedo
pronunciarme. No participé en aquellas actuaciones y las elecciones tácticas
dependen tanto de los equilibrios de poder que cualquier comentario por mi
parte resultaría inapropiado. Lo que sí puedo decir es que la acción directa de
masas tiene una larga historia en los Estados Unidos -bien ejemplificada por el
Movimiento por los Derechos Civiles- a pesar de la existencia de una maquinaria
represiva institucional que ha operado con fuerza en diferentes niveles:
policía, tribunales, cárceles, pena de muerte. El Movimiento por los Derechos
Civiles, primero, y el Movimiento por el Poder Negro, luego, enfrentaron a la
policía con sus carros hidrantes y sus perros, enfrentaron al Klu Klux Klan y a
la reaccionaria John Birch Society. La propia pregunta que formulan
sugiere que no todas las personas de color objetaron la utilización de tácticas
más militantes. En todo caso, es cierto que las diferencias de poder entre los
estudiantes que se enfrentan a la policía y a las autoridades universitarias
deben plantearse abiertamente y discutirse en términos políticos. Y todo ello
con independencia de que los edificios se ocupen o no. Por otro lado, además de
la mayor vulnerabilidad de los estudiantes pertenecientes a comunidades de
color, también hay que tener en cuenta la situación de todos aquellos que no
pueden arriesgarse a una detención policial porque tienen niños, o porque
tienen familias o porque padecen ciertas enfermedades o discapacidades que les
impiden participar en según qué tipo de acciones. Estas son cuestiones de una
importancia medular para el movimiento, y conciernen a todos los estudiantes.
La predisposición para proteger a quienes están expuestos a consecuencias más
duras y para adecuarse a diferentes tipos de iniciativas permite calibrar la
fuerza y la seriedad de un movimiento. Sin obviar, claro está, el hecho de que
las situaciones de lucha suelen ser muy fluidas y experimentan constantes
transformaciones, de manera que quienes no han podido participar ayer pueden
ser los primeros en ocupar mañana.
(...)
Maya González y Caitlin
Manning: El año pasado, las ocupaciones de edificios y otras formas de
acción directa fueron criticadas como estrategias de privilegiados ¿Cómo puede
haber acción directa de masas en un país como Estados Unidos donde el aparato
carcelario está sobrefinanciado y donde la represión policial continúa
recayendo, sobre todo, en la población social y racialmente más vulnerable?
Maya González y Caitlin
Manning: De California a Nueva York, las mujeres se han quejado de serios
problemas de género al interior del movimiento estudiantil. A pesar de su
compromiso activo, muchas se sienten marginadas, desconfían de ciertas
dinámicas de grupo y se sienten condicionadas a la hora de expresarse. En
algunos casos, incluso, se sienten alienadas por cierto tipo de discurso
sexista o machista (como el utilizado en La
acción directa como práctica
feminista [4]). Como mujeres, todo esto nos ha
tomado por sorpresa. Tras décadas de
luchas feministas de diversa índole, todavía
sentimos la necesidad de crear grupos feministas y de encontrar vías colectivas
para oponernos al patriarcado. Nos encontramos luchando por abrir espacios que
no esperábamos que fueran tan restrictivos ¿En qué medida esta experiencia
nuestra difiere o resulta similar a la tuya en los 70? ¿Qué puede nuestra experiencia actual
aprender de las pasadas y viceversa?
Silvia Federici: La
configuración actual de las relaciones de género en el movimiento estudiantil
difiere mucho de lo que había en los 60 o en los
70. Las estudiantes tienen hoy mucho más poder que las mujeres de mi generación.
Son mayoría en casi todas las clases y están preparadas para llevar adelante una vida basada en la
autoestima y en la autonomía. Como mínimo de los hombres, aunque no del capital. Lo que ocurre es
que las relaciones con los hombres siguen siendo ambiguas y confusas. El
aumento de la igualdad oculta el hecho de que muchos de los temas planteados
por el movimiento de mujeres continúan sin respuesta, sobre todo en relación
con la reproducción. Oculta el hecho de que no hemos conseguido, como mujeres,
implicarnos colectivamente en un proyecto de transformación social, y de que
con el neoliberalismo lo que ha habido es una re-masculinización de la
sociedad. El lenguaje truculento, hiper-masculino, de textos como We
are the Crisis, o del artículo que abre After the Fall es
un ejemplo acabado de lo que digo. Entiendo perfectamente que haya mujeres que
se sientan amenazadas más que reforzadas por este tipo de lenguaje.
El declive del feminismo como
movimiento social también ha supuesto que la experiencia de la organización
colectiva en torno a cuestiones de las mujeres resulte desconocida para muchas
estudiantes jóvenes, con todo lo que ello supone de despolitización de la vida
cotidiana. Cómo conciliar el trabajo remunerado con la reproducción de nuestras
familias aprendiendo de la experiencia de las
mujeres negras- cómo conservar algo de nosotras
para darlo a los nuestros, cómo amar y
vivir nuestra sexualidad. Todas estas son cuestiones a las que las estudiantes
más jóvenes tienen que responder de manera individual, fuera de un marco
político, lo cual es una fuente de debilidad en su relación con los hombres. A
esto hay que sumarle que la vida académica, especialmente en el grado, genera
un entorno sumamente competitivo, que margina a quienes tienen menos tiempo
para dedicarse al trabajo intelectual. Y que la elocuencia y la sofisticación
teórica a menudo consideradas, erróneamente, como medida del compromiso
político.
Una lección crucial que se puede
extraer del pasado es la necesidad, frente a las desigualdades de poder, de que
las mujeres se organicen de manera autónoma. Para poder describir por sí mismas
los problemas que afrontan y para ganar fuerza a la hora plantear sus descontentos
y sus deseos. En los años 70, nosotros
veíamos muy claramente que no podíamos hablar de temas que nos concernían
en presencia de los hombres. No hace falta, como denuncian las autoras de La acción directa como práctica feminista, que te silencien. Las
propias relaciones de poder que nos roban la voz también
nos expropian la capacidad de describir la manera de operar de dicho poder.
La autonomía, ciertamente, se
puede alcanzar de diversas maneras. No tenemos por qué pensar en la autonomía en
términos de estructuras permanentemente separadas. Hoy vemos que podemos crear
movimientos dentro de los movimientos y luchas dentro de las luchas. Responder,
en cambio, a los conflictos que puedan surgir en nuestras organizaciones
convocando a la unidad puede ser políticamente desastroso. Otra lección del
pasado es que la construcción de espacios feministas autónomos temporales nos
puede ayudar a romper con la dependencia psicológica de los hombres, a valorar
nuestra experiencia, a construir un contra-discurso y a plantear nuevas normas,
como la necesidad de democratizar el lenguaje y evitar convertirlo en un medio
de exclusión.
Estoy convencida de que nuestra
unión como mujeres y como feministas es un paso positivo, una precondición
incluso para superar la marginación. Las mujeres del movimiento estudiantil no
deberían dejar intimidarse por la acusación de divisionismo. Más que dividir, la creación de espacios autónomos es
necesaria, por un lado, para sacar a la luz un amplio listado de relaciones de
explotación que nos impiden actuar, y por otro, para exponer ciertas relaciones
de poder que, si no se cuestionan, sólo acabarían por propiciar el fracaso del
movimiento.
(EXPOSICIÓN DE MAYA GONZÁLEZ SOBRE REPRODUCCIÓN SOCIAL, TRABAJO DOMÉSTICO Y SEXUALIDAD. en inglés).
Etiquetas: a desalienar, comunismo, feminismo, tercer asalto proletario contra la sociedad de clases
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